Juan (refe­ren­cia a Juan Gel­man)- Osval­do Bayer

Osval­do Bayer en su biblio­te­ca Juan ha reci­bi­do el pre­mio que se mere­cía. La ale­gría de ver su nom­bre en las tapas. El pre­mio a las letras que for­man las pala­bras. A las pala­bras que envuel­ven los sue­ños. Juan, el poe­ta de las calles, de los barrios, de las pla­zas. Del dar la mano. Juan tie­ne mano de orfe­bre, de sem­bra­dor, la mano que aca­ri­cia la vida, pero que se vuel­ve puño en los tiem­pos humillados.

Me acuer­do de cuan­do lo cono­cí. Por los años cin­cuen­ta. Unas reunio­nes de poe­tas, escri­to­res con espe­ran­zas más que jóve­nes. Opti­mis­tas de pura san­gre. Revis­tas lite­ra­rias, que no se dan nun­ca por ven­ci­das. Apa­re­cen, reapa­re­cen, se pier­den, sur­gen, siem­pre nue­vas. Ya era poe­ta, Juan. Noso­tros éra­mos lite­ra­tos, perio­dis­tas, ensa­yis­tas, nove­lis­tas, cuen­tis­tas. El era poe­ta. En los años sesen­ta los sor­pren­dí cami­nan­do ade­lan­te, a unos vein­te metros de mí, a él y a Raúl. Cla­ro, Raúl Gon­zá­lez Tuñón. Quién otro. Estoy segu­ro de que iban reci­tan­do “La cos­tu­re­ri­ta que dio aquel mal paso”. Eva­ris­to Carrie­go. El poe­ta que debe haber­los des­per­ta­do del sue­ño a los dos.
Juan, des­pués, los sesen­ta. No sólo siguió escri­bien­do poe­sía todos los días. Sino que tam­bién se metió con todo en la lucha con­tra una socie­dad que crea­ba villas mise­ria en las pam­pas más ubé­rri­mas de la Tie­rra. La lucha, sus bús­que­das. Sus libros siem­pre pre­sen­tes, uno tras otro. Cada vez más com­pro­me­ti­do. Dan­do la fren­te a los uni­for­mes de turno. Pero Juan se daba tiem­po tam­bién para remar en el cie­lo bus­can­do estre­llas y ama­ne­ce­res, nin­fas y silencios.
Juan ahí, toman­do la revo­lu­ción por la puer­ta delan­te­ra, sin inter­pre­ta­cio­nes aca­de­mi­cis­tas. Pero siem­pre poe­ta. Con sus ojos más allá.

Pero la Muer­te, de pron­to. La Muer­te de uni­for­me. Gene­ra­les, almi­ran­tes, bri­ga­die­res, coman­dan­tes, comi­sa­rios gene­ra­les, secre­ta­rios pri­va­dos. Y los civi­les maria­ni­za­dos de siem­pre con sus son­ri­sas genu­fle­xas. Y Juan siguió en las trin­che­ras de la vanguardia.

Has­ta que vino la derro­ta. El dolor pro­fun­do. Me escri­bis­te a Ber­lín, Juan, des­de Roma, el 27 de mayo de 1979. No te dabas por ven­ci­do. Me comu­ni­cas­te que seguías tra­ba­jan­do “en un pro­yec­to polí­ti­co que tien­de a crear una sín­te­sis a par­tir de la derro­ta, un pro­yec­to que, antes o des­pués, me regre­sa­rá al país”. Y bus­ca­bas la razón de tu tris­te­za y me decías: “La pelea por con­se­guir una polí­ti­ca más sen­sa­ta, la pér­di­da de tan­tos com­pa­ñe­ros, el secues­tro de mi hijo, de su com­pa­ñe­ra, del nie­to por nacer, me dis­tra­je­ron de mi con­di­ción de des­te­rra­do, me hicie­ron rotar por un lim­bo extra­ño, con­tra­dic­to­rio, fan­tas­mal y, muchas veces, alu­ci­na­do”. Y agre­ga­bas algo para emo­cio­nar­se en esos años de tan­tas luchas: “En poco más de un año escri­bí cin­co libros de poe­mas con un par de obse­sio­nes recu­rren­tes. Una, el amor, una mujer ama­da; otra, la derro­ta, la muer­te de los com­pa­ñe­ros, mi hijo. Supon­go que todo eso me dis­tra­jo tam­bién de mi con­di­ción de des­te­rra­do. Sólo aho­ra la empe­cé a admi­tir. Lo que escu­ché duran­te esa sema­na me lle­vó a refle­xio­nar y escri­bir, que es mi mane­ra de refle­xio­nar sobre el exi­lio, nues­tro exilio”.


