Boli­via. Loyo­la Guz­mán: «Yo com­ba­tí con el Che»

Por Pablo Bas­si , Resu­men Lati­no­ame­ri­cano 7 de octu­bre se 2020

A 53 años del ase­si­na­to de Ernes­to Gue­va­ra en Boli­via, Loyo­la Guz­mán nos cuen­ta cómo era tener de com­pa­ñe­ro al Che en el Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Nacio­nal. Su arri­bo a Ñan­cahua­zú, la orga­ni­za­ción de la gue­rri­lla, los pla­nes con­ti­nen­ta­les, el víncu­lo con el PC y su muerte.

“Cuan­do lo vi por pri­me­ra vez tenía el cabe­llo lar­go, por­que él esta­ba des­de noviem­bre ahí. Tenía una boi­na dis­tin­ta que lo dife­ren­cia­ba de aquel Che en Cuba”, recuer­da Loyo­la, 46 años después.

–¿Sabías que yo esta­ba? –le pre­gun­tó Guevara

–Sí, lo sabía

–¿Des­de cuándo?

–Me lo con­tó Coco en el camino, recién

–Es una infi­den­cia, ¿no?

–Cla­ro, así es

–Pero tam­bién es ver­dad que no debes men­tir­le a un com­pa­ñe­ro –sal­dó

Era enero de 1967, en una fin­ca al lími­te de Chu­qui­sa­ca y San­ta Cruz de la Sie­rra, atra­ve­sa­da por el río Ñan­cahua­zú. Gue­va­ra pre­sen­tó los pla­nes de lucha con­ti­nen­tal que empe­za­rían allí, en Boli­via, y se exten­de­rían a Perú y la Argen­ti­na, su obje­ti­vo per­so­nal. Se refi­rió a la gue­rri­lla rural como la herra­mien­ta más ade­cua­da a tal fin, advir­tió que selec­cio­na­ría a los mejo­res com­ba­tien­tes para jerar­qui­zar el ejér­ci­to y anun­ció la diso­lu­ción de los gru­pos pre­exis­ten­tes. Aque­llos hom­bres y muje­res cons­ti­tui­rían el embrión de un nue­vo partido.

–¿Qué opi­nas de la revo­lu­ción cul­tu­ral chi­na? –qui­so saber Loyola

–No he teni­do tiem­po de estu­diar­la –res­pon­dió Gue­va­ra con sinceridad.

“Ter­mi­na­da la reu­nión dio ins­truc­cio­nes para la red urba­na. Y nos des­pe­di­mos, natu­ral­men­te, acep­tan­do yo la tarea. Tenía 24 años”, cuenta.

Loyo­la Guz­mán con com­pa­ñe­ros de la guerrilla

***

“Nací en un peque­ño pue­blo de la pro­vin­cia de Inqui­si­vi. Vivi­mos en Oru­ro has­ta 1959, año en que egre­sé bachi­ller y me fui a la ciu­dad de La Paz a estu­diar Medi­ci­na. Hice un año y aban­do­né”, rela­ta Loyola.

En el cole­gio comen­zó a mili­tar en la Juven­tud Comu­nis­ta de Boli­via, diri­gió lue­go la Fede­ra­ción de Estu­dian­tes e inte­gró la direc­ción del Comi­té Nacio­nal de la Juven­tud. En abril de 1952 se pro­du­jo en Boli­via la revo­lu­ción nacio­na­lis­ta del MNR, lide­ra­da por Víc­tor Paz Estens­so­ro, que Loyo­la carac­te­ri­za de popu­lis­ta y hace­do­ra de trans­for­ma­cio­nes muy sen­ti­das por el pue­blo: la nacio­na­li­za­ción de las minas, el voto uni­ver­sal, la refor­ma edu­ca­ti­va y del sis­te­ma agra­rio semi feudal.

El 4 de noviem­bre de 1964, el Gene­ral de la Fuer­za Aérea y vice­pre­si­den­te René Barrien­tos Ortu­ño derro­có al pre­si­den­te Estens­so­ro. Dos años des­pués con­vo­có a elec­cio­nes y ganó. Había estre­cha­do lazos has­ta idio­má­ti­cos con los campesinos.

