La con­di­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra en India

Dos hechos echa­ron por tie­rra la apa­ren­te cal­ma de la India con­tem­po­rá­nea. En pri­mer lugar, el COVID-19 expu­so el soca­va­mien­to por déca­das del sis­te­ma de salud indio y la abso­lu­ta incom­pe­ten­cia de un gobierno fede­ral más dis­pues­to a pedir a la pobla­ción que gol­pea­ra ollas antes que ofre­cer un lide­raz­go cal­ma­do y con base cien­tí­fi­ca. En segun­do lugar, el cam­pe­si­na­do y peque­ños agri­cul­to­res man­tu­vie­ron por todo un año, duran­te la pan­de­mia, una pro­tes­ta con­tra tres leyes fede­ra­les que ame­na­za­ban la exis­ten­cia de la peque­ña agri­cul­tu­ra en la India. Su pro­tes­ta, que reci­bió el apo­yo de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y de amplios sec­to­res de la cla­se media, logró impo­ner­se a un gobierno que no tie­ne por cos­tum­bre retroceder.

Las teo­rías que ema­nan del gobierno y de think tanks que han cre­ci­do para eclip­sar el rol demo­crá­ti­co de las uni­ver­si­da­des públi­cas no pudie­ron expli­car ni el impac­to del virus ni la resi­lien­cia polí­ti­ca de las y los cam­pe­si­nos y peque­ños agri­cul­to­res. La facha­da de sus bellas teo­rías se res­que­bra­jó para mos­trar una cru­da his­to­ria de ava­ri­cia. Fra­ses como «libe­ra­li­za­ción del mer­ca­do labo­ral» y «libe­ra­li­za­ción del comer­cio» no pro­du­je­ron una socie­dad efi­cien­te y moder­na. Por el con­tra­rio, déca­das de recor­tes al sis­te­ma públi­co de salud, el uso de «volun­ta­rios» mal paga­dos para pro­por­cio­nar cui­da­dos duran­te la pan­de­mia, y la pro­mo­ción de ideas no cien­tí­fi­cas por par­te de auto­ri­da­des elec­tas tuvo como resul­ta­do un enor­me núme­ro de víc­ti­mas mor­ta­les por COVID-19. Mien­tras tan­to, estas fra­ses, saca­das de manua­les de teo­ría neo­li­be­ral, pro­por­cio­na­ron la tapa­de­ra inte­lec­tual para entre­gar el con­trol de los mer­ca­dos de mate­rias pri­mas agrí­co­las a gran­des cor­po­ra­cio­nes, muchas de ellas con estre­chos lazos con el par­ti­do gobernante.

Las grie­tas de esta facha­da arro­ja­ron luz sobre el impac­to anti­so­cial de la era neo­li­be­ral en India, que comen­zó en 1991. Esta luz bri­lló con fuer­za, negán­do­se a ser ate­nua­da por los con­glo­me­ra­dos de medios y los «hom­bres san­tos», que comen­za­ron a ala­bar al gobierno por pre­ve­nir aún más muer­tes. Esta luz bri­lló y caló en las con­cien­cias de las masas, aun­que no se tra­du­je­ra en ganan­cias elec­to­ra­les inme­dia­tas para los par­ti­dos de oposición.

En junio de 2021, el Ins­ti­tu­to Tri­con­ti­nen­tal de Inves­ti­ga­ción Social publi­có su aná­li­sis de la pro­tes­ta del cam­pe­si­na­do en el dos­sier no. 41, La revuel­ta cam­pe­si­na en India. Ese docu­men­to plan­teó una com­pren­sión de cómo la polí­ti­ca neo­li­be­ral ha soca­va­do a los peque­ños agri­cul­to­res y cam­pe­si­nos sin tie­rra de la India, aumen­tan­do la des­igual­dad y la mise­ria en el cam­po. Este nue­vo dos­sier, La con­di­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra en India, plan­tea un aná­li­sis amplio de las con­di­cio­nes de vida y tra­ba­jo de la amplia y diver­sa cla­se tra­ba­ja­do­ra en India.

El con­fi­na­mien­to

El 24 de mar­zo de 2020, el pri­mer minis­tro de India, Naren­dra Modi, anun­ció sin pre­vio avi­so un «con­fi­na­mien­to total» de los 1.400 millo­nes de habi­tan­tes del país. Las peque­ñas y media­nas empre­sas, que emplean a la mayo­ría de la fuer­za de tra­ba­jo, baja­ron sus per­sia­nas. Debi­do al con­fi­na­mien­to, al menos 120 millo­nes de tra­ba­ja­do­res y tra­ba­ja­do­ras per­die­ron su empleo, lo que repre­sen­ta al 45% de la mano de obra no agrí­co­la del país. Los emplea­do­res no tenían nin­gu­na obli­ga­ción moral ni legal de pagar a sus tra­ba­ja­do­res, muchos de los cua­les ni siquie­ra cobra­ron sus sala­rios atra­sa­dos. Algu­nos tra­ba­ja­do­res solo tenían a mano comi­da para unos pocos días, mien­tras que otros se encon­tra­ron sin nada de comi­da ni dine­ro, y muchos fue­ron expul­sa­dos de las fave­las don­de vivían. Ante la pre­sión públi­ca y la posi­bi­li­dad de que cien­tos de millo­nes de per­so­nas murie­ran de ham­bre por este con­fi­na­mien­to sin pla­ni­fi­ca­ción, el gobierno anun­ció un magro paque­te de ayu­das el 26 de mar­zo, que ascen­día a menos del 1% del pro­duc­to interno bru­to de India.

El con­fi­na­mien­to demos­tró la fra­gi­li­dad de la cla­se tra­ba­ja­do­ra en India: bas­tó solo un peque­ño empu­jón para arro­jar a amplios sec­to­res a una situa­ción de ham­bre e indi­gen­cia. Las y los tra­ba­ja­do­res en las ciu­da­des, casi todos emi­gran­tes de aldeas y pue­blos leja­nos, no con­ta­ban con nin­gún apo­yo sig­ni­fi­ca­ti­vo del gobierno, ni con la segu­ri­dad de las redes fami­lia­res y comu­ni­ta­rias (Tri­con­ti­nen­tal, mayo 2020).

Dece­nas de millo­nes de tra­ba­ja­do­res migran­tes deses­pe­ra­dos desa­fia­ron el toque de que­da y cami­na­ron miles de kiló­me­tros has­ta sus pue­blos de ori­gen. Para ellos y ellas, las aldeas y pue­blos repre­sen­ta­ban refu­gio, segu­ri­dad y algu­na for­ma de dig­ni­dad. Algu­nas per­so­nas se agol­pa­ron en las esta­cio­nes de ferro­ca­rril y auto­bu­ses en bus­ca de trans­por­te, mien­tras otras toma­ron las carre­te­ras nacio­na­les a pie. Otros millo­nes de tra­ba­ja­do­res, inclu­yen­do aque­llos cuyas aldeas y pue­blos esta­ban dema­sia­do lejos como para atre­ver­se a empren­der el via­je, per­ma­ne­cie­ron en las ciu­da­des y depen­die­ron de la ama­bi­li­dad de extra­ños. Sin­di­ca­tos, par­ti­dos polí­ti­cos de izquier­da, per­so­nas asa­la­ria­das (prin­ci­pal­men­te de la ban­ca y de tec­no­lo­gías de inter­net) y gen­te sen­si­ble rápi­da­men­te for­ma­ron gru­pos para ofre­cer comi­da y agua a las y los tra­ba­ja­do­res y ayu­dar­les a vol­ver a sus pue­blos. La reac­ción del Esta­do fue deci­do­ra: la poli­cía detu­vo a las y los tra­ba­ja­do­res en los lími­tes entre esta­dos, les roció clo­ro indus­trial con caño­nes de agua, supues­ta­men­te para desin­fec­tar­los, con­fis­có sus bici­cle­tas y los gol­peó por vio­lar el toque de que­da. Nin­gu­na empre­sa dio un paso al fren­te para res­pon­sa­bi­li­zar­se por el bien­es­tar de las per­so­nas tra­ba­ja­do­ras, con una acti­tud tan insen­si­ble como la del gobierno.

