El Partido Nacionalista Vasco es un partido de composición heterogénea, de intereses mezclados y a veces frustrados, de clases medias controladas por clases altas. De hombres y mujeres que creen lo que son, pero no siempre son lo que creen. El PNV, el partido a secas para los conocidos, el partido por antonomasia desde que salió del sepulcro en 1977 (antes lo era el PC), fue fundado hace ciento veinte años. Y presume de ello, con razón, aunque no pueda presumir también de haber alcanzado el principal objetivo de la fundación: obtener la independencia de los territorios vascos del norte y el sur. O al menos la reintegración foral o la separación política efectiva de Francia y España.
El partido siempre ha tenido un apreciable arrastre sociológico y se ha identificado con buena parte de las emociones, pasiones y razones del pueblo vasco. Al menos en los aspectos formales. Hoy, y gracias a eso, tiene también un indiscutible poder autonómico (no confundir con autónomo) que, no por ser delegado, obediente y sumiso con el Estado, es menos poder. Este poder se resume coloquialmente en las transferencias emblemáticas: palo y zanahoria (porra e impuestos) de la Policía y las haciendas forales.
Pero el principal problema que tiene el partido, desde hace tiempo, es un asunto de identidad. El PNV de hoy no se parece demasiado al del nacionalismo que fundaron los hermanos Arana, en 1894, ni al patriotismo independentista y social de la refundación Gallastegi (1921). Y es que, desde que en 1898 entraron por la puerta de atrás los poderosos y sigilosos miembros de la fracción fuerista, (los euskalerriacos) agrupados alrededor del nombre y el talonario del multimillonario Sota, los intereses fenicios han abducido a la militancia, convirtiéndola en una caldera interclasista repleta de tensiones. Cada cierto tiempo, esta caldera explota provocando giros, escisiones, rupturas, enfados, desengaños y nuevas fundaciones.
Desde que murió Sabino Arana (1903), apartaron a Kondaño (1906) y expulsaron a Luis Arana (1915), pueden contarse al menos las siguientes desavenencias en la familia nacionalista: Comunión Nacionalista (1916), Aberri-PNV (1921), ANV (1930), Jagi-Jagi (1934), Luis Arana, otra vez (1936), ETA (1958), EGI (1972), EA (1982), Iniciativa Ciudadana (años 90)…etc. Una determinada historia del PNV no es mas que la de sus divisiones, adobadas con otros tantos intentos fallidos de regenerar el nacionalismo, consolidar un frente nacional y aglutinar en torno a unos puntos mínimos, diferentes intereses sociales.
Larrazabal: una cena indigesta
La tragedia política de los seguidores del PNV es que no son nacionalistas. Son sotistas y no lo saben. Sus dirigentes realizan en la práctica política el ideario del millonario Sota y, al mismo tiempo, hacen creer a sus militantes, votantes y simpatizantes que siguen a Arana, del que nunca hablan. O sea, que son nacionalistas, pero sin exagerar: modernos, sin tanta religión, sin tanta política, sin tanta independencia.
El PNV ha ritualizado el culto a Arana con varias estatuas, algunas calles con su nombre, una fundación para desgravar impuestos y conciencias, varios premios amañados, un pseudo centenario, un homenaje funerario anual en Sukarrieta…Y poco más. Ninguna lectura, ningún debate, ningún seminario, ninguna cátedra en las universidades que controla el partido, ninguna pregunta…Quién era Arana?.. Qué era?.. Hubiera aconsejado ayudar a España, en una guerra civil?…Y en una transición?… Hubiera dado la mano, y algo mas, al rey de España?… Aprobaría el Estatuto?…Se hubiera negado, como Aguirre, a proclamar la independencia vasca en 1936?… Hubiera sido un laborioso parlamentario español, tipo Anasagasti, para estar donde “se cuece cualquier cosa que interesa a los vascos”.