“Fue una dic­ta­du­ra que per­si­guió a diri­gen­tes sin­di­ca­les, a los par­ti­dos comu­nis­tas y tros­kis­tas, con deten­cio­nes masi­vas y fre­cuen­tes repre­sio­nes al movi­mien­to mine­ro y fabril hacia 1969”, pre­ci­sa Loyola.

El Par­ti­do Comu­nis­ta de Boli­via impul­sa­ba mien­tras el entre­na­mien­to de cua­dros en la lucha arma­da, a pesar del Secre­ta­rio Gene­ral Mario Mon­je, incli­na­do más a una insu­rrec­ción popu­lar. Era par­te de la excep­ción entre los de Lati­noa­mé­ri­ca: el PCB apo­yó la revo­lu­ción cuba­na, apor­tó mili­tan­tes al Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Nacio­nal del Perú y al coman­da­do por Jor­ge Masetti.

Fue el mis­mo Mon­je quien a media­dos de 1966 pre­sen­tó ante un gru­po de com­pa­ñe­ros a José Mar­tí­nez Tama­yo: uno de los cuba­nos que había com­ba­ti­do con Gue­va­ra en el Con­go. Jun­to con él salie­ron hacia La Haba­na los comu­nis­tas boli­via­nos Rober­to Pere­do Lei­gue (Coco), Rodol­fo Sal­da­ña, José Luis Mén­dez Kor­né (Ñato), Jor­ge Váz­quez Via­ña (Loro), Anto­nio Jimé­nez, Ani­ce­to Rei­na­ga y Loyo­la Guz­mán. Toda­vía no se habla­ba de la lle­ga­da del Che.

Gue­va­ra final­men­te arri­bó a La Paz el 3 de noviem­bre de 1966 y a la zona de Ñan­cahua­zú cua­tro días des­pués. Según escri­be en su dia­rio, el 31 de diciem­bre y 1° de enero de 1967 se entre­vis­tó con Mon­je sin acuer­do sobre quién enca­be­za­ría la revolución.

“Como todos los 17 de enero, hici­mos una fies­ta y acto polí­ti­co por el ani­ver­sa­rio del par­ti­do. Sal­da­ña, Coco y yo nota­mos un ambien­te dife­ren­te. Hubo lue­go una reu­nión del comi­té cen­tral con la par­ti­ci­pa­ción de algu­nos jóve­nes, en la que Mon­je infor­mó de la exis­ten­cia de un gru­po que que­ría armar una gue­rri­lla, sin dar nom­bres ni pro­nós­ti­cos”, cuen­ta Loyola.

–¿Inte­gra­rás un gru­po con­du­ci­do por un extran­je­ro? –le pre­gun­tó Mon­je a Loyo­la, a lo que le res­pon­dió que sí. Por­que en ese sen­ti­do tam­bién era internacionalista

–Si el com­pa­ñe­ro tie­ne mejo­res con­di­cio­nes y expe­rien­cia, lo acep­to –agre­gó, tras lo que Mon­je pidió su renun­cia al par­ti­do o la dis­po­si­ción al menos a dar un deba­te interno.

“En ver­dad Mon­je fue hones­to; creía en la lucha arma­da pero no en la gue­rri­lla rural. Más en un levan­ta­mien­to popu­lar como el de abril de 1952. Pero su suer­te esta­ba echa­da: el Che había deci­di­do venir con o sin el apo­yo del PC, con o sin Mon­je”, ase­gu­ra Loyola.

Jun­to con Gui­do Pere­do Lei­gue (alias Inti, her­mano de Coco) deci­die­ron aban­do­nar el par­ti­do. Más allá del amor, la dis­ci­pli­na mili­tan­te y el res­pe­to a Mario Mon­je. Fue una deci­sión tras­cen­den­te que les dolió y que el Che alcan­zó a regis­trar en su diario.