Atra­pa­dos en las ciu­da­des, cien­tos de millo­nes de tra­ba­ja­do­res tuvie­ron que enfren­tar la pan­de­mia en las peo­res con­di­cio­nes posi­bles. Casi la mitad de la pobla­ción urba­na y la mayo­ría de la cla­se tra­ba­ja­do­ra urba­na vive en barrios mar­gi­na­les, don­de el aire es féti­do y el entorno es pobrí­si­mo. La luz ape­nas pene­tra las estre­chas cajas de ladri­llos y barra­cas cons­trui­das abi­ga­rra­da­men­te, solo unos pocos cen­tí­me­tros sepa­ran una vivien­da de la otra. Las fami­lias se haci­nan en habi­ta­cio­nes estre­chas, don­de la pri­va­ci­dad y el espa­cio para res­pi­rar son aje­nos. Las y los tra­ba­ja­do­res migran­tes se api­lan uno enci­ma del otro con sus esca­sas per­te­nen­cias en cuar­tos indi­vi­dua­les. En la mayo­ría de estas fave­las, que no tie­nen sis­te­mas de dre­na­je ade­cua­dos, los alre­de­do­res se con­vier­ten en retre­tes. La catás­tro­fe social es difí­cil de des­cri­bir: las per­so­nas caen en fosas sép­ti­cas colap­sa­das, aho­gán­do­se en inmun­di­cia; las bom­bo­nas de gas, la prin­ci­pal for­ma de ener­gía para coci­nar, explo­tan por­que su pro­duc­ción en la prác­ti­ca no está regu­la­da; los barrios se con­vier­ten en pan­ta­nos duran­te las fuer­tes llu­vias del mon­zón, don­de la disen­te­ría, el den­gue, la mala­ria y la tifoi­dea se espar­cen a rien­da suel­ta. La pan­de­mia fue una car­ga más para las y los tra­ba­ja­do­res. Con­fi­na­dos en tugu­rios claus­tro­fó­bi­cos, don­de el dis­tan­cia­mien­to social es impo­si­ble, vie­ron cómo el virus arra­sa­ba sus comu­ni­da­des. Ojos que no ven, cora­zón que no sien­te, esa fue la acti­tud del gobierno y de la éli­te india.

La mag­ni­tud del terror invo­ca­do por el COVID-19 no podía ocul­tar­se. Se vie­ron cadá­ve­res de per­so­nas tra­ba­ja­do­ras pobres flo­tan­do corrien­te aba­jo por el río Gan­ges y amon­to­nán­do­se en cre­ma­to­rios y cemen­te­rios en todo el país. El gobierno comen­zó a ocul­tar las cifras, sub­es­ti­man­do a las per­so­nas afec­ta­das a pesar de la cla­ra evi­den­cia y del cono­ci­mien­to de pri­me­ra mano de las altas tasas de infec­ción y muer­te en las zonas popu­la­res. Un gobierno que había diri­gi­do el des­man­te­la­mien­to del sis­te­ma públi­co de salud y que entre­gó la indus­tria far­ma­céu­ti­ca al sec­tor pri­va­do, pare­cía cier­ta­men­te más preo­cu­pa­do por la salud del «mer­ca­do» y de los mul­ti­mi­llo­na­rios que por la salud de las y los trabajadores.

Dos empre­sas far­ma­céu­ti­cas indias tenían el duo­po­lio de las vacu­nas de COVID-19 en el país. Inclu­so cuan­do la pan­de­mia esta­ba fue­ra de con­trol, el gobierno pos­ter­gó la incor­po­ra­ción de las más que capa­ces empre­sas del sec­tor públi­co para aumen­tar la pro­duc­ción de vacu­nas. Dado que una de las vacu­nas fue desa­rro­lla­da por ins­ti­tu­tos de inves­ti­ga­ción del gobierno, se podría haber encar­ga­do fácil­men­te al sec­tor públi­co con la tarea de ace­le­rar la pro­duc­ción y sumi­nis­tro de vacu­nas. Pero lo que era cla­ra­men­te mejor para el públi­co no lo era para el capi­tal. En lugar de inter­ve­nir en la peor cri­sis de salud públi­ca de la his­to­ria del país, el gobierno de Modi se man­tu­vo al mar­gen mien­tras las empre­sas pri­va­das obte­nían enor­mes ganan­cias y des­cui­da­ban la vacu­na­ción de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. Una de las dos empre­sas logró ganan­cias de has­ta 2.000 % por una sola dosis, mien­tras que la otra lle­gó has­ta 4.000% (Rama­ku­mar, 2011). De mar­zo de 2020 a mar­zo de 2022, las ganan­cias de las gran­des empre­sas de la India se dupli­ca­ron, al igual que la rique­za de los mul­ti­mi­llo­na­rios (Vyas, 2022).

Las y los tra­ba­ja­do­res en la era ante­rior a la liberalización

En 1944, cua­tro años antes de que los impe­ria­lis­tas bri­tá­ni­cos fue­ran expul­sa­dos de la India, un gru­po de capi­ta­lis­tas indios redac­tó un tex­to lla­ma­do el Plan de Bom­bay. Estos capi­ta­lis­tas reco­no­cían que, en una India inde­pen­dien­te, el sec­tor indus­trial reque­ri­ría pro­tec­ción de la com­pe­ten­cia inter­na­cio­nal y recur­sos para pros­pe­rar. Esta teo­ría pro­tec­cio­nis­ta se deno­mi­na la tesis de la «indus­tria nacien­te». Basán­do­se en el Plan de Bom­bay, el nue­vo Esta­do indio desa­rro­lló una polí­ti­ca indus­trial (1948), esta­ble­ció una comi­sión de pla­ni­fi­ca­ción (1950), ela­bo­ró el pri­mer Plan Quin­que­nal (1951−1956), apro­bó la Reso­lu­ción sobre Polí­ti­ca Indus­trial (1956) y la Ley de Mono­po­lios y Prác­ti­cas Comer­cia­les Res­tric­ti­vas (1969). La polí­ti­ca del nue­vo gobierno indio —ela­bo­ra­da jun­to con indus­tria­les del sec­tor pri­va­do — con­sis­tía en reser­var cier­tas áreas para el sec­tor pri­va­do y garan­ti­zar que nin­gún con­glo­me­ra­do pri­va­do pudie­ra domi­nar nin­gún sec­tor. No obs­tan­te, no hubo demo­cra­ti­za­ción de la eco­no­mía median­te refor­mas agra­rias o con­ce­sión de dere­chos a las y los tra­ba­ja­do­res, lo que per­mi­tió a la bur­gue­sía bene­fi­ciar­se enor­me­men­te en los pri­me­ros años tras la inde­pen­den­cia. En 1960, el pri­mer minis­tro Jawahar­lal Neh­ru admi­tió que las polí­ti­cas de su gobierno habían inten­si­fi­ca­do la des­igual­dad social:

Un gran núme­ro de per­so­nas no han par­ti­ci­pa­do [del aumen­to de la rique­za del país] y viven sin satis­fa­cer sus nece­si­da­des bási­cas. Por otro lado, se pue­de ver un gru­po peque­ño de per­so­nas real­men­te aco­mo­da­das. Han esta­ble­ci­do una socie­dad aco­mo­da­da para sí mis­mas, aun­que la India en su con­jun­to esté lejos de ello (…) creo que la nue­va rique­za flu­ye en una direc­ción en par­ti­cu­lar y no se dis­tri­bu­ye ade­cua­da­men­te (Gobierno de la India, 1961: 49 – 50).

A dife­ren­cia de los paí­ses socia­lis­tas, el sec­tor públi­co en India se creó con un obje­ti­vo limi­ta­do: faci­li­tar el cre­ci­mien­to y la acu­mu­la­ción del sec­tor pri­va­do. La razón de ser del sec­tor públi­co no era maxi­mi­zar ganan­cias, sino pro­por­cio­nar un eco­sis­te­ma sos­te­ni­ble para la indus­tria pri­va­da; de ahí las inver­sio­nes en infra­es­truc­tu­ra e insu­mos como maqui­na­ria pesa­da y ace­ro, que en ausen­cia del sec­tor públi­co habrían teni­do que impor­tar­se de los paí­ses occi­den­ta­les a cos­tos muy elevados. 

Los fuer­tes movi­mien­tos de tra­ba­ja­do­res y tra­ba­ja­do­ras lucha­ron por crear sin­di­ca­tos cla­ve que inter­vi­nie­ron para garan­ti­zar que la legis­la­ción rela­ti­va a las horas de tra­ba­jo, los sala­rios, las pres­ta­cio­nes y la nego­cia­ción colec­ti­va se apli­ca­ra, se for­ta­le­cie­ra y se amplia­ra para incluir a una par­te cada vez mayor de la fuer­za de tra­ba­jo. Hay tres razo­nes por las cua­les los tra­ba­ja­do­res del sec­tor públi­co con­si­guie­ron estos logros: en pri­mer lugar, por­que la natu­ra­le­za inten­si­va en capi­tal del sec­tor públi­co y la sub­se­cuen­te con­cen­tra­ción de tra­ba­ja­do­res en gran­des fábri­cas per­mi­tie­ron que las huel­gas inflin­gie­ran un rápi­do daño a las ganan­cias; en segun­do lugar, por­que una pobla­ción en gran medi­da poco edu­ca­da y mal ali­men­ta­da sig­ni­fi­ca­ba que no siem­pre se dis­po­nía del ejér­ci­to de reser­va de mano de obra para debi­li­tar la posi­ción de los tra­ba­ja­do­res cali­fi­ca­dos del sec­tor públi­co; y en ter­cer lugar, por­que la tra­di­ción de lucha y la cul­tu­ra sin­di­cal que se desa­rro­lló en estas fábri­cas per­mi­tió que los tra­ba­ja­do­res del sec­tor públi­co desa­rro­lla­ran altos nive­les de con­cien­cia de cla­se. Sin embar­go, la res­tric­ción del sec­tor públi­co a la indus­tria inten­si­va en capi­tal y el núme­ro pro­por­cio­nal­men­te peque­ño de sus tra­ba­ja­do­res en la pobla­ción acti­va hicie­ron que solo un peque­ño seg­men­to de la cla­se tra­ba­ja­do­ra pudie­ra acce­der a estos dere­chos. No obs­tan­te, los dere­chos de las y los tra­ba­ja­do­res del sec­tor públi­co mar­ca­ron un hito para el res­to de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, que luchó a su lado para exten­der la legis­la­ción labo­ral a toda la clase.

Este dato es sig­ni­fi­ca­ti­vo dado que en India el 83% de la mano de obra per­te­ne­ce al sec­tor infor­mal, for­ma­do por una mul­ti­tud de peque­ñas empre­sas no cons­ti­tui­das jun­to con tra­ba­jo den­tro de los hoga­res y tra­ba­jo pre­ca­rio. Inclu­so en el sec­tor for­mal, un por­cen­ta­je sig­ni­fi­ca­ti­vo del empleo es de natu­ra­le­za infor­mal (como el tra­ba­jo sub­con­tra­ta­do), lo que ele­va el total de tra­ba­ja­do­res emplea­dos infor­mal­men­te a más del 90% de la pobla­ción acti­va (Gobierno de la India, 2021). Para estos tra­ba­ja­do­res y tra­ba­ja­do­ras, las leyes y los dere­chos son una fan­ta­sía: la mayo­ría ni siquie­ra gana el sala­rio míni­mo, a pesar de que está fija­do ape­nas por enci­ma de los nive­les de ham­bre. Debi­do a la fal­ta de pro­tec­ción, se ven obli­ga­dos a fir­mar con­tra­tos irre­gu­la­res y esta­cio­na­les, inclui­dos con­tra­tos por jor­na­da, que los pri­van de fuen­tes de ingre­so fia­bles. La natu­ra­le­za infor­mal y no regu­la­da del tra­ba­jo ha sig­ni­fi­ca­do que —inclu­so antes de la libe­ra­li­za­ción— la sin­di­ca­li­za­ción haya sido duran­te mucho tiem­po aje­na a estos tra­ba­ja­do­res. Solo en los esta­dos en los que la izquier­da está o ha esta­do en el poder —como Kera­la, Tri­pu­ra y Ben­ga­la Occi­den­tal— las y los tra­ba­ja­do­res han podi­do con­se­guir una legis­la­ción que ha mejo­ra­do sus con­di­cio­nes de tra­ba­jo y les ha per­mi­ti­do sin­di­ca­li­zar­se. En estos esta­dos, la cla­se tra­ba­ja­do­ra ha teni­do una mayor par­ti­ci­pa­ción en los ingresos.

La refor­ma del mer­ca­do labo­ral des­de 1991

En 1991, el gobierno indio fir­mó un acuer­do con el Fon­do Mone­ta­rio Inter­na­cio­nal para libe­ra­li­zar la eco­no­mía a cam­bio de ayu­da finan­cie­ra a cor­to pla­zo. Esto incluía el com­pro­mi­so del gobierno de «refor­mar» el mer­ca­do labo­ral y abrir aún más la eco­no­mía india, par­cial­men­te pro­te­gi­da, al capi­tal extran­je­ro. La era del Plan de Bom­bay había terminado.

