Hay una anécdota histórica muy significativa que define la actitud de los revolucionarios consecuentes frente a los elogios formulados por sus enemigos de clase. Augusto Bebel fue un tornero alemán del siglo XIX y principios del XX, que junto a otros fundó la primera organización de la clase trabajadora alemana: el partido socialdemócrata. Más adelante fue elegido miembro del Parlamento, donde se convirtió en un orador que fustigó