El 5 de marzo, homenajeando el primer aniversario del fallecimiento de Hugo Chávez y en el marco de un nuevo intento de golpe contra la Venezuela bolivariana, se presenta en el Bauen Hotel [recuperado por los trabajadores], Callao 360, el libro “Hugo Chávez y la revolución bolivariana” con la participación de Hugo Calello, Modesto Emilio Guerrero, Mario Hernandez, G. Almeyra y Ricardo Napurí.
En el Salón Conciliar 2 de 19:00 a 22:00
PROLOGO
Renán Vega Cantor
La muerte de Hugo Chávez Frías constituye una tragedia para el pueblo venezolano y latinoamericano y para el movimiento revolucionario mundial. Esta pérdida irreparable se asemeja, guardando desde luego las diferencias históricas, a las de Emiliano Zapata, César Augusto Sandino, Ernesto el Che Guevara o Salvador Allende, tanto porque todos estos revolucionarios de nuestro continente murieron cuando conducían importantes procesos de movilización y transformación social, como porque su obra quedó a mitad de camino.
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Justamente, varios autores de reconocida trayectoria intelectual y comprometidos con las luchas sociales y populares de nuestro continente analizan desde diversos ángulos analíticos el significado histórico y político del revolucionario venezolano para el movimiento antiimperialista y anticapitalista de nuestro tiempo. Los autores de este libro destacan un sinnúmero de aspectos del legado de Hugo Chávez, algunos de los cuales mencionamos en forma general.
Entre sus logros más significativos se encuentra el haber movilizado a los sectores plebeyos y empobrecidos de su país, concediéndoles el carácter de seres humanos, como nunca antes había sucedido en ese país. Esta movilización exaltó el carácter de las mayorías pobres, excluidas por cuestiones de clase y de “raza” ‑los habitantes de los suburbios de Caracas son una clara expresión de ello‑, quienes por primera vez sintieron que uno de los suyos estaba en la presidencia de la República y que sus programas gubernamentales los beneficiaban en forma directo, porque reconocía sus problemas y se identificaba con ellos. Esos sectores populares han constituido la savia del chavismo, son quienes apoyaron masivamente en todas las elecciones en que triunfó su candidato y quienes impidieron que se consumara el golpe de derecha en abril de 2002 y son los mismos que hoy siguen llorando con dolor y amargura la pérdida de su carismático líder. Estas clases subalternas son las que han recibido por primera vez salud, educación, cultura y deporte del Estado, como parte del proyecto de dignificarlos y solucionar sus principales problemas.
Un segundo logro de Chávez consistió en haberse apartado del neoliberalismo y de la globalización imperialista desde cuando ganó la elección de 1998, en que planteó el manejo soberano del recurso petrolero y un distanciamiento del Consenso de Washington, con lo que se cuestionó la hegemonía de los Estados Unidos y se puso en evidencia que era posible recuperar autonomía política en el manejo de los recursos naturales, a partir de una renovada idea de soberanía nacional y energética, un hecho que le dio nueva vida a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Esta política antiimperialista adquiere más relieve, si se recuerda que hace 15 años, y ahora mismo, la mayor parte de los políticos de Latinoamérica han sido y son marionetas neoliberales que sirven, a bajo precio, los designios del imperialismo, tanto estadounidense como europeo.
Un tercer logro de Chávez radicó en revivir en la práctica la idea de una integración continental que rompiera con la tutela de los Estados Unidos, lo cual destruyó el proyecto imperialista del ALCA, que nadie cuestionaba en 1998 y que pretendía integrar una zona de libre comercio, manejada por Estados Unidos y sus multinacionales, desde Alaska hasta Tierra del Fuego. El proyecto integracionista impulsado por el líder venezolano revivió el ideario bolivariano y le llevó a impulsar el ALBA, a fortalecer a Mercosur, a influir en la creación de Unasur y la Celac, y a desarrollar una política solidaria, basada en el intercambio de petróleo a bajo precio, con servicios y productos procedentes de Cuba, Nicaragua y otros países del Caribe. De esta forma, hizo realidad otra tipo de relación comercial y propugnó por una integración de los pueblos, a partir de sus necesidades y utilizando sus propias fuerzas.