India era atrac­ti­va para el capi­tal extran­je­ro no solo por el tama­ño de su mer­ca­do interno, sino tam­bién por su gran reser­va de tra­ba­ja­do­res, a quie­nes se paga­ban sala­rios cri­mi­nal­men­te bajos. A lo lar­go de los años trans­cu­rri­dos des­de la inde­pen­den­cia, las y los tra­ba­ja­do­res per­ma­ne­cie­ron mal paga­dos y mal ali­men­ta­dos, pero se pro­du­jo un cam­bio sig­ni­fi­ca­ti­vo: una gran par­te se había alfa­be­ti­za­do. Esta mano de obra más ambi­cio­sa y téc­ni­ca­men­te más cua­li­fi­ca­da sur­gió en la déca­da de 1980 y con­ti­nuó expan­dién­do­se gra­cias a la inver­sión del gobierno en for­ma­ción téc­ni­ca y voca­cio­nal, la lucha por mayo­res opor­tu­ni­da­des edu­ca­ti­vas para la niñez y la trans­for­ma­ción agra­ria que pro­du­jo nue­vas aspi­ra­cio­nes entre hijas e hijos de cam­pe­si­nos y peque­ños agri­cul­to­res. Sin embar­go, no hubo expan­sión del empleo para dar­les cabi­da. Fue este gran ejér­ci­to de mano de obra mal ali­men­ta­da y mal paga­da, acos­tum­bra­da a tra­ba­jar en lo que pro­ba­ble­men­te sean algu­nas de las peo­res con­di­cio­nes labo­ra­les del mun­do, pero aho­ra con nue­vas aspi­ra­cio­nes y alfa­be­ti­za­da, el que espe­ra­ba la explo­ta­ción del capi­tal inter­na­cio­nal en vís­pe­ras de la liberalización.

El sec­tor empre­sa­rial impul­só una cam­pa­ña mediá­ti­ca de amplio espec­tro con­tra los tra­ba­ja­do­res, argu­men­tan­do que creían tener más dere­chos de los que tenían, que eran pere­zo­sos y que se reque­ría «fle­xi­bi­li­dad» en esta nue­va era de glo­ba­li­za­ción. Muchas ins­ti­tu­cio­nes aca­dé­mi­cas y polí­ti­cas se subie­ron al carro para defen­der la «fle­xi­bi­li­dad del mer­ca­do labo­ral». La orien­ta­ción gene­ral de este argu­men­to es que la mano de obra debe tra­ba­jar al anto­jo del capi­tal, que no debe estar «cau­ti­va» de regu­la­cio­nes sobre empleo y sala­rios y que se debe per­mi­tir pagar sala­rios de acuer­do al sim­ple prin­ci­pio de la ofer­ta y la deman­da, sin influen­cia de nin­gu­na res­pon­sa­bi­li­dad de man­te­ner el nivel de vida de quie­nes tra­ba­jan. Tal esce­na­rio —a pesar del cos­to social para las y los tra­ba­ja­do­res — atrae­ría la inver­sión extran­je­ra, argu­men­ta­ron, lo que supues­ta­men­te ele­va­ría el nivel tec­no­ló­gi­co gene­ral de la indus­tria y aumen­ta­ría aún más la pro­duc­ti­vi­dad labo­ral, con la con­se­cuen­cia de aumen­tar tan­to las tasas de cre­ci­mien­to como los nive­les sala­ria­les a lar­go plazo.

Dos impe­di­men­tos se inter­po­nían en este camino dora­do hacia el cre­ci­mien­to: los sin­di­ca­tos del sec­tor públi­co, que seguían resis­tién­do­se a la doc­tri­na de la «fle­xi­bi­li­dad», y la exis­ten­cia de leyes labo­ra­les. Un ejem­plo ilus­tra­ti­vo de la resis­ten­cia de los sin­di­ca­tos es la lucha en la side­rúr­gi­ca de Visakha­pat­nam, lide­ra­da por los tra­ba­ja­do­res y a la que se unió el pue­blo, que jun­tos han dete­ni­do múl­ti­ples inten­tos de pri­va­ti­za­ción en el trans­cur­so de una déca­da (Tri­con­ti­nen­tal, 2022). Fren­te a los desa­fíos de los sin­di­ca­tos, el gobierno avan­zó hacia una solu­ción inte­gral: no luchar con­tra los sin­di­ca­tos fábri­ca por fábri­ca, sino cam­biar la ley a su favor, asis­ti­do por un poder judi­cial ali­nea­do con la agen­da neo­li­be­ral des­de 1991. En los pri­me­ros años de la libe­ra­li­za­ción, la Cor­te Supre­ma sen­ten­ció que los tra­ba­ja­do­res con­tra­ta­dos de Air India podían con­ver­tir­se en tra­ba­ja­do­res fijos en deter­mi­na­dos casos. Pero en 2001, la Cor­te revir­tió esta sen­ten­cia lue­go de una ape­la­ción de la Auto­ri­dad Side­rúr­gi­ca de India y otras empre­sas del sec­tor públi­co, anu­lan­do así los logros que los tra­ba­ja­do­res habían con­se­gui­do duran­te déca­das de lucha.

Este ata­que con­tra los tra­ba­ja­do­res sub­con­tra­ta­dos se pro­du­jo para­le­la­men­te a otros con­flic­tos labo­ra­les, como un inten­to con­cer­ta­do de prohi­bir las huel­gas. El 6 de agos­to de 2003, la Cor­te Supre­ma falló a favor del des­pi­do de 170.000 emplea­dos del gobierno del esta­do de Tamil Nadu sobre la base de que habían rea­li­za­do una «huel­ga ile­gal». Solo si los tra­ba­ja­do­res ofre­cían una dis­cul­pa incon­di­cio­nal, dijo la Cor­te Supre­ma, el gobierno ten­dría que vol­ver a con­tra­tar­los. La Cor­te Supre­ma con­clu­yó que «no cabe duda de que [los fun­cio­na­rios] no tie­nen nin­gún dere­cho fun­da­men­tal, legal o equi­ta­ti­vo a ir a la huel­ga», ade­más de afir­mar que los sin­di­ca­tos no tie­nen «un dere­cho garan­ti­za­do a la nego­cia­ción colec­ti­va efec­ti­va o a la huel­ga» y que «nin­gún par­ti­do u orga­ni­za­ción polí­ti­ca pue­de pre­ten­der que tie­ne dere­cho a para­li­zar la indus­tria y el comer­cio en todo el esta­do, y que tie­ne dere­cho a impe­dir que la ciu­da­da­nía que no sim­pa­ti­za con sus pun­tos de vis­ta ejer­zan sus dere­chos fun­da­men­ta­les o cum­plan sus obli­ga­cio­nes en su pro­pio bene­fi­cio o para bene­fi­cio del esta­do o de la nación» (Ran­ga­ra­jan con­tra el Gobierno de Tamil Nadu y otros). Esta sen­ten­cia no solo iba en con­tra de las leyes indias, sino que tam­bién vio­la­ba una serie de con­ve­nios de la Orga­ni­za­ción Inter­na­cio­nal del Tra­ba­jo que el gobierno indio había fir­ma­do a lo lar­go de los años.

