LA CUESTIÓN NACIONAL EN ANDALUCÍA
5.1. Los comunistas y la cuestión nacional
La soberanía es la independencia completa de una nación para decidir en todas las cuestiones que afecten a su vida interna y a sus relaciones exteriores. Es, pues, soberana la nación que ejerce por si misma en su territorio el poder supremo, sin que nada ni nadie pueda desde fuera limitar su libertad de acción. La soberanía es como una muralla bajo cuya protección los pueblos pueden impulsar la economía y la cultura y entrar en relaciones voluntarias e iguales con otros pueblos.
La tendencia del capitalismo es “resolver” el problema nacional aplastando a los pueblos sin Estado, estimulando el odio y los conflictos y reprimiendo brutalmente todo movimiento de liberación nacional. Mientras que en la época en la que aún era revolucionaria en su lucha contra el feudalismo, la burguesía proclamaba el derecho de los pueblos a la independencia nacional, ahora, en el ocaso del capitalismo, se convierte en verdugo de las naciones y en el peor enemigo de la libertad de los pueblos. Como bien decía Lenin, “el capitalismo, que era liberador de las naciones durante la lucha contra el feudalismo, al convertirse en imperialista se ha transformado en el más grande opresor de aquellas”.
Para la parte más consciente del proletariado figuran siempre en primer lugar los intereses de la lucha por el socialismo, pero esto no significa, sin embargo, que le sean indiferentes las aspiraciones nacionales de las masas y no le importe la cuestión nacional en uno u otro país. El proletariado está interesado en acabar con la opresión nacional porque esta opresión recae
siempre y ante todo sobre los trabajadores, frena su desarrollo ideológico y retarda su incorporación a la lucha de clases. “… Nada detiene tanto el desarrollo y consolidación de la solidaridad proletaria de clase como la injusticia nacional…” señalaba Lenin. El marxismoleninismo siempre se ha mostrado enemigo decidido de la opresión nacional cualquiera que fuese su forma, y luchó enérgicamente por la libertad y la autodeterminación de las naciones. Por eso, los partidos marxistas deben apoyar enérgicamente la lucha por la liberación nacional.
Frente a esta posición de los comunistas, la burguesía y sus lacayos revisionistas tratan de hacer creer a los obreros sin conciencia de clase que la continuación de la opresión nacional les favorece. La lucha de las naciones sin Estado por su soberanía es mantenida bajo la bandera del nacionalismo. Y escudándose en ello, los servidores del imperialismo afirman calumniosamente que los comunistas se guían por meras consideraciones tácticas cuando apoyan la lucha por la liberación nacional; siendo como son internacionalistas, dicen, los comunistas no pueden simpatizar con las aspiraciones nacionales de los pueblos sin Estado. El marxismo-leninismo enfoca el nacionalismo como todos los fenómenos de la vida social, con un criterio histórico concreto ya que sería de una tremenda miopía plantear de forma abstracta el problema. Sobre todo en lo que se refiere a mezclar el nacionalismo de la nación opresora y el de la nación oprimida. Una cosa son Estados opresores como el Reino Unido, Francia, etc. donde el nacionalismo se ha convertido en bandera de exclusivismo nacional, de la soberbia racista, del chovinismo militante. Está puesto al servicio de la burguesía monopolista para justificar la esclavización de otras naciones y otra cosa muy distinta es el nacionalismo de los pueblos oprimidos. En este nacionalismo, de ordinario, encuentra reflejo el sano espíritu democrático de los movimientos de liberación nacional, la protesta de las masas contra la opresión nacional, las ansias de independencia nacional y de transformaciones sociales. A esto se refería Lenin cuando escribió: “En cada nacionalismo burgués de la nación oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión, y este contenido tiene nuestro apoyo incondicional…”. Este es el nacionalismo que apoyan los marxista-leninistas, sin separarse ni un ápice de los principios del internacionalismo proletario.
