Bra­sil. El hijo mayor de Jair Bol­so­na­ro, impu­tado por corrupción

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 5 de noviem­bre de 2020.

La Fis­ca­lía de Bra­sil denun­ció al sena­dor Fla­vio Bol­so­na­ro por blan­queo de dine­ro. Las auto­ri­da­des esti­man que el hijo del man­da­ta­rio lavó unos 400.000 dóla­res en ope­ra­cio­nes irre­gu­la­res cuan­do era dipu­tado esta­dual de Río de Janeiro. 

La Fis­ca­lía bra­si­le­ña denun­ció al sena­dor Fla­vio Bol­so­na­ro, hijo mayor del pre­si­den­te Jair Bol­so­na­ro, por blan­queo de dine­ro, mal­ver­sa­ción, orga­ni­za­ción cri­mi­nal y apro­pia­ción inde­bi­da, y aumen­tó la pre­sión sobre el man­da­ta­rio, ele­gi­do en 2018 con la ban­de­ra de la lucha anticorrupción.

La Jus­ti­cia deci­di­rá aho­ra si acep­ta la que­re­lla y sien­ta en el ban­qui­llo de los acu­sa­dos a Fla­vio Bol­so­na­ro, quien supues­ta­men­te lide­ró y se bene­fi­ció de una tra­ma corrup­ta duran­te su eta­pa como dipu­tado regio­nal de Río de Janei­ro, según el Minis­te­rio Público.

Licen­cia­do en Dere­cho, Fla­vio Bol­so­na­ro, de 39 años, es el mayor de los tres hijos del pre­si­den­te que se dedi­can a la polí­ti­ca y ocu­pó un esca­ño en la Asam­blea Legis­la­ti­va de Río des­de 2003 has­ta que en octu­bre de 2018 fue ele­gi­do sena­dor por un man­da­to de ocho años.

La inves­ti­ga­ción, bau­ti­za­da en Bra­sil como el caso de las «racha­dinhas», se des­ta­pó antes de ter­mi­nar 2018 y se ha arras­tra­do duran­te dos años has­ta la for­mu­la­ción de los car­gos ante el Tri­bu­nal de Jus­ti­cia de Río.

El Minis­te­rio Públi­co de Río infor­mó de la denun­cia en la madru­ga­da de este miér­co­les, cuan­do toda la aten­ción mediá­ti­ca esta­ba pues­ta en las elec­cio­nes pre­si­den­cia­les en Esta­dos Unidos.

En la deman­da tam­bién inclu­yó a Fabrí­cio Quei­roz, quien fue jefe de gabi­ne­te de Fla­vio y actual­men­te está en pri­sión domi­ci­lia­ria por este asun­to, y a otras 15 per­so­nas cuyos nom­bres no fue­ron divul­ga­dos por­que el pro­ce­so corre bajo «súper sigi­lo» judicial.

Con­tra­ta­ción de fun­cio­na­rios «fan­tas­mas»

Según la inves­ti­ga­ción, la red corrup­ta ope­ró al menos entre 2007 y 2018 median­te la con­tra­ta­ción de fun­cio­na­rios «fan­tas­mas» para el des­pa­cho de Fla­vio Bol­so­na­ro y la apro­pia­ción de una bue­na par­te de los sala­rios de estos, que era admi­nis­tra­da por Quei­roz y su esposa.

Una frac­ción de ese dine­ro era trans­fe­ri­do supues­ta­men­te al enton­ces dipu­tado, que lo blan­quea­ba, al pare­cer, a tra­vés de la com­pra de inmue­bles y en una tien­da de cho­co­la­tes de la que es socio, según infor­mes ofi­cia­les fil­tra­dos por la pren­sa local.

Las auto­ri­da­des esti­man que el hijo del man­da­ta­rio lavó has­ta 2,3 millo­nes de reales (400.000 dóla­res al cam­bio de hoy) en esas ope­ra­cio­nes irregulares.

El caso echó a andar pre­ci­sa­men­te des­pués de que se detec­ta­ran movi­mien­tos finan­cie­ros atí­pi­cos en cuen­tas ban­ca­rias de Fla­vio y en la de 74 exco­la­bo­ra­do­res suyos en la Asam­blea Legis­la­ti­va de Río.

