Para un aná­li­sis de sexo, cla­se y raza

Sil­via Federici(1948) es his­to­ria­do­ra, inves­ti­ga­do­ra y acti­vis­ta radi­cal femi­nis­ta. De ori­gen ita­liano, a media­dos de los años ’60 se ins­ta­ló en Esta­dos Uni­dos para estu­diar Filo­so­fía en la Uni­ver­si­dad de Buf­fa­lo. Ha sido docen­te en varias uni­ver­si­da­des de ese país y, en los años ’80, vivió en Nige­ria, don­de ense­ñó en la Uni­ver­si­dad de Port Har­court y par­ti­ci­pó acti­va­men­te en orga­ni­za­cio­nes de muje­res y con­tra las polí­ti­cas de ajus­te estruc­tu­ral que se ensa­ya­ban enton­ces en Áfri­ca. Actual­men­te es pro­fe­so­ra de Filo­so­fía Polí­ti­ca en la Uni­ver­si­dad Hofs­tra de Long Island, Nue­va York. Sus obras son «The cons­truc­tion of the con­cept of wes­tern civi­li­za­tion and its others» (La cons­truc­ción del con­cep­to de civi­li­za­ción occi­den­tal y sus otros), «Struc­tu­ral adjust­ment and the strug­gle for edu­ca­tion in Afri­ca» (Ajus­te estruc­tu­ral y la lucha por la edu­ca­ción en Afri­ca), «Lite­rary ima­ges, poli­ti­cal chan­ge and social strug­gle in con­tem­po­rary Afri­ca» (Imá­ge­nes lite­ra­rias, cam­bio polí­ti­co y lucha social en Afri­ca con­tem­po­rá­nea), «Il fem­mi­nis­mo e il movi­men­to con­tro la gue­rra USA» (El femi­nis­mo y el movi­mien­to con­tra la gue­rra esta­dou­ni­den­se) y «Cali­ban and the Witch. Women, the body and pri­mi­ti­ve accu­mu­la­tion» (Cali­bán y la Bru­ja. Muje­res, cuer­po y acu­mu­la­ción ori­gi­na­ria). En este últi­mo, recien­te­men­te edi­ta­do en cas­te­llano, la femi­nis­ta ita­lia­na reto­ma la matan­za de bru­jas como ele­men­to fun­da­cio­nal de un sis­te­ma capi­ta­lis­ta que domes­ti­ca a las muje­res, impo­nién­do­les la repro­duc­ción de la fuer­za de tra­ba­jo como un tra­ba­jo for­za­do y sin remu­ne­ra­ción alguna.

Para la auto­ra, la tran­si­ción del feu­da­lis­mo al capi­ta­lis­mo no se pro­du­jo sin el recur­so a la vio­len­cia extre­ma, ya que «la acu­mu­la­ción ori­gi­na­ria exi­gió la derro­ta de los movi­mien­tos urba­nos y cam­pe­si­nos, que nor­mal­men­te bajo la for­ma de here­jía reli­gio­sa rei­vin­di­ca­ron y pusie­ron en prác­ti­ca diver­sos expe­ri­men­tos de vida comu­nal y repar­to de rique­za. Su ani­qui­la­ción abrió el camino a la for­ma­ción del Esta­do moderno, la expro­pia­ción y cer­ca­do de las tie­rras comu­nes, la con­quis­ta y el expo­lio de Amé­ri­ca, la aper­tu­ra del comer­cio de escla­vos a gran esca­la y una gue­rra con­tra las for­mas de vida y las cul­tu­ras popu­la­res que tomó a las muje­res como su prin­ci­pal obje­ti­vo». «En el cora­zón del capi­ta­lis­mo ‑afir­ma Fede­ri­ci- no sólo encon­tra­mos una rela­ción sim­bió­ti­ca entre el tra­ba­jo asalariado/​contractual y la escla­vi­tud sino tam­bién, y en rela­ción a ella, pode­mos detec­tar la dia­léc­ti­ca que exis­te entre acu­mu­la­ción y des­truc­ción de la fuer­za de tra­ba­jo, ten­sión por la que las muje­res han paga­do el pre­cio más alto, con sus cuer­pos, su tra­ba­jo, sus vidas».

