Ori­gen del dine­ro, cues­tio­nes históricas

En una nota ante­rior pre­sen­té las prin­ci­pa­les dife­ren­cias teó­ri­cas sobre la géne­sis del dine­ro entre Smith, Men­ger y los neo­clá­si­cos, por un lado, y Marx, por el otro. En esta nota amplío el tema con los aspec­tos his­tó­ri­cos del sur­gi­mien­to y evo­lu­ción del dine­ro. Una cues­tión que está en el cen­tro de las dis­cre­pan­cias entre la con­cep­ción mar­xis­ta del dine­ro y los enfo­ques orto­do­xos, por un lado, y de la Teo­ría Mone­ta­ria Moder­na, por el otro. Empie­zo con la dife­ren­cia entre la expli­ca­ción «a lo Adam Smith» y el enfo­que de Marx.

El mar­xis­mo sobre la «pro­pen­sión a comer­ciar» y el ori­gen del dinero

El pri­mer pun­to a des­ta­car es que Marx fue crí­ti­co de la natu­ra­li­za­ción de las rela­cio­nes mer­can­ti­les en que incu­rre la eco­no­mía bur­gue­sa, sea clá­si­ca, neo­clá­si­ca o «aus­tria­ca». Ten­ga­mos pre­sen­te que Adam Smith (tam­bién Ricar­do) pen­sa­ba que, des­de el fon­do de los tiem­pos, los pro­duc­to­res tuvie­ron la pro­pen­sión «natu­ral» a comer­ciar, y que esto dio lugar al sur­gi­mien­to del mer­ca­do y el dine­ro. Una idea que se sigue sugi­rien­do en los manua­les neo­clá­si­cos de Economía.

El enfo­que de Marx, en cam­bio, es que no exis­te tal pro­pen­sión «natu­ral». En crí­ti­ca a Ricar­do, dice que este «[h]ace que de inme­dia­to el pes­ca­dor y el caza­dor pri­mi­ti­vos cam­bien la pes­ca y la caza como si fue­ran posee­do­res de mer­can­cías, en pro­por­ción al tiem­po de tra­ba­jo obje­ti­va­do en esos valo­res de cam­bio» (Marx, 1999, nota p. 93, t. 1; énfa­sis aña­di­do). El pun­to cen­tral de Marx es que la pose­sión de mer­can­cías no es una rela­ción inme­dia­ta en la his­to­ria huma­na, sino media­da por la pro­pie­dad pri­va­da de los medios de pro­duc­ción. Por eso, la cir­cu­la­ción de bie­nes bajo la for­ma social de mer­can­cías no exis­tía al inte­rior de comu­ni­da­des en las que el sue­lo era pro­pie­dad en común, y el tra­ba­jo tam­bién era en común. En esas socie­da­des la regla­men­ta­ción de obli­ga­cio­nes comu­ni­ta­rias –por ejem­plo, dotes, repa­ra­cio­nes por agra­vios, dones– era cua­li­ta­ti­va­men­te dis­tin­ta de la que exis­te entre pro­pie­ta­rios pri­va­dos de mer­can­cías. Marx des­ta­ca esta dife­ren­cia: «tal rela­ción de aje­ni­dad recí­pro­ca [la del mer­ca­do]… no exis­te para los miem­bros de una enti­dad comu­ni­ta­ria de ori­gen natu­ral, ya ten­ga la for­ma de una fami­lia patriar­cal, de una comu­ni­dad índi­ca anti­gua, de un Esta­do inca, etcé­te­ra» (1999, p. 107). En estas for­ma­cio­nes socia­les el sue­lo era pro­pie­dad del Esta­do-sobe­rano, y el comer­cio entre sus miem­bros esta­ba muy redu­ci­do, o era inexis­ten­te (véa­se Gode­lier, 1971, que sin­te­ti­za las ideas de Marx al respecto).

Samir Amin (1986) tam­bién obser­va que en «los modos de pro­duc­ción de comu­ni­dad pri­mi­ti­va» los inter­cam­bios mer­can­ti­les eran inexis­ten­tes o muy redu­ci­dos; y que la dis­tri­bu­ción del pro­duc­to den­tro de las colec­ti­vi­da­des se rea­li­za­ba según unas reglas ínti­ma­men­te rela­cio­na­das con la orga­ni­za­ción del paren­tes­co» (p. 10). A su vez, y de mane­ra más par­ti­cu­la­ri­za­da, Vilar (1982) seña­la que en las socie­da­des pre­co­lom­bi­nas no exis­tía el inter­cam­bio mer­can­til entre sus miembros.