Ahora bien, los comunistas apoyan el nacionalismo sólo en la medida y hasta tanto sirve a la causa de la libertad nacional, al despertar del sentimiento de dignidad personal que tanto humillaron en unas masas de las que se burlaron sus opresores. Cualquier intento de aprovechar el nacionalismo con fines reaccionarios, como instrumento del egoísmo nacional, para someter a otros pueblos, o para luchar contra las justas reivindicaciones de las masas populares, no puede tener la simpatía de los comunistas.
5.2. La lucha por la soberanía nacional
La lucha por la soberanía nacional es una de las formas del movimiento democrático. Por eso, los comunistas defienden siempre el derecho de las naciones a su independencia y luchan contra toda forma de opresión nacional. El marxismo-leninismo se atiene al principio de que el respeto a las demás naciones es la premisa para la existencia de relaciones amistosas entre los pueblos. F. Engels escribía que “para asegurar la paz internacional, lo primero que se necesita es
eliminar, en la medida de los posible, las fricciones nacionales; cada pueblo ha de ser independiente y dueño de su propio país”. También en el prefacio a la segunda edición polaca del Manifiesto del Partido Comunista, escrito en 1892, subraya de nuevo que “la sincera colaboración internacional de los pueblos europeos es sólo posible a condición de que cada uno de estos pueblos sea dueño absoluto en su propia casa”. La defensa de la libertad de las naciones de su independencia y de sus caracteres específicos, es manifestación del patriotismo del proletariado, que representa el polo opuesto del chovinismo burgués. El patriotismo proletario es producto, sobre todo, del sentimiento de orgullo por la aportación que su pueblo ha hecho a la lucha de las masas explotadas y oprimidas para liberarse de la explotación y la opresión: es profundamente progresista y revolucionario. Los propagandistas de la burguesía reaccionaria y sus lacayos se empeñan en desacreditar el patriotismo de los comunistas remitiéndose a veces al lugar del Manifiesto del Partido Comunista en que se dice que “los obreros no tienen patria”. Es, sin embargo, de una evidencia absoluta que esto no significa la negación de la patria; lo único que afirma es que, en la sociedad gobernada por los capitalistas, la patria ha sido usurpada de hecho por los explotadores y que para la clase obrera no es una buena madre, sino una mala madrastra. Cuando la clase obrera pone fin a la dominación de los explotadores, crea las condiciones mejores para la manifestación más completa de patriotismo, del que es genuino portador en la época contemporánea. Lenin escribía en 1908: “La patria, es decir, el medio político, cultural y social dado, es el factor más poderoso en la lucha de clase del proletariado… El proletariado no puede mirar con indiferencia las condiciones políticas, sociales y culturales de su lucha; por consiguiente, tampoco puede mostrar indiferencia por la suerte de su país”. Precisamente, es en relación con la actitud del proletariado hacia la patria escribió Lenin su conocida observación contra una visión dogmática del marxismo:
“Todo el espíritu del marxismo, todo su sistema exige que cada proposición sea
examinada α) sólo históricamente; β) sólo en relación con otras proposiciones; γ) sólo en relación
con la experiencia concreta de la historia”.
Aplicado al patriotismo, esto significa que para el proletariado no e suficiente el planteamiento abstracto del problema relativo a la defensa de la patria. Lo que en primer término le interesa es qué situación histórica, qué clase y con qué objetivo proclama la necesidad de defender a la patria. Una cosa es la situación producida por la guerra imperialista, cuando esta consigna es manejada por la burguesía para engañar a las masas y encubrir las verdaderas razones que mueven a los magnates imperialistas. Otra cosa es la situación a que se llega cuando se lucha por la independencia y la libertad de un país oprimido, cuando esta consigna es el grito de guerra de un movimiento de liberación nacional. En este último caso, los comunistas deben ser los primeros en levantarse para defender la libertad de su país, su soberanía y su independencia.
En estas condiciones, la defensa de la patria no es una frase vacía, sino una tarea histórica al cumplimiento de la cual les llaman sus intereses de clase.
