Perú. El deli­to de terro­ris­mo, la cons­ti­tu­ción y el poder mediático

Jor­ge Ren­dón Vás­quez /​Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 8 de sep­tiem­bre de 2021

La pren­sa y la TV del poder mediá­ti­co y sus auxi­lia­res, pre­ten­di­da­men­te inde­pen­dien­tes, siguen pren­di­dos de cier­tos minis­tros, con­gre­sis­tas y algu­nas otras per­so­nas a las que acu­san de haber sido terro­ris­tas. Es una cam­pa­ña per­sis­ten­te y obse­si­va en la línea de la gue­rra de agre­sión con­tra Pedro Cas­ti­llo, el par­ti­do Perú Libre y el secre­ta­rio gene­ral de este, evi­den­te­men­te por su sig­ni­fi­ca­ción his­tó­ri­ca y, sobre todo, por su ofre­ci­mien­to de cam­biar las situa­cio­nes de nues­tro país que hacen más pobres a los pobres y más ricos a los ricos.

Quie­ren que nada cam­bie, que el pre­si­den­te de la Repú­bli­ca haga lo que habría hecho la can­di­da­ta de la dinas­tía de la corrup­ción si hubie­se gana­do en la segun­da vuel­ta, y que nom­bre a los minis­tros que ella habría nom­bra­do. Y, mien­tras el pre­si­den­te no se doble­gue, segui­rán ata­cán­do­lo y ata­can­do a sus minis­tros y a otros fun­cio­na­rios que él nombre.

Mi opi­nión es que se debe pre­ci­sar si esa cam­pa­ña y esas acu­sa­cio­nes son com­pa­ti­bles con el orde­na­mien­to jurídico.

La Cons­ti­tu­ción de 1993 está pla­ga­da de artícu­los que hacen de nues­tro país lo que es jurí­di­ca­men­te, inclu­so con sus inequi­da­des, arbi­tra­rie­da­des y dis­cri­mi­na­ción en diver­sos aspec­tos. Pero es la Cons­ti­tu­ción a la que nues­tra socie­dad y nues­tro Esta­do deben suje­tar­se mien­tras se halle en vigencia.

En su gue­rra de agre­sión, los enemi­gos del pre­si­den­te de la Repú­bli­ca y del Par­ti­do Perú Libre pres­cin­den de ajus­tar­se a cier­tos artícu­los de la Cons­ti­tu­ción a la que, con­tra­dic­to­ria­men­te, se afe­rran con deses­pe­ra­ción para que no cambie.

Es el caso de su acu­sa­ción de terro­ris­tas con­tra cier­tos minis­tros y congresistas.

El deli­to de terro­ris­mo fue tipi­fi­ca­do por el Decre­to Legis­la­ti­vo 046, del 10 de mar­zo de 1981, el que fue sus­ti­tui­do por el Decre­to Ley 25475 del 5 de mayo de 1992. Como por la Cons­ti­tu­ción de 1993, “nin­gu­na ley tie­ne fuer­za ni efec­to retro­ac­ti­vo” (art. 103º), este deli­to no exis­tía ante­rior­men­te. Más aún, la Cons­ti­tu­ción dis­po­ne que “Nadie será pro­ce­sa­do ni con­de­na­do por acto u omi­sión que al tiem­po de come­ter­se no esté pre­via­men­te cali­fi­ca­do en la ley, de mane­ra expre­sa e ine­quí­vo­ca, como infrac­ción puni­ble, ni san­cio­na­do con pena no pre­vis­ta en la ley.” (art. 2º.24. d). Ambas nor­mas cons­ti­tu­cio­na­les son de apli­ca­ción absoluta.

Por lo tan­to, acu­sar de terro­ris­ta o infor­mar que una per­so­na come­tió hechos no tipi­fi­ca­dos como terro­ris­mo antes de la fecha de vigen­cia del Decre­to Legis­la­ti­vo 046 es incu­rrir en una impu­tación fal­sa que ingre­sa en la tipi­fi­ca­ción de los deli­tos de calum­nia, inju­ria y difa­ma­ción. Algo simi­lar suce­de si se acu­sa a una per­so­na de apo­lo­gía del terro­ris­mo por haber alu­di­do a algún per­so­na­je que antes de ese Decre­to Ley fue actor de cier­tos hechos que obvia­men­te no pue­den ser cali­fi­ca­dos como terro­ris­mo, pues­to que en ese tiem­po este no exis­tía legal­men­te como deli­to. La apo­lo­gía es aho­ra gené­ri­ca y con­sis­te en exal­tar, jus­ti­fi­car o enal­te­cer “un deli­to o de la per­so­na que hubie­ra sido con­de­na­da como autor o cóm­pli­ce” (El Decre­to Leg. 046 se refe­ría a la apo­lo­gía del terro­ris­mo. No figu­ra en el Decre­to Ley 25475 que sus­ti­tu­yó a aquel. La Ley 30610 del 18 de julio de 2017 inclu­yó el deli­to de apo­lo­gía gene­ral del deli­to en el Códi­go Penal).

Hay inju­ria cuan­do se “ofen­de o ultra­ja a una per­so­na con pala­bras” (Códi­go Penal, art. 130º); hay calum­nia si “se atri­bu­ye fal­sa­men­te a otro un deli­to” (Códi­go Penal, art. 131º); y hay difa­ma­ción cuan­do “ante varias per­so­nas, reu­ni­das o sepa­ra­das, pero de mane­ra que pue­da difun­dir­se la noti­cia, (se) atri­bu­ye a una per­so­na, un hecho, una cua­li­dad o una con­duc­ta que pue­da per­ju­di­car su honor o repu­tación”; este deli­to se agra­va si se le “come­te por medio del libro, la pren­sa u otro medio de comu­ni­ca­ción social” (Códi­go Penal, art. 132º). 