De todo esto se des­pren­de que no hay razón enton­ces para suge­rir –como pare­cen hacer­lo algu­nos defen­so­res de la TMM– que la expli­ca­ción his­tó­ri­ca de Marx y los mar­xis­tas sobre la géne­sis del dine­ro es simi­lar a la que pre­sen­ta el enfo­que ortodoxo.

El comer­cio a distancia

Si el inter­cam­bio mer­can­til al inte­rior de las comu­ni­da­des anti­guas era casi inexis­ten­te, ¿dón­de apa­re­ció? La res­pues­ta de Marx es que sur­gió a medi­da que las comu­ni­da­des entra­ban en con­tac­to. «El inter­cam­bio de mer­can­cías comien­za don­de ter­mi­nan las enti­da­des comu­ni­ta­rias, en sus pun­tos de con­tac­to con otras enti­da­des comu­ni­ta­rias o con miem­bros de estas» (Marx, 1999, p. 107, t. 1). En este res­pec­to, el aná­li­sis de Marx en El Capi­tal tie­ne como pun­to de par­ti­da la que lla­ma la for­ma «sim­ple, o con­tin­gen­te» del valor, la cual corres­pon­de a los inter­cam­bios oca­sio­na­les entre comu­ni­da­des. Es con­tin­gen­te por­que solo por azar los bie­nes se inter­cam­bian de acuer­do a los tiem­pos de tra­ba­jo inver­ti­dos. Lue­go, a esta for­ma le sigue la for­ma des­ple­ga­da, que corres­pon­de a la repe­ti­ción más o menos regu­lar de los inter­cam­bios. Es la que da lugar a que muchas mer­can­cías pue­dan tener el rol de equi­va­len­tes (expre­san valor, sir­ven de medios de inter­cam­bio). Lo cual habría pre­pa­ra­do el terreno para el sur­gi­mien­to del dine­ro. El dine­ro exis­te cuan­do una o dos mer­can­cías –típi­ca­men­te el oro y la pla­ta– sir­ven de medios para expre­sar el valor de todas las mercancías.

Por eso, his­tó­ri­ca­men­te, y como des­ta­ca Amin, en el mun­do anti­guo el comer­cio a dis­tan­cia jugó un rol de pri­mer orden en la cir­cu­la­ción y dis­tri­bu­ción del exce­den­te del que se apro­pia­ban las cla­ses domi­nan­tes. Amin pre­ci­sa asi­mis­mo que, si bien no se tra­tó de un modo de pro­duc­ción, fue «el modo de arti­cu­la­ción entre for­ma­cio­nes autó­no­mas» (p. 12). Pero por eso tam­bién, ese comer­cio a dis­tan­cia fue cla­ve para el sur­gi­mien­to del dine­ro. Lo cual ocu­rrió por enci­ma o por fue­ra de los sis­te­mas esta­ta­les de recau­da­ción impo­si­ti­va, o de emi­sión de dine­ro fidu­cia­rio.

En base a lo ante­rior, tie­ne inte­rés des­cri­bir las prin­ci­pa­les carac­te­rís­ti­cas del comer­cio «mun­dial» (uti­li­zan­do un ana­cro­nis­mo) tal como exis­tió duran­te el segun­do mile­nio y la pri­me­ra par­te del pri­mer mile­nio a. C., en Meso­po­ta­mia, Egip­to y Per­sia. Según Agliet­ta y Orléan (1990), los comer­cian­tes eran agen­tes inter­me­dia­rios que ejer­cían su pro­fe­sión por esta­tu­to y esta­ban orga­ni­za­dos en gre­mios (véa­se pp. 215 y ss.). Sus ingre­sos pro­ve­nían de comi­sio­nes esta­ble­ci­das sobre el valor de los obje­tos comer­cia­li­za­bles; las mer­can­cías esta­ban estra­ti­fi­ca­das en cate­go­rías, y las toma­ban a su car­go a cam­bio de una cau­ción de igual valor. O sea, no había ries­go eco­nó­mi­co. Las eva­lua­cio­nes de los obje­tos que se inter­cam­bia­ban en ese comer­cio eran fijas y las can­ti­da­des por inter­cam­biar esta­ban pre­de­ter­mi­na­das (véa­se ibid.). Los acti­vos y pasi­vos, eran con­ta­bi­li­za­dos por ins­ti­tu­cio­nes finan­cie­ras que hacían ope­ra­cio­nes de clea­ring y paga­ban con pla­ta u oro el comer­cio de lar­ga dis­tan­cia. Esas ins­ti­tu­cio­nes se encar­ga­ban tam­bién del inter­cam­bio de medios de pagos entre los Esta­dos, los cua­les tenían dis­tin­tas tasas de con­ver­sión entre los meta­les (véa­se p. 216). Los altos dig­na­ta­rios, que tam­bién eran terra­te­nien­tes, ade­lan­ta­ban sumas del teso­ro al sec­tor comer­cial, por lo cual reci­bían intere­ses. Esto es, exis­tía capi­tal comer­cial y capi­tal dine­ra­rio a inte­rés, for­mas «ante-dilu­via­nas» del capi­ta­lis­mo, que se bene­fi­cia­ban del comer­cio entre las comu­ni­da­des. El dine­ro –oro y la pla­ta– ser­vía como uni­dad de cuen­ta (inclu­so para com­pen­sar ope­ra­cio­nes), medio de pago y medio de atesoramiento.

