El mar­xis­mo y los movi­mien­tos nacionalistas

Que­da otro fac­tor: el pro­le­ta­ria­do. Esta cla­se, por su natu­ra­le­za y por la misión que la his­to­ria le reser­va, está lla­ma­da a rea­li­zar lo que ni la gran bur­gue­sía ni la peque­ña son capa­ces de hacer: la revo­lu­ción demo­crá­ti­co­bur­gue­sa. Sólo él pue­de, por con­si­guien­te, resol­ver radi­cal­men­te el pro­ble­ma nacio­nal. Pero para ello es pre­ci­so que adop­te una acti­tud cla­ra y defi­ni­da ante él. La tra­di­ción del mar­xis­mo le seña­la, en este sen­ti­do, una orien­ta­ción precisa.

Marx y Engels sub­ra­ya­ron repe­ti­da­men­te el papel pro­gre­si­vo de los movi­mien­tos de eman­ci­pa­ción nacio­nal y, muy par­ti­cu­lar­men­te, la inmen­sa impor­tan­cia revo­lu­cio­na­ria de la lucha de Polo­nia e Irlan­da. La indi­fe­ren­cia ante esos movi­mien­tos repre­sen­ta­ba, a su jui­cio, un apo­yo direc­to al cho­vi­nis­mo opre­sor, fuen­te del poder de cla­se de la bur­gue­sía de la nación domi­nan­te. Por esto — afir­ma­ba Marx —, «la vic­to­ria del pro­le­ta­ria­do sobre la bur­gue­sía es al mis­mo tiem­po la vic­to­ria sobre las riva­li­da­des nacio­na­les que actual­men­te opo­nen a unos pue­blos con­tra otros. La vic­to­ria del pro­le­ta­ria­do sobre la bur­gue­sía es al mis­mo tiem­po la señal de la eman­ci­pa­ción de todas las nacio­nes oprimidas».

En la Inter­na­cio­nal Socia­lis­ta de antes de la gue­rra la cues­tión nacio­nal fue obje­to de vivos y apa­sio­na­dos deba­tes. El con­gre­so de Lon­dres de 1896 con­cre­tó en una reso­lu­ción el cri­te­rio de la mayo­ría de la social­de­mo­cra­cia. «El Con­gre­so se pro­nun­cia —decía la men­cio­na­da reso­lu­ción— por el dere­cho abso­lu­to de todas las nacio­nes a dis­po­ner de sus des­ti­nos y expre­sa su sim­pa­tía por los obre­ros de todos los paí­ses que sufren actual­men­te el yugo del abso­lu­tis­mo mili­tar o nacio­nal. El con­gre­so invi­ta a los obre­ros de todos estos paí­ses a entrar en las filas de los obre­ros cons­cien­tes de todo el mun­do, a fin de luchar jun­to con ellos por la supre­sión del capi­ta­lis­mo inter­na­cio­nal y la rea­li­za­ción de los obje­ti­vos per­se­gui­dos por la social­de­mo­cra­cia.» El con­gre­so, al adop­tar este pun­to de vis­ta, recha­zó, tan­to el de los socia­lis­tas pola­cos del RPS, que pre­co­ni­za­ban la inclu­sión de la inde­pen­den­cia de Polo­nia en el pro­gra­ma de la Inter­na­cio­nal, como el de Rosa Luxem­burg, que con­si­de­ra­ba que la social­de­mo­cra­cia nada tenía que ver con la cues­tión nacio­nal. Esa posi­ción fue la que fun­da­men­tal­men­te sos­tu­vie­ron la mayo­ría del ala izquier­da de la Inter­na­cio­nal y, muy par­ti­cu­lar­men­te, los bol­che­vi­ques rusos, que la lle­va­ron has­ta sus últi­mas con­se­cuen­cias con un infle­xi­ble rigor lógico.

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