Argen­ti­na. Vicen­te Zito Lema: «Hay que prac­ti­car la rememoración»

Por Mario Hernandez,Resumen Lati­no­ame­ri­cano, 22 de agos­to de 2021.

foto: Rodol­fo Orte­ga Peña, ase­si­na­do por la Tri­ple A

M.H.: Hoy quie­ro hablar de dos entra­ña­bles com­pa­ñe­ros de mili­tan­cia, Rober­to Mario San­tu­cho y el “pela­do” Orte­ga Peña, ase­si­na­dos, uno por la Tri­ple A, el “pela­do”, el 31 de julio de 1974; y por los esbi­rros de la dic­ta­du­ra mili­tar, Rober­to Mario San­tu­cho, a media­dos de julio de 1976. Los dos fue­ron com­pa­ñe­ros de mili­tan­cia, ami­gos del poe­ta Vicen­te Zito Lema ¿qué nos podés comen­tar de esas dos personalidades?

V.Z.L.: Siem­pre que trae­mos estos recuer­dos, que me pare­ce bien, por­que hay que man­te­ner viva la memo­ria, o mejor toda­vía, como decía un ami­go en común, al que solés nom­brar, León Rozitch­ner, más que memo­ria, hay que prac­ti­car la reme­mo­ra­ción, que sería una memo­ria en actos, no una memo­ria arqueo­ló­gi­ca, sino plan­tear­nos, pre­gun­tar­nos por qué hablar hoy en este caso con­cre­to, de dos per­so­nas que murie­ron hace más de 40 años, cuál es el sen­ti­do vivo de ese recuerdo.

Esa yo creo que es una gran pre­gun­ta que pode­mos hacer­nos en estos tiem­pos, de per­so­nas que han teni­do una gigan­tes­ca éti­ca en sus vidas, una pro­fun­da y com­pro­me­ti­da mane­ra de enten­der la reali­dad como vía para un cam­bio pro­fun­do de esa reali­dad, que fue­ron en su juven­tud mili­tan­tes abne­ga­dos, soñan­do cons­truir un mun­do que hoy vemos en cri­sis, y ya no cri­sis eco­nó­mi­ca o polí­ti­ca, sino que nos atre­ve­mos a decir que es una cri­sis civi­li­za­to­ria que des­nu­da como pocas veces en los últi­mos años, en los últi­mos tiem­pos, que esta mane­ra de la repro­duc­ción mate­rial de la exis­ten­cia, como ense­ña­ba Marx, está lle­gan­do a su fin tal como es.

Que no tene­mos cla­ro cómo será, pero sí sabe­mos que así no da para más. Por­que tam­bién esta pes­te des­nu­da de una for­ma más que injus­ta, direc­ta­men­te sin sen­ti­do. Por­que en la injus­ti­cia hay sen­ti­do, que son la rique­za para los que pro­du­cen la injus­ti­cia, pero la cri­sis civi­li­za­to­ria nos está mos­tran­do que es la pro­pia vida en su con­jun­to lo que está en disputa.

Y me podrían pre­gun­tar: ¿Y a San­tu­cho y a Rodol­fo Orte­ga Peña cómo los pone­mos en este con­tex­to dra­má­ti­co que plan­teás? Mi con­ven­ci­mien­to abso­lu­to a pesar de las gran­des difi­cul­ta­des, que de las ence­rro­nas trá­gi­cas como decía otro ami­go, ese gran psi­co­ana­lis­ta, Fer­nan­do Ulloa, de los labe­rin­tos cerra­dos, solo se pue­de salir por arri­ba, gene­ran­do algo nue­vo que no ten­ga las mis­mas bases insos­te­ni­bles, direc­ta­men­te inhu­ma­nas que esta­mos vivien­do hoy por hoy.

Y yo creo que esos móvi­les pro­fun­dí­si­mos que supe­ran una déca­da que se ins­cri­ben como mojo­nes poten­tes en la cons­truc­ción de una huma­ni­dad ver­da­de­ra­men­te huma­na, movie­ron las con­duc­tas de Rober­to San­tu­cho y Rodol­fo Orte­ga Peña. Por­que estas gran­des dispu­tas sobre si es posi­ble lo humano en un mun­do inhu­mano, esta­ban ya plan­tea­das en las con­tro­ver­sias gigan­tes de nues­tra época.