Un cuarto logró de Chávez se materializó en que reivindicó la idea de construir una sociedad diferente al capitalismo, al plantear la construcción de un “socialismo del siglo XXI”. Aunque ese proyecto no fuera del todo claro y no se haya hecho realidad en ningún lugar, ni siquiera en Venezuela, el solo hecho de ponerlo en la mesa de la discusión ayudó a recuperar en el horizonte teórico y político una idea que había sido enterrada para siempre ‑según el capitalismo y sus voceros‑, tras la desaparición de la URSS en 1991. Esto ha revitalizado la reflexión sobre el anticapitalismo y ha implicado que una parte de la izquierda no sienta pena ni bochorno al hablar del socialismo, como antes de Chávez sucedía en forma casi unánime.
Un quinto logró de Chávez se ha expresado en su carácter de educador y de pedagogo popular y práctico, como lo evidenciaba en todos sus consejos comunales y charlas en la televisión. Con estos medios no sólo se comunicaba con sus seguidores, sino que el líder venezolano instruía, transmitía ideas, invitaba a reflexionar, recomendaba libros y autores, algo que ningún presidente del mundo hace en la actualidad, por la sencilla razón que ahora los políticos no leen. En este sentido, debe destacarse la reivindicación de la palabra viva como medio de comunicación con los sectores pobres de Venezuela y de otros lugares del mundo donde tuvo la ocasión de hablar el presidente bolivariano, pero también como instrumento de formación política al llevar un mensaje directo de transformación social y apuntar a la superación del orden capitalista.
Por todas estas razones, Chávez fue odiado, y lo sigue siendo después de muerto, porque sencillamente movilizó al pueblo llano, compuesto por hombres y mujeres humildes, pobres, de colores diversos ‑muchos zambos como el propio presidente- y alimentó esa movilización con el sueño y la esperanza de construir otro tipo de sociedad. Por esto lo odian tanto los capitalistas e imperialistas del mundo, así como las oligarquías de los países latinoamericanos y buena parte de sus llamadas “clases medias”, las que no pueden concebir la existencia de los pobres como un sujeto social autónomo y deliberante, porque ven peligrar su forma de vida, sustentada en el arribismo y el consumo a vasta escala.
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Como parte del legado dejado por Hugo Chávez resulta indispensable recordar lo que éste no alcanzó a realizar, así como los errores de su liderazgo, no sólo porque esto forma parte de la historia, sino porque su estudio debería servir para aprender de esos errores e intentar enmendarlos, tanto en Venezuela como en todos los lugares donde se adelantan procesos que intenten superar el capitalismo. Los autores de este libro que tienen una visión crítica revolucionaria sobre la obra, vida y legado de Hugo Chávez también señalan algunas de sus limitaciones.
Pero antes de mencionarlas, habría que diferenciar tres tipos de críticas, para evitar malentendidos. En primer lugar, las de la derecha y sus aliados cuya finalidad consiste en mantener las diferencias de clase, el racismo y la dominación imperialista, y por eso todos esos sectores, que se expresan en la “gran prensa”, no han ocultado su felicidad por la muerte de su peligroso enemigo. En segundo lugar, las de ciertos grupos minoritarios y sectarios de la izquierda que se consideran como iluminados y se niegan a participar en forma directa de los procesos y, en algunos casos, resultan convertidos en la práctica ‑aunque no lo hayan querido ser en forma voluntaria- en aliados de la derecha, como sucedió a fines del 2012 con ciertos candidatos presidenciales que se mantuvieron hasta el final a nombre de una supuesta alternativa de izquierda y obtuvieron escasos votos. Y en tercer lugar, están las críticas genuinamente revolucionarias que se hacen para superar errores, para alertar sobre los giros indeseables que en determinados momentos y circunstancias adopta el proceso, críticas justas que son hechas por compañeros de ruta, cuyo objetivo es mostrar los problemas y dificultades, siempre en la perspectiva de obtener mejores resultados.