En el trans­cur­so de las últi­mas déca­das, se ha pro­du­ci­do un cam­bio en el enfo­que de la Cor­te Supre­ma acer­ca de las dispu­tas entre tra­ba­ja­do­res y la direc­ción, así como el dere­cho de la cla­se tra­ba­ja­do­ra a pro­tes­tar colec­ti­va­men­te y hacer huel­ga, un cam­bio que favo­re­ce los prin­ci­pios del mer­ca­do y la invio­la­bi­li­dad del con­tra­to. Los pare­ce­res del Poder Judi­cial han per­mi­ti­do que el capi­tal empren­da una cam­pa­ña des­pia­da­da con­tra las y los tra­ba­ja­do­res, pero esto no ha impe­di­do que estos con­tra­ata­quen, como demues­tran las luchas des­de la fábri­ca Maru­ti Suzu­ki en Mane­sar (Har­ya­na) y la fábri­ca Vol­vo Buses en Hos­ko­te (Kar­na­ta­ka), has­ta las luchas de las tra­ba­ja­do­ras de las angan­wa­di [guar­de­rías] en Guja­rat y las tra­ba­ja­do­ras ASHA (sigla de Accre­di­ted Social Health Acti­vist) [Acti­vis­ta social sani­ta­ria acre­di­ta­da] en Punjab.

Sin embar­go, los inten­tos de las y los tra­ba­ja­do­res de crear sin­di­ca­tos se han tra­ta­do como accio­nes delic­ti­vas. Como dijo el direc­tor eje­cu­ti­vo de ges­tión de Maru­ti Suzu­ki, S. Y. Sid­di­qui, en junio de 2011: «El pro­ble­ma en Mane­sar no es de rela­cio­nes indus­tria­les. El pro­ble­ma en Mane­sar no es de rela­cio­nes labo­ra­les. Es una cues­tión de delin­cuen­cia y mili­tan­cia». Es más, dijo, la empre­sa «no tole­ra­ría nin­gu­na afi­lia­ción exter­na del sin­di­ca­to», advir­tien­do a los tra­ba­ja­do­res sin­di­ca­li­za­dos que cual­quier inten­to por encon­trar alia­dos polí­ti­cos entre las fede­ra­cio­nes sin­di­ca­les nacio­na­les para ayu­dar­los en su inci­pien­te lucha se encon­tra­ría con repre­sa­lias por par­te de la empre­sa (Prashad, 2015: 218). Ante las con­ti­nuas huel­gas, el gobierno ha recu­rri­do a la legis­la­ción anti­te­rro­ris­ta para dete­ner a los tra­ba­ja­do­res y some­ter su dere­cho a la huel­ga. Por ejem­plo, en 2017, cuan­do las y los tra­ba­ja­do­res con­tra­ta­dos por Relian­ce Energy se sin­di­ca­li­za­ron y se decla­ra­ron en huel­ga por pocas horas exi­gien­do una indem­ni­za­ción por la muer­te de un tra­ba­ja­dor, cin­co de ellos fue­ron dete­ni­dos y acu­sa­dos de terro­ris­mo (Pun­wa­ni, 2021). Ade­más, la vio­len­cia con­tra los líde­res sin­di­ca­les a lo lar­go del tra­mo Gur­gaon-Mane­sar-Dha­ruhe­ra-Rewa­ri en el nor­te de la India se repli­ca en la fran­ja Coim­ba­to­re-Chen­nai, en el sur. La vio­len­cia inma­nen­te en estas dos zonas des­em­bo­có en accio­nes de indus­tria­les que se sal­da­ron con la muer­tes de tra­ba­ja­do­res, como el ase­si­na­to en 2012 de Awa­nish Kumar Dev en la plan­ta de Maru­ti Suzu­ki, y en 2009, el de Roy Geor­ge de Pri­col Limi­ted en Coim­ba­to­re (en el esta­do de Tamil Nadu). En 2009, des­pués de los levan­ta­mien­tos en Coim­ba­to­re, el pre­si­den­te de la Aso­cia­ción de Fabri­can­tes de Com­po­nen­tes de Auto­mo­ción de la India, Jayant Davar, lo dijo sin rodeos: «No pode­mos ser un país capi­ta­lis­ta que tie­ne una legis­la­ción labo­ral socia­lis­ta» (Wona­cott, 2009).

Los defen­so­res de la «fle­xi­bi­li­dad labo­ral» sos­te­nían que este enfo­que atrae­ría capi­tal extran­je­ro y aumen­ta­ría la pro­duc­ti­vi­dad labo­ral y el cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co. Sin embar­go, déca­das des­pués de su apli­ca­ción, los datos con­tra­di­cen la teo­ría. El cre­ci­mien­to ha caí­do, al igual que el empleo —espe­cial­men­te el empleo for­mal a tiem­po com­ple­to— a medi­da que la fuer­za de tra­ba­jo ha ido decan­tan­do cada vez más a un mode­lo de con­tra­tos de cor­to pla­zo con una super­vi­sión regu­la­to­ria y pres­ta­cio­nes míni­mas. Debi­do al dete­rio­ro de las con­di­cio­nes labo­ra­les, la pro­por­ción de ganan­cias y de los sala­rios ha cam­bia­do sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te: de 1999 – 2000 a 2018, la pro­por­ción de ganan­cias aumen­tó del 17 al 48%, mien­tras que la pro­por­ción de los sala­rios dis­mi­nu­yó del 33 al 26% (Var­ma, 2018). Las ganan­cias son aho­ra el inte­rés nacio­nal y las y los tra­ba­ja­do­res que sufren son terroristas.

Las prác­ti­cas labo­ra­les divi­sio­nis­tas han diez­ma­do los sin­di­ca­tos en la indus­tria del sec­tor pri­va­do y han crea­do difi­cul­ta­des a los sin­di­ca­tos de las indus­trias del sec­tor públi­co. Esto ha lle­va­do a jerar­quías de explo­ta­ción entre tra­ba­ja­do­res for­ma­les y con­tra­ta­dos, que afec­tan más agu­da­men­te a los sec­to­res más explo­ta­dos de tra­ba­ja­do­res por con­tra­to y pro­vo­can una atmós­fe­ra de resen­ti­mien­to entre las y los tra­ba­ja­do­res en la plan­ta. Las luchas que se cen­tran en gran medi­da en la nego­cia­ción sala­rial tie­nen pocas pro­ba­bi­li­da­des de con­se­guir movi­li­za­cio­nes uni­ta­rias, excep­to en cir­cuns­tan­cias extraordinarias.

La deses­pe­ra­ción de la cla­se trabajadora

El empleo gene­ra­do por la admi­nis­tra­ción neo­li­be­ral es tra­ba­jo para per­so­nas deses­pe­ra­das. La pro­me­sa de inver­sión indus­trial a gran esca­la y la crea­ción de pues­tos de tra­ba­jo indus­tria­les de alta cali­dad no se mate­ria­li­za­ron de for­ma sig­ni­fi­ca­ti­va y tan­to el cre­ci­mien­to indus­trial como el eco­nó­mi­co se han man­te­ni­do en nive­les bajos, no solo por la fal­ta de inver­sión, sino tam­bién por la deman­da repri­mi­da de la pobla­ción india. Esta deman­da fue redu­ci­da tan­to por los sala­rios deses­pe­ra­da­men­te bajos de bue­na par­te de la pobla­ción, como por las res­tric­cio­nes neo­li­be­ra­les del gas­to públi­co, espe­cial­men­te en el sec­tor agrícola.