5.3. Capitalismo, opresión nacional y lucha de clases en Andalucía
Ya desde el inicio del conquista cristiano-castellana del Al-Andalus bético, el pueblo de lo que es hoy Andalucía intento defender su independencia política y cultural, si bien con escaso éxito dada la decadencia política y militar andalusí que termino finalmente con la caída del Reino nazarí granadino en 1492.
La doble presión desde el norte peninsular ibérico (reinos cristianos, especialmente Castilla) y desde el sur (almohades y almorávides del Magreb) junto con la desunión, rivalidades internas y pasividad de las clases dirigentes andalusíes acabaron con una etapa gloriosa de nuestra historia y de toda la civilización occidental: Al-Andalus. Buen ejemplo de ello fue la amarga
existencia del propio Reino de Granada: un estado vasallo, humillado por los reyes castellanos.
A partir de la conquista castellana, son frecuentes las luchas de resistencia de los moriscos andaluces, sobre todo en la Andalucía oriental, además de las luchas anti-feudales, que ya venían protagonizando desde el siglo anterior los repobladores, sobre todo en la Baja Andalucía. Comienza también el proceso de asimilación cultural de los moriscos andaluces; ni que decir tiene, con los datos que hoy disponemos, que tal proceso fue bastante superficial en muchos
casos y no llegó a triunfar del todo, como también fracasó, en parte, las “expulsiones masivas” de moriscos andaluces.
Con el descubrimiento de América se da un florecimiento comercial de la Andalucía atlántica (Sevilla y Cádiz) que también será la base económica de un florecimiento cultural en el que destacarán numerosos artistas andaluces tanto en la pintura, escultura, como en la literatura en lengua castellana. Durante estos siglos se irán desarrollando tanto el “hecho lingüístico
andaluz” como el flamenco, en sus diferentes variantes.Precisamente esta es la época en que se da un intento de independizar esta prospera y floreciente Andalucía por parte del Duque de Medina- Sidonia en connivencia con el morisco Tair Al-Horr durante el reinado de Felipe IV, que sería abortado por el Conde-Duque de Olivares.
En el siglo XIX, con la consolidación en el Estado español del modo de producción capitalista, comienza la opresión moderna sobre Andalucía. No es que antes no existiera tal opresión, pero visto desde el punto de vista actual, la Andalucía de hoy, del siglo XXI, es moldeada definitivamente en esos momentos. La implantación de este nuevo modo de producción llevaría consigo no sólo una división social del trabajo, sino también territorial. Andalucía se sumergió en la dependencia, el subdesarrollo y la opresión porque así convenía a los intereses de clase de la gran oligarquía española, y dentro de ella, a la grandes terratenientes andaluces.
Frente a determinados análisis mecanicistas y pretendidamente ortodoxos, expansión del capitalismo no significa desarrollo económico y Andalucía es buena muestra de ello. Andalucía no fue marginada sino incluída, con un papel determinado subordinado, en el proceso de desarrollo del capitalismo en el Estado español. Hasta mediados del siglo XIX, Andalucía se encontraba en una excelente posición para haberse convertido en uno de las naciones más prosperas del Estado español a partir del desarrollo del capitalismo, además de la riqueza agrícola, ganadera y pesquera, Andalucía arrojaba unos índices relativamente aceptables de industrialización para la época, la primera siderúrgica que se crea en el Estado español es la de Marbella, en 1826, que aprovechaba el hierro de Sierra Blanca, pero incluso, más adentrado el siglo XIX, en 1869, en el
El Pedroso (Sierra Norte sevillana) existían tres altos hornos que daban ocupación a casi quinientos obreros. Pero la gran burguesía terrateniente andaluza siempre estuvo interesada en mantener a Andalucía en el subdesarrollo y la dependencia, en esas circunstancias basaba su poder, aliándose a otros sectores de la gran burguesía española, principalmente de Cataluña y el País Vasco, en definitiva, la gran burguesía terrateniente eliminó el desarrollo industrial andaluz porque así le convenía a la hora de establecer sus alianzas, conservando a su vez una posición dominante en el conjunto de las burguesías españolas, como así lo demostró manejando el aparato del Estado a través de muchos ministros ligados de diferente manera a ella, la mayoría de ellos, andaluces.