A par­tir de la ase­ve­ra­ción de la soció­lo­ga ale­ma­na Maria Mies (1931) que en «lo que en una par­te del capi­ta­lis­mo se pre­sen­ta como desa­rro­llo, en otra lo hace como sub­de­sa­rro­llo», Fede­ri­ci coin­ci­de en que «el prin­ci­pio fun­da­men­tal es que el desa­rro­llo capi­ta­lis­ta es, siem­pre y al mis­mo tiem­po, un pro­ce­so de sub­de­sa­rro­llo». Esto depen­de, cla­ro, de mul­ti­ples fac­to­res: «esta­mos más bien ante un desa­rro­llo des­igual y com­bi­na­do, entre­la­za­do con gran­des expro­pia­cio­nes, ‑apro­pia­cio­nes de rique­zas para el capital‑, en el que el gra­do de acier­to del pro­le­ta­ria­do en la lucha de cla­ses, la pro­duc­ti­vi­dad aumen­ta­da por el desa­rro­llo de las fuer­zas pro­duc­ti­vas en deter­mi­na­das esfe­ras de la pro­duc­ción, y el esta­do del ciclo indus­trial glo­bal, for­man un resul­ta­do no mecá­ni­ca­men­te simé­tri­co en la dis­tri­bu­ción mun­dial del gra­do de desa­rro­llo y sub­de­sa­rro­llo». La idea de bos­que­jar la his­to­ria de las muje­res en la tran­si­ción del feu­da­lis­mo al capi­ta­lis­mo nació a media­dos de los años ’70, cuan­do dos acti­vis­tas del Wages for Hou­se­work Move­ment (Movi­mien­to por el Sala­rio al Tra­ba­jo Domés­ti­co), Maria­ro­sa dalla Cos­ta (1942) y Sel­ma James (1930), publi­ca­ron res­pec­ti­va­men­te «The power of women and the sub­ver­sion of the com­mu­nity» (El poder de las muje­res y la sub­ver­sión de la comu­ni­dad) y «Sex, race and class» (Sexo, raza y cla­se), ensa­yos con los que recon­fi­gu­ra­ron el dis­cur­so sobre las muje­res, la repro­duc­ción y el capitalismo.

A dife­ren­cia de la orto­do­xia mar­xis­ta, que expli­ca­ba la opre­sión y la subor­di­na­ción a los hom­bres como un resi­duo de las rela­cio­nes feu­da­les, Dalla Cos­ta y James pro­po­nían que la explo­ta­ción de las muje­res había teni­do una fun­ción cen­tral en el pro­ce­so de acu­mu­la­ción capi­ta­lis­ta, en la medi­da en que las muje­res han sido las pro­duc­to­ras y repro­duc­to­ras de la mer­can­cía capi­ta­lis­ta más esen­cial: la fuer­za de tra­ba­jo. Para las auto­ras, el tra­ba­jo no paga­do de las muje­res en el hogar fue el pilar sobre el cual se cons­tru­yó la explo­ta­ción de los tra­ba­ja­do­res asa­la­ria­dos, «la escla­vi­tud del sala­rio». El aná­li­sis de estas obras arro­jó como resul­ta­do la publi­ca­ción en Milán en 1984 de «Il gran­de Cali­bano. Sto­ria del cor­po social ribe­lle nella pri­ma fase del capi­ta­le» (El gran Cali­bán. His­to­ria del cuer­po social rebel­de en la pri­me­ra fase del capi­tal), escri­to en cola­bo­ra­ción con la femi­nis­ta ita­lia­na Leo­pol­di­na For­tu­na­ti (1949). Este tra­ba­jo ini­cial devino, vein­te años más tar­de, en «Cali­bán y la Bru­ja», libro que toma el títu­lo de dos per­so­na­jes de William Sha­kes­pea­re (1564−1616): Cali­bán, el tra­ba­ja­dor escla­vo de «The tem­pest» (La tem­pes­tad) y la Bru­ja, que el escri­tor inglés deja­ba en un segun­do plano en la obra que el dra­ma­tur­go inglés escri­bió en 1611.