De con­jun­to, aun­que toda­vía no se tra­ta de una rela­ción mer­can­til ple­na­men­te «des­ple­ga­da» –las ope­ra­cio­nes se rea­li­za­ban bajo vigi­lan­cia del poder polí­ti­co– esta­mos ante una for­ma social de natu­ra­le­za muy dis­tin­ta de las que regían al inte­rior de las comu­ni­da­des primitivas.
Vilar tam­bién obser­va, refi­rién­do­se al rei­no de Ham­mu­ra­bi, que «aun­que la pla­ta ser­vía qui­zá para los pagos inte­rio­res, se reser­va­ban peque­ñas can­ti­da­des de oro, mate­ria más rara, para los pagos exte­rio­res (que actual­men­te diría­mos «inter­na­cio­na­les»). De tal for­ma que el impe­rio de Ham­mu­ra­bi, con sus lin­go­tes de oro en los sóta­nos del pala­cio, y este oro reser­va­do para los pagos inter­na­cio­na­les, anun­cia cier­tos fenó­me­nos moder­nos: nues­tros ban­cos esta­ta­les. En cam­bio, noso­tros tene­mos mucha mone­da cir­cu­lan­te, mien­tras que el sis­te­ma esta­tal en Egip­to, en Asi­ria y en Chi­na, redu­cía a casi nada, como entre los incas, el papel de esta mone­da inte­rior» (p. 34).
Todo indi­ca­ría enton­ces que, por fue­ra de lo que podía legis­lar el Esta­do, el oro, o la pla­ta, se impu­sie­ron como dine­ro «mun­dial» a par­tir del comer­cio a dis­tan­cia. Más aún, el cobro de impues­tos (que en las socie­da­des cam­pe­si­nas en reali­dad eran ren­tas de la tie­rra) muchas veces se rea­li­za­ba en espe­cie, en tan­to el sobe­rano inter­cam­bia­ba con otras comu­ni­da­des uti­li­zan­do el oro como dine­ro (véa­se Gode­lier, pp. 77 – 78).

Por otra par­te, el comer­cio «hacia afue­ra» pare­ce haber soca­va­do la cohe­sión de las vie­jas comu­ni­da­des. Lo cual, si bien no gene­ró nece­sa­ria­men­te capi­ta­lis­mo (una cues­tión que sub­ra­ya Amin), dio lugar a la mer­can­ti­li­za­ción cre­cien­te de la pro­duc­ción inter­na, y con ella, a la cir­cu­la­ción de dine­ro. Cita­mos de nue­vo a Gode­lier: «Los pue­blos pas­to­res fue­ron los pri­me­ros en trans­for­mar sus bie­nes en dine­ro y en bie­nes mue­bles fácil­men­te ena­je­na­bles. Algu­nos pue­blos se espe­cia­li­za­ron en el comer­cio, pero este comer­cio no modi­fi­ca­ba el modo de pro­duc­ción de los pue­blos bár­ba­ros res­pec­to a los cua­les juga­ban el papel de inter­me­dia­rios. En todos los casos las rela­cio­nes mone­ta­rias actúan como un disol­ven­te sobre las rela­cio­nes socia­les tra­di­cio­na­les. Cuan­do el capi­ta­lis­mo desa­rro­lla el comer­cio mun­dial, este en una pri­me­ra fase no afec­ta a los modos de pro­duc­ción anti­guos, aun­que des­pués los des­tru­ye a pesar de su resis­ten­cia» (p. 78).