Des­de 1991, ha habi­do dos perio­dos de cre­ci­mien­to eco­nó­mi­co sig­ni­fi­ca­ti­vo en India, pero nin­guno de ellos debi­do a «refor­mas del mer­ca­do labo­ral» ni a las polí­ti­cas neo­li­be­ra­les en gene­ral. El pri­me­ro, de 2003 a 2008, fue gene­ra­do como des­bor­de de la deman­da impul­sa­da por el cré­di­to de los con­su­mi­do­res esta­dou­ni­den­ses; el segun­do, de 2009 a 2011, fue pro­du­ci­do por el gas­to a cré­di­to de las empre­sas indias que se endeu­da­ron por gran­des sumas dine­ro —que pron­to no paga­rían— con los ban­cos el sec­tor públi­co de la India, para cons­truir infra­es­truc­tu­ra, como cen­tra­les eléc­tri­cas y carre­te­ras. Estas bur­bu­jas no son sos­te­ni­bles, ya que la deman­da de los con­su­mi­do­res esta­dou­ni­den­ses se ha apla­na­do y las empre­sas indias no están dis­pues­tas aumen­tar la inver­sión ante una deman­da depri­mi­da, lo que se refle­ja en la enor­me capa­ci­dad no uti­li­za­da de la indus­tria del país. Los con­glo­me­ra­dos pri­va­dos con­ti­núan pidien­do prés­ta­mos a los ban­cos del sec­tor públi­co, pero lo hacen para finan­ciar adqui­si­cio­nes y no para crear empleo.

Estos gran­des con­glo­me­ra­dos que con­si­guen prés­ta­mos por can­ti­da­des astro­nó­mi­cas de los ban­cos del sec­tor públi­co, emplean —en su pun­to álgi­do— a no más de 2% de la fuer­za de tra­ba­jo de India y no más del 5% de la fuer­za de tra­ba­jo no agrí­co­la (Gobierno de la India, 2021). Más bien, la mayo­ría de las y los tra­ba­ja­do­res en India son con­tra­ta­dos por peque­ñas empre­sas, que enfren­tan una reali­dad total­men­te dife­ren­te. En estas empre­sas, a menu­do esca­sas de cré­di­to, la masa sala­rial cons­ti­tu­ye la mayor par­te de los cos­tos ope­ra­ti­vos, hay poco «valor aña­di­do» duran­te el pro­ce­so de pro­duc­ción, los már­ge­nes de ganan­cia son estre­chos, y el acce­so al capi­tal es rela­ti­va­men­te esca­so. Estas peque­ñas empre­sas dis­per­sas tie­nen un poder de mer­ca­do limi­ta­do, lo que sig­ni­fi­ca que no pue­den movi­li­zar el poder polí­ti­co nece­sa­rio para acce­der a recur­sos públi­cos a esca­la. Por lo tan­to, la úni­ca for­ma para que estas peque­ñas empre­sas acu­mu­len ganan­cias y capi­tal es expri­mir a la fuer­za de tra­ba­jo. En estos sec­to­res —casi com­ple­ta­men­te des­re­gu­la­dos— los tra­ba­ja­do­res están sobre­car­ga­dos de tra­ba­jo y mal paga­dos, con pocos dere­chos com­pa­ra­dos con los del sec­tor for­mal. Duran­te las osci­la­cio­nes del mer­ca­do, estas empre­sas pere­cen, como ocu­rrió duran­te la pan­de­mia de COVID-19. Su depen­den­cia de mano de obra bara­ta limi­ta la pro­ba­bi­li­dad, o inclu­so posi­bi­li­dad, de que mejo­ren las con­di­cio­nes labo­ra­les, razón por la cual sus tra­ba­ja­do­res requie­ren apo­yo direc­to del Esta­do duran­te una emer­gen­cia como la pandemia.

Mien­tras tan­to, el sec­tor infor­mal está com­pues­to sobre todo de una amplia gama de tra­ba­ja­do­res de ser­vi­cios que están emplea­dos por peque­ñas empre­sas o tra­ba­jan por cuen­ta pro­pia. Un gran núme­ro de estos peque­ños nego­cios, como tien­das y res­tau­ran­tes, emplea a un puña­do de tra­ba­ja­do­res, muchos con­tra­ta­dos dia­ria­men­te y paga­dos en efec­ti­vo o en espe­cie. Otro gran sec­tor de tra­ba­ja­do­ras y tra­ba­ja­do­res del sec­tor infor­mal ven­de su tra­ba­jo direc­ta­men­te a los con­su­mi­do­res. Esto inclu­ye con­duc­to­res de auto­mó­vi­les, emplea­das domés­ti­cas, elec­tri­cis­tas, trans­por­tis­tas de car­ga, reco­lec­to­res manua­les, mecá­ni­cos, plo­me­ros, tira­do­res de rickshaw, tra­pe­ros, barren­de­ros y guar­dias de segu­ri­dad. La mayo­ría no tie­nen ni emplea­dor ni ocu­pa­ción esta­ble, y muchos tie­nen varios empleos. Para muchos de estos tra­ba­ja­do­res, exis­te un con­ti­nuo entre los espa­cios rura­les y urba­nos, ya que via­jan a sus pue­blos duran­te las esta­cio­nes de siem­bra y cose­cha, ya sea para tra­ba­jar en las pro­pie­da­des fami­lia­res o para ser con­tra­ta­dos como tra­ba­ja­do­res agrí­co­las. Esta es la reali­dad de las y los tra­ba­ja­do­res anda­rie­gos de la India moder­na (Bre­man, 1996).

El desa­rro­llo de redes de carre­te­ras posi­bi­li­tó la per­pe­tua cir­cu­la­ción de tra­ba­ja­do­res deses­pe­ra­dos, crean­do un enor­me ejér­ci­to de reser­va de fuer­za de tra­ba­jo para el sec­tor infor­mal, tan­to en zonas urba­nas como rura­les. La expan­sión de redes celu­la­res y de inter­net y la dis­po­ni­bi­li­dad de telé­fo­nos celu­la­res más ase­qui­bles per­mi­ten a estos tra­ba­ja­do­res infor­ma­les estar en con­tac­to cons­tan­te con los reclu­ta­do­res (cono­ci­dos como job­bers) y con sus fami­lia­res y ami­gos que los aler­tan sobre las posi­bi­li­da­des de empleo dia­rio o esta­cio­nal. Estos tra­ba­ja­do­res y tra­ba­ja­do­ras pro­ce­den de las cas­tas más mar­gi­na­das y opri­mi­das de la India rural. Algu­nos per­si­guen tem­po­ra­das agrí­co­las por todo el país, mien­tras que otros bus­can pro­yec­tos de cons­truc­ción en ciu­da­des leja­nas. Estos tra­ba­ja­do­res migran­tes viven en alo­ja­mien­tos tem­po­ra­les en el bor­de de los cam­pos o de obras de cons­truc­ción, a menu­do en tien­das hechas de saris vie­jos y plás­ti­co que no tie­nen coci­na ni baño, solo el aire libre. Las y los niños jue­gan entre los escom­bros o pen­den de las espal­das de sus madres mien­tras estas suben car­gas muy pesa­das por esca­le­ras o se aden­tran en los cam­pos. Los migran­tes no comen los ali­men­tos que cul­ti­van y las casas que cons­tru­yen no son para ellos. Tra­ba­jan y lue­go de tra­ba­jar se des­pla­zan hacia nue­vos luga­res de tra­ba­jo tem­po­ra­les para seguir trabajando.

