El comu­nis­mo y la familia

No hay nin­gu­na razón para pre­ten­der enga­ñar­nos a noso­tros mis­mos: la fami­lia nor­mal de los tiem­pos pasa­dos en la cual el hom­bre lo era todo y la mujer nada —pues­to que no tenía volun­tad pro­pia, ni dine­ro pro­pio, ni tiem­po del que dis­po­ner libre­men­te — , este tipo de fami­lia sufre modi­fi­ca­cio­nes día por día, y actual­men­te es casi una cosa del pasa­do, lo cual no debe asustarnos.

Bien sea por error o igno­ran­cia, esta­mos dis­pues­tos a creer que todo lo que nos rodea debe per­ma­ne­cer inmu­ta­ble, mien­tras todo lo demás cam­bia. Siem­pre ha sido así y siem­pre lo será. Esta afir­ma­ción es un error profundo.
Para dar­nos cuen­ta de su fal­se­dad, no tene­mos más que leer cómo vivían las gen­tes del pasa­do, e inme­dia­ta­men­te vemos cómo todo está suje­to a cam­bio y cómo no hay cos­tum­bres, ni orga­ni­za­cio­nes polí­ti­cas, ni moral que per­ma­nez­can fijas e inviolables.

Así, pues, la fami­lia ha cam­bia­do fre­cuen­te­men­te de for­ma en las diver­sas épo­cas de la vida de la humanidad.

Hubo épo­cas en que la fami­lia fue com­ple­ta­men­te dis­tin­ta a como esta­mos cos­tum­bra­dos a admi­tir­la. Hubo un tiem­po en que la úni­ca for­ma de fami­lia que se con­si­de­ra­ba nor­mal era la lla­ma­da fami­lia gené­si­ca, es decir, aque­lla en que el cabe­za de fami­lia era la ancia­na madre, en torno a la cual se agru­pa­ban, en la vida y en el tra­ba­jo común, los hijos, nie­tos y biznietos.

La fami­lia patriar­cal­fue en otros tiem­pos con­si­de­ra­da tam­bién como la úni­ca for­ma posi­ble de fami­lia, pre­si­di­da por un padre-amo,cuya volun­tad era ley para todos los demás miem­bros de la fami­lia. Aún en nues­tros tiem­pos se pue­den encon­trar en las aldeas rusas fami­lias cam­pe­si­nas de este tipo. En reali­dad pode­mos afir­mar que en esas loca­li­da­des la moral y las leyes que rigen la vida fami­liar son com­ple­ta­men­te dis­tin­tas de las que regla­men­tan la vida de la fami­lia del obre­ro de la ciu­dad. En el cam­po exis­ten toda­vía gran núme­ro de cos­tum­bres que ya no es posi­ble encon­trar en la fami­lia de la ciu­dad proletaria.

El tipo de fami­lia, sus cos­tum­bres, etc., varían según las razas. Hay pue­blos, como por ejem­plo los tur­cos, ára­bes y per­sas, entre los cua­les la ley auto­ri­za al mari­do el tener varias muje­res. Han exis­ti­do y toda­vía se encuen­tran tri­bus que tole­ran la cos­tum­bre con­tra­ria, es decir, que la mujer ten­ga varios maridos.

La mora­li­dad al uso del hom­bre de nues­tro tiem­po le auto­ri­za para exi­gir de las jóve­nes la vir­gi­ni­dad has­ta su matri­mo­nio legí­ti­mo. Pero, sin embar­go, hay tri­bus en las que ocu­rre todo lo con­tra­rio: la mujer tie­ne por orgu­llo haber teni­do muchos aman­tes, y se enga­la­na bra­zos y pier­nas con bra­za­le­tes que indi­can el número…

Diver­sas cos­tum­bres, que a noso­tros nos sor­pren­den, hábi­tos que pode­mos inclu­so cali­fi­car de inmo­ra­les, los prac­ti­can otros pue­blos, con la san­ción divi­na, mien­tras que, por su par­te, cali­fi­can de «peca­mi­no­sas» muchas de nues­tras cos­tum­bres y leyes.

Por tan­to, no hay nin­gu­na razón para que nos ate­rro­ri­ce­mos ante el hecho de que la fami­lia sufra un cam­bio, por­que gra­dual­men­te se des­car­ten ves­ti­gios del pasa­do vivi­dos has­ta aho­ra, ni por­que se implan­ten nue­vas rela­cio­nes entre el hom­bre y la mujer. No tene­mos más que pre­gun­tar­nos: ¿qué es lo que ha muer­to en nues­tro vie­jo sis­te­ma fami­liar y qué rela­cio­nes hay entre el hom­bre tra­ba­ja­dor y la mujer tra­ba­ja­do­ra, entre el cam­pe­sino y la cam­pe­si­na? ¿Cuá­les de sus res­pec­ti­vos dere­chos y debe­res armo­ni­zan mejor con las con­di­cio­nes de vida de la nue­va Rusia? Todo lo que sea com­pa­ti­ble con el nue­vo esta­do de cosas se man­ten­drá; lo demás, toda esa anti­cua­da morra­lla que hemos here­da­do de la mal­di­ta épo­ca de ser­vi­dum­bre y domi­na­ción, que era la carac­te­rís­ti­ca de los terra­te­nien­tes y capi­ta­lis­tas, todo eso ten­drá que ser barri­do jun­ta­men­te con la mis­ma cla­se explo­ta­do­ra, con esos enemi­gos del pro­le­ta­ria­do y de los pobres.

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