Colom­bia si es una fosa común – Voces de Colom­bia ELN

A veces por tra­tar de tapar bar­ba­ri­da­des o jus­ti­fi­car­las se inven­tan fra­ses o pala­bras que al final ter­mi­nan sien­do los peo­res entuertos.

Para corre­gir el tér­mino dado a los mal lla­ma­dos “fal­sos posi­ti­vos”, varias per­so­na­li­da­des y medios de infor­ma­ción tra­ta­ron de rec­ti­fi­car dicien­do que se tra­ta­ba de “eje­cu­cio­nes extra­ju­di­cia­les”, cosa aún más com­pli­ca­da, esto que­ría decir que este tipo de ase­si­na­tos se podían rea­li­zar siem­pre y cuan­do se hicie­ran con la auto­ri­za­ción de la jus­ti­cia. Dicha deno­mi­na­ción lle­va­ba a reco­no­cer que en Colom­bia exis­te la pena de muer­te, y que el lio está en la medi­da que se hace por fue­ra de la justicia.

Nadie pue­de negar que toda Colom­bia es una fosa común, son miles las que se han des­cu­bier­to y aún que­dan incon­ta­bles por salir a flo­te. La mayo­ría de ellas alber­gan cuer­pos de víc­ti­mas de ope­ra­cio­nes con­jun­tas entre el Ejér­ci­to y los paramilitares.

Lo de actua­li­dad es la fosa común de La Maca­re­na, don­de se dice están ente­rra­dos más de dos mil seres huma­nos. En el afán por lim­piar la ima­gen del Esta­do colom­biano ante la comu­ni­dad inter­na­cio­nal, el fun­cio­na­rio de la ONU tuvo el atre­vi­mien­to de mani­fes­tar que no había nin­gu­na fosa común, sino que se tra­ta­ba de un cemen­te­rio don­de esta­ban ente­rra­dos sin iden­ti­fi­car más de cua­tro­cien­tos muer­tos en com­ba­te a manos del Ejér­ci­to nacional.

Lo que el mun­do y el país nor­mal­men­te cono­ce sobre las fosas comu­nes es que exis­ten para ocul­tar ase­si­na­tos colec­ti­vos. Hoy lo que el dele­ga­do de la ONU tra­ta de lega­li­zar es la exis­ten­cia de “fosas comu­nes abier­tas al públi­co”. Pues que­da cla­ro que el Ejér­ci­to guber­na­men­tal tie­ne la potes­tad de ente­rrar a sus víc­ti­mas anó­ni­ma­men­te en cemen­te­rios públi­cos y sin que nadie lo lla­me a cum­plir con la legis­la­ción existente.

Hay que pre­gun­tar­se por qué lo hicie­ron de ésta mane­ra, pues lo acos­tum­bra­do es que el tigre no se “caga en su madri­gue­ra”, o que por lo menos el gato la tapa. Aquí se tra­ta de un asun­to que está por des­en­tra­ñar­se, a menos que los man­dos mili­ta­res pien­sen que jamás los van a juzgar.

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