Situados en esta última perspectiva, y luego de reconocer los grandes e imperecederos aportes del comandante Hugo Chávez como revolucionario, los autores de esta obra mencionan algunas de sus equivocaciones. Entre estas tal vez la principal radicó en la entrega al terrorismo de Estado colombiano de varios miembros de la insurgencia y del periodista Joaquín Pérez Becerra, quien hoy se encuentra recluido en una tenebrosa prisión de Bogotá. Este ha sido un error no sólo porque se han desconocido derechos, entre ellos el de asilo, sino porque un gobierno revolucionario no puede sacrificar a otros revolucionarios a nombre de las razones de Estado en sus relaciones con un régimen criminal, como el que predomina en Colombia.
En el mismo sentido, referido a las razones de Estado, se encuentra la política ambigua con respecto a la primavera árabe, en la que se han apoyado a regímenes poco democráticos y no se ha diferenciado entre los intereses imperialistas, aliados con sectores reaccionarios, y los genuinos deseos de importantes sectores de la población de conseguir conquistas democráticas, para lo cual enfrentan a gobiernos tiránicos.
De igual manera, la conducción personalista fue evidente durante gran parte del proceso, aunque eso no habría que atribuírselo a una mala voluntad de Chávez, sino al peso de razones objetivas, porque en Venezuela no existían organizaciones políticas y sociales fuertes, cuando en 1998 se produce su primer triunfo electoral. Por estas circunstancias, a él le toca apersonarse como conductor principal, sin que emergiera durante su vida un proyecto de dirección colectiva que asegure la continuidad del proceso, algo que está por dilucidarse en estos días en la difícil coyuntura postchavista.
Otra limitación del proceso bolivariano está relacionada con el hecho de no haber podido sentar las bases de un modelo económico alternativo al extractivismo, algo que tampoco es una cuestión de pura voluntad, sino que tiene que ver con un modelo que ha acompañado la historia venezolana desde las primeras décadas del siglo XX. Desde luego, la diferencia de Chávez con todos sus antecesores ha radicado en que éste ha redistribuido socialmente los frutos de la renta petrolera, creando escuelas, hospitales, bibliotecas, universidades, mientras que antes esas rentas iban de manera exclusiva a las arcas de las clases dominantes y a unos sectores minoritarios de las clases medias.
Con todo y ese importante logro redistributivo no se han dado pasos importantes hacia otro modelo de economía postextractivista, con lo cual también se ha fortalecido la boliburguesía, formada por la burocracia parasitaria, y por los conversos del régimen puntofijista que se transformaron en chavistas de ocasión, y no de convicción, cuando se cayó el poder bipartidista de los adecos y los copeyanos a finales de la década de 1990. Esto, además, ha propiciado la corrupción de sectores ligados al aparato de Estado, los cuales se han convertido en una fuerza de contención de medidas anticapitalistas que toquen los intereses de las clases dominantes no sólo en el terreno político, sino sobre todo en el económico, en el ámbito de las grandes empresas y los medios de comunicación, donde se mantiene la indiscutible hegemonía capitalista.
