Eco­lo­gía Social. Denun­cias con­tra Syn­gen­ta por el efec­to de sus agro­tó­xi­cos en la salud

Por Darío Aran­da, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 28 de diciem­bre de 2021.

Una inves­ti­ga­ción euro­pea denun­cia que la empre­sa sui­za Syn­gen­ta, líder en trans­gé­ni­cos y agro­tó­xi­cos, tenía prue­bas de la leta­li­dad de su her­bi­ci­da para­quat pero la omi­tió para seguir ven­dién­do­lo. Sus pro­duc­tos, como la atra­zi­na, están prohi­bi­dos en Euro­pa, pero Syn­gen­ta lo expor­ta a Amé­ri­ca Latina.

«En Syn­gen­ta no encan­ta hacer las cosas bien», afir­ma la publi­ci­dad que se reite­ra en radios y cana­les de tele­vi­sión. Pero, des­de su pro­pio país de ori­gen (Sui­za), la empre­sa acu­mu­la denun­cias por el impac­to de sus pro­duc­tos en el ambien­te y la salud. Entre sus quí­mi­cos más cues­tio­na­dos sobre­sa­len los her­bi­ci­das para­quat y atra­zi­na. «El accio­nar de Syn­gen­ta con sus pes­ti­ci­das es muy simi­lar al de Monsanto/​Bayer con el gli­fo­sa­to, pri­vi­le­gian sus ganan­cias por sobre la salud», afir­ma Lau­rent Gabe­rell, de la orga­ni­za­ción sui­za Public Eye. Una inves­ti­ga­ción de esa ONG reve­ló que la com­pa­ñía sabía del efec­to letal del para­quat des­de 1990, pero aún así lo sigue produciendo.

«Para­quat papers», es el nom­bre de la inves­ti­ga­ción que publi­ca­ron Public Eye y Unearthed (uni­dad bri­tá­ni­ca de Green­pea­ce). Median­te miles de docu­men­tos inter­nos y el tes­ti­mo­nio de Jon Hey­lings, toxi­có­lo­go que tra­ba­jó duran­te 22 años para Syn­gen­ta y fue res­pon­sa­ble de segu­ri­dad del pla­gui­ci­da, deter­mi­na­ron que la com­pa­ñía tenía cono­ci­mien­to des­de 1990 de lo inefi­caz de su emé­ti­co (sus­tan­cia para cau­sar vómi­tos) en el para­quat. Se tra­ta­ba de una medi­da de segu­ri­dad ante un quí­mi­co alta­men­te tóxico.

«Es como si una fábri­ca de autos ven­die­se sus vehícu­los con cin­tu­ro­nes de segu­ri­dad que no fun­cio­nan. Un frau­de don­de lo que está en jue­go es la vida», expli­có Lau­rent Gabe­rell. «La direc­ción de la empre­sa se negó a aumen­tar la pro­por­ción de emé­ti­co prin­ci­pal­men­te por moti­vos de cos­tos. Syn­gen­ta ante­pu­so las ganan­cias a la segu­ri­dad del pro­duc­to y tole­ró miles de muer­tes», denun­ció el investigador.

La inves­ti­ga­ción da cuen­ta que, duran­te casi 60 años, Syn­gen­ta (y su pre­de­ce­sor en el Rei­no Uni­do, la com­pa­ñía ICI) pro­du­je­ron el her­bi­ci­da Gra­mo­xo­ne, que con­tie­ne para­quat como ingre­dien­te acti­vo. «Es uno de los her­bi­ci­das más tóxi­cos del mun­do. En la mayo­ría de los casos, un solo sor­bo pue­de matar y en casos de into­xi­ca­cio­nes, no hay antí­do­tos dis­po­ni­bles», expli­ca la ONG Public Eye. Green­pea­ce denun­ció que la sus­tan­cia pro­vo­có «dece­nas de miles de muer­tes en todo el mun­do» des­de su intro­duc­ción en la déca­da de 1960″.

Lau­rent Gabe­rell, uno de los res­pon­sa­bles de la inves­ti­ga­ción sobre el para­quat, recor­dó que el her­bi­ci­da esta prohi­bi­do en más de 50 paí­ses y en Sui­za des­de 1989, pero la mul­ti­na­cio­nal lo sigue ven­dien­do en dece­nas de paí­ses. «¿Por qué Syn­gen­ta reco­no­ce que no es bueno para los sui­zos, pero sí lo ven­de para los argen­ti­nos? Es una hipo­cre­sía, avan­zan leyes euro­peas de cui­da­do, se habla de la salud, pero se siguen envian­do esos quí­mi­cos al res­to del mun­do», denun­cia Gabe­rell. La prin­ci­pal fábri­ca de para­quat de Syn­gen­ta está en Ingla­te­rra (Hud­ders­field).