Acu­ña­ción y sur­gi­mien­to de la moneda

Exis­tien­do ya dine­ro (oro y pla­ta, en par­ti­cu­lar) como dine­ro «mun­dial», la acu­ña­ción metá­li­ca esta­tal sur­gió en ciu­da­des grie­gas de Jonia y en Lidia, duran­te el siglo VII a. C. La mis­ma habría sido el pro­duc­to de la emi­sión embrio­na­ria pri­va­da, y la pro­li­fe­ra­ción de pie­zas de mone­da de con­te­ni­do débil; de la liber­tad de deten­ta­ción de esas pie­zas por miem­bros de la socie­dad; y de la com­pra y ven­ta de los bie­nes ali­men­ta­rios con esas mone­das (Agliet­ta y Orléan, p. 218). Según estos auto­res, la acu­ña­ción pri­va­da habría sig­ni­fi­ca­do un impul­so a la dis­gre­ga­ción de la soli­da­ri­dad social, y la acu­ña­ción esta­tal de mone­da la for­ma de con­ju­rar el peli­gro de la vio­len­cia recí­pro­ca. Esta expli­ca­ción se ins­cri­be en su expli­ca­ción más gene­ral, que dice que el ori­gen de todo orden social es la «riva­li­dad mimé­ti­ca», algo así como el deseo de imi­tar el deseo del otro, lo que esta­ría en el ori­gen de una vio­len­cia esen­cial. Sin com­par­tir esta inter­pre­ta­ción, des­ta­ca­mos sin embar­go, el dato his­tó­ri­co: antes de ser esta­tal la acu­ña­ción fue embrio­na­ria bajo la for­ma pri­va­da. Y sur­gió como un pro­duc­to de tran­sac­cio­nes, habién­do­se ya desa­rro­lla­do el dine­ro en las rela­cio­nes mer­can­ti­les a dis­tan­cia. Sobre esta cues­tión Vilar obser­va tam­bién que, por un lado,» la apa­ri­ción de la mone­da pro­pia­men­te dicha fue tar­día; [y] tuvo lugar en los már­ge­nes comer­cia­les del mun­do anti­guo y no en los impe­rios inte­rio­res: el comer­cio crea la mone­da más que la mone­da el comer­cio» (p. 35). El cobro de impues­tos no pare­ce haber juga­do el rol en la apa­ri­ción del dine­ro, ni de la mone­da, que le asig­na el cartalismo.

Por otra par­te, des­de el prin­ci­pio de la acu­ña­ción hubo des­co­ne­xión entre el valor ins­ti­tui­do de las mone­das acu­ña­das en rela­ción con las equi­va­len­cias esta­ble­ci­das entre meta­les no acu­ña­dos. O sea, exis­tía una ten­sión entre el valor mer­can­til del metal y su valor mone­ta­rio ins­ti­tui­do (véa­se Agliet­ta y Orléan, p. 222). Pero el hecho de que exis­tie­se esa ten­sión pone en evi­den­cia que el valor de la mone­da no pudo ser esta­ble­ci­do sim­ple­men­te por la volun­tad del poder polí­ti­co, con inde­pen­den­cia de algu­na refe­ren­cia al valor del metal. Aquí entra­ba en jue­go la cali­dad de la acu­ña­ción ofi­cial, «y a par­tir de allí la soli­dez polí­ti­ca de la ciu­dad» (ibid.). Por eso, el mer­ca­do de metal era la rela­ción «por la cual se pre­ci­pi­ta­ban las cri­sis eco­nó­mi­cas». Sal­van­do las dis­tan­cias, esta­mos ante la típi­ca «corri­da» hacia una «garan­tía de valor»; la cual se impo­ne a pesar de las dis­po­si­cio­nes ofi­cia­les de con­ver­ti­bi­li­dad o no al res­pal­do. En este pun­to es de notar que el pro­pio Knapp reco­no­ce que cuan­do se acu­ña­ron las pri­me­ras pie­zas mone­ta­rias, la prin­ci­pal con­si­de­ra­ción fue que debía ser posi­ble reco­no­cer inme­dia­ta­men­te la natu­ra­le­za y can­ti­dad del metal que antes se había uti­li­za­do por su peso. Aun­que con la acu­ña­ción ya no era nece­sa­rio exa­mi­nar o pesar el mate­rial, duran­te mucho tiem­po se siguió sus­ci­tan­do la cues­tión de si las pie­zas eran váli­das de acuer­do a su peso, o si lo eran «por pro­cla­ma­ción» (esto es, por el acto polí­ti­co legis­la­ti­vo del Esta­do; véa­se Knapp, p. 35). Lo cual está indi­can­do la rele­van­cia de una refe­ren­cia «mate­rial» al valor.