Osval­do Bayer, ami­go de Gel­man, jun­to a José Luis Man­gie­ri, fun­da­dor de «La Rosa Blin­da­da» y edi­tor de Gelman

Te con­tes­té de inme­dia­to des­de Ber­lín, don­de vivía yo el injus­to des­tie­rro, así: “Que­ri­do Juan: no pue­do decir ale­gría, más bien algo así como un agra­de­ci­do deseo nos­tál­gi­co de recor­dar, de recor­dar tu ros­tro de antes y de ima­gi­nar­me el de aho­ra, con la belle­za que da el sufri­mien­to a los nobles; eso es lo que sen­tí al reci­bir tu car­ta. He segui­do tu lucha. Te he com­pren­di­do en todos tus pasos. Yo no pue­do ser juez de un hom­bre de lucha, de un hom­bre de la per­ma­nen­te van­guar­dia, de un hom­bre que es la nega­ción del opor­tu­nis­mo y el ejem­plo puro del bus­ca­dor nun­ca resig­na­do. Juan: te he segui­do más que en todo eso, en tu poe­sía. Las hemos leí­do mil y una vez en las reunio­nes de soli­da­ri­dad aquí en Euro­pa. La últi­ma, en Ber­lín, el públi­co escu­chó tus ver­sos ‑mag­ní­fi­ca­men­te leí­dos por dos acto­res ale­ma­nes- como quien se halla en un ofi­cio divino. Por eso, Juan, ves que todo está allí, en tu obra, para siem­pre. No la podrán ni des­truir ni matar ni secues­trar ni tor­tu­rar ni encar­ce­lar. Está y esta­rá allí, per­ma­nen­te. Ese con­ven­ci­mien­to tie­ne que ser tu repo­so, tu tran­qui­li­dad. Por­que la lucha pasa­da, pre­sen­te y futu­ra, está en tu poe­sía. Que el repo­so no te remuer­da pen­san­do en que la mejor poe­sía tie­ne que ser la acción. Por­que por sobre tu ejem­plar vida de lucha­dor res­plan­de­ce la poe­sía. Des­can­sa aho­ra de la acción, no como resig­na­ción, sino como paso al vuel­co total hacia la poe­sía. Las pró­xi­mas gene­ra­cio­nes espe­ran: van a que­rer saber de la poe­sía de la resis­ten­cia. Y tie­nes que estar vos, ya con la cabe­za allí, en eso, fuer­te, más fuer­te que nun­ca ace­ra­do por los seres que­ri­dos que ellos hicie­ron des­apa­re­cer, por sus voces que escu­cha­rás todos los días, por los com­pa­ñe­ros per­di­dos ya más allá del lími­te del hori­zon­te. Aho­ra, Juan, la con­cen­tra­ción de las fuer­zas en la crea­ción, que para ti es peren­ne­men­te poe­sía. El lim­bo fan­tas­mal y alu­ci­na­do tie­ne que dar paso ya a la son­ri­sa segu­ra, gene­ro­sa, del triun­fo del poe­ta sobre los enemi­gos del can­to del gallo, sobre los enemi­gos del sol”.

Ahí mis­mo le pro­pu­se escri­bir un libro que se lla­ma­ra “Exi­lio”. Juan acep­tó de inmediato.

Cuan­do leí hace unos días que Juan había obte­ni­do una dis­tin­ción así, vol­ví a repe­tir lo que siem­pre me lle­na de satis­fac­ción: el triun­fo final de la éti­ca. Alguien tan per­se­gui­do como Juan, con el eterno dolor de haber per­di­do a su hijo y a su nue­ra emba­ra­za­da por obra de la bes­tial repre­sión mili­tar, era reco­no­ci­do aho­ra como un poe­ta fun­da­men­tal del pre­sen­te. En cam­bio, los que lo per­si­guie­ron ya están mal­di­tos por todas las gene­ra­cio­nes. Qui­sie­ron matar la poe­sía y sur­gió la plu­ma que derro­tó todas las armas, todos los ins­tru­men­tos de tor­tu­ra, la desaparición.

Así dice Juan en Exi­lio: “No era per­fec­to mi país antes del gol­pe mili­tar. Pero era mi estar, las veces que tem­blé ante los muros del amor, las veces que fui niño, perro, hom­bre, las veces que qui­se, me qui­sie­ron. Nin­gún gene­ral le va a sacar nada de eso al país, a la tie­rri­ta que regué con amor, poco o mucho, tie­rra que extra­ño y que me extra­ña, tie­rra que nada mili­tar podrá entur­biar­me o entur­biar”.

Y así fue. A Juan le aca­ban de dar un ramo de flo­res. Hemos aplau­di­do los que lo cono­ce­mos y los que lo leen.

Juan, poe­ta y lucha­dor por la son­ri­sa de los niños. Juan Gelman.

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