Sin embargo, al hacer un balance sobre los logros y limitaciones de Hugo Chávez, la conclusión principal que puede extraerse es que fue un revolucionario integral, cuya figura dinamizó la política en nuestra América y les dio voz a los pobres de su país y del continente, en la medida en que propuso una lucha frontal contra la dominación imperialista. Por esa razón de clase y de “raza”, los poderes hegemónicos de América y del mundo lo combatieron durante los quince años en que fue presidente legítimo y han inventado las más burdas calumnias contra él y su pueblo, como lo siguen haciendo en estos momentos para mancillar su memoria. Nada de esto, por supuesto, va a impedir que Hugo Chávez, como se demuestra con las muestras de dolor de millones de venezolanos y latinoamericanos, pobres, humildes y conscientes, ya forme parte de la tradición revolucionaria de nuestro continente.
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Este libro se abre con el artículo de Itsván Mészáros sobre una nueva internacional. Aunque, a primera vista, el asunto no estaría relacionado con el tema central de este libro ‑el papel histórico y la obra de Hugo Chávez‑, se encuentran algunos nexos, si recordamos que el antiimperialismo formó parte del ideario de lucha del líder venezolano y que, además, en alguna ocasión éste anunció la imperiosa necesidad de construir una nueva internacional (La Quinta), como forma de enfrentar la mundialización del capital. Precisamente, Mészáros reflexiona con detalle sobre el carácter criminal del “nuevo imperialismo”, cuya careta humanitaria no logra esconder sus verdaderos objetivos de expoliación y dominación. El pensador húngaro analiza los procesos históricos que explican diversas experiencias y derrotas del movimiento obrero, para concluir con el llamado a organizar en forma urgente la lucha internacional de los trabajadores para enfrentar los nuevos desafíos impuestos por el capital, entre éstos la destrucción ambiental.
Cinco son las contribuciones analíticas sobre la vida, trayectoria y legado de Hugo Chávez que componen este libro. En primer lugar, se encuentra el ensayo del autor venezolano/argentino Modesto Emilio Guerrero, titulado “Hugo Chávez: del nacionalismo militar al socialismo del siglo XXI”. En este escrito se muestran las diversas fuentes ideológicas, políticas y culturales, en el largo, mediano y corto plazo, en los que bebió, con creatividad y distancia crítica, el conductor venezolano. Entre dichas fuentes se encuentran las “tres raíces”, conformadas por Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora, se incluyen a pensadores latinoamericanos como José Carlos Mariátegui, Ludovico Silva, Paulo Freire, Domingo Alberto Rangel y a revolucionarios europeos y de todos los tiempos, como Antonio Gramsci, Carlos Marx, Itsván Mészáros y David Harvey, entre muchos.
Como los revolucionarios de verdad, Hugo Chávez se nutrió del pensamiento nacional-popular de su propio país y a partir de allí asimiló las notables enseñanzas del pensamiento de nuestro continente y del pensamiento revolucionario clásico. A partir de esa diversidad de ideas, fue estructurando las propias, que se alimentaban de la lucha práctica, que le permitió aprender, corregir, reformular e incluso abandonar influencias que antes consideraba importantes, como las de los teóricos de la “Tercera Vía”.
Modesto Guerrero traza un cuidadoso y detallado panorama de las múltiples, complejas y variadas influencias ideológicas, políticas y culturales a lo largo de la vida de Chávez, para indicar los pasos que lo llevaron a transitar por el nacionalismo popular hasta desembocar en el socialismo del siglo XXI. Que el presidente venezolano hubiera usado este término con plena convicción, después del 2005, es un notable aporte político e ideológico, que abrió las puertas al renacimiento de un debate que había abandonado la izquierda mundial. Chávez se acercó al socialismo a partir de su convencimiento que el capitalismo es una tragedia para la vida, la humanidad y la naturaleza que pone en cuestión la misma existencia de nuestra especie.
Con ello, revivió el espectro que yacía oculto y archivado en los escombros del Muro de Berlín y de la extinta URSS y lo puso a andar nuevamente, renovado con nuevos bríos y energías, que se alimentan de la confianza en las clases subalternas, en los pobres, a los que pensó en términos de comunidades explotadas. De ahí que se enarbolaran las banderas de un socialismo con rostro comunitario, y que éste fuera uno de sus últimos combates, hasta un poco antes de su lamentable muerte.