Vol­vien­do aho­ra a Agliet­ta y Orléan, tam­bién seña­lan que el Teso­ro públi­co era una garan­tía del fun­cio­na­mien­to fidu­cia­rio de la mone­da «con un carác­ter esen­cial­men­te sim­bó­li­co» (ibid.). Otra prue­ba de que con la mera volun­tad polí­ti­ca del Esta­do no se podía sos­te­ner el valor de la mone­da emi­ti­da. Cuan­do se acu­ña la mone­da, de hecho, se esta­ble­ce una rela­ción entre el valor que la mone­da dice repre­sen­tar y el valor que efec­ti­va­men­te con­tie­ne. Y si la mone­da se trans­for­ma en mero signo, su valor se esta­ble­ce por refe­ren­cia a un res­pal­do. Knapp es cons­cien­te de este hecho. Por eso, se opo­ne a lla­mar «sím­bo­los» a los bille­tes o mone­das que cir­cu­lan en lugar del oro o la pla­ta, ya que esa expre­sión sugie­re la «idea equi­vo­ca­da de que tales medios de pago están allí sim­ple­men­te para recor­dar otros mejo­res y más genui­nos» (p. 33). Pero el carác­ter de signo se reafir­ma­ba, de hecho, cuan­do se tes­tea­ba la con­ver­ti­bi­li­dad al «mate­rial res­pal­do» del bille­te, o la moneda.

Algu­nos hitos de la his­to­ria monetaria

Siguien­do a Vilar, des­ta­ca­mos algu­nos hitos de la evo­lu­ción mone­ta­ria a par­tir de la cri­sis y caí­da del Impe­rio romano de Occi­den­te. Por empe­zar, la crea­ción, por Cons­tan­tino, del soli­dus-oro, que con­te­nía 4,5 gra­mos de oro fino, y coexis­tía con mone­das de cobre y de pla­ta. El soli­dus fue intro­du­ci­do con inde­pen­den­cia del pago de impues­tos (en reali­dad, ren­ta) por par­te de los cam­pe­si­nos, ya que los mis­mos se paga­ban en espe­cie. Lue­go de la caí­da del impe­rio, los peque­ños rei­nos bár­ba­ros acu­ña­ron cada vez menos, y con cada vez más alea­ción; y des­pués de Car­lo­magno ya no se acu­ñó oro (Vilar, p. 40). Sin embar­go, el soli­dus con­ti­nuó sien­do acu­ña­do por Bizan­cio. Exis­tió una base mate­rial para ello: el oro de Occi­den­te había sido dre­na­do, inclu­so duran­te el apo­geo del Impe­rio romano, hacia Orien­te, a cam­bio de pro­duc­tos pre­cio­sos (seda, espe­cias). Por eso, el oro acu­mu­la­do en las ciu­da­des orien­ta­les y en las minas de Nubia, Alto Egip­to, per­mi­tió man­te­ner la soli­dez metá­li­ca del soli­dus. De nue­vo, hubo una razón eco­nó­mi­ca detrás de la acep­ta­ción y pres­ti­gio de que va a gozar el soli­dus, que siguió sien­do acu­ña­do has­ta 1203, y se con­vir­tió en mone­da inter­na­cio­nal, al pun­to que se lo ha lla­ma­do «el dólar de la Edad Media». Su influen­cia iba des­de Ingla­te­rra a India (Dwyer y Lothian, 2003). Aun­que a par­tir de fina­les del siglo VII com­par­tió su posi­ción de mone­da mun­dial con el dinar, acu­ña­do en varios luga­res del mun­do musul­mán, y que tam­bién man­tu­vo un con­te­ni­do metá­li­co esta­ble duran­te siglos. El dinar estu­vo sos­te­ni­do en el oro que los musul­ma­nes habían con­se­gui­do de sus pilla­jes, de la pro­duc­ción de las minas de Nubia y del oro que salía de los ríos de Sudán y Gha­na y lle­ga­ba a Egip­to y la Magreb atra­ve­san­do el Saha­ra (Vilar, p. 42). A su vez, y más en gene­ral, el oro seguía cir­cu­lan­do de oes­te a este, siem­pre a cam­bio de pro­duc­tos pre­cio­sos. Por eso seguía sien­do «el ins­tru­men­to por exce­len­cia del comer­cio gene­ral», o sea, «inter­na­cio­nal», para seguir con el ana­cro­nis­mo (p. 43).