A Sota, en cambio, en el PNV, le conocen o reconocen todavía menos. No saben ni su nombre completo. O lo saben de otras cosas. Les avergüenza su capitalismo excesivo, su ambición, sus maniobras políticas y financieras, en la oscuridad. Lo esconden mas todavía, que al fundador. Sota tampoco existe en el batzoki. Ni siquiera tiene una foto protocolaria, en las paredes, como Sabino.
Y sin embargo, su espíritu se pasea cómodo por la contabilidad interna del partido, sin que nadie lo advierta. Ni sepa muy bien de dónde procede. Su fantasma merodea gozoso entre transferencias autonómicas y debates presupuestarios, en los Conciertos Económicos y la negociación del Cupo. Entre amistades reales y cartitas con el gobierno. En los parlamentos de España. En ese “depender, pero pagando lo menos posible”, que guía el GPS de Ajuria Enea y que tanto odiaba Arana.
Es una historia nunca escrita, pero la contraposición de estas dos personalidades del nacionalismo sería clave para entender toda la Historia del PNV sus problemas, ambigüedades e incluso su comportamiento colaboracionista actual. Los dos fueron coetáneos: Arana (1865−1903) y Sota (1857−1936), coinciden en los años claves del desarrollo económico y político de Euskadi. Sus presencias se unen y se separan, en el mismo punto de inicio del nacionalismo. Arana publicó “Bizkaya por su independencia” en 1893. Sota se interesó por el autor y convocó una cena-política en el caserío Larrazabal, para conocer a los hermanos Arana, y saber qué querían en realidad. Y sobre todo qué podía sacar de ellos.
Los Arana, en su ingenuidad política, creían que la invitación era un homenaje a Sabino por el libro. Pero en realidad, la invitación era un casting político, organizado por Sota. El naviero y minero, luego banquero, marqués, sir del Imperio Británico, amigo de reyes y fuerista convencido, trataba de abrirse camino social y político, a codazos con la oligarquía de Neguri, que dominaban el españolista Chávarri y su piña monárquica. Entonces Sota gustaba rodearse de jóvenes fueristas, con ideas prometedoras. Y creyó haber encontrado, en Arana, un proyecto “fresco” y manejable, para dar cuerpo político-social a sus intereses económicos.
Pero aquella noche, Sabino lee su Manifiesto de ideas e intenciones independentistas (el Manifiesto de Larrazabal) y el banquero se queda perplejo. Aquello iba en serio y sobrepasaba peligrosamente sus expectativas, de permanecer cómodo en España. Sota que ya tenía minas y terrenos, en Cantabría, que acababa de comprar otro coto en Almería, mas una concesión de ferrocarril, que empezaba a amasar una fortuna naviera, proyectaba sus propios Bancos y pensaba en España como un mercado propicio para sus negocios, no iba a renunciar a todo por la independencia vasca. Se revolvió incómodo en su silla cuando Arana dijo con la solemnidad y vehemencia que le caracterizaban, que estaba dispuesto a morir y sacrificarlo todo, incluso su “hacienda”, por la libertad vasca.
La reunión no resultó como esperaba ninguna de las partes. Sota y los suyos, pagaron la cena, pero se marcharon casi sin despedirse, convencidos de que no podían contar con los exaltados hermanos. No, por el momento. Estos se quedaron solos, poco menos que abandonados a su suerte. Solo les acompañó una frase de apoyo del pintor Guiard, que dijo a los hermanos, antes de salir: “Vosotros tenéis razón y todos esos son unos insustanciales“.
