Cuba. Vamos Euse­bio, vamos a andar La Habana

Por Joel Suá­rez Rodéz*, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 31 de julio de 2020.

Murió un hijo, un extra­or­di­na­rio hijo de Dios y de la Patria. Con ella y con Él, con el cora­zón a flor de labios, vivió leal Euse­bio; en el vór­ti­ce de la obra, en el hura­cán de la Revo­lu­ción. Murió sobre el camino, andan­do, un pre­di­ca­dor, un sacer­do­te, un pas­tor, un alfa­re­ro, un her­mano, un amigo.

Labró sobre las pie­dras de su Gali­lea haba­ne­ra, sobre el alma de sus más humil­des veci­nos y en nues­tros cora­zo­nes, su pro­pia resurrección.

No recuer­do cuán­do nos cono­ci­mos, ni cuán­do comen­zó nues­tra amis­tad, con mi fami­lia y con el Cen­tro Mar­tin Luther King. Algu­nas ini­cia­ti­vas com­par­ti­mos des­de nues­tro Cen­tro con la Ofi­ci­na del His­to­ria­dor de la Ciu­dad (OHC).

Seguí al maes­tro ambu­lan­te y su con­vi­te a andar La Haba­na, hace muchos años, cuan­do él esta­ba con­ven­ci­do de que la obra que iba a empren­der tenía que colo­car, en el lugar de la desidia y la irres­pon­sa­bi­li­dad, el amor y el cui­da­do de todos por la ciudad.

Por su cora­zón y su voz se movía el Espí­ri­tu San­to; por eso fue una ben­di­ción para nues­tra nación. Con la homi­lía que cada hora de la Patria exi­gía y deman­da­ba. Con el don de su ver­bo que nos con­mo­vía hizo aún más vívi­do en noso­tros el mis­te­rio de la pre­sen­cia de José Mar­tí, “un mis­te­rio – como él mis­mo expre­sa­ra- que hace que para los cre­yen­tes y para los no cre­yen­tes, la pala­bra Cuba, la pala­bra Patria, la pala­bra Jus­ti­cia, la pala­bra Revo­lu­ción, ten­gan, inevi­ta­ble­men­te, un com­pro­mi­so mís­ti­co que lle­ga al extre­mo de que el pue­blo sen­ci­llo, allá en la base, recos­ta­do a las pare­des de tan­tas urgen­cias, de tan­tas mise­rias, de tan­tas nece­si­da­des a que nos obli­ga la obra con­tu­maz de un adver­sa­rio incan­sa­ble, repi­ta como últi­ma pala­bra extre­ma: el que ten­ga fe se salvará”. 

Humil­de con­sa­gra­do con su gris atuen­do al ver­bo encar­na­do en la acción, Euse­bio es el últi­mo de los pro­fe­tas de la Revo­lu­ción. Des­de la inten­si­dad del buen amor, fue fiel ami­go de Fidel y nos ense­ñó a amar­lo sin “gua­ta­co­ne­ría”. Por ello enca­ró pro­ble­mas y urgen­cias con fide­li­dad, mili­tan­cia y libertad.

En las comu­ni­ca­cio­nes escri­tas y en nues­tros salu­dos, me acos­tum­bré a lla­mar­lo “her­mano”, por fe y cau­sa común, y “℗adre”, por aque­lla doble con­di­ción que le atri­buía, la de papá y la de cura. Nun­ca de alguien ajeno, en su pre­sen­cia, sen­tí tan­to afec­to, como el de un amo­ro­so padre; ni tan­ta devo­ción dia­có­ni­ca, como la de un pastor.

A mi padre ape­nas lo veo leer. A sus 85 años, en nues­tro hogar, el úni­co libro que no aban­do­na es la Biblia. Ayer lo vi tomar el libro Con el cora­zón abier­to, que se con­vir­tie­ra en el tes­ta­men­to de mi madre ‑pas­to­ra bau­tis­ta- gra­cias a una lar­ga entre­vis­ta que le rea­li­za­ra Isa­bel Rau­ber. Fue­pu­bli­ca­do ape­nas un año antes de su muer­te. Tomó el libro, y como mis­mo hace cuan­do repa­sa el tex­to sagra­do, se sen­tó a ojear­lo al bor­de de la baña­de­ra, apro­ve­chan­do la bue­na luz del baño.

Hoy, ape­nas con­fir­mé la vera­ci­dad de la noti­cia, repa­ré con asom­bro en este hecho. La vís­pe­ra, la mano de Dios, lle­vó a mi padre, a quien Euse­bio qui­so y esti­mó como cofra­de, al tex­to que reco­ge las pala­bras pro­nun­cia­das por Leal en la pre­sen­ta­ción de ese libro y que están reco­gi­das en su segun­da edi­ción. Aho­ra yo hago lo mis­mo. Allí reco­rre la his­to­ria común entre las epo­pe­yas per­so­na­les y fami­lia­res vivi­das por él, otros cre­yen­tes reli­gio­sos y otros hom­bres sin religión.

Aquel 21 de enero de 1994 en los loca­les del Cen­tro Memo­rial Dr. Mar­tin Luther King, Jr., ante la mira­da absor­ta de los veci­nos del barrio de Pogo­lot­ti ‑nie­tos y biz­nie­tos de aque­llos humil­des tra­ba­ja­do­res taba­ca­le­ros y com­ba­tien­tes de nues­tras gue­rras – que siguie­ron con igual devo­ción la ardien­te pala­bra de Mar­tí, Euse­bio expresó:

“Estos hom­bres, muje­res y jóve­nes, todos los aquí reu­ni­dos, hemos sobre­vi­vi­do. Somos los hijos de una pala­bra de reden­ción pro­nun­cia­da bajo el cie­lo y bajo las estre­llas de Cuba. Hemos sobre­vi­vi­do, sobre la base de la idea de sal­var­nos con nues­tra Patria o pere­cer con ella.”

Y devol­vién­do­le a él, en gra­ti­tud y home­na­je, las pala­bras que en aque­lla noche dedi­ca­ra a mi madre, parafraseo:

Y eso es, ver­da­de­ra­men­te, el signo de pasión, el signo de amor, el signo de con­sa­gra­ción, que Euse­bio impri­mió a su vida y a su obra.

Euse­bio, te espe­ra­mos. Cuan­do des­te­rre­mos la pan­de­mia con la mis­ma res­pon­sa­bi­li­dad ciu­da­da­na que nos incul­cas­te, regre­sa­re­mos a La Haba­na Vie­ja, a ese tem­plo secu­lar de tu ciu­dad, nues­tra ciu­dad. Allí nos con­gre­ga­re­mos, y como en los pri­me­ros días de tu titá­ni­ca obra, con las sába­nas blan­cas col­gan­do en los bal­co­nes, esta vez te invi­ta­re­mos: vamos Euse­bio, vamos a andar la Habana.

*del Cen­tro Mar­tin Luther King

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