Y, para­dó­ji­ca­men­te, habría que pre­gun­tar­se hoy, que en las cri­sis de aque­llas déca­das que esta­ban anun­cia­das, pero que hoy, insis­to, a par­tir de esta pes­te, se des­nu­dan de for­ma obs­ce­na, plan­tean las mis­mas dispu­tas y nos deman­dan los mis­mos ejem­plos de disputa.

Esos ejem­plos que tuvie­ron el cuer­po y el alma de los dos ami­gos, de los dos com­pa­ñe­ros a los que esta­mos tra­yen­do esta noche en un acto de reme­mo­ra­ción. Orte­ga, San­tu­cho, cada uno a su mane­ra, pero final­men­te de la mis­ma mane­ra, pro­fun­da­men­te éti­ca y revo­lu­cio­na­ria die­ron sen­ti­do a la vida de muchos.

Aun de aque­llos que los vie­ron con indi­fe­ren­cia o con rece­lo por dispu­tas meno­res. No hablo de los que fue­ron sus enemi­gos y sus ase­si­nos, por­que con ellos las car­tas ya esta­ban ple­na­men­te juga­das, pero sí hablo de mucha gen­te que los cri­ti­có, que no vio sus ges­tos ejemplares.

El ries­go con el que vivie­ron tra­tan­do de cons­truir una vida social que supe­ra­se el momen­to his­tó­ri­co. Ellos per­du­ran en nues­tra memo­ria, en nues­tra reme­mo­ra­ción por­que las dispu­tas de la épo­ca, insis­to, en una dimen­sión más uni­ver­sal, están hoy des­nu­das bajo esta luz mons­truo­sa de la pandemia.

Qué pue­do decir, que los cono­cí a los dos, que los qui­se a los dos, que tra­ba­ja­mos jun­tos. Que para dar un ejem­plo Rodol­fo Orte­ga Peña y yo, jun­to con Mata­ro­llo, y Duhal­de, fui­mos los abo­ga­dos defen­so­res de Santucho.

En mi caso par­ti­cu­lar fui y soy ami­go de su fami­lia, sigo tenien­do víncu­los cari­ño­sos con sus hijos y sobri­nos. Es una fami­lia con la que tuve tra­to per­so­nal y lo man­ten­go. En estos días me voy a encon­trar jus­ta­men­te con uno de sus hijos. Y hace poqui­to estu­ve con uno de sus her­ma­nos. Yo sien­to un afec­to pro­fun­do hacia la fami­lia Santucho.

Mario Rober­to Santucho

Y, por supues­to, con­si­de­ro que Robi San­tu­cho es un ejem­plo para Lati­noa­mé­ri­ca, para todos los que se alzan con­tra las injus­ti­cias del mun­do, como decía el Che Gue­va­ra, que son capa­ces de sen­tir como pro­pio el dolor de otros.

Y en el caso de Orte­ga igual, un com­pa­ñe­ro del alma, un ami­go con el que jugá­ba­mos al fút­bol, enfren­tá­ba­mos aten­ta­dos jun­tos, por­que nos han pues­to bom­bas en dos sitios en los que está­ba­mos jun­tos. Hemos com­par­ti­do el perio­dis­mo, la defen­sa de los Dere­chos Huma­nos, tam­bién soy ami­go de su fami­lia y sus hijos.

Hablo de lo polí­ti­co en gene­ral, de lo filo­só­fi­co, pero tam­bién de lo per­so­nal por­que todo va de la mano. Los qui­se mucho, los quie­ro y los recuer­do de la mejor mane­ra que un hom­bre gran­de ya, como yo, pue­de recor­dar, tra­tan­do de unir en un mis­mo recuer­do lo que hicie­ron a nivel de mili­tan­cia pero tam­bién recor­dar­los como ami­gos, con los que he com­par­ti­do sue­ños, ale­grías, un vaso de vino o comer­nos una empa­na­da fría por­que el peli­gro no daba para más.

M.H.: Y fuis­te par­te, con Mario Her­nán­dez, Rober­to Sini­ga­glia y el “pela­do” de la Gre­mial de abo­ga­dos en aque­llos años.

V.Z.L.: Así es Mario, muy bue­na memo­ria la tuya.

M.H.: Siem­pre recuer­do que Robi te enco­men­dó a su hermana.