Durante el siglo XIX, Andalucía se especializó en una economía agraria exportadora con empleo masivo de trabajo asalariado de bajo coste, debido a la existencia de grandes masas de proletariado agrícola y en una importante actividad minera controlada por capitales de procedencia británica. Este papel dependiente y productor de subdesarrollo por el que nuestro país es relegado a suministrar materias primas, fuerza de trabajo y capitales que se destinan al desarrollo de otros
lugares, explica la no industrialización así como el derrumbe de las prometedoras base de la misma existentes a mediados del XIX. Pero el desarrollo de Andalucía no entraba, ni entra en los planes de las burguesías catalana y vasca, de los terratenientes andaluces ni de la oligarquía financiera española.
Frente a la situación de opresión nacional, la resistencia se basó, en esta época en el movimiento republicano federalista. La Junta Soberana de Andujar de 1835 ó la Constitución Andaluza de Antequera de 1883 son buenos ejemplos de ello.
Como apunta Antonio Zoido: “(…) en cuanto aquellos territorios del Estado que habían tenido en siglos anteriores una vida propia, comenzaron a reclamar la libertad al calor de las conquistas de la revolución industrial, Andalucía exigió también, desde el primer momento, ese derecho a la existencia, sacando la voz de no se sabe dónde, como una prueba más de que, a
pesar de todo seguía existiendo (…) en 1883, se plasmaba el primer proyecto de Estatuto de Autonomía, la Constitución de Antequera, como fruto de las corrientes antiabsolutistas, siempre vivas en Andalucía y que identificaban la caída del antiguo régimen con el paso a un estado federal puro, o sea, construido mediante pactos entre iguales”
El movimiento de 1835 conocido como Junta Soberana de Andujar (por ser esta localidad de la provincia de Jaén donde se encontró la “junta central andaluza”) fue un movimiento que aglutinó a los actuales ocho territorios de Andalucía entorno a una serie de reivindicaciones burguesas y antifeudales. Fue el inicio, el punto de partida de lo que años más tarde se conocerá como el movimiento republicano federal andaluz, cuya máxima expresión fue la citada Constitución de Antequera de 1883, concebida como un pacto federal soberano de Andalucía. El movimiento federal andaluz coincidirá en el tiempo con el ascenso de la gran burguesía terrateniente andaluza y con los reiterados fracasos de la burguesía no terrateniente andaluza, en especial la industrial, además de con la acción expoliadora y dañina del capitalismo británico en Andalucía.
Este movimiento republicano federal andaluz fue la expresión política de la burguesía no terrateniente y la pequeña-burguesía, que intentaban apoyarse, fundamentalmente, en la clase obrera del campo, los jornaleros. Sus influencias ideológicas eran las teorías federalistas del catalán Pi y Margall, y también del anarquista Proudhon, y del anarquismo en general debido a sus concepciones federalistas y confederalistas. Entre sus líderes podemos destacar a Francisco María Tubino, Pérez del Álamo, Angulo, y en un primer momento el gaditano Fermín Salvochea, que más tarde ingresaría en las filas del anarquismo andaluz, siendo considerado junto a Sánchez Rosas y a Pedro Vallina como uno de los “apóstoles del anarquismo andaluz”. Los objetivos que se marcaba este movimiento no rebasaban la consecución de una República Federal, en la cual Andalucía pacte de igual a igual su soberanía.
Mientras tanto, el anarquismo se extendió como la pólvora por toda la geografía andaluza, no solo el campo, protagonizando numerosas insurrecciones que sacudirán periódicamente Andalucía hasta casi la Guerra Civil, la más importante de ellas la de Casa Viejas en 1933. También será importante en Andalucía el desarrollo del anarcosindicalismo de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que tendrá, hasta la Guerra Civil, en Andalucía uno de sus principales bastiones junto a Catalunya.