El sena­dor, que inten­tó sus­pen­der las inves­ti­ga­cio­nes en la Jus­ti­cia y lo con­si­guió por un tiem­po gra­cias a un fallo de la Cor­te Supre­ma, siem­pre ha nega­do las acu­sa­cio­nes y sos­tie­ne que el pro­ce­so en su con­tra es un inten­to de dañar a su padre.

Por otro lado, tam­bién hay dudas en el mun­do jurí­di­co sobre si el pri­mo­gé­ni­to de Bol­so­na­ro con­ta­ba o no con fue­ro pri­vi­le­gia­do cuan­do comen­zó a ser investigado.

Depen­dien­do de ese matiz, la denun­cia sería ana­li­za­da por un juez de pri­me­ra ins­tan­cia o un tri­bu­nal espe­cial de Río com­pues­to por 25 magis­tra­dos, don­de tra­mi­ta por el momen­to, pues el Supre­mo aún tie­ne pen­dien­te pro­nun­ciar­se al respecto.

Un caso que irri­ta al presidente

Los fis­ca­les des­cu­brie­ron que Quei­roz y su espo­sa rea­li­za­ron depó­si­tos por valor de 89.000 reales (hoy 15.500 dóla­res) en la cuen­ta ban­ca­ria de la pri­me­ra dama, Miche­lle Bol­so­na­ro, según reve­ló la pren­sa local.

El jefe de esta­do dijo en un pri­mer momen­to que ese dine­ro, que cifró en su día en 40.000 reales (7.000 dóla­res), era par­te de la devo­lu­ción de un «prés­ta­mo per­so­nal» que le había hecho a Quei­roz, con quien lo unía una amistad.

No obs­tan­te, a medi­da que salían a la luz más datos del caso, el gober­nan­te se mos­tró esqui­vo e inclu­so lle­gó a per­der los pape­les cuan­do era pre­gun­ta­do por los medios de comu­ni­ca­ción sobre el tema.

En una oca­sión le con­tes­tó a un perio­dis­ta dicién­do­le que «tenía una cara de homo­se­xual terri­ble» y más recien­te­men­te, en agos­to pasa­do, ame­na­zó a otro del dia­rio O Glo­bo con «lle­nar­le la boca de puñetazos».

Asi­mis­mo, el con­ce­jal de Río Car­los Bol­so­na­ro, otro de los hijos del pre­si­den­te, afron­ta una inves­ti­ga­ción simi­lar a la de su her­mano, que tam­bién envuel­ve la apro­pia­ción de sala­rios de pre­sun­tos fun­cio­na­rios «fan­tas­mas».

Para­le­la­men­te, el exma­gis­tra­do Ser­gio Moro, anti­guo minis­tro de Jus­ti­cia del pre­si­den­te, lle­gó a acu­sar públi­ca­men­te al líder de la ultra­de­re­cha de inten­tar inter­fe­rir polí­ti­ca­men­te en la Poli­cía Fede­ral en inves­ti­ga­cio­nes que sal­pi­can a sus fami­lia­res. Tras la acu­sa­ción, la Fis­ca­lía Fede­ral abrió una inves­ti­ga­ción con­tra Bol­so­na­ro, quien nie­ga los hechos.

Víncu­los con gru­pos paramilitares

En el caso de Fla­vio, tam­bién están en la mira de la Jus­ti­cia per­so­nas vin­cu­la­das a gru­pos para­mi­li­ta­res, inte­gra­dos por expo­licías o agen­tes en acti­vo corrup­tos que con­tro­lan algu­nas regio­nes de Río de Janeiro.

Las auto­ri­da­des apun­tan que Quei­roz era ami­go de Adriano Magalhaes da Nóbre­ga, un impor­tan­te jefe mili­ciano que murió aba­ti­do por la poli­cía en febre­ro de este año.

De acuer­do con los inves­ti­ga­do­res, la madre del capo, Rai­mun­da Veras Magalhaes, y su exes­po­sa Danie­lle Men­do­nça da Cos­ta estu­vie­ron en la nómi­na del gabi­ne­te de Fla­vio, según fil­tra­ron en su día los dia­rios Folha de Sao Pau­lo y Esta­do de Sao Paulo.

Fuen­te: Pági­na 12

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