Y aquí aplicó en la realidad la máxima de Simón Rodríguez, “o inventamos o erramos”, y la de Mariátegui, que “el socialismo no puede ser ni calco ni copia”.
En segundo lugar, James Petras en su ensayo “El presidente Chávez: un renacentista del siglo XXI” se encarga de analizar sus contribuciones en diversos terrenos, entre los que sobresalen la ética y la cultura cívica, las relaciones internacionales, el impulso a reformar un estado rentista, el antiimperialismo y el proyecto de ir más allá del neoliberalismo. El sociólogo estadounidense examina cada uno de estos tópicos, y resalta que Chávez encaró una extraordinaria transformación de las concepciones y prácticas de las izquierdas históricas, al asumir una pedagogía cívica, con la cual comunicó a los ciudadanos populares las propuestas encaminadas a mejorar su modo de vida. Lo significativo radica en que eso no fue una retórica insustancial o demagógica sino un discurso movilizador que llegó a las fibras más sensibles de los venezolanos pobres, siempre discriminados, que se sintieron representados en los palabras de su presidente y por eso lo salieron a apoyar durante el breve golpe de Estado de 2012.
Otro elemento importante que recalca James Petras se refiere al vuelco que generó la política internacional adoptada por el gobierno venezolano tras el triunfo de Chávez en 1998, cuando, yendo contra la corriente dominante, adoptó posturas que cuestionaban el Consenso de Washington, el carácter pretendidamente irreversible de la globalización y la lucha contra el terrorismo por parte de los Estados Unidos. En todos estos planos, Chávez rompió con la idea que el Estado nacional era inútil y debía subordinarse al orden global-imperialista y someterse a las multinacionales, al reivindicar un papel activo del Estado en términos de defensa de la soberanía nacional, de oposición a la cruzada estadounidense contra el terrorismo ‑a la que calificó con toda razón como una práctica propia del terrorismo de Estado- y en priorizar las relaciones Sur-Sur como alternativa al orden dominante.
Como ningún otro gobernante en el mundo, Chávez denunció los crímenes del imperialismo y de sus socios sionistas y en las distintas instancias en que intervino, como en las Conferencias de la ONU, se atrevió a nombrar sin eufemismos a los criminales de Estados Unidos y se solidarizó con los pueblos bombardeados y sometidos, como los iraquíes y los palestinos. Con esto se opuso a las guerras imperialistas y reivindicó el derecho a la autodeterminación por parte de las naciones oprimidas.
En la práctica, el proyecto bolivariano ha impulsado reformas que en medio del triunfalismo neoliberal y capitalista predominante en la década de 1990 se consideraban imposibles, tales como direccionar la renta petrolera hacia la inversión social, impulsar la educación, la salud, la recreación y la cultura, mantener los niveles de empleo y negarse a aplicar los consabidos planes de ajuste que en todo el mundo, y en la misma Venezuela puntofijista, aumentaron la miseria y la desigualdad. Esto en gran medida explica la lealtad de la población y que Chávez no hubiera terminado como Salvador Allende.
En tercer lugar, en el ensayo de G. Almeyra “Chávez el irrepetible” se rastrean las semejanzas y diferencias entre el líder venezolano y otros experimentos políticos de la región latinoamericana durante el siglo XX. Se encuentra un recorrido a lo largo y ancho del continente en pos de rescatar la importancia del nacionalismo revolucionario, que hunde sus raíces, como lo resalta con lujo de detalles este autor, en las luchas populares y de clase que caracterizan la historia de cada país de la región. Se trata de relacionar a los líderes populares con los movimientos sociales y de determinar sus vínculos y nexos, como expresión de fuerzas que bullen a través de las luchas de los pueblos. Estas luchas modifican a los dirigentes que al tener contacto con la realidad social aprenden y trastocan sus concepciones originales, como le sucedió a Hugo Chávez, que fue avanzando desde el nacionalismo al socialismo, algo digno de destacar si se tiene en cuenta que era un militar.