La Red de Acción en Pla­gui­ci­das en Amé­ri­ca Lati­na (Rapal) exi­ge des­de hace más de una déca­da la prohi­bi­ción del para­quat. La últi­ma vez fue en abril pasa­do, lue­go de que Syn­gen­ta comen­za­ra una agre­si­va estra­te­gia de publi­ci­dad y lobby, que inclu­yó reunio­nes con diver­sos sec­to­res polí­ti­cos. «Lla­ma­mos la aten­ción de dos pla­gui­ci­das de alto uso en la Argen­ti­na, que son alta­men­te peli­gro­sos y cuya uti­li­za­ción se ha incre­men­ta­do en los últi­mos años. Se tra­ta del insec­ti­ci­da clor­pi­ri­fos y el her­bi­ci­da para­quat. Ambos, dado su pro­ba­do efec­to socio­am­bien­tal, inclui­da la salud huma­na, deben ser prohi­bi­dos sin dila­cio­nes», recla­mó la organización.

Javier Sou­za Casa­dinho, refe­ren­te de Rapal y docen­te en la Facul­tad de Agro­no­mía de la UBA, deta­lla que la impor­ta­ción de pro­duc­to for­mu­la­do, en la Argen­ti­na, se incre­men­tó de 1,3 millo­nes de kilos en 2007 a 7,5 millo­nes de kilos en 2016 (últi­mo dato difun­di­do por las empre­sas). Remar­ca que ya está pro­ba­do que el para­quat está vin­cu­la­do, median­te sus efec­tos cró­ni­cos, a enfer­me­da­des como el Mal de Par­kin­son, cán­cer de piel, ede­ma pul­mo­nar, insu­fi­cien­cia pul­mo­nar, hepá­ti­ca y renal, entre otras.

El inte­gran­te de Rapal remar­ca que la prohi­bi­ción de los pla­gui­ci­das es una deci­sión polí­ti­ca y no tec­no­ló­gi­ca. «Como con el gli­fo­sa­to, con el para­quat y la atra­zi­na hay muchas prue­bas de sus efec­tos en la salud y el ambien­te, pero es una deci­sión polí­ti­ca seguir uti­li­zán­do­los, siem­pre con el argu­men­to de gene­rar divi­sas y, ade­más, con la pre­sión de las cor­po­ra­cio­nes que los ven­den», expli­ca. Y recuer­da que Syn­gen­ta, «de for­ma insó­li­ta», par­ti­ci­pa de la «Mesa con­tra el ham­bre» (espa­cio inau­gu­ra­do por el Gobierno en diciem­bre de 2019).

A dife­ren­cia de Mon­san­to (adqui­ri­da en 2018 por la ale­ma­na Bayer), Syn­gen­ta no sue­le estar en el foco de las denun­cias públi­cas. «La clá­si­ca ‘dis­cre­ción’ sui­za es un ele­men­to, aun­que segu­ro no el úni­co. Pero cada día apa­re­ce­rán más denun­cias. Es cla­ro que atrás de Monsanto/​Bayer hay otras empre­sas que hacen lo mis­mo», afir­mó Gabe­rell. Y recor­dó que Syn­gen­ta es el mayor pro­duc­tor del her­bi­ci­da atrazina.

Como el gli­fo­sa­to fue duran­te déca­das la estre­lla de Mon­san­to, la atra­zi­na lo es de la empre­sa sui­za. «Con la atra­zi­na pasa lo mis­mo que con el para­quat, es muy noci­va para la salud y Syn­gen­ta lo sigue ven­dien­do. Está pro­ba­do que es per­tur­ba­dor endo­crino, daña el sis­te­ma repro­duc­ti­vo y está pre­sen­te en cur­sos de agua, inclu­so en el agua pota­ble», aler­ta el inves­ti­ga­dor sui­zo y mar­ca el cinis­mo de la mul­ti­na­cio­nal: «Aho­ra sus cam­pa­ñas publi­ci­ta­rias hablan de ‘desa­rro­llo sos­te­ni­ble’ y preo­cu­pa­ción por el ambiente».

Javier Sou­za Casa­dinho pre­ci­sa que la atra­zi­na está prohi­bi­da en 40 paí­ses, inclui­dos los 27 de la Unión Euro­pea. Expli­ca que se uti­li­za mucho en maíz, caña de azú­car, fores­ta­les y tam­bién en los cóc­te­les de quí­mi­cos para tri­go y soja. En 2015 Argen­ti­na impor­tó dos millo­nes de kilos de atra­zi­na; en 2017 (últi­mo dato dis­po­ni­ble) lle­gó a los 5,3 millo­nes del agro­tó­xi­co. Recor­dó que exis­ten nume­ro­sos tra­ba­jos cien­tí­fi­cos que con­fir­man el víncu­lo de la atra­zi­na con efec­tos neu­ro­ló­gi­cos y en el sis­te­ma endocrino.

Artícu­lo publi­ca­do en el dia­rio Página12 el 27 de diciem­bre de 2021.

Fuen­te: Rebelión.

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