Memo­rias con alzhei­mer- Xabier Silveira

Se abre el telón. Sale Bjar­ne Riis y dice: «Si que­rías estar entre los mejo­res pues­tos, no había otra que dopar­te». Se cie­rra el telón y nadie ríe pues Indu­ráin no se encon­tra­ba entre el público.

Como si de ciclis­tas que aca­ri­cia­ron la glo­ria se tra­ta­ra, a los cua­les de tan­to dopar­se ‑que no dro­gar­se, eso es de mierdosos‑, de tan­to dopar­se, digo, se les con­ge­la­ron los recuer­dos y una vez pasa­do el tiem­po que su pecu­liar natu­ra­le­za les exi­ge para recor­dar aque­llos años su memo­ria des­pier­ta, nos han lle­ga­do con­fe­sio­nes tales como las de Sán­chez Dra­gó. Reve­la­cio­nes en las que hacía públi­co su affai­re con dos «loli­tas de esas ‑aho­ra hay muchas- que vis­ten como zorri­tas, con los labios pin­ta­dos, car­mín, rímel, taco­nes, mini­fal­da… Las muy putas se pusie­ron a tur­nar­se». Y afir­ma: «Las delin­cuen­tes eran ellas y no yo». Ocu­rrió en 1967, cuan­do las chi­cas tenían tre­ce años, por lo que en caso de que hubie­ra deli­to ya ha prescrito.

Algo muy pare­ci­do debió ocu­rrir­le a Feli­pe Gon­zá­lez, el mejor pre­si­den­te espa­ñol de la A has­ta la X, según pala­bras del enfer­mo José Bono, que segu­ro estoy él tam­bién ten­drá algu­na con­fe­sión pen­dien­te. Segui­re­mos espe­ran­do a que su memo­ria vuel­va a fun­cio­nar si es que algún día hubo en ese cubo de serrín que pasea sobre el cue­llo atis­bo alguno de vida inte­li­gen­te. Le suce­dió, decía, a Feli­pe Gon­zá­lez, otro epi­so­dio de arre­ba­to a lo ciclis­ta des­len­gua­do. Quien fue­ra para muchos la X de los GAL reco­no­ce aho­ra abier­ta­men­te ser­lo, ya que, si no me equi­vo­co, los deli­tos terro­ris­tas no pres­cri­ben. O sea, que si lo era lo sigue sien­do. Una vez dijo que no ante una pro­pues­ta de aten­ta­do ¿Cuán­tas veces dijo sí? No impor­ta. Total, ¿quién recuer­da en el mun­do demo­crá­ti­co a aque­llos que ase­si­na­ron los apa­ra­tos del Esta­do? Nadie. Por­que no lo mere­cen. El mero hecho de que te mate el Esta­do te con­vier­te en terro­ris­ta, te con­de­na al olvi­do y supo­ne cár­cel para quien inten­te man­te­ner tu recuer­do vivo. Así fun­cio­na la memo­ria en esta socie­dad más dada a apa­ren­tar que a observar.

Algún día, cuan­do sea ya vie­jo y nadie le pres­te aten­ción, cuan­do sea recor­da­do por olvi­dar­se de quién era y por trai­dor, Rodrí­guez Zapa­te­ro des­per­ta­rá una maña­na y reco­no­ce­rá que pudo haber excar­ce­la­do a Arnal­do Ote­gi en aquel lejano 2010, pero que no lo hizo por­que el fin de ETA y del inde­pen­den­tis­mo se creía ya tan cer­cano que opta­ron por la vía rápi­da, la polí­ti­co-judi­cial, el GAL post-GAL.

Y entre llan­tos de unos y llo­ros de otros, Fra­ga, que segui­rá vivo, vol­ve­rá a pro­nun­ciar, como lo hizo la sema­na pasa­da a raíz de la vomi­to­na del señor X, La fra­se: «De ese tema cuan­to menos se hable mejor». Y en el olvi­do cae­rán como rayos caen al mar las innom­bra­bles atro­ci­da­des come­ti­das en El Aayún por las tro­pas de Moha­med VI con el bene­plá­ci­to del Gobierno de España.

Si tuvie­ran tan cla­ro que esos méto­dos no van a uti­li­zar­los aquí en un futu­ro no muy lejano, no les cos­ta­ría tan­to dete­ner la masa­cre que nues­tros her­ma­nos de lucha están pade­cien­do en Saha­ra occidental.

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