Ambos nom­bres, Cali­bán y la Bru­ja, sin­te­ti­zan para Fede­ri­ci la dimen­sión racis­ta y sexis­ta del dis­ci­pli­na­mien­to que el capi­tal pre­ten­de impo­ner sobre los cuer­pos, pero tam­bién las figu­ras ple­be­yas y des­obe­dien­tes des­de las cua­les se lo resis­te. La ani­qui­la­ción de la Bru­ja repre­sen­ta el ini­cio de la domes­ti­ca­ción de las muje­res, el robo de los sabe­res que daban auto­no­mía al par­to, la con­ver­sión de la mater­ni­dad en tra­ba­jo for­za­do, la deva­lua­ción del tra­ba­jo repro­duc­ti­vo como no-tra­ba­jo, y la masi­fi­ca­ción de la pros­ti­tu­ción fren­te a la des­po­se­sión de tie­rras comu­ni­ta­rias. Por fin, para Fede­ri­ci, el capi­ta­lis­mo, en tan­to sis­te­ma eco­nó­mi­co-social, está nece­sa­ria­men­te vin­cu­la­do con el racis­mo y el sexis­mo: «El capi­ta­lis­mo debe jus­ti­fi­car y mis­ti­fi­car las con­tra­dic­cio­nes incrus­ta­das en sus rela­cio­nes socia­les ‑la pro­me­sa de liber­tad fren­te a la reali­dad de coac­ción gene­ra­li­za­da y la pro­me­sa de pros­pe­ri­dad fren­te a la reali­dad de la penu­ria gene­ra­li­za­da- deni­gran­do la natu­ra­le­za de aqué­llos a quie­nes explo­ta: muje­res, súb­di­tos colo­nia­les, des­cen­dien­tes de escla­vos afri­ca­nos, e inmi­gran­tes des­pla­za­dos por la glo­ba­li­za­ción». La perio­dis­ta Veró­ni­ca Gago la entre­vis­tó en su depar­ta­men­to de Brooklyn para la edi­ción del 15 de abril de 2011 del dia­rio «Página/​12».


¿Cómo empie­za su mili­tan­cia femi­nis­ta en Esta­dos Uni­dos? Lle­gué a Esta­dos Uni­dos en 1967. Aquí me invo­lu­cré con el movi­mien­to estu­dian­til, con el movi­mien­to con­tra la gue­rra. Ahí empe­zó tam­bién mi par­ti­ci­pa­ción en el Movi­mien­to por el Sala­rio al Tra­ba­jo Domés­ti­co y mi tra­ba­jo polí­ti­co a tiem­po com­ple­to como femi­nis­ta. En 1972 había­mos fun­da­do el Colec­ti­vo Femi­nis­ta Inter­na­cio­nal, que debía lan­zar la Cam­pa­ña por el Sala­rio para el Tra­ba­jo Domés­ti­co en el plano inter­na­cio­nal. En las raí­ces de mi femi­nis­mo está, en pri­mer lugar, mi expe­rien­cia de mujer cre­ci­da en una socie­dad repre­si­va como era la de Ita­lia en los años ’50: anti­co­mu­nis­ta, patriar­ca­lis­ta, cató­li­ca, y con el peso de la gue­rra. La Segun­da Gue­rra Mun­dial fue impor­tan­te para el cre­ci­mien­to del femi­nis­mo en Ita­lia por­que fue un momen­to de rup­tu­ra de la rela­ción de las muje­res con el Esta­do y con la fami­lia, por­que hizo enten­der a las muje­res que debían inde­pen­di­zar­se, que no podían poner su super­vi­ven­cia en manos de los hom­bres y de la fami­lia patriar­cal, y que no tenían que hacer más hijos para un Esta­do que los man­da­ba a masa­crar.

¿Cuá­les son las raí­ces teóricas?

