Sobre la tác­ti­ca de la lucha con­tra el impe­ria­lis­mo japonés

Después de haber examinado la situación, tanto de la contrarrevolución como de la revolución, nos resulta fácil definir las tareas tácticas del partido.

¿Cuál es la tarea táctica fundamental del partido? No es otra sino la de formar un amplio frente único nacional revolucionario.

Cuando la situación de la revolución cambia, hay que modificar de acuerdo con ello la táctica y los métodos de dirección de la revolución. La tarea que se plantean el imperialismo japonés y los colaboracionistas y vendepatrias es transformar a China en una colonia; la nuestra, en cambio, es hacer de China un país que goce de independencia, libertad e integridad territorial.

Conquistar la independencia y la libertad de China es una tarea grandiosa. Para ello es preciso hacer la guerra al imperialismo extranjero y a las fuerzas contrarrevolucionarias del país. El imperialismo japonés está resuelto a avanzar derecho y a golpes. En el interior, las fuerzas contrarrevolucionarias de la clase de los déspotas locales y shenshi malvados y de la burguesía compradora todavía son superiores a las fuerzas revolucionarias populares. La tarea de derrocar al imperialismo japonés y a las fuerzas contrarrevolucionarias chinas no puede cumplirse en uno o dos días; debemos estar preparados para empeñarnos en ella por largo tiempo. Tampoco puede cumplirse con fuerzas insignificantes; debemos acumular fuerzas poderosas. En China, así como en el resto del mundo, las fuerzas contrarrevolucionarias son más débiles que antes, en tanto que las fuerzas revolucionarias han crecido. Esta es una apreciación correcta, que muestra un lado de la cuestión. Pero, al mismo tiempo, debemos señalar que las fuerzas contrarrevolucionarias en China y en el resto del mundo son, por el momento, más potentes que las fuerzas revolucionarias. Ésta es también una apreciación correcta, que presenta el otro lado de la cuestión. La desigualdad del desarrollo político y económico de China da origen a la desigualdad del desarrollo de su revolución. Por regla general, la revolución comienza, se desarrolla y triunfa primero donde las fuerzas contrarrevolucionarias son relativamente débiles, mientras que allí donde éstas son poderosas, la revolución tarda en surgir o se desarrolla con suma lentitud. Tal ha sido, durante largo tiempo, el caso de la revolución china. Se puede prever que, en el futuro, la situación revolucionaria en su conjunto cobrará un mayor desarrollo en ciertas etapas, pero que seguirá existiendo la desigualdad. La transformación de esta desigualdad en uniformidad general aún requiere largo tiempo, ingentes esfuerzos y una correcta línea táctica del partido. La guerra revolucionaria dirigida por el Partido Comunista de la Unión Soviética1 terminó en tres años; en cuanto a la guerra revolucionaria dirigida por el Partido Comunista de China, que ha durado ya mucho, debemos estar preparados para consagrarle el tiempo necesario, a fin de acabar definitiva y completamente con las fuerzas contrarrevolucionarias interiores y exteriores. Una impaciencia excesiva, como la que se manifestó en el pasado, no llevaría a ninguna parte. Además, es preciso elaborar una buena táctica revolucionaria; jamás podremos realizar nada importante si seguimos dando vueltas dentro de un estrecho círculo. Esto no significa que en China las cosas sólo puedan hacerse con lentitud; hay que actuar con audacia e ímpetu, porque el peligro de subyugación nacional no permite que relajemos nuestros esfuerzos ni un solo minuto. Es indudable que, de ahora en adelante, la revolución se desarrollará mucho más rápido que antes, porque tanto China como el mundo se aproximan a un nuevo período de guerras y revoluciones. Con todo, la guerra revolucionaria de China seguirá siendo prolongada; esto lo determinan el poderío del imperialismo y el desarrollo desigual de la revolución. Hemos dicho que la situación actual se caracteriza por la inminencia de un nuevo auge de la revolución nacional y por que China se encuentra en vísperas de una nueva y gran revolución a escala nacional; ésta es una de las características de la actual situación revolucionaria. Este es un hecho, y muestra un lado de la cuestión. Ahora agregamos que el imperialismo tiene aún considerable fuerza, que la desigualdad del desarrollo de las fuerzas revolucionarias constituye un serio punto débil y que, a fin de derrotar a nuestros enemigos, debemos estar preparados para una guerra prolongada; ésta es otra característica de la actual situación revolucionaria. Éste es también un hecho, y muestra el otro lado de la cuestión. Ambas características, ambos hechos vienen a enseñarnos y nos urgen a modificar, en conformidad con la situación, nuestra táctica y nuestras maneras de disponer las fuerzas para el combate. La situación actual exige que renunciemos con audacia a la actitud de «puertas cerradas», formemos un amplio frente único y nos prevengamos contra el aventurerismo. No debemos precipitarnos a una batalla decisiva antes de que haya llegado la hora y contemos con fuerzas suficientes.

No hablaré aquí de la relación entre la actitud de «puertas cerradas» y el aventurerismo, ni de los peligros que pueda acarrear este último en el futuro, cuando los acontecimientos se desarrollen con gran amplitud; de eso podemos tratar más tarde. Por el momento, me limitaré a señalar que la táctica de frente único y la de «puertas cerradas» son diametralmente opuestas.

La primera implica reclutar grandes fuerzas a fin de cercar y aniquilar al enemigo.

La segunda, en cambio, implica abalanzarse solos a un combate desesperado contra un enemigo formidable.