V.Z.L.: Sí, se había reci­bi­do la her­ma­na de Robi de abo­ga­da y vino a Bue­nos Aires y él como buen her­mano y cono­ce­dor de este espí­ri­tu tan de farán­du­la que a veces uno ve en nues­tra Ciu­dad, me pidió con mucho cui­da­do, has­ta qui­zás un poco aver­gon­za­do, que por favor yo fue­ra una de las per­so­nas que la guia­ra a Manue­la, que era muy joven­ci­ta, recién llegada.

M.H.: Lue­go des­apa­re­ci­da en Tucumán.

V.Z.L.: Sí. Así fue como la cono­cí y le pedí a mi madre que la cui­da­ra en nues­tra casa. Es un recuer­do her­mo­so el que traés. Me hace bien traer­lo a mi memoria.

M.H.: Hace poco me ente­ré que estan­do secues­tra­da Manue­la en Tucu­mán, le hacen leer la noti­cia de la muer­te de uno de sus her­ma­nos. Y las pro­pias auto­ri­da­des mili­ta­res que la tenían secues­tra­da, dicen que lo hizo con una dig­ni­dad que los conmovió.

V.Z.L.: Ella tam­bién era una mili­tan­te revo­lu­cio­na­ria, una mucha­cha dul­ce, res­pe­tuo­sa, con ansias de estu­diar y for­mar­se huma­nís­ti­ca­men­te, de apor­tar des­de la pro­fe­sión, pero tam­bién des­de los actos de com­pro­mi­so por­que había que com­pro­me­ter­se en esa época.

Y ella pagó duro su cora­je civil y por qué no decir­lo, el amor y el res­pe­to que tenía por su hermano.

Como dijis­te, mi vida está liga­da a la poe­sía, no pue­do ni quie­ro negar­lo, y así como recuer­do que hablé en el entie­rro del “pela­do” Ortega.

M.H.: Yo no lle­gué por­que me detu­vo la policía.

V.Z.L.: Sí, lo sabía, a mí tam­bién me cos­tó lle­gar por­que haber habla­do ahí, por haber enfren­ta­do al gru­po de sus ase­si­nos, a los pocos días me pusie­ron una bom­ba en mi domi­ci­lio. Voló todo por los aires.

Vicen­te Zito Lema

Pero vol­vien­do a Orte­ga, yo escri­bí a par­tir de esos hechos, un lar­go tex­to que se publi­có duran­te el exi­lio en Bar­ce­lo­na, en Espa­ña, que recuer­do que Eduar­do Luis Duhal­de le escri­bió un pró­lo­go y Ricar­do Car­pa­ni hizo los dibu­jos del “pela­do” Orte­ga, que se lla­mó “Home­na­je” y que lue­go reco­gí en un libro con otros tra­ba­jos de recor­da­ción de com­pa­ñe­ros. Y de ese poe­ma de home­na­je me per­mi­to leer el momen­to final:

HOMENAJE

A Rodol­fo Orte­ga Peña, in memo­riam a los caídos

Pesa escri­bir. Inun­dar los pul­mo­nes con agua

de la pesa­di­lla (agua sin sere­ni­dad /​agua que

pre­ten­de lavar

los labios del des­fa­lle­ci­do). Ani­mar­se a caminar

des­nu­do por el pas­to cal­ci­na­do. Sobre ese espejo

de vigi­lias

que­bra­das y en sangre

por las derro­tas. ¿Me ayu­da­rás tú

mi ami­go? ¿Me ayu­da­rás a recoger

en la memoria

estas vas­tas cam­pa­na­das de dolor

que nos atur­den? (Ah cuer­pos y cuer­pos que

conoz­co

y no conoz­co amon­to­na­dos en cloa­cas de 2 x 2

‑y la ilu­sión que sobrevive

la bilis negra de la melan­co­lía /​el hedor

de la melan­co­lía /​esa soga en el cue­llo de

la que tira un cancerbero

lúgubre

torvo-

Ah cuer­pos de la nue­va tie­rra y del nue­vo cielo

col­ga­dos de los ganchos

muti­la­dos con sie­rras y cuchillos

fusi­la­dos en la penumbra

que­ma­dos

dina­mi­ta­dos

con­ver­ti­dos en mate­ria sin nom­bre /​en carroña

que hus­mea­rán los perros

en algún basural).

¿Trae­rás tú mi amigo

tem­plan­za al espí­ri­tu des­de la quietud

y el inmen­so silencio?

(Des­de la quie­tud y el silen­cio Dios mío

quien era todo el fer­vor y la ale­gría de las

pala­bras…)

La tinie­bla abra­za sus ojos como una amante

cie­ga

y la congoja

yace devo­ta a nues­tro lado.