Teó­ri­ca­men­te, mi femi­nis­mo ha sido una amal­ga­ma de temas que venían tan­to del movi­mien­to de la auto­no­mía obre­ra ita­lia­na y de los movi­mien­tos de los no asa­la­ria­dos, como del movi­mien­to anti­co­lo­nial y los movi­mien­tos por los dere­chos civi­les y por el Poder Negro (Black Power) en los Esta­dos Uni­dos. En los años ’70 tam­bién fui influen­cia­da por el Natio­nal Wel­fa­re Rights Move­ment (NWRO), que era un movi­mien­to de muje­res, en su mayo­ría negras, que lucha­ban por obte­ner sub­ven­cio­nes esta­ta­les para sus niños. Para noso­tras era un movi­mien­to femi­nis­ta, por­que esas muje­res que­rían demos­trar que el tra­ba­jo domés­ti­co y el cui­da­do de los niños es un tra­ba­jo social del cual todos los emplea­do­res se bene­fi­cian, y tam­bién que el Esta­do tenía obli­ga­cio­nes en la repro­duc­ción social. Nues­tro obje­ti­vo prin­ci­pal era demos­trar que el tra­ba­jo domés­ti­co no es un ser­vi­cio per­so­nal sino una ver­da­de­ra obra, por­que es el tra­ba­jo que sus­ten­ta todas las otras for­mas de tra­ba­jo, ya que es el tra­ba­jo que pro­du­ce la fuer­za de tra­ba­jo. Hici­mos con­fe­ren­cias, even­tos, mani­fes­ta­cio­nes, siem­pre con la idea de hacer ver el tra­ba­jo domés­ti­co en un sen­ti­do amplio: en su impli­ca­ción con la sexua­li­dad, en la rela­ción con los hijos, y siem­pre apun­tan­do a los fac­to­res de fon­do, a la nece­si­dad de cam­biar el con­cep­to de repro­duc­ción, y de colo­car esa cues­tión en el cen­tro del tra­ba­jo político.

¿Cómo es ese con­flic­to entre luchar por el sala­rio y luchar con­tra el salario?

Nues­tra pers­pec­ti­va sos­te­nía que cuan­do las muje­res luchan por el sala­rio para el tra­ba­jo domés­ti­co, luchan tam­bién con­tra ese tra­ba­jo, en la medi­da en que el tra­ba­jo domés­ti­co pue­de con­ti­nuar como tal siem­pre y cuan­do no sea paga­do. Es como la escla­vi­tud. El pedi­do de sala­rio domés­ti­co des­na­tu­ra­li­za la escla­vi­tud feme­ni­na. Enton­ces el sala­rio no es el obje­ti­vo final, pero es un ins­tru­men­to, una estra­te­gia, para lograr un cam­bio en las rela­cio­nes de poder entre muje­res y capi­tal. El obje­ti­vo de nues­tra lucha era con­ver­tir una acti­vi­dad escla­vi­zan­te, explo­ta­do­ra, que esta­ba natu­ra­li­za­da por su carác­ter de no ser paga, en un tra­ba­jo social­men­te reco­no­ci­do; era sub­ver­tir una divi­sión sexual del tra­ba­jo basa­da en el poder del sala­rio mas­cu­lino para man­dar sobre el tra­ba­jo repro­duc­ti­vo de las muje­res, lo que en «Cali­bán y la Bru­ja» lla­mo «el patriar­ca­do del sala­rio». Al mis­mo tiem­po pro­po­nía­mos poder tras­cen­der toda la cul­pa­bi­li­za­ción que gene­ra­ba que sea con­si­de­ra­do siem­pre como una obli­ga­ción feme­ni­na, como una voca­ción femenina.

¿Hay un recha­zo y al mis­mo tiem­po una recon­si­de­ra­ción del tra­ba­jo doméstico?

El recha­zo no es al tra­ba­jo de la repro­duc­ción mis­ma, pero sí es recha­zo de la con­di­ción en la cual todos, hom­bres y muje­res, debe­mos vivir la repro­duc­ción social, en la medi­da en que es repro­duc­ción para el mer­ca­do de tra­ba­jo y no para nosotras/​os mismas/​os. Una temá­ti­ca que era cen­tral para noso­tras era el carác­ter doble del tra­ba­jo de repro­duc­ción, que repro­du­ce la vida, la posi­bi­li­dad de vivir, la per­so­na y, al mis­mo tiem­po, repro­du­ce la fuer­za de tra­ba­jo: ésta es la razón por la cual es tan con­tro­la­do. La pers­pec­ti­va era que se tra­ta de un tra­ba­jo muy par­ti­cu­lar, y por tan­to la pre­gun­ta cla­ve cuan­do se tra­ta de repro­du­cir a una per­so­na es: ¿para qué o en fun­ción de qué se quie­re valorizarla/​o?, ¿valo­ri­zar­lo por sí misma/​o, o para el mer­ca­do? Hay que enten­der que la lucha de las muje­res por el tra­ba­jo domés­ti­co es una lucha anti­ca­pi­ta­lis­ta cen­tral. Ver­da­de­ra­men­te lle­ga a la raíz de la repro­duc­ción social, por­que sub­vier­te la deva­lua­ción del tra­ba­jo repro­duc­ti­vo, sub­vier­te la escla­vi­tud en la que se basan las rela­cio­nes capi­ta­lis­tas, y sub­vier­te las rela­cio­nes de poder cons­trui­das sobre ellas en el cuer­po del proletariado.