La migra­ción dis­tan­cia a las fami­lias, sobre todo entre gene­ra­cio­nes, y expul­sa a los sec­to­res más jóve­nes y capa­ci­ta­dos de las comu­ni­da­des a luga­res remo­tos en bús­que­da de tra­ba­jo que no les ofre­ce segu­ri­dad para su futu­ro. Es fre­cuen­te ver muje­res y hom­bres mayo­res que antes eran tra­ba­ja­do­res even­tua­les redu­ci­dos a men­di­gar o con­de­na­dos a una muer­te pre­ma­tu­ra cuan­do enfren­tan des­em­bol­sos en el sec­tor de salud pre­do­mi­nan­te­men­te pri­va­do, que empu­ja a 55 millo­nes de per­so­nas cada año a la pobre­za (Deol, 2022). Ade­más, el sis­te­ma de pen­sio­nes de la India es pési­mo, entre­ga can­ti­da­des exiguas y a menu­do paga­das irre­gu­lar­men­te, muy por deba­jo del cos­to de vida (tan bajas como 200 rupias, o sea, 2,43 dóla­res por mes para muchos) (Indian Express, 2018).

A medi­da que se desa­rro­lla­ban las redes de carre­te­ras por todo el país, las dis­pa­ri­da­des regio­na­les en indus­tria­li­za­ción aumen­ta­ban. Gran par­te de la pro­duc­ción indus­trial se con­cen­tró en la India penin­su­lar y en las regio­nes mine­ras, atra­yen­do capi­tal pri­va­do hacia zonas don­de ya se había desa­rro­lla­do la infra­es­truc­tu­ra nece­sa­ria. Las y los tra­ba­ja­do­res que migran reco­rren vas­tas dis­tan­cias has­ta esos luga­res alie­na­dos cul­tu­ral y lin­güís­ti­ca­men­te en sus nue­vos hoga­res tem­po­ra­les. Esta alie­na­ción tam­bién sig­ni­fi­ca que a menu­do no pue­den movi­li­zar apo­yo de la comu­ni­dad para sus luchas, des­de con­de­nar casos de abu­sos extre­mos has­ta exi­gir sala­rios más altos y mejo­res con­di­cio­nes de vida y tra­ba­jo. Como escri­be el perio­dis­ta Siddhar­ta Deb, «es un arre­glo que le sir­ve a los emplea­do­res de todo el mun­do, ya que garan­ti­za que los tra­ba­ja­do­res esta­rán dema­sia­do inse­gu­ros y des­arrai­ga­dos como para orga­ni­zar pro­tes­tas con­tra sus con­di­cio­nes y sala­rios. Pro­ce­den de regio­nes leja­nas, no intere­san a los polí­ti­cos loca­les que bus­can votos y están ale­ja­dos de la pobla­ción local por dife­ren­cias lin­güís­ti­cas y cul­tu­ra­les» (Deb, 2011: 170). Se está lle­nan­do un pol­vo­rín de cho­vi­nis­mo lin­güís­ti­co y regio­nal con­flic­ti­vo para su futu­ra detonación.

Los peque­ños nego­cios y las empre­sas indus­tria­les se enfren­tan a retos impor­tan­tes, des­de la des­ven­ta­ja fren­te a las eco­no­mías de esca­la que dis­fru­tan los gran­des con­glo­me­ra­dos has­ta los enor­mes desa­fíos plan­tea­dos tan­to por el pro­gra­ma de des­mo­ne­ti­za­ción del gobierno indio que, de la noche a la maña­na, reti­ró 86% del efec­ti­vo en cir­cu­la­ción en la eco­no­mía en 2016, y por su apli­ca­ción del Impues­to Gene­ral sobre Ser­vi­cios (GST) en 2017 (Sri­vas­ta­va y Chaudhary, 2017). La des­mo­ne­ti­za­ción supu­so un duro gol­pe para las peque­ñas empre­sas que depen­dían de las tran­sac­cio­nes en efec­ti­vo para las ven­tas, las com­pras y el pago de sala­rios. Mien­tras tan­to, el nue­vo régi­men del GST esta­ble­ció una pesa­da car­ga regu­la­to­ria para las peque­ñas empre­sas, ya que ele­vó sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te sus gas­tos gene­ra­les al aumen­tar el cos­te de cum­pli­mien­to, mien­tras que para las gran­des empre­sas mejo­ró la faci­li­dad para hacer nego­cios en todos los esta­dos. Estos dos pro­ce­sos aca­ba­ron con muchas peque­ñas empre­sas, lo que resul­tó en una pér­di­da de empleo para los sec­to­res más vul­ne­ra­bles. Ade­más, las empre­sas que cerra­ron duran­te la pan­de­mia pro­por­cio­na­ron una opor­tu­ni­dad de expan­sión a los gran­des conglomerados.

Los datos sobre las y los tra­ba­ja­do­res indios son poco fia­bles. La tasa ofi­cial de des­em­pleo es del 8%, aun­que algu­nas esti­ma­cio­nes sitúan la tasa real muy por enci­ma. La tasa de par­ti­ci­pa­ción labo­ral per­ma­ne­ce baja, en torno al 40%, mien­tras los ingre­sos del tra­ba­ja­dor indio medio son 10.000 rupias (122 dóla­res), lo que está por deba­jo del sala­rio míni­mo (Jha y Baso­le, 2022). Con 410 millo­nes de tra­ba­ja­do­res en una pobla­ción de 1.400 millo­nes de per­so­nas, cada tra­ba­ja­dor nece­si­ta ganar un sala­rio sufi­cien­te para man­te­ner a 3,5 per­so­nas, lo que sig­ni­fi­ca que debe hacer­lo con menos del sala­rio míni­mo (Vyas, 2023).

La revuel­ta de las y los trabajadores

La lucha de cla­ses no es un inven­to de los sin­di­ca­tos ni de las y los tra­ba­ja­do­res. Es la reali­dad del tra­ba­jo en el sis­te­ma capi­ta­lis­ta. El capi­ta­lis­ta com­pra la fuer­za de tra­ba­jo del tra­ba­ja­dor, tra­tan­do de hacer­la lo más efi­cien­te y pro­duc­ti­va posi­ble, y se que­da con las ganan­cias de esta pro­duc­ti­vi­dad, envian­do al tra­ba­ja­dor a sus tugu­rios por la noche para que encuen­tre la mane­ra de reu­nir la ener­gía para vol­ver al día siguien­te. Esta pre­sión para que el tra­ba­ja­dor sea más pro­duc­ti­vo y done las ganan­cias de su pro­duc­ti­vi­dad al capi­ta­lis­ta es la esen­cia de la lucha de cla­ses. Cuan­do el tra­ba­ja­dor quie­re una par­te mayor de la pro­duc­ción, el capi­ta­lis­ta no le escu­cha. Es el poder de huel­ga el que da a las y los tra­ba­ja­do­res una voz para entrar en la lucha de cla­ses de for­ma consciente.