Tiem­po de desgracias.

No está escri­to en las pare­des de la cárcel

que muer­te de las muer­tes que tan­to te

dolie­ron

cre­ció

has­ta hacer­se tuya

has­ta comer­te ente­ro: tu híga­do tu lengua

tus manos tu corazón

tu cere­bro

pero los sue­ños no. ¿No los sueños?

¿Con quién soñas­te que anda­rías ahora

dis­cu­tien­do

las cosas de los hombres

las cosas de la patria…?

Aca­so sea con el loco coro­nel que ya

en el comien­zo de esta historia

-y ya ante la traición

abier­ta-

debió ame­na­zar con pasarse

a la montonera

Ese mis­mo gober­na­dor ama­do por la gen­te orillera

la de la coci­na

ese que aho­ra vis­te cor­ba­ta negra

cha­que­ta de lanilla

y una ven­da ama­ri­lla que cubre su mirada…

Vas con él cabal­gan­do en semejante

pam­pa

y ante el hori­zon­te en oro

de las seis de la tarde

te dirá de pronto

len­to:

cuan­do escri­bí a mi mujer

la Angelita

“en estos momen­tos me intiman

que den­tro de una hora

ten­go que morir…

Mi vida

edu­ca a esas ama­bles criaturas

sé feliz

ya que no lo has podi­do ser

en compañía

del desgraciado…”

Cuan­do así escri­bí supe que nada

que­da­ba para perder

y que mis hue­sos se blanquearían

sin carne

sobre el camposanto.

Ima­gino lo habrás mirado

fija­men­te

cru­zan­do los bra­zos sobre el pecho

-era tu costumbre-

y des­pués contado

que venías en coche y al bajar

a unos 100 metros de la iglesia

del Soco­rro

gri­tas­te CUIDADO a tu mujer

y fue lo último.

Era tu san­gre por la vereda.

Eran tus sue­ños los que se alza­ban en vuelo.

Allí que­da­ba un hom­bre destrozado.

Diría Dorre­go: Man­dé que mis fune­ra­les fueran

sin fausto.

Dirías vos: Así igual los míos

sin faus­to pero tam­bién sin paz

cosas de la canalla.

Seca es esta mar. Pobre su fer­mo­su­ra. El deseo

de feli­ci­dad nos ha sido nega­do. La estrella

de la justicia

es el lobo sal­va­je que roe la frente

y se cas­ti­ga atroz.

El pasa­do. Voces. Rom­pien­do lentamente

la bóve­da que apri­sio­na. Has­ta ver­te emerger:

tam­ba­lean­te

cie­go

en una cla­ri­dad des­co­no­ci­da. En un paisaje

de nubes siem­pre en fue­go y lamento.

-Aquel pai­sa­je es tam­bién una laguna

de rocío. Un pal­mar. Y allí

en el palmar

una mujer en luto /​en demencias

saca afue­ra su alma yacente

la entre­ga a los pája­ros de pico fuer­te y

alas tene­bro­sas

y cla­ma jun­to a vos:

Vir­gen de Luján gra­cio­sa del desdichado

ya no pido pie­dad de vida por mi hijo

he vis­to como lo arras­tra­ban encapuchado

por el patio

sin per­der su orgullo

malherido

yo gri­ta­ba /​gri­ta­ba

nada más pue­de hacer.

con­ce­de hoy des­pués de un año

que me devuel­van su cadáver.

Será así menos vasto

el rei­no del exterminio

don­de debo peregrinar.

¿Será Feli­pe esa man­cha del cri­men que se acerca?

De ser él sim­ple­men­te te habrá dicho:

no sé si era a mí o a otro compañero

de la fábrica

al que buscaban

eran varios

de fachas matonales

qui­se resis­tir­me /​me afe­rré a un árbol

tenía asti­llas /​tenía made­ras en las mano

tenía un ciga­ri­llo que no terminaba

de apagarse.

Des­pués todo estalló.

Como esta­lla una máqui­na cansada.

Una naranja.

Nun­ca supo él que habías ras­trea­do su aliento

en la espesura.

que te habías refle­ja­do en el vidrio

de su calvario.

En los peque­ños soles que volvían

cada maña­na a su árbol.

La pesa­di­lla de la fata­li­dad nos persigue

sin tre­guas. Su lengua

es enor­me. Voraz.