Un yanqui del norte
Arana era joven, idealista, romántico, impetuoso, sin doblez y dispuesto a dar lo que tenía, incluso la vida, por sus ideas. Un temperamento contracorriente, en aquel Bilbao de Bancos y negocios, que pensaba en español y calculaba en dividendos. Sota era algo mayor, manipulador, un hombre de negocios, hábil y ambicioso. Un “yanqui del norte”, como llamaba Alzola a los magnates vizcaínos de su tiempo. Sota tenía ideas fueristas. Pocas, pero muy serias. Cuentan que llegó a decir, cuando la compra de votos era legal y se anunciaba en prensa: “Si es necesario dar un barco por un voto…se da“. Era una boutade, una bilbaínada…Y por tanto no era cierta. Pero también era un síntoma de la enfermedad de un país donde todo tenía un precio, en metálico. Este hombre necesitaba un partido para dar cuerpo político a sus expectativas económicas. Y el talonario no iba a ser un impedimento para ello.
En 1898, cuando el PNV, fundado cuatro años antes, atravesaba una coyuntura adversa y su escaso centenar de afiliados estaban siendo acosados por la furibunda exaltación españolista, por la guerra de Cuba, los hermanos Arana cedieron a la presión fenicia. Permitieron la entrada de Sota y la ayuda propagandística de sus periódicos. Se equivocaron, sin duda, pero los actuales militantes no lo saben. Y Sota se quedaría para siempre.
En los años siguientes, Arana estaba en la cárcel y moría prematuramente. Sota, con el camino despejado, seguía navegando en su yate (con ikurriña, eso si) y se convertía en el multimillonario e influyente marqués de Llano y caballero del imperio británico, gracias entre otras cosas a sus negocios durante la gran guerra del 14. Manejaba el partido entre los bastidores políticos que tejían sus empresas y sus hombres se colocaban en los cargos políticos y sindicales claves. Uno de sus hijos llegó a ser presidente de la Diputación de Bizkaia y los empleados sotistas empezaron a marcar la vida del partido, dándole el carácter que hoy tiene. Los mas conocidos sotistas del PNV, de antes y de ahora que siguen en sus puestos y en la historia. ni siquieran lo han sabido: Eleizalde, Kizkitza, Aguirre, Leizaola, Landaburu, Ajuriaguerra, Irujo, Arzalluz, Ardanza, Ibarretxe, Anasagasti, Esteban, Imaz, Urkullu, Erkoreka….Y un largo etcétera que no cesa, y se extiende a los blogeros mas conservadores y activos.
Los militantes les conocen, les oyen, les aplauden…Pero tampoco saben bien lo que dicen y lo que son. Los sotistas del partido han desarrollado, desde principio del siglo pasado, un lenguaje político y social, tan engañoso y acomodado a las perspectivas de lo posible, que ni el mismo Sabino hubiera podido reconocerlo como suyo. Y es que, en realidad, tiene muy poco que ver con él y mucho mas, en cambio, con el injustamente olvidado don Ramón, sus empresas, negocios y empleados.
Los militantes del partido saben hoy que Sabino Arana es una calle de Bilbao. Y que la gran casa de Albia, donde se reúnen los jefes, se llama Sabin Etxea…Le conocen de vista, por las fotos del batzoki… Les da cierto respeto. Pero poco mas. De Sota, ni eso. Y así da gusto. Con una militancia como esta se puede llegar a cualquier parte… De España, claro.
No deja de ser un sarcasmo. Un hombre como Sabino Arana, que tuvo una idea y se entregò a ella. Fundó un partido, escribió miles de páginas, promoviò asociaciones, recuperó el euskera y dedicó su vida, y dicen que su dinero, a defender la independencia vasca, ha dejado un recuerdo ritual, fosilizado en calles y estatuas. Y apenas útil, para lo que se proponía.
Otro hombre, Ramón de la Sota, que sólo pretendía afianzar y acrecentar su riqueza, actuó en la sombra para entorpecer las pretensiones de aquél. También financió periódicos y revistas, amarilleó sindicatos y amasó su fortuna gracias a España, sus leyes y su mercado. Y no tuvo que escribir mas que las cifras alargadas de su talonario, para dejar, en cambio, toda una filosofía política y social. que todavía es cuerpo y alma del partido vasco de la autonomía, el cupo y las transferencias. Un PNV que no reconocería su fundador y del que correría a darse de baja, si pudiera.