¿Cómo se alte­ra el aná­li­sis sobre el capi­ta­lis­mo al poner el eje en el tra­ba­jo doméstico?

Reco­no­cer que la fuer­za de tra­ba­jo no es una cosa natu­ral sino que debe pro­du­cir­se, sig­ni­fi­ca reco­no­cer que toda la vida devie­ne fuer­za pro­duc­ti­va, y que todas las rela­cio­nes fami­lia­res y sexua­les se con­vier­ten en rela­cio­nes de pro­duc­ción. Es decir que el capi­ta­lis­mo se desa­rro­lla no sólo den­tro de la fábri­ca sino en la socie­dad, que devie­ne fábri­ca de rela­cio­nes capi­ta­lis­tas como terreno fun­da­men­tal de la acu­mu­la­ción capi­ta­lis­ta. Por eso, el dis­cur­so del tra­ba­jo domés­ti­co, de la dife­ren­cia de géne­ro, de las rela­cio­nes hombre/​mujer, de la cons­truc­ción del mode­lo feme­nino, es fun­da­men­tal. Hoy, por ejem­plo, mirar la glo­ba­li­za­ción des­de el pun­to de vis­ta del tra­ba­jo repro­duc­ti­vo per­mi­te enten­der por qué, por pri­me­ra vez, son las muje­res las que lide­ran el pro­ce­so migra­to­rio. Per­mi­te enten­der que la glo­ba­li­za­ción y la libe­ra­li­za­ción de la eco­no­mía mun­dial han des­trui­do los sis­te­mas de repro­duc­ción de paí­ses de todo el mun­do, y por qué hoy son las muje­res quie­nes se van de sus comu­ni­da­des, de sus luga­res, para encon­trar medios de repro­duc­ción y mejo­rar sus con­di­cio­nes de vida.

¿Cómo influ­ye en sus preo­cu­pa­cio­nes su vida en Nige­ria en los años ’80?

Fue muy impor­tan­te por­que ahí tomé con­tac­to con la reali­dad afri­ca­na, con el mun­do lla­ma­do «sub­de­sa­rro­lla­do». Ha sido un gran pro­ce­so edu­ca­ti­vo. Estu­ve jus­to en un perío­do (1984−1986) de inten­so deba­te social, tam­bién en las uni­ver­si­da­des, sobre si endeu­dar­se o no con el FMI, tras el ini­cio de la gran cri­sis de la deu­da y el fin del perío­do de desa­rro­llo cons­trui­do con el boom del petró­leo. Vimos el ini­cio de la libe­ra­li­za­ción y las pri­me­ras con­se­cuen­cias de este pro­gra­ma para la socie­dad y tam­bién para la escue­la: los gran­des cam­bios sobre el gas­to públi­co, el cor­te de sub­si­dios para la salud y la edu­ca­ción, y el comien­zo de toda una serie de luchas estu­dian­ti­les con­tra el FMI y su pro­gra­ma de ajus­te estruc­tu­ral. Era cla­ro que no se tra­ta­ba sólo de un con­flic­to pro­vo­ca­do por la mise­ria sino, tam­bién, de una pro­tes­ta con­tra un pro­gra­ma de reco­lo­ni­za­ción polí­ti­ca. Vimos níti­da­men­te cómo se esta­ba dan­do una nue­va divi­sión inter­na­cio­nal del tra­ba­jo que impli­ca­ba una reco­lo­ni­za­ción capi­ta­lis­ta de estos países.