Los partidarios de la primera sostienen que sin apreciar como es debido la posibilidad de que la tentativa del imperialismo japonés de convertir a China en una colonia altere la alineación de las fuerzas revolucionarias y contrarrevolucionarias en China, no podremos hacer una justa apreciación de la posibilidad de formar un amplio frente único nacional revolucionario. Sin apreciar corno es debido los puntos fuertes y los débiles de las fuerzas contrarrevolucionarias japonesas y chinas y de las fuerzas revolucionarias chinas, no seremos capaces de comprender bien la necesidad de organizar un amplio frente único nacional revolucionario, ni de tomar medidas enérgicas para poner fin a la actitud de «puertas cerradas», ni de utilizar el frente único como instrumento para organizar y agrupar a los millones y millones de hombres del pueblo así como a todas las fuerzas que puedan ser amigas de la revolución, a fin de lanzarnos al ataque contra nuestra zona central: el imperialismo japonés y sus lacayos, los vendepatrias chinos; tampoco seremos capaces de usar tal táctica como arma para disparar contra el blanco central que tenemos delante, sino que, por el contrario, dispersaremos el fuego de tal manera que nuestras balas, en lugar de alcanzar al enemigo principal, darán en los enemigos secundarios o incluso en aliados nuestros. Esto se llama incapacidad para determinar al enemigo principal y malgastar las municiones. Procediendo así, nos será imposible acorralar y aislar al enemigo. Procediendo así, nos será imposible atraer a nuestro lado a aquéllos que bajo coacción se hallan en el campo o el frente enemigos, a aquéllos que ayer eran enemigos nuestros, pero que hoy pueden ser amigos nuestros. Proceder así sería ayudar de hecho al enemigo y frenar, aislar y menoscabar a la revolución y hacerla declinar, e incluso conducirla a la derrota.

Los partidarios de la segunda, en cambio, dicen que todos estos argumentos son incorrectos. Las fuerzas de la revolución deben ser puras, absolutamente puras, y el camino de la revolución debe ser recto, absolutamente recto. Lo único correcto es lo registrado en los Cánones. La burguesía nacional en su totalidad es y será eternamente contrarrevolucionaria. No cabe ceder ni un solo paso ante los campesinos ricos. A los sindicatos amarillos hay que combatirlos a muerte. Si estrechamos la mano a Tsai Ting-kai, al hacerlo, debemos tratarle de contrarrevolucionario. ¿Hay gato que no guste del pescado o caudillo militar que no sea contrarrevolucionario? Los intelectuales son revolucionarios de tres días, y es peligroso reclutarlos. De ahí la conclusión: la actitud de «puertas cerradas» es la panacea, y el frente único, una táctica oportunista.

Camaradas, ¿qué es lo correcto: el frente único o la actitud de «puertas cerradas»? ¿Qué es lo aprobado por el marxismo-leninismo? Yo contesto tajantemente: el frente único, y no la actitud de «puertas cerradas». Un niño de tres años tiene muchas ideas correctas, pero no se le pueden confiar los serios asuntos del Estado o del mundo, porque no los entiende todavía. El marxismo-leninismo se opone a la «enfermedad infantil» en las filas revolucionarias, y es justamente esa «enfermedad infantil» lo que pregonan los testarudos partidarios de la táctica de «puertas cerradas». Igual que cualquier otra actividad en el mundo, la revolución sigue siempre un camino tortuoso, y nunca uno recto. Tal como todas las cosas del mundo, la alineación de las fuerzas revolucionarias y contrarrevolucionarias puede experimentar cambios. La nueva táctica del partido, la de formar un amplio frente único, tiene como punto de partida dos hechos fundamentales: por una parte, el imperialismo japonés está resuelto a convertir a toda China en una colonia suya, y, por la otra, existen aún graves debilidades en las fuerzas revolucionarias de China. Para atacar a las fuerzas contrarrevolucionarias, lo que hoy necesitan las fuerzas revolucionarias es organizar a los millones y millones de hombres de las masas populares y poner en acción un gigantesco ejército revolucionario. Es una verdad evidente para todos que sólo una fuerza de tal magnitud estará en condiciones de aplastar al imperialismo japonés y a los colaboracionistas y vendepatrias. Por consiguiente, sólo la táctica de frente único es marxista-leninista. En cambio, la táctica de «puertas cerradas» es la del «aislamiento imperial». La actitud de «puertas cerradas» «empuja los peces hacia las aguas profundas y los pájaros hacia el bosque»; ella empujará a los «millones y millones de hombres de las masas populares», a ese «gigantesco ejército», hacia el bando del enemigo, ganándose así el aplauso de éste. En la práctica, la actitud de «puertas cerradas» sirve lealmente al imperialismo japonés y a los colaboracionistas y vendepatrias. Lo que sus partidarios llaman «puro» y «recto» es lo que el marxismo-leninismo condena a bofetadas y lo que el imperialismo japonés elogia. Rechazamos categóricamente la actitud de «puertas cerradas»; lo que queremos es un frente único nacional revolucionario, que ha de asestar un golpe mortal al imperialismo japonés y a los colaboracionistas y vendepatrias.

  1. Se trata de la guerra sostenida por el pueblo soviético entre 1918 y 1920 contra la intervención armada de Inglaterra, Estados Unidos, Francia Japón, Polonia y otros países imperialistas, y para aplastar la rebelión de los guardias blancos.

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