A partir de estas premisas, Almeyra analiza las cualidades y límites de Chávez, cuyas características lo ubicaban como un hombre del pueblo, sencillo, sincero y honesto, todo lo cual lo diferencia, para señalar un caso emblemático, de Juan Domingo Perón, que fue admirador del fascismo y en los momentos álgidos se hizo a un lado con cobardía, en lugar de pelear con decisión. Estas cualidades personales se fueron perfilando con las lecturas que desde joven realizó Chávez, y con sus conversaciones con un viejo militante comunista. Su formación teórica y política se fue ampliando después, con la particularidad que asumió el socialismo como proyecto en la medida en que chocaba con el imperialismo y necesitaba responder a las exigencias del momento histórico.
En la práctica, nos dice G. Almeyra, Chávez fue un revolucionario estadista, es decir, que pensaba en que la revolución debía servir para reorganizar el Estado. En este plano está su grandeza pero también se muestran sus limitaciones, porque al mismo tiempo que intenta traspasar el poder de la burocracia y crear contra-poder popular, su política es paternalista, algo que se explica en gran medida por “la desorganización e inmadurez relativa de los oprimidos”. En el mismo sentido, al querer institucionalizar la revolución se creó el PSUV, que no es tanto un partido sino un instrumento electoral.
Chávez fue un partidario del nacionalismo como soporte de la integración latinoamericana, la que impulso como ningún otro político latinoamericano de los tiempos recientes. De ahí su ayuda a Cuba, ser el gestor del ALBA y de la transformación de Mercosur. Sin embargo, su internacionalismo quedó prisionero de las relaciones entre Estados y por esa razón, por ejemplo, para mejorar sus relaciones con el régimen de Colombia, entregó a un militante que yace en las cárceles de este país.
El economista Claudio Katz ha escrito el artículo “¿Brotará socialismo del chavismo?”, en donde se analiza lo que sucedió en la política venezolana después de la trágica muerte de Chávez, en especial la coyuntura electoral en la que resultó elegido Nicolás Maduro. Estudia con detalle las diversas tácticas de saboteo que emplea la derecha, algo que adquiere relieve por la ajustada victoria del oficialismo en 2013. En medio de un panorama complejo, en el que se sienten los efectos de la corrupción, de la carestía y la inseguridad, los continuadores del proyecto bolivariano pueden y necesitan retomar una vía hacia la izquierda, en la cual se combinan las acciones electorales con la construcción de un poder popular. El triunfo de Maduro significa que la acción destituyente de la derecha adquiera más fuerza y apoyo imperialista, como se vislumbró desde el momento en que se desconocieron los resultados electores por parte del candidato de la derecha y del gobierno de los Estados Unidos.
En estas condiciones, la única posibilidad de que Venezuela siga siendo un referente de la lucha antineoliberal y antiimperialista para el resto del continente estriba en que se radicalice el proceso en lugar de impulsar una política de acuerdo con la derecha. Esta posibilidad no es irreal, puesto que en Venezuela, a diferencia del resto del continente, no predomina la apatía política, lo cual en sí mismo es una herencia de la gestión de Hugo Chávez. Si se aprovecha ese tejido social de índole popular favorable a unas transformaciones revolucionarias, es viable que se puede evitar que en Venezuela se repita el proceso que condujo a la derrota del sandinismo en 1990.
En fin, en todos los ensayos que componen esta obra se podrá encontrar una perspectiva rigurosa sobre el legado de Hugo Chávez, en la que, con claridad, se interpreta el invaluable aporte del revolucionario venezolano a la lucha de los pueblos de nuestra América en la búsqueda por construir una sociedad que vaya más allá del capitalismo.
Bogotá, enero 18 de 2013