Hay una temá­ti­ca de los bie­nes comu­nes y, en par­ti­cu­lar, de la tie­rra que tam­bién sur­ge entonces…

Sí. La otra cosa impor­tan­te que apren­dí en Nige­ria fue la cues­tión de la tie­rra. Una gran par­te de la pobla­ción vivía de la tie­rra bajo el régi­men de pro­pie­dad comu­nal. Para las muje­res en par­ti­cu­lar, el acce­so a la tie­rra sig­ni­fi­ca­ba la posi­bi­li­dad de ampliar sus medios de sub­sis­ten­cia, la posi­bi­li­dad de repro­du­cir­se a sí mis­mas y a sus fami­lias sin depen­der del mer­ca­do. Esto es algo que ha deve­ni­do en una par­te impor­tan­te de mi com­pren­sión del mun­do. Mi estan­cia en Nige­ria tam­bién amplió mi com­pren­sión de la cues­tión de la ener­gía, del petró­leo y de la gue­rra que esta­ba dán­do­se en el mun­do impul­sa­da por las com­pa­ñías petro­le­ras. En Nige­ria se hizo en los ’80 lo que pasó en Euro­pa una déca­da des­pués: pri­me­ro un empo­bre­ci­mien­to de la uni­ver­si­dad públi­ca para lue­go trans­for­mar­la en un sen­ti­do cor­po­ra­ti­vo por el cual el cono­ci­mien­to que se pro­du­ce está úni­ca­men­te orien­ta­do por el mer­ca­do y se des­pre­cia todo lo que no ten­ga ese signo.

¿Que son los bie­nes comu­nes? ¿De dón­de sur­ge el dis­cur­so de defen­sa de los bie­nes comunes?

En el dis­cur­so de los movi­mien­tos de los años ’60 y ’70 no exis­tía el con­cep­to de «común». Se lucha­ba por muchas cosas, pero no por lo común tal como lo enten­de­mos aho­ra. Esta noción es un resul­ta­do de las pri­va­ti­za­cio­nes, del inten­to de apro­pia­ción y mer­can­ti­li­za­ción total del cuer­po, del cono­ci­mien­to, de la tie­rra, del aire y del agua. Esto ha crea­do no sólo una reac­ción sino una nue­va con­cien­cia polí­ti­ca, de hecho, liga­da a la idea de nues­tra vida común, y pro­vo­có una refle­xión sobre la dimen­sión comu­ni­ta­ria de nues­tras vidas. Enton­ces hay una rela­ción o corres­pon­den­cia muy fuer­te entre expro­pia­ción, pro­duc­ción de común, y la impor­tan­cia de lo común como con­cep­to de vida, de las rela­cio­nes sociales.

¿Qué influen­cia tie­nen las teo­ri­za­cio­nes femi­nis­tas sobre esta cues­tión de lo común?

For­mu­lar lo común des­de un pun­to de vis­ta femi­nis­ta es cru­cial por­que las muje­res actual­men­te son quie­nes más han inver­ti­do en la defen­sa de los recur­sos comu­nes y en la cons­truc­ción de for­mas más amplias de las coope­ra­cio­nes socia­les. En todo el mun­do ellas son pro­duc­to­ras agrí­co­las de sub­sis­ten­cias, son aque­llas que pagan el mayor cos­to cuan­do se pri­va­ti­za la tie­rra; en Afri­ca por ejem­plo, el 80% de la agri­cul­tu­ra de sub­sis­ten­cia está hecha por muje­res y, por tan­to, la exis­ten­cia de una pro­pie­dad comu­nal de la tie­rra y del agua es fun­da­men­tal para ellas. Por últi­mo, el pun­to de vis­ta femi­nis­ta se ocu­pa de la orga­ni­za­ción de la comu­ni­dad y de la casa. Por­que una cosa que me sor­pren­de es que en todas las dis­cu­sio­nes sobre lo común se habla de la tie­rra y de Inter­net, ¡pero no se men­cio­na la casa! El movi­mien­to femi­nis­ta en el que yo me ini­cié habla­ba siem­pre de la sexua­li­dad, de los niños y de la casa. Y lue­go, toda la tra­di­ción femi­nis­ta, socia­lis­ta utó­pi­ca y anár­qui­ca me intere­sa mucho, por cómo abor­da estos temas. Hay que hacer un dis­cur­so sobre la casa, sobre el terri­to­rio, sobre la fami­lia, y poner­lo al cen­tro de la polí­ti­ca de lo común. Hoy vemos la nece­si­dad de prác­ti­cas que creen nue­vos mode­los comunitarios.