La llegada del siglo XX coincide con la perdida de los últimos restos del Imperio Español, lo que obliga a repatriar los capitales a la Península lo que, junto al incremento de los intercambios comerciales con el exterior como fruto de la neutralidad en la I Guerra Mundial dió como resultado, por una parte, el agravamiento de la situación de Andalucía de “colonia interna” y, por la otra, una enorme concentración de capital en manos de la los diferentes sectores de las burguesías industriales, financiera y terrateniente en el Estado Español. La consecuencia lógica fue la fusión de la banca con la industria, el capitalismo financiero.
Frente a esta situación de creciente opresión nacional, la resistencia andaluza se nucleará en torno a un personaje clave sin cuya existencia es imposible comprender esta fase: Blas Infante, considerado como el “Padre de la Patria Andaluza”. Él, sin duda, su obra y acción, determinarán este periodo.
La burguesía terrateniente andaluza se encumbra en lo más alto, dominando al resto de las demás burguesías peninsulares. Aunque con la proclamación el 14 de abril de 1931 de la II República conocerá algunas dificultades que se agravarán con el triunfo electoral en enero de 1936 del Frente Popular.
A principios del siglo XX comenzará un interés, aunque algo vano y superficial, por la cultura y señas de identidad andaluzas, cuya máxima expresión serán los “Juegos Florales” organizados por el Ateneo de Sevilla, destacando las figuras de Méndez Bejarano y Antonio Machado Álvarez “Demófilo”.
A pesar de su protagonismo indiscutible, no resulta fácil resumir el pensamiento de Blas Infante, su carácter contradictorio e idealista lo impide en muchas ocasiones, y es que Infante no es más que hijo de una época, de unas circunstancias, y un lugar determinado.
De todos modos podemos dar unas pinceladas al respecto, tanto de Infante como del movimiento andalucista en general:
· Su carácter de clase será pequeño-burgués, aunque muy radicalizado a la izquierda, acentuándose la influencia anarquista.
· Vinculación de lo nacional y lo social, especialmente del problema andaluz por excelencia: el de la posesión de la tierra. La liberación de Andalucía ha de suponer necesariamente la redención del jornalero, su liberación.
· Comienzo de un serio interés por la cultura y los rasgos identitarios de Andalucía. Aproximación de Infante a la civilización andalusí.
· Huída de los esquemas del nacionalismo burgués clásico europeo. Al destacarse lo “oriental”, lo andalusí, lo africano, en lo andaluz se buscará una formulación diferente alejada de los esquemas europeos. Infante identificará a Europa con “barbarie y feudalismo”.
· Desconfianza en los partidos políticos. El movimiento andalucista se articulará a través de las denominadas Juntas Liberalistas (referidas a liberación y no a liberalismo). No habrá relación jerárquica en el movimiento, nucleado en torno a los Centros Andaluces, dispersos por la geografía andaluza.
Los aspectos positivos de Infante y del movimiento andalucista saltan a la vista, destacando el de la creación de una conciencia nacional andaluza popular, vinculada a los problemas sociales, y solidaria.
El movimiento e Infante se mantuvieron en el federalismo heredado de la fase anterior, de la Constitución de Antequera, luchando durante la II República por el reconocimiento de un Estado Autónomo Andaluz dentro de una República de carácter federal (algo así como los “Estados Unidos de España o Iberia”, como el propio Infante sugeriría), aunque también es cierto que Infante tuvo algún que otro arrebato independentista, que generalmente se suele ocultar.
Entre sus aspectos negativos encontramos, como hemos señalado antes, su carácter contradictorio e idealista, lo que llevó a que Infante y el movimiento no formularan sus planteamientos con una mayor claridad. La aversión personal de Infante hacia los partidos también, mirado desde hoy, tuvo sus consecuencias negativas, su entrega se debería haber traducido en la creación de una organización política andaluza con un programa claro que ofrecer al Pueblo Andaluz, aún sabiendo de las muchísimas dificultades que esta organización hubiera encontrado en la Andalucía de la época.
