La bala­da de los pio­jos (Sebas­tian Lascar )

Sebas­tian Las­căr , naci­do en Buca­rest el 14 de octu­bre de 1908 y falle­ci­do en la mis­ma ciu­dad el 9 de octu­bre de 1976, fue un perio­dis­ta, poe­ta, dra­ma­tur­go y tra­duc­tor muy acti­vo des­de su juven­tud en los movi­mien­tos obre­ros y las luchas socia­les efer­ves­cen­tes en la Ruma­nía de entreguerras.

Dibu­jo apa­re­ci­do en la Revis­ta Cul­tu­ra Pro­le­ta­ria don­de fue publicado
el poe­ma de Las­car: La bala­da de los piojos

Sus pri­me­ras poe­sias fue­ron publi­ca­das en la revis­ta Cul­tu­ra Pro­le­ta­ria (en 1926). En 1937 edi­ta­ria la revis­ta El Pin­guino, sema­nal de humor polí­ti­co que sería sus­pen­di­do, por su ideo­lo­gía comu­nis­ta, a los pocos núme­ros. En 1940 fue obli­ga­do a refu­giar­se en la Unión Sovié­ti­ca ante las ame­na­zas del movi­mien­to legio­na­rio, de don­de vol­vió en 1946. Des­de enton­ces, fue redac­tor de la agen­cia de noti­cias Ager­pres, direc­tor del Tea­tro Obre­ro y, más tar­de, redac­tor jefe de la revis­ta La Lla­ma (Fla­ca­ra).

Uno de sus pri­me­ros poe­mas, en los que deja­ba entre­ver su ten­den­cia al humor como arma polí­ti­ca, fue el que da títu­lo a esta entra­da: la bala­da de los pio­jos (Bala­da Padu­chi­lor), que tra­du­ci­mos a con­ti­nua­ción. Fue publi­ca­do en el núme­ro de abril de 1927 de Cul­tu­ra Pro­le­ta­ria y en ella per­so­ni­fi­ca a la cla­se bur­gue­sa con los fti­ráp­te­ros, común­men­te cono­ci­dos como pio­jos (por razo­nes evi­den­tes que todos los tra­ba­ja­do­res conocen).

Por supues­to que Sebas­tian Las­car, a la vez que des­cri­be a los pará­si­tos de la bur­gue­sía y del capi­tal, lle­va­do por la ola de espe­ran­za que ani­mó a la cla­se obre­ra mun­dial tras la toma del poder de los cama­ra­das sovié­ti­cos en 1917, acon­se­ja a los tra­ba­ja­do­res que se desin­fec­ten de pará­si­tos, tal y como había ocu­rri­do en Rusia, aca­ban­do con todos los pio­jos, úni­ca mane­ra de ter­mi­nar con la injus­ti­cia de que una mino­ria viva chu­pan­do la san­gre a la mayo­ría, es decir, de alcan­zar un mun­do sin explo­ta­ción de unos hom­bres por otros.

LA BALADA DE LOS PIOJOS

Áva­ros como las garra­pa­tas de san­gre azul;
con sus ven­to­sas te sor­ben la san­gre has­ta matarte,
impa­cien­tes, arram­plan con todo
-si noso­tros se lo permitimos
¿qué tie­nen ellos que perder?-
En el arte de chu­par son maestros
miran­do por enci­ma del hombro
mien­tras cla­van los colmillos
como si fue­ran arados;
la pere­za les exi­ge ser parásitos,
y ellos, sin esfuer­zo, lo son.
Es impo­si­ble hacer­les cambiar
sus gus­tos de pio­jo glotón.
El bur­gués fue siem­pre un vago
extra­or­di­na­rio:
-Tú tra­ba­ja, que el bene­fi­cio sé yo 
como roer­lo.
Se pue­de dar fé de lo que dice,
por­que de un día para otro
cons­tru­ye fábri­cas de acero,
mien­tras, por las noches, 
los bur­gue­ses volup­tuo­sos se desmayan
entre mus­los y pechos de seda;
aun­que cuan­do se acer­ca la muerte 
nece­si­tan de rezos, cru­ces y curas.
En el momen­to supre­mo inten­tan transformar
en bien el mal
por­que ya no podrán gorro­near más.
Aun­que has­ta el momen­to en que desaparecen
los pio­jos tie­nen tiem­po para ordeñarnos;
es ver­dad que son peque­ños, según aparentan:
sin embar­go, ya ves, que tie­nen la boca 
(no se sabe bien como) muy grande.
Y si te atre­ves a ras­car­te un poco
per­tur­bas su segu­ri­dad y su calma.
Enton­ces, en hor­das sobre la piel se agrupan
mul­ti­pli­can­do el saqueo de tu sangre.
¡No te ras­ques más! !Cui­da­do! Que llamas
a las insa­cia­bles lien­dres codiciosas.
DEDICATORIA:
Cama­ra­das, ¿los sopor­ta­re­mos tam­bién maña­na, como hoy?
¡Oh, no! Desin­fec­té­mo­nos con alcohol o gasolina,
y enton­ces, aun­que no crea­mos en milagros,
de los pio­jos fon­do­nes esca­pa­re­mos para siempre.

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