Avan­za y sue­na su vio­lín. Agi­ta un limpio

ves­ti­do de gasa

azul y se son­ríe y baila…

El barro es nues­tra tie­rra que espera

el vien­to y la luz.

No tene­mos cal­ma en el corazón.

El odio se avi­va en dia­rias desgracias.

Segui­mos llo­ran­do a los caídos.

Reco­ge­mos su esperanza.

Una mano muy fría aco­mo­da mis cabellos.

Sin soco­rro.

Se pudo creer por un ins­tan­te que una especie

divi­na se dormía

sobre la espal­da del río.

Pero eran ape­nas los dese­chos de un hombre

enfar­da­dos con alam­bres y señas evi­den­tes

de malos tratos

que la corrien­te aposentó

en la ribera.

Nada se agi­ta­ba en la fra­gan­cia del alba

cuan­do lle­gas­te a su lado.

Nin­gún ángel des­cen­dió de las alturas.

Sólo él que te abra­zó y dijo:

De niño creía que morir

era con­ver­tir­se en mariposa

y que esa mariposa

poco a poco

iría cam­bian­do su color

has­ta per­der­se en el espec­tro de una luna.

Pero lo mío fue así:

Dete­ni­do en el tra­ba­jo en pleno día

me reven­ta­ron el híga­do a patadas

tuve un tiro de gracia

des­nu­do para pudrir­me más pronto

fui arro­ja­do en el pajo­nal de un riacho

lejos de la mujer que amaba

y que sabía

iba a ser vio­la­da y desaparecida

con suplicio

en una tum­ba ajena

o en una ciénaga.

Y vos recordaste:

Éra­mos muy pocos ante lo desconocido

buceá­ba­mos sin tre­gua en la peor quietud

en el horror

en una ciu­dad súbi­ta­men­te extranjera

amurallada

y la peque­ña bue­na­ven­tu­ra que traíamos

no alcan­zó para sus suertes

nues­tros deseos no fran­quea­ron la bruma

ese sótano per­ver­so del poder

esos muros esas cel­das que embestíamos

como toros como monos como caballos.

¿Cómo toro? ¿Cómo mono? ¿Cómo caballo?

¿O cómo un hom­bre moral?

Hijas mías: ¿Nom­brar­las aquí evitará

que nues­tra frá­gil ilu­sión se cubra

pron­to de cal y male­zas negras…?

Pre­sien­to que no han sido elegidas

para la pri­me­ra felicidad.

Detrás de sus ojos aso­ma la intem­pe­rie /​el acoso

del exi­lio.

Sin embar­go no dudo que serán alumbradas

por una lla­ma errante

de buen amor.

(Ese vien­to de cala­mi­da­des que golpea

las ven­ta­nas de la casa

no pue­de traspasar

el leví­si­mo enjam­bre de poesía

que las protege).

¿Saben des­de cuan­do lo sé…?

La madru­ga­da de la par­ti­da enfrenté

por últi­ma vez

el cie­lo.

Bus­ca­ba una sim­ple alu­ci­na­ción: el rostro

de un amigo.

Ape­nas lo dis­tin­guí. Tan cris­pa­do. Tan humillado

de sole­dad. Tan abier­tas sus heri­das. Tan sucio de

tie­rra y cru­jien­tes insectos.

Vol­ví tem­blan­do. Inde­fen­so por el dolor las besé.

Su madre las arro­pó con la suavidad

de un milagro.

Creía que dormían.

Se incor­po­ra­ron.

Calla­das. Men­sa­je­ras de una historia

que ya las comprende

Nos abra­za­ron lar­go tiem­po. Has­ta que

el ama­do amigo

des­can­só a nues­tro lado

sin horror

sobre un lecho de arenas.

(¿Y no retro­ce­die­ron los demo­nios de la

cul­pa? /​¿no perdió

su rum­bo el ase­sino que acechaba

mien­tras mis niñas ali­via­ban a un hom­bre y

a una mujer abatidos

por el lar­go duelo…?)

Muerte

Sin anun­cio /​fie­ra.

Muer­te toda la nues­tra /​árbol negro.

Muer­te perra…

Esa fue la nue­va voz.

Ese fue casi el himno.

El áspe­ro lamen­to que escuchaste.

Mien­tras avan­za­ban las sombras.

Eran som­bras que quejaban.

Que impre­ca­ban en un pesa­do aire. En una pesada

tar­de.

Des­pués todo fue silencio.

El silen­cio eran todos los dolo­res que crecían

sin pie­dad.