Las grandes tensiones sociales y políticas provocadas por el modelo español de capitalismo basado en una situación de pobreza y miseria de gran parte de la población, especialmente de Andalucía, y en un férreo control político por parte de la oligarquía financiera terminaron estallando con la crisis económica de 1929 que llevó a una agudización de las mismas que provocó el fin de la monarquía y la proclamación de la II República.
Pero la República no cumplió las expectativas de los pueblo del Estado Español, y especialmente del nuestro: la Reforma Agraria y el proyecto autonomista que encabezó Blas Infante fueron postergados y sufrieron todo tipo de trabas y las protestas, más o menos concientes, del pueblo fueron violentamente reprimidas como en los sucesos de Casas Viejas de 1934.
Esta tibieza a la hora de emprender las grandes reformas sociales y económicas que el pueblo pedía llevaron a un aumento de la incidencia social y de las estructuras organizativas de las organizaciones que se situaban en posiciones más rupturistas: la CNT y, sobre todo elPartido Comunista de España (PCE).
Los objetivos históricos de la oligarquía financiera española eran la superación del atraso del Estado Español en base a una acumulación intensiva de capital que se lograría mediante una cruel sobreexplotación del Pueblo Trabajador, especialmente del andaluz: el fascismo. Pero la iniciativa del PCE de constituir un Frente Popular con todas las fuerzas antifascistas para las
elecciones del 16 de febrero de 1936 y la movilización popular consecuente en defensa de un programa de mínimos impidió que sus planes pudieran implementarse en forma pacífica.
La oligarquía financiera había aprendido la lección y en la guerra de 1936 – 1939 no se planteó simplemente la toma del poder por medio del alzamiento del ejército, sino también el aniquilamiento de todos los cuadros dirigentes y militantes del movimiento obrero y popular de todos los pueblos del Estado Español. El asesinato de Federico García Lorca, uno de los grandes poetas de nuestro pueblo, y de Blas Infante, padre de la Patria Andaluza, son dos muestras de los cientos de miles de asesinados por el fascismo durante la guerra y la postguerra que provocó el proyecto criminal de la oligarquía.
Tras la guerra, el establecimiento de un Estado Fascista es la consecuencia lógica de un proyecto político de sobreexplotación y miseria que, de otra forma, no hubiese podido llevarse a cabo con un mínimo de posibilidades de éxito. De ahí que la oligarquía financiera española no conciba otra política económica que aquella que utiliza al Estado como medio esencial de acumulación de capital y de represión de las grandes masas trabajadoras.
Su primer objetivo fue, como ya hemos dicho, la eliminación física de todos los cuadros y militantes de las organizaciones obreras y populares del conjunto del Estado y el sometimiento por el miedo del resto de la población. Esto es una constante en el Estado Español desde 1939: la utilización del terrorismo de Estado como forma de control político.
Con la derrota del fascismo en Europa en 1945 como fruto de la lucha de los heroicos pueblos de la Unión Soviética, el franquismo queda aislado internacionalmente lo que, junto a la devastación lógica de la guerra, confirma aún más los planes de “desarrollo” basados en el esquilmamiento del campo y la sobreexplotación industrial. Ese es la única receta de crecimiento del capitalismo del Estado Español: la miseria y el hambre para el Pueblo Trabajador, especialmente el andaluz.
Con el apoyo del imperialismo yanqui, el franquismo superó la situación de aislamiento. Eso sí, tras construir dos grandes bases militares estadounidenses en Rota y Morón de vital importancia en la lucha contra el comunismo, enemigo común de fascistas españoles e imperialistas norteamericanos.
