Argen­ti­na. Gue­rre­ras de la pri­me­ra línea

Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 30 octu­bre 2020.-

Des­de el ini­cio de la pan­de­mia, cien­tos de muje­res rea­li­za­ron la tarea de ali­men­tar a otrxs, acom­pa­ñar las pos­tas sani­ta­rias, de sos­te­ner ollas y come­do­res. La lucha de Gladys, veci­na de la Villa 31, ini­cia una serie de rela­tos que ponen en la his­to­ria a aqué­llas que estu­vie­ron al fren­te de esa línea esen­cial y falle­cie­ron por coronavirus.

Por Cari­na López Mon­ja y Dina Sánchez.

Gladys era una mujer sen­ci­lla, madre de ocho hijos, cha­que­ña y veci­na his­tó­ri­ca de la Villa 31. Su figu­ra fue impor­tan­te para muchos niños y niñas del barrio, que acu­dían al come­dor que abrió en su casa y sos­tu­vo duran­te trein­ta años has­ta que falle­ció. Su vida, como la de tan­tas tra­ba­ja­do­ras invi­si­bles, dejó hue­lla en el barrio.

En la cri­sis de 1989 y ante la fal­ta de tra­ba­jo, se ins­ta­ló en la Villa 31. La suya fue una de las pri­me­ras casas del barrio, una casi­lla de made­ra a dos aguas, don­de no había cloa­ca ni agua. La orga­ni­za­ción comu­ni­ta­ria fue par­te de la vida de Gladys. Cuan­do otros saquea­ban super­mer­ca­dos, los veci­nos de su sec­tor deci­die­ron en asam­blea hacer un pedi­do con­jun­to a Super­coop, el hiper que fun­cio­na­ba a la entra­da del barrio. Con los ali­men­tos entre­ga­dos comen­za­ron a cocinar.

Des­de enton­ces, en el come­dor «Comu­ni­dad Orga­ni­za­da» se ser­vía almuer­zo para 120 per­so­nas y merien­da para lxs niñxs; por la tar­de daban talle­res de ofi­cio y los sába­dos fun­cio­na­ba apo­yo esco­lar y un pro­gra­ma esta­tal para ter­mi­nar la primaria.

Cuan­do comen­zó la pan­de­mia, Gladys hizo cua­ren­te­na estric­ta, y como no que­ría cerrar el come­dor, sus hijos lo sos­tu­vie­ron. Recién enton­ces dimen­sio­na­ron el tra­ba­jo. » Mi mamá se levan­ta­ba a las seis para bal­dear. Coci­na­ba, lim­pia­ba todo, repar­tía la merien­da y a las cin­co deja­ba todo lis­to para los talle­res. Los sába­dos tam­bién. Si vos lo ponés en per­so­nas físi­cas, era el tra­ba­jo de cin­co per­so­nas», cuen­ta su hija María Laura.

Fran­co está con­ven­ci­do de que su mamá se con­ta­gió de Covid-19 por com­par­tir el baño con su fami­lia y otras quin­ce per­so­nas. Lle­va­ba dos años espe­ran­do que el Gobierno de la Ciu­dad cum­plie­ra la inter­ven­ción en su baño por el pro­ce­so de urba­ni­za­ción. «Si hubie­ran teni­do el baño, mis papás no se con­ta­gia­ban», afir­ma. «Esta­ban ais­la­dos des­de mar­zo, y en mayo les diag­nos­ti­ca­ron coro­na­vi­rus. Sólo baja­ban al baño. Así se contagiaron.»

La pan­de­mia mos­tró la des­igual­dad y la fal­ta de ser­vi­cios bási­cos. La Villa 31 estu­vo varios días sin agua. Iro­nías: cuan­do inter­na­ron a Gladys y a su espo­so en el Hos­pi­tal Riva­da­via, tam­po­co había agua. Un mes des­pués ella falle­ció en el hos­pi­tal. Su espo­so se recu­pe­ró, y el día que vol­vió a su casa lle­gó el inodo­ro para el baño que no tuvie­ron. Con dos años de retraso.

«Siem­pre es dolo­ro­so el pro­ce­so de muer­te de tu vie­ja. Pero acá sen­tís que era evi­ta­ble. Si hubie­ra teni­do mejo­res con­di­cio­nes de vida tal vez no pasa­ba. Y eso tie­ne que ver con las res­pon­sa­bi­li­da­des del Esta­do. Es una muer­te rodea­da de injus­ti­cias», lamen­ta Franco.

Gladys dedi­có su vida a cons­truir espa­cios comu­ni­ta­rios. Hoy, su fami­lia bus­ca con­ti­nuar la tarea en el come­dor y pelear el reco­no­ci­mien­to sala­rial a las tra­ba­ja­do­ras que desa­rro­llan una tarea esen­cial con las ollas populares.

Sólo fal­ta la des­pe­di­da. Los hijos quie­ren lle­var las ceni­zas de Gladys a Cha­co, la tie­rra que apren­die­ron a amar casi sin cono­cer, escu­chan­do las his­to­rias de su mamá y bai­lan­do cha­ma­mé con ella. En la Villa 31, Gladys segui­rá pre­sen­te. En la olla y en el com­pro­mi­so de quie­nes siguen pelean­do por una vida digna.

Itu­rria /​Fuen­te

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