En los ata­ques e impu­tacio­nes de terro­ris­mo a per­so­na­jes del gobierno y a par­la­men­ta­rios exis­te, sin nin­gu­na duda, la inten­sión de des­acre­di­tar­los ante la opi­nión públi­ca y hacer­les daño (ani­mus inju­rian­di y ani­mus difa­man­di), y con mayor razón si, según la Cons­ti­tu­ción, esos fun­cio­na­rios solo res­pon­den por sus actos como tales (art. 128º y 93º).

Se sigue que la pren­sa, sus perio­dis­tas y otros no tie­nen el dere­cho de alu­dir a la vida pri­va­da o los hechos de las per­so­nas no cali­fi­ca­dos por el Poder Judi­cial como deli­tos. “Nadie debe ser víc­ti­ma de vio­len­cia moral” (Cons­ti­tu­ción, art. 2º.24.h). Toda per­so­na tie­ne dere­cho “a la paz, a la tran­qui­li­dad” (Cons­ti­tu­ción, art. 2º22.)

Ade­más, por la pre­sun­ción de ino­cen­cia: “Toda per­so­na es con­si­de­ra­da ino­cen­te mien­tras no se haya decla­ra­do judi­cial­men­te su res­pon­sa­bi­li­dad.” (Cons­ti­tu­ción, art. 2º,24. e). Esta pre­sun­ción es rela­ti­va cuan­do exis­ten indi­cios pro­ba­to­rios de la comi­sión de un deli­to que la fis­ca­lía inves­ti­ga, y es abso­lu­ta si la per­so­na nun­ca fue acu­sa­da y, más aún, si no fue con­de­na­da por algún deli­to. La pre­sun­ción de ino­cen­cia no deja de exis­tir si el con­de­na­do por un deli­to sigue dis­cu­tién­do­lo pro­ce­sal­men­te. De mane­ra que impu­tar­le a algu­na per­so­na un deli­to no san­cio­na­do en defi­ni­ti­va ins­tan­cia vio­la este dere­cho e ingre­sa en la tipi­fi­ca­ción de la calumnia.

Pero hay algo más en este tema. Es la situa­ción de las per­so­nas que fue­ron con­de­na­das por algún deli­to y cum­plie­ron las penas que el Poder Judi­cial les impu­so. Rein­te­gra­das a la vida social gene­ral, tie­nen los mis­mos dere­chos y obli­ga­cio­nes de todos y no pue­den ser dis­cri­mi­na­das. Se les apli­ca, como a todos, la nor­ma que dice: “Toda per­so­na tie­ne dere­cho: A la igual­dad ante la ley. Nadie debe ser dis­cri­mi­na­do por moti­vo de ori­gen, raza, sexo, idio­ma, reli­gión, opi­nión, con­di­ción eco­nó­mi­ca o de cual­quie­ra otra índo­le.” (Cons­ti­tu­ción, art. 2º.2). Y esto quie­re decir que pue­den acce­der a los ser­vi­cios y bie­nes a los que todos tie­nen dere­cho, a los empleos pri­va­dos y públi­cos y a inte­grar los órga­nos de deci­sión del Esta­do, situa­ción que con­cuer­da con la razón de ser del régi­men peni­ten­cia­rio: la “reedu­ca­ción, reha­bi­li­ta­ción y rein­cor­po­ra­ción del pena­do a la socie­dad” (Cons­ti­tu­ción, art. 139º.22). Por lo tan­to, quien ya cum­plió su con­de­na pue­de rein­cor­po­rar­se a la socie­dad con la ple­ni­tud de dere­chos y obli­ga­cio­nes de todos; y no hay nin­gu­na nor­ma cons­ti­tu­cio­nal que los exclu­ya y dis­cri­mi­ne, y la ley no podría con­tra­riar estos principios.

Uno de mis lec­to­res me repro­chó hace algún tiem­po que en mis comen­ta­rios cita­ra a veces con pro­fu­sión las leyes apli­ca­bles a cada caso tra­ta­do. Le res­pon­dí que tenía que hacer­lo por mi ani­mus doc­tum et dicen­di (espí­ri­tu de ense­ñar y expo­ner), y por­que la demo­cra­cia y el Esta­do de Dere­cho se basan en el aca­ta­mien­to de las leyes, pues­to que, de lo con­tra­rio, se cae­ría en la arbi­tra­rie­dad, el deli­to y el caos. 

Es curio­so cons­ta­tar, en cam­bio, que los auto­res y cóm­pli­ces de cier­tos deli­tos, y en par­ti­cu­lar los de corrup­ción, estu­dian a fon­do las leyes que van a infrin­gir, bus­cán­do­les fisu­ras, vacíos o anfi­bo­lo­gías por los que sus abo­ga­dos pue­dan irrum­pir lue­go, como si fue­ran anchas carre­te­ras, a enfren­tar­se con los fis­ca­les y jue­ces si estos no for­man par­te de sus círcu­los. El poder mediá­ti­co pare­ce dis­po­ner para ellos de un códi­go dis­tin­to del que tie­ne para los polí­ti­cos andi­nos que han lle­ga­do al poder. Me vie­ne a la men­te el dicho anglo­sa­jón Honour among thie­ves (Honor entre ladro­nes) que es tam­bién el títu­lo de una nove­la de Jef­frey Archer.

FUENTE: Otra Mirada

Itu­rria /​Fuen­te

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