Con el capital acumulado durante veinte años de pobreza extrema que sufrió el pueblo, la oligarquía pasó a modernizar su estructura económica. La pujanza del sector industrial motivó la emigración masiva de andaluces y extremeños a las zonas industriales vascas, catalanas y madrileñas, así como a Alemania, Francia o Suiza. Esta salida masiva de cientos de miles de
andaluces al extranjero y la llegada masiva de turistas introdujo tremendas cantidades de divisas lo que permitió afianzar el crecimiento industrial de Cataluña, País Vasco y Madrid y el desarrollo del negocio turístico con la consiguiente creación de empresas de transporte, centros comerciales, hoteles y comercios pequeños.
Pero es importante reseñar que este crecimiento se hizo contra Andalucía, en base a su situación de dependencia y consolidando su papel de consumidora de productos manufacturados al norte de Despeñaperros.
El fortalecimiento del movimiento obrero en todo el Estado, especialmente en los sectores más industrializados, y la cada vez mayor concienciación de las naciones oprimidas por el Estado Español fueron arrinconando al Régimen fascista y poniendo al orden del día, para sus grandes gerifaltes la necesidad de una Reforma del mismo.
En Andalucía, a pesar de que el fascismo no sólo negó totalmente su identidad histórica, sino que también manipulo, prostituyéndolas, muchas de las expresiones culturales de nuestro pueblo.
A finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, junto con la agudización de la lucha de masas contra el fascismo, va aumentando cada vez más la conciencia nacional del pueblo andaluz, fundamentalmente en sectores importantes de la intelectualidad progresista y de la pequeña burguesía. La emigración, el desempleo o la falta de industrias en nuestro país son los temas de los que parten sus reflexiones si bien su posición de clase no les permite dar con las respuestas adecuadas a sus preguntas pero comenzaron a retomar un regionalismo sentimental que denunciaba la situación de subdesarrollo de nuestro país.
Es en esta época cuendo comienzan a reivindicarse nuestros simbolos nacionales, especialmente la bandera blanca y verde que, en 1975 es asumida por el Sindicato de Obreros del Campo (SOC), germen del actual Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT).
Con el desarrollo del capitalismo monopolista de estado en el franquismo se echaron las bases para la creación del Estado imperialista español “moderno”, ingresando en la OTAN, y en la CEE, hoy Unión Europea. La muerte de Franco y el cumplimiento de los planes del Régimen con la coronación de su sucesor como Rey, significó una nueva etapa política y económica.
Sin embargo, el fuerte empuje de las masas populares de las naciones que componen el Estado Español fue capaz de conseguir, pese a las resistencias del Régimen, ciertos derechos democráticos que posibilitan la acción política de las mismas: libertad de expresión, de reunión, de asociación, sindicatos, derecho a huelga… que sólo la movilización puede y podrá garantizar frente a la tendencia del capitalismo monopolista a la reacción.
El Régimen fascista nacido de la Guerra de 1936 – 1939 buscaba un “aggiornamiento” que permitiera aumentar su base social integrando a los sectores nacionalistas-burgueses, la socialdemocracia y el revisionismo carrillista y, fruto del acuerdo entre todos ellos nació la Constitución de 1978 como cristalización política de dicha integración: negación del derecho de
autodeterminación, monarquía y “economía de mercado”, junto con el reconocimiento formal de los derechos conquistados ya por la lucha de masas y una cierta descentralización del poder del Estado bautizado engañosamente como “autonomías”.
Con el comienzo del fin del régimen fascista militar de Francisco Franco y su sustitución por una “democracia burguesa” sui generis, el movimiento nacional andaluz se convierte, en el periodo que va del 4 de Diciembre de 1977 al 28 de Febrero de 1980, en un auténtico movimiento popular de masas, que por diversos motivos acabará debilitándose con la Constitución española de 1978 y con el Estatuto de Autonomía andaluz de 1981. Es de resaltar en esta etapa el papel del Partido del Trabajo de Andalucía (PTA) y de su posterior continuador el Pueblo Andaluz Unido-Partido del Trabajo de Andalucía (PAU-PTA) en esta etapa, así como del Movimiento Comunista de Andalucía (MCA).