Por lo expli­ca­do has­ta aquí, pare­ce inne­ga­ble el rol que jugó la com­po­si­ción metá­li­ca de la mone­da para su acep­ta­ción como mone­da «mun­dial». Pero eso no pare­ce enca­jar en la his­to­ria que cuen­ta el car­ta­lis­mo, y sí en la tesis de Marx de que, cuan­do se tra­ta del dine­ro mun­dial, solo cuen­ta su con­te­ni­do (véa­se 1980, p. 139). Es que en la cir­cu­la­ción inter­na, y has­ta cier­to gra­do, se acep­ta la cir­cu­la­ción de sig­nos y pro­me­sas de pago del más diver­so tipo. Pero en el plano mun­dial, es nece­sa­rio que la mone­da se pre­sen­te como encar­na­ción pura de valor. Y este rol no lo pue­de jugar un sim­ple signo «en sí y por sí», caren­te de valor. En este pun­to es de des­ta­car que Knapp admi­te que la tesis car­ta­lis­ta no pue­de expli­car el uso de la pie­za mone­ta­ria más allá de los lími­tes del terri­to­rio del Esta­do, esto es, don­de no rige la ley «nacio­nal» (pp. 40 – 41). Agre­ga que la for­ma car­tal nun­ca pue­de ser efec­ti­va «inter­na­cio­nal­men­te», dado que cada Esta­do es inde­pen­dien­te de los otros. Reco­no­ce que esta es una limi­ta­ción lla­ma­ti­va en com­pa­ra­ción con el meta­lis­mo, y que no pue­de haber dine­ro común a dos Esta­dos (véa­se p. 41). Pero enton­ces es impo­si­ble expli­car cómo y por qué se ins­ta­lan, de hecho, mone­das que fue­ron inter­na­cio­na­les, como ocu­rrió con el soli­dus o el dinar.

La expli­ca­ción de Marx, en cam­bio, pare­ce enca­jar mucho más ade­cua­da­men­te en los hechos his­tó­ri­cos. La soli­dez mun­dial del soli­dus y el dinar (y otras a lo lar­go de la his­to­ria) no se debió a la acción legis­la­ti­va del Esta­do emi­sor, sino tuvo su sus­ten­to en sus valo­res intrín­se­cos. A su vez, la caí­da del soli­dus como mone­da mun­dial estu­vo vin­cu­la­da tan­to a la reduc­ción de sus pesos, y a la alte­ra­ción del con­te­ni­do, en el final del siglo X. Era el resul­ta­do del debi­li­ta­mien­to eco­nó­mi­co y de las difi­cul­ta­des cre­cien­tes para finan­ciar los gas­tos del Esta­do. Algo simi­lar ocu­rrió con el dinar, apro­xi­ma­da­men­te para la mis­ma épo­ca (Dwyer y Lothian, 2003). Pare­ce impo­si­ble expli­car estas mone­das como los sim­ples token debt del cartalismo.