Des­de fina­les de la déca­da de 1990, los sin­di­ca­tos de la India se han uni­do casi todos los años para orga­ni­zar una huel­ga gene­ral con­tra la libe­ra­li­za­ción, con alre­de­dor de 200 millo­nes de tra­ba­ja­do­res y tra­ba­ja­do­ras par­ti­ci­pan­do en 2022 (People’s Dis­patch, 2022). ¿Cómo se han uni­do a la huel­ga tan­tos tra­ba­ja­do­res y tra­ba­ja­do­ras, la mayo­ría del sec­tor informal?

Como resul­ta­do de las luchas lide­ra­das por las y los tra­ba­ja­do­res infor­ma­les (prin­ci­pal­men­te las tra­ba­ja­do­ras en el sec­tor de cui­da­dos), en el trans­cur­so de las dos últi­mas déca­das los sin­di­ca­tos han comen­za­do a asu­mir las cues­tio­nes de quie­nes tra­ba­jan en la infor­ma­li­dad como cues­tio­nes de todo el movi­mien­to sin­di­cal. Las luchas por la per­ma­nen­cia en el empleo, por con­tra­tos sala­ria­les ade­cua­dos, por la dig­ni­dad de las tra­ba­ja­do­ras, entre otros ele­men­tos, han pro­du­ci­do una fuer­te uni­dad entre los dife­ren­tes sec­to­res de tra­ba­ja­do­res, cuya mili­tan­cia se cana­li­za aho­ra a tra­vés del poder orga­ni­za­do de las estruc­tu­ras sin­di­ca­les. Del mis­mo modo, las tra­ba­ja­do­ras no con­si­de­ran que las cues­tio­nes que les ata­ñen sean asun­tos exclu­si­vos de las muje­res, sino cues­tio­nes por las cua­les todas las per­so­nas tra­ba­ja­do­ras deben luchar y con­quis­tar, como tam­bién es el caso con las pro­ble­má­ti­cas rela­ti­vas a la raza, cas­ta y otras dis­tin­cio­nes socia­les. Ade­más, los sin­di­ca­tos se han ocu­pa­do de cues­tio­nes que afec­tan a la vida social y al bien­es­tar de la comu­ni­dad, defen­dien­do el dere­cho al agua, al alcan­ta­ri­lla­do y a la edu­ca­ción de la niñez, así como con­tra la into­le­ran­cia de todo tipo. Estas luchas comu­ni­ta­rias son par­te inte­gral de la vida de las y los tra­ba­ja­do­res y campesinos.

Al mis­mo tiem­po, las ideas de la dere­cha —expre­sa­das espe­cial­men­te en el hin­dut­va (la ideo­lo­gía cen­tral de los supre­ma­cis­tas hin­dúes)— ha comen­za­do a arrai­gar en la socie­dad india, inclu­so en sec­to­res de la cla­se tra­ba­ja­do­ra. La dere­cha ha encon­tra­do sue­lo fér­til en las con­di­cio­nes socio­eco­nó­mi­cas gene­ra­das por el capi­ta­lis­mo neo­li­be­ral, como la invi­si­bi­li­dad y la alie­na­ción que los tra­ba­ja­do­res expe­ri­men­tan en las zonas urba­nas, las indig­ni­da­des de su vida coti­dia­na, el ais­la­mien­to y la socia­li­za­ción tóxi­ca que engen­dran, espe­cial­men­te en hom­bres sepa­ra­dos de sus fami­lias, el solaz que ofre­cen las reunio­nes reli­gio­sas y la bús­que­da de comu­ni­dad e iden­ti­dad. Con la men­guan­te influen­cia de las ideo­lo­gías secu­la­res y racio­na­les en el país y la estre­chez gene­ral del movi­mien­to de la cla­se tra­ba­ja­do­ra, no ha habi­do una fuer­za sig­ni­fi­ca­ti­va para con­tra­rres­tar esta deri­va. Una cla­se tra­ba­ja­do­ra dro­ga­da por el hin­dut­va y las alu­ci­na­cio­nes de un Esta­do hin­dú (Rama Raj­ya), que vuel­ca su mise­ria y humi­lla­ción sobre otros tra­ba­ja­do­res de una reli­gión o cas­ta dife­ren­te y encuen­tra empo­de­ra­mien­to a tra­vés del fra­tri­ci­dio degra­dan­te, esa es la rece­ta neo­fas­cis­ta para con­tro­lar a las y los tra­ba­ja­do­res. Lo que retra­sa una agen­da neo­fas­cis­ta uni­ta­ria y en toda regla en el país es la pre­sen­cia de nacio­na­li­da­des regio­na­les, espe­cial­men­te en el sur de la India. No obs­tan­te, el poten­cial de la resis­ten­cia de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y cam­pe­si­na a este tipo de agen­da neo­fas­cis­ta fue evi­den­te, por ejem­plo, en la revuel­ta cam­pe­si­na, cuan­do las y los cam­pe­si­nos y peque­ños agri­cul­to­res de diver­sos orí­ge­nes lle­va­ron a las calles la lucha con­tra el gran capital.

La pan­de­mia evi­den­ció la cla­ra incom­pa­ti­bi­li­dad entre los intere­ses de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y el capi­tal. La pri­me­ra depen­de de la inver­sión públi­ca, la gene­ra­ción de empleo, la impo­si­ción de impues­tos a las empre­sas para gene­rar recur­sos para su bien­es­tar y del for­ta­le­ci­mien­to de la agri­cul­tu­ra y la peque­ña indus­tria. Dada la estruc­tu­ra de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y la debi­li­dad numé­ri­ca de los tra­ba­ja­do­res orga­ni­za­dos, la con­fron­ta­ción con el capi­tal solo pue­de ser exi­to­sa cuan­do va más allá de la plan­ta y de la nego­cia­ción sala­rial para obli­gar al Esta­do en un nivel más pro­fun­do y polí­ti­co. Esto es más fácil de decir que de hacer, como bien sabe el ala de izquier­da del movi­mien­to sin­di­cal. Aún así, la pan­de­mia tie­ne el poten­cial de abrir una ven­ta­na y expan­dir la con­cien­cia de cla­se de las y los tra­ba­ja­do­res, con­tra­rres­tan­do el apa­ra­to ideo­ló­gi­co y mediá­ti­co del capi­tal que solo ofus­ca las con­tra­dic­cio­nes que la socie­dad enfrenta.

En agos­to de 1992, tra­ba­ja­do­res tex­ti­les en Bom­bay fue­ron a las calles en ropa inte­rior, decla­ran­do que el nue­vo orden les deja­ría en la más abso­lu­ta mise­ria. Su ges­to sim­bó­li­co sigue refle­jan­do la reali­dad actual de las y los tra­ba­ja­do­res en India en el siglo XXI: no se han ren­di­do ante el cre­cien­te poder del capi­tal. Siguen vivos y vivas en la lucha de clases.

Tri­con­ti­ne­ne­tal, dos­sier nº 64

1 de mayo de 2023

Fuen­te: https://​the​tri​con​ti​nen​tal​.org/​e​s​/​d​o​s​s​i​e​r​-​6​4​-​c​o​n​d​i​c​i​o​n​-​c​l​a​s​e​-​t​r​a​b​a​j​a​d​o​r​a​-​i​n​d​ia/

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