Cen­su­ra en las biblio­te­cas vas­cas – Gerar­do Luzuriaga

De nue­vo, en pleno 2010, una alcal­de­sa del Par­ti­do Socia­lis­ta de Eus­ka­di otor­gán­do­se el car­go de cen­su­ra­do­ra ha reti­ra­do de la Biblio­te­ca Muni­ci­pal de Basau­ri un libro publi­ca­do el año pasa­do. La alcal­de­sa Loly de Juan no ha teni­do incon­ve­nien­te en man­dar reti­rar de las estan­te­rías la obra «El manual del tor­tu­ra­dor espa­ñol», de Xabier Maka­za­ga. No hace mucho los diri­gen­tes nava­rros se enfras­ca­ron en algo muy pare­ci­do, inten­ta­ron reti­rar de la biblio­te­ca de Bara­ñain y de algu­nas otras biblio­te­cas nava­rras los perió­di­cos GARA y «Berria». Se armó una impo­nen­te pol­vo­re­da. Los polí­ti­cos, ante las crí­ti­cas, la unión, el dina­mis­mo y las accio­nes empren­di­das por los pro­fe­sio­na­les y del res­to de la socie­dad, tuvie­ron que dar mar­cha atrás. Tan­to el caso nava­rro como éste de Basau­ri son casos cla­ros de censura.

Apa­ña­dos vamos si deja­mos en manos de estos polí­ti­cos cen­so­res qué libros se pue­den leer y qué libros están prohi­bi­dos. Las biblio­te­cas des­de siem­pre han sido espa­cios de liber­tad, pero estos nue­vos demó­cra­tas quie­ren deci­dir qué libros se pue­den com­prar y cuá­les no, dis­cri­mi­nan­do los dere­chos y la dig­ni­dad de los usua­rios y de los pro­fe­sio­na­les; es decir, que estos polí­ti­cos apren­di­ces de cen­so­res tra­tan de sus­ti­tuir los cri­te­rios téc­ni­cos de los pro­fe­sio­na­les por sus cri­te­rios políticos.

Abu­rri­dos esta­mos ante estos casos tan evi­den­tes de cen­su­ra de recor­dar la Decla­ra­ción Uni­ver­sal de los Dere­chos Huma­nos, el Mani­fies­to Públi­co de la Unes­co sobre las Biblio­te­cas Públi­cas. Los tex­tos y las ideas no pue­den estar más cla­ra­men­te expues­tas: ni los fon­dos de las biblio­te­cas públi­cas ni los ser­vi­cios pue­den estar suje­tos a la cen­su­ra ideo­ló­gi­ca, polí­ti­ca, reli­gio­sa; la liber­tad de opi­nión y expre­sión son dere­chos inalie­na­bles, por lo que los ciu­da­da­nos no podrán ser moles­ta­dos a cau­sa de sus opi­nio­nes, el de inves­ti­gar y reci­bir infor­ma­cio­nes y opi­nio­nes, y el de difun­dir­las por cual­quier medio de expre­sión. Igual­men­te, que­da cla­ro el papel de los pro­fe­sio­na­les de las biblio­te­cas en cuan­to a la selec­ción del fon­do biblio­grá­fi­co: la adqui­si­ción de los fon­dos biblio­grá­fi­cos se basa­rá en los cri­te­rios pro­fe­sio­na­les de los biblio­te­ca­rios y biblio­te­ca­rias, sin tener en cuen­ta las cir­cuns­tan­cias polí­ti­cas, aun­que sí se esti­ma­rán la len­gua y la cul­tu­ra don­de se encuen­tre ubi­ca­da la biblioteca.

Des­de que en 1478 por pri­me­ra vez se ins­tau­ró la Inqui­si­ción en la Penín­su­la Ibé­ri­ca, no ha deja­do de fun­cio­nar, y sin duda ha dado sus fru­tos. Su crea­ción tuvo como fina­li­dad cen­su­rar y prohi­bir las publi­ca­cio­nes que no coin­ci­dían o moles­ta­ban al poder. En el siglo XV y pos­te­rio­res fue la Igle­sia la encar­ga­da de impo­ner el con­trol ideo­ló­gi­co en la socie­dad; hoy, ya en el siglo XXI, son los polí­ti­cos los que no se rubo­ri­zan por con­ver­tir­se en los nue­vos inqui­si­do­res y con­de­nar aque­llas publi­ca­cio­nes que no coin­ci­den con sus ideas políticas.

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