A fines de enero Coco Pere­do orde­nó a Loyo­la via­jar a Cami­ri, cer­ca de Ñan­cahua­zú, y encon­trar­se allí con el diri­gen­te mine­ro Moi­sés Gue­va­ra. “Esta­ba él un poco des­con­fia­do por ser del gru­po pro chino y yo pro sovié­ti­ca. Me espe­ró de todos modos y fui­mos en jeep has­ta un lugar que, des­pués me ente­ré, se deno­mi­nó la “casa de Cala­mi­na´: la cho­za cons­trui­da en la fin­ca que Coco e Inti com­pra­ron como pri­mer asen­ta­mien­to”, recuerda.

Coco la apar­tó enton­ces jun­to a Moi­sés y comen­za­ron una mar­cha que Loyo­la sabía sin des­tino. Has­ta la altu­ra del río, don­de Pere­do la ano­ti­ció del inmi­nen­te encuen­tro con el Che. Gue­va­ra se reu­ni­ría pri­me­ro con Moi­sés, lue­go con Loyo­la y final­men­te con los dos, más Coco.

“En esa épo­ca se habla­ba mucho de los argen­ti­nos como seres pre­po­ten­tes, pero él era sen­ci­llo. Te escu­cha­ba con aten­ción, era recep­ti­vo, te res­pon­día con fran­que­za”, des­cri­be Loyola.

“Fue una ale­gría ver­lo”, con­ti­núa. “Sobre todo por los rumo­res que cir­cu­la­ban alre­de­dor de su deten­ción en algún lugar, su muer­te en manos de Fidel, su par­ti­ci­pa­ción en la gue­rri­lla de Colom­bia y Venezuela”.

Según Loyo­la, el Che des­creía de un rápi­do triun­fo. Ponía como ejem­plo los levan­ta­mien­tos indí­ge­nas de siglo XIX en Méxi­co, que con­cre­ta­ron la inde­pen­den­cia en 1925. Cri­ti­có ade­más a los sovié­ti­cos, por­que empe­za­ban a pen­sar­se más como Esta­dos que revo­lu­cio­na­rios: los pue­blos en lucha esta­ban con­di­cio­na­dos a la exis­ten­cia pací­fi­ca con los Esta­dos Unidos.

La res­pon­sa­bi­li­dad de Loyo­la en el ELN era orga­ni­zar el apa­ra­to urbano: una tarea ardua, sin la cola­bo­ra­ción del Par­ti­do Comu­nis­ta. En ese tran­ce cono­ció a Tania –a car­go de la inte­li­gen­cia- y a Wal­ter Pare­jas, nom­bra­do jefe de la red urba­na. Fue ella quien acom­pa­ñó al fran­cés Régis Debray duran­te su des­em­bar­co en Bolivia.

El 23 de mar­zo de 1967 se libró el pri­mer enfren­ta­mien­to de una serie de vic­to­rias que Loyo­la carac­te­ri­za como “duros gol­pes para el ejér­ci­to”. Entre ellos, la caí­da del Mayor Rubén Sán­chez, quien pos­te­rior­men­te se alis­tó a la guerrilla.

Des­de enton­ces el gobierno de Boli­via reci­bi­ría mayor asis­ten­cia de los Esta­dos Uni­dos y las dic­ta­du­ras argen­ti­na y bra­si­le­ña, mien­tras se divi­día la reta­guar­dia de un ELN ya inco­mu­ni­ca­do con la ciu­dad. Empe­za­ron a caer en manos mili­ta­res cue­vas con docu­men­tos, víve­res y medicamentos.

***

Antes de su deten­ción en sep­tiem­bre de 1967, Loyo­la tenía argu­men­tos para evi­tar­la: pro­cu­ra­ría con­fe­sar su per­te­nen­cia a la Juven­tud Comu­nis­ta, aun­que su opo­si­ción a la lucha arma­da. Sin embar­go, sus fotos con los her­ma­nos Pere­do alzan­do fusi­les no logra­ron elu­dir la suerte.