Sin pie­dad por el silen­cio. Sin mise­ri­cor­dia por

los que­ji­dos.

Por ese ron­car como de odio o de pasión

por la vida

del náu­fra­go que relata

la adver­si­dad:

…y mien­tras corría­mos por esa llanura

de roca pelada

supi­mos lo que se lla­ma libertad.

Pero nues­tra ale­gría que­dó atada

al destino

de los otros com­pa­ñe­ros en prisión.

A pocos kiló­me­tros esta­ba el mar.

Duran­te meses y meses lo había­mos olido.

Toca­do al tocar la mesa el vaso

la cuchara…

Tan azul la maña­na ele­gi­da /​tan azul…

La geo­gra­fía fue adversa.

Nues­tra fuer­za menor.

Y la pri­me­ra obli­ga­ción del combatiente

es subsistir:

nos entregamos.

Era gen­te sin honor.

La muer­te lle­gó como un cuchi­llo de frío

en el oído.

Como un relámpago.

En el peque­ño universo

todo era una gran serenidad.

Yo lle­vé varias horas con el pecho abierto.

Desan­grán­do­me.

Has­ta que no pude ima­gi­nar el mar.

Ni saber de qué color era

el tra­po con que me tapaban.

Dirían des­pués los ase­si­nos en los diarios:

“Lo hecho bien hecho está

no hay que dis­cul­par­se por­que no

hay culpa”.

O sea: por los cam­pos de con­cen­tra­ción donde

la locu­ra se alaba

como pausa

no hay culpa.

Por la orgía de tor­tu­ras /​por la matan­za de

inde­fen­sos /​por el sin fin noc­turno de horror

y pestilencia /

no hay culpa.

No hay cul­pa /​no hay pie­dad /​no hay justicia /

no hay honor /

no hay bien ni mal en tama­ños verdugos.

Dios mío:

¿Qué rame­ra mal­di­ta los pudo parir

a tu ima­gen y semejanza…?

¡Fue­ra de la espe­cie humana!

Un hom­bre moral.

Embis­tien­do de fren­te con­tra un orden inmoral.

No halla­rá respuestas.

Pero si via­ja­rá en un taxi negro y amarillo.

Cha­pa C3710002.

Y al lle­gar a la esqui­na de Are­na­les y Pellegrini.

En la puer­ta de un local don­de se lee Drugs­to­re.

Reci­bi­rá tan­tos tiros en la cabeza.

Como para arrancársela.

Como para que nada que­de en ella.

Ni los pensamientos.

Ni los recuerdos.

Ni la idea vic­to­rio­sa de la cla­se obrera.

Ni la ima­gen de esa pam­pa por la que había

soña­do cabalgar.

Con cada una de esas voces que le hablaban

al lle­gar la noche.

Con cada una de las muer­tes que tan­to le dolieron

has­ta vol­ver­las vivas.

Hemos debi­do dejar la patria /​aquel pai­sa­je que

era nues­tro espíritu.

Nos que­da la memo­ria /​los hijos /​lo amado…

El sol que se apa­re­ce por la ventana

ilu­mi­na esta pie­za don­de escribo.

Pala­bras.

Pala­bras sin respuesta.

Pala­bras como un abra­zo. No tie­ne final un poe­ma para el ami­go asesinado.

Tam­po­co tie­ne final esta lucha que nos envuelve

y des­ga­rra.

La derro­ta es hoy la gran seño­ra impía que todo

lo corrom­pe. Pero ella no es eterna.

Vol­ve­re­mos del exi­lio. Sin pactos

con el exter­mi­na­dor. Sin comercio

de nues­tros muertos.

O vol­ve­rán nues­tros hijos.

Sé que tus hijos Rodolfo.

Y mis hijos y los hijos de cada compañero

verán hacer­se luz la pesadilla.

Verán hacer­se ale­gría la san­gre que dejas­te. La

verán cre­cer y convertirse

en un man­zano bello.

Ese man­zano.

Ergui­do y libre. Fuer­te y puro como vos.

Reci­bien­do los dones del cie­lo y de la tierra.

Ese man­zano de nai­de es más que naide.

Flo­re­ce­rá.

Lo agi­ta­rá el viento.

Nos dirá que la vida pue­de más que la muerte.

¡Vamos caba­llo!

Alé­ja­te tristeza.

Es hora de andar.

1974 – 1978

Itu­rria /​Fuen­te

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