En este movimiento nacional andaluz, a la pequeña-burguesía se incorporará activamente el movimiento obrero del campo y la ciudad, además de mujeres y jóvenes. Se plantea a Andalucía como nación y el derecho a la autodeterminación, y en algunos casos, la independencia de Andalucía. La influencia ideológica del anarquismo será desplazada por el marxismo, en sus diferentes variantes y algo vulgarizado, con influencias tanto de nacionalismos populares de izquierdas de otros pueblos del Estado español, como de movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo. El movimiento nacional andaluz conectará con los diversos movimientos sociales y populares: ecologistas, antimilitaristas, mujer, liberación sexual, etc.
5.4. La crisis del modo de producción capitalista y la lucha de clases en Andalucía
La crisis del modo de produción capitalista que comenzó en 2007 es, en realidad, una continuación de la de 1973 que, en su momento, fue parcheada inflando la burbuja expeculativa que ahora les ha estallado en las manos. El capitalismo busca superar esta crisis sistemica trasvasando brutalmente rentas del trabajo a las rentas del capital para, así, reactivar su modo de producción.
La integración del Estado Español en la Unión Europea significó el desmantelamiento del poco tejido industrial creado por el Estado franquista a costa del capital acumulado por el hambre y los sacrificios de los sectores populares durante la posguerra y por las divisas generadas por la emigración y el turismo en los años 60 y 70 del pasado siglo. Junto a ello, la Política Agraria
Común, creada para beneficiar a las grandes multinacionales del sector agro-ganadero francés también provocó el golpe de gracia de un sector tan importante para nuestro país como es el agricola y ganadero.
Frente a la concepciones oportunistas que hablan de otra UE “más democrática y progresista”, los comunistas andaluces creemos que los intereses del Pueblo Trabajador Andaluz pasan por destruir la UE, denunciando su carácter imperialista, antiobrero y antipopular. La europa unida es un proyecto de los grandes capitalistas europeos contra los sectores populares de todas las naciones europeas.
En un Estado como el español, en el que la oligarquia financiera ha basado su crecimiento en la utilización del Estado como vía rápida de enriquecimiento y de consolidación económica, los efectos de la crisis del modo de producción capitalista provocan no sólo un aumento brutal de las contradicciones entre la clase obrera y los sectores populares y la oligarquía, sino también entre las diferentes burguesías nacionales y esa misma oligarquía financiera española. La tarta a repartir entre burgueses se ha reducido y, de ahí, el aumento de las tendencias centrífugas por parte de las burguesías catalana y vasca y, por otro lado, de las tendencias centrípetas por parte de la oligarquía financiera española.
Esa es la razón última de que la gran oligarquía imperialista española planee acabar incluso con la descentralización del Estado (las mal llamadas “autonomías”). Para la oligarquía, dado que no hay margen para repartir ni una migaja del pastel, el objetivo actual es reforzar la administración directa desde Madrid, como en épocas pasadas, llegando, si llega el caso a
finiquitar el experimento autonómico.
En Andalucía, una nación rica en recursos naturales y en mano de obra, pero deficitaria en todo en comparación con otros territorios del Estado español y de la Unión Europea, los recortes sociales, la falta de incentivos públicos a la economía y la recentralización estatal tendrán una especial incidencia debido a nuestras históricas debilidades estructurales.
Esta es la prueba más clara de que el Estado nacido de la “Transición democrática”, el “Estado de las autonomías” no era sino un engaño: se crearon unas instituciones andaluzas títeres que forman parte de un Estado español, cuyo Gobierno central es el que decide en última instancia.
Ante ello los comunistas andaluces debemos poner en el orden del día la necesidad de construir un poder obrero y popular soberano en Andalucía, para construir esa Andalucía verdaderamente libre: la Andalucía socialista. La solución a los problemas del Pueblo Trabajador Andaluz pasa por la independencia como única forma de crear unas instituciones nacionales verdaderamente libres y soberanas puestas al único servicio de la clase obrera y los sectores populares andaluces.