¿A qué se refiere?

Por ejem­plo, aho­ra en Esta­dos Uni­dos hay milla­res de per­so­nas que viven en la calle, en una suer­te de cam­pa­men­tos, por la polí­ti­ca cre­cien­te de des­alo­jos. Actual­men­te hay cam­pa­men­tos en Cali­for­nia por la cri­sis de las vivien­das. Es un momen­to en el cual la estruc­tu­ra de la rela­ción social coti­dia­na se va des­ha­cien­do, y exis­te la posi­bi­li­dad de una for­ma de socia­bi­li­dad y coope­ra­ción nue­va. Creo que en este sen­ti­do fue fun­da­men­tal lo que se vio del movi­mien­to de des­ocu­pa­dos de la Argen­ti­na, como momen­to en el que muchas per­so­nas nece­si­ta­ron poner su vida en común. Eso es exac­ta­men­te la rein­ven­ción de la prác­ti­ca comunitaria.

¿Cómo sin­te­ti­za­ría el obje­ti­vo de la caza de brujas?

La caza de bru­jas fue ins­tru­men­tal a la cons­truc­ción de un orden patriar­cal en el que los cuer­pos de las muje­res, su tra­ba­jo, sus pode­res sexua­les y repro­duc­ti­vos fue­ron colo­ca­dos bajo el con­trol del Esta­do y trans­for­ma­dos en recur­sos eco­nó­mi­cos. Esto quie­re decir que los caza­do­res de bru­jas esta­ban menos intere­sa­dos en el cas­ti­go de cual­quier trans­gre­sión espe­cí­fi­ca, que en la eli­mi­na­ción de for­mas gene­ra­li­za­das de com­por­ta­mien­to feme­nino que ya no tole­ra­ban y que tenían que pasar a ser vis­tas como abo­mi­na­bles ante los ojos de la población.

Por eso la acu­sa­ción era exten­si­ble a miles de mujeres…

La acu­sa­ción de bru­je­ría cum­plió una fun­ción simi­lar a la que cum­ple la «trai­ción» ‑que, de for­ma sig­ni­fi­ca­ti­va, fue intro­du­ci­da en el códi­go legal inglés en esos años- y la acu­sa­ción de «terro­ris­mo» en nues­tra épo­ca. La vague­dad de la acu­sa­ción ‑el hecho de que fue­ra impo­si­ble pro­bar­la, mien­tras que al mis­mo tiem­po evo­ca­ba el máxi­mo horror- impli­ca­ba que pudie­ra ser uti­li­za­da para cas­ti­gar cual­quier tipo de pro­tes­ta, con el fin de gene­rar sos­pe­cha inclu­so sobre los aspec­tos más corrien­tes de la vida cotidiana.

¿Pue­de decir­se que en su per­se­cu­ción se jue­ga una gran bata­lla con­tra la auto­no­mía de las mujeres?

Del mis­mo modo que los cer­ca­mien­tos expro­pia­ron las tie­rras comu­na­les al cam­pe­si­na­do, la caza de bru­jas expro­pió los cuer­pos de las muje­res, los cua­les fue­ron así «libe­ra­dos» de cual­quier obs­tácu­lo que les impi­die­ra fun­cio­nar como máqui­nas para pro­du­cir mano de obra. La ame­na­za de la hogue­ra eri­gió barre­ras for­mi­da­bles alre­de­dor de los cuer­pos de las muje­res, mayo­res que las levan­ta­das cuan­do las tie­rras comu­nes fue­ron cer­ca­das. De hecho, pode­mos ima­gi­nar el efec­to que tuvo en las muje­res el hecho de ver a sus veci­nas, ami­gas y parien­tes ardien­do en la hogue­ra y dar­se cuen­ta de que cual­quier ini­cia­ti­va anti­con­cep­ti­va por su par­te podría ser per­ci­bi­da como el pro­duc­to de una per­ver­sión demoníaca.

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