El caso de Malí, siglo XIII

Agliet­ta y Orléan sos­tie­nen que el orden mer­can­til «no tomó ver­da­de­ra­men­te impul­so has­ta el siglo XIII de nues­tra era» (p. 224). Esto ocu­rrió en las ciu­da­des mer­can­ti­les de Ita­lia, en las ciu­da­des del Mar del Nor­te y del Bál­ti­co. Pero antes de tra­tar esa cues­tión, pre­sen­to el caso del rei­no de Malí, gran pro­duc­tor de oro duran­te el siglo XIII. Según Amin, has­ta el des­cu­bri­mien­to de Amé­ri­ca Áfri­ca occi­den­tal fue el prin­ci­pal pro­vee­dor del metal ama­ri­llo des­de la Euro­pa del Medioe­vo has­ta el Orien­te anti­guo y el mun­do ára­be (véa­se Amin, p. 33). De ahí la impor­tan­cia del comer­cio transaha­riano. En este con­tex­to, entre los siglos XIII y XIV el rei­no de Malí lle­gó a la cima de su pode­río eco­nó­mi­co. Malí comer­cia­ba oro por sal (que esca­sea­ba en el sur del país), telas, espe­cies, per­fu­mes, dáti­les, caba­llos, hie­rro, armas, entre otros bie­nes. La pro­duc­ción de oro enton­ces era vital. Por dis­po­si­ción del poder polí­ti­co, las pepi­tas de oro per­te­ne­cían al rey y eran medio de ate­so­ra­mien­to. Sin embar­go, el pue­blo podía que­dar­se con el pol­vo de oro, que ser­vía como medio de cam­bio. Aun­que tam­bién la sal y ropa eran medios de cam­bio; y lue­go tam­bién sir­vie­ron con­chas mari­nas. En cual­quier caso, los agri­cul­to­res paga­ban sus impues­tos en espe­cie, de lo cose­cha­do. Tene­mos aquí un ejem­plo his­tó­ri­co de varios equi­va­len­tes, que pare­cen sur­gir de la cir­cu­la­ción mer­can­til, sien­do dis­tin­to el medio en que se recau­da­ban los impues­tos del dine­ro que se emplea­ba en el comer­cio «inter­na­cio­nal».

Orden mer­can­til

Siguien­do a Agliet­ta y Orléan, hemos ade­lan­ta­do que hacia el siglo XIII tomó impul­so en «orden mer­can­til», con cen­tro en ciu­da­des ita­lia­nas. El flo­rín de Flo­ren­cia y el geno­vino de Géno­va pasan a ser aho­ra las «mone­das mun­dia­les». Tuvie­ron gran pres­ti­gio y fue­ron amplia­men­te acep­ta­das por fue­ra de los Esta­dos emi­so­res. De nue­vo, el con­te­ni­do metá­li­co, oro, jugó un rol impor­tan­te en esa acep­ta­ción (véa­se Dwyer y Lothian, 2003). Vilar seña­la que la acu­ña­ción de oro por Flo­ren­cia y Géno­va es la cul­mi­na­ción de la recu­pe­ra­ción de Euro­pa des­de el siglo XI. La mejo­ra eco­nó­mi­ca en Euro­pa (por caso, mejo­ra de la pro­duc­ti­vi­dad agrí­co­la) gene­ra una balan­za exce­den­ta­ria, que expli­ca la afluen­cia del oro. Las ciu­da­des ita­lia­nas cap­tan los fru­tos de ese comer­cio. De nue­vo, la acti­vi­dad eco­nó­mi­ca expli­ca más a la mone­da, que la mone­da a la acti­vi­dad eco­nó­mi­ca. A su vez, en el siglo XV el geno­vino y el flo­rín fue­ron des­pla­za­dos por el duca­do veneciano.

Para­le­la­men­te al ascen­so eco­nó­mi­co, se pro­du­je­ron inno­va­cio­nes mone­ta­rias tras­cen­den­ta­les que fue­ron «inven­cio­nes pri­va­das pues­tas en prác­ti­ca por los comer­cian­tes-ban­que­ros ita­lia­nos» (Agliet­ta y Orléan, p. 224; énfa­sis aña­di­do). Los pun­tos de par­ti­da de estas ini­cia­ti­vas fue la acu­mu­la­ción de teso­ros por par­te del capi­tal comer­cial. De esta mane­ra «[u]n poder mone­ta­rio pri­va­do pudo desa­fiar la sobe­ra­nía del monar­ca» (ibid.). Es cla­ro que estas trans­for­ma­cio­nes del siglo XIII tie­nen su motor en la acu­mu­la­ción de capi­tal dine­ra­rio. La mis­ma per­mi­tió que la ini­cia­ti­va de la crea­ción mone­ta­ria pasa­ra a manos pri­va­das, a pesar de que la acu­ña­ción seguía sien­do un dere­cho real (p. 225). Es que los comer­cian­tes ban­que­ros comen­za­ron a emi­tir las letras de cam­bio, que ter­mi­na­rían sien­do, has­ta el siglo XIX, el prin­ci­pal medio finan­cie­ro para las tran­sac­cio­nes inter­na­cio­na­les (véa­se tam­bién Dwyer y Lothian). Los flo­ri­nes o los geno­vi­nos ser­vían enton­ces como medi­das de valor para la emi­sión de las letras, y para sal­dar los pagos netos, una vez hechas las com­pen­sa­cio­nes en las cuen­tas ban­ca­rias. Por esta vía se redu­cía sus­tan­cial­men­te la cir­cu­la­ción inter­na­cio­nal de dine­ro metálico.