“Una pre­sa me dijo que vaya al baño y vi su foto en un dia­rio, vi que lo habían mata­do. Tenía espe­ran­zas de que no lo hicie­ran, inclu­so de que no lo detu­vie­ran, pero evi­den­te­men­te era él. Fue un duro un gol­pe el fusi­la­mien­to de Gue­va­ra”, con­fie­sa Loyo­la, a quien habían tras­la­da­do a una cár­cel de muje­res en La Paz has­ta julio de 1970, don­de fue torturada.

Duran­te ese tiem­po, el tra­ba­jo del ELN se vio para­li­za­do. Los pocos com­ba­tien­tes acti­vos se res­guar­da­ron evi­tan­do ser dete­ni­dos. Inti tra­tó des­pués de reu­nir­los y reini­ciar la lucha, pero fue ase­si­na­do. Osval­do Pere­do, como nue­vo jefe, deci­dió enton­ces con­ti­nuar la gue­rra en la loca­li­dad de Teo­pon­te. Una expe­rien­cia que Loyo­la cali­fi­ca de “masa­cre”, con seten­ta uni­ver­si­ta­rios y cam­pe­si­nos arra­sa­dos por balas enemigas.

“Aque­lla eta­pa en Teo­pon­te inclu­yó la toma de dos téc­ni­cos ale­ma­nes de la South Ame­ri­can Pla­ces, por quie­nes se ofre­ció su liber­tad a cam­bio de la libe­ra­ción de diez de noso­tros. Sali­mos pues a Chi­le, don­de nos nega­ron asi­lo por el con­tex­to polí­ti­co, y des­de Anto­fa­gas­ta par­ti­mos hacia Cuba. Nave­ga­mos duran­te diez días por el Pací­fi­co sin arri­bar a nin­gún puer­to, ya que todos los paí­ses habían roto rela­cio­nes con Cuba. Lle­ga­mos al canal de Pana­má, con per­mi­so para pasar. Des­de ahí a la loca­li­dad de Cien­fue­gos, y des­de allí a La Haba­na”, narra Loyola.

En abril de 1972 regre­só con cua­tro com­pa­ñe­ros. Las dife­ren­cias que exis­tían en el ELN tras la expe­rien­cia de Teo­pon­te que­da­ron atrás cuan­do Hugo Ban­zer Suá­rez depu­so a la mis­ma jun­ta mili­tar que cons­ti­tuía. Con él se agu­di­zó la repre­sión, las deten­cio­nes, tor­tu­ras y la eli­mi­na­ción físi­ca. Fue el puño de knock out para la guerrilla.

Loyo­la cayó pre­sa a los pocos días, en medio de un enfren­ta­mien­to con pre­sen­cia de perio­dis­tas. Dije­ron que a su com­pa­ñe­ro lo habían mata­do ahí, aun­que nun­ca pudo encon­trar el cuerpo.

Inten­tó exi­liar­se en Fran­cia y Sue­cia, pero los dic­ta­do­res se lo recha­za­ron. En mayo de 1974 obtu­vo la liber­tad vigi­la­da, por la que fre­cuen­te­men­te debía sen­tar­se en una silla del Minis­te­rio del Inte­rior a hacer nada.

Osval­do Pere­do (alias Cha­to, her­mano de Coco e Inti) inten­tó des­de Chi­le reagru­par al casi ani­qui­la­do ELN bajo el nom­bre de Par­ti­do Revo­lu­cio­na­rio de los Tra­ba­ja­do­res – Ejér­ci­to de Libe­ra­ción Nacio­nal. Tejió alian­za con Mon­to­ne­ros, ERP, Tupa­ma­ros y MIR.

Loyo­la en tan­to, ini­ció des­de 1978 su lucha con­tra la des­apa­ri­ción for­za­da de per­so­nas a nivel con­ti­nen­tal. Pre­si­dió la Fede­ra­ción Lati­no­ame­ri­ca­na de Aso­cia­cio­nes de Fami­lia­res de Des­apa­re­ci­dos, entre cuyas 14 orga­ni­za­cio­nes se encon­tra­ba Madres de Pla­za de Mayo.

Para enton­ces, el Plan Cón­dor había devas­ta­do con todo.

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