Pero con estos desa­rro­llos apa­re­ce una nue­va rela­ción cré­di­to deu­da (Agliet­ta y Orléan, p. 226). Es una rela­ción que nun­ca había podi­do desa­rro­llar­se en la Anti­güe­dad, don­de las deu­das «eran com­pro­mi­sos per­so­na­les a los ojos del dere­cho romano» (ibid.). Aho­ra la deu­da que había acep­ta­do el ven­de­dor del com­pra­dor, podía ser trans­fe­ri­da a un ter­ce­ro por el ven­de­dor para pagar su pro­pia com­pra. Es la mone­ti­za­ción del cré­di­to, que estu­dia­rá lar­ga­men­te Marx en El Capi­tal. A par­tir de este desa­rro­llo, se plan­tea­rá enton­ces una nue­va rela­ción jerár­qui­ca entre mone­das: la que exis­te entre los cré­di­tos mone­ti­za­dos y la mone­da «de alta poten­cia» en que se sal­dan defi­ni­ti­va­men­te las com­pen­sa­cio­nes. Esta­mos en camino hacia los sis­te­mas mone­ta­rios modernos.

Las mani­pu­la­cio­nes mone­ta­rias y «curas eco­nó­mi­cas milagrosas»

Lo hemos suge­ri­do, pero es nece­sa­rio sub­ra­yar­lo: las mani­pu­la­cio­nes mone­ta­rias, típi­ca­men­te la alte­ra­ción de la alea­ción, o del peso, fue­ron uti­li­za­das por los pode­res polí­ti­cos, una y otra vez, para hacer­se de fon­dos con los cua­les enfren­tar sus gas­tos en tiem­pos de cri­sis. Refi­rién­do­se a las mani­pu­la­cio­nes mone­ta­rias duran­te la cri­sis del siglo XIV (pero la obser­va­ción tie­ne alcan­ce gene­ral), Vilar seña­la que las mis­mas «corres­pon­den a nues­tras «infla­cio­nes», segui­das de «deva­lua­cio­nes», que per­mi­ten pagar menos el tra­ba­jo, aun­que parez­ca que se pague más, dis­mi­nuir el peso de las deu­das y com­pe­tir algún tiem­po con los extran­je­ros, expor­tan­do a pre­cios más bajos. Pero estas ven­ta­jas son siem­pre momen­tá­neas, a poco que la mul­ti­pli­ca­ción de las mone­das corrien­tes sin valor se con­vier­ta en exce­si­va» (p. 49). Marx tam­bién se refie­re a la «fal­si­fi­ca­ción de dine­ro por par­te de los prín­ci­pes, prac­ti­ca­da secu­lar­men­te, que del peso ori­gi­na­rio de las pie­zas mone­ta­rias no dejó más que el nom­bre» (1999, p. 122). Tam­bién, ano­ta que las «fan­ta­sías sobre el alza o la baja del pre­cio de la mone­da», con­sis­ten­tes en creer que por medio de las ope­ra­cio­nes de acu­ña­ción se podrían «efec­tuar curas mila­gro­sas eco­nó­mi­cas» (nota, pp. 123 – 124). Esto es, las alte­ra­cio­nes del con­te­ni­do metá­li­co ter­mi­na­ban depre­cian­do el valor de la mone­da, al mar­gen y por enci­ma de lo que dic­ta­ba el gobierno de turno. Una vez más, la ley eco­nó­mi­ca ter­mi­na­ba imponiéndose.

Ter­mino dicien­do que no encuen­tro la mane­ra en que estas evo­lu­cio­nes his­tó­ri­cas del dine­ro, y la mone­da, pue­dan ser expli­ca­das con el esque­ma cartalista.

Rolan­do Astarita

10 de noviem­bre de 2018

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Un comentario

  1. Salu­dos cama­ra­das! ¿Podrían por favor poner la biblio­gra­fía com­ple­ta que cita el autor del artícu­lo? Me pare­ce impres­cin­di­ble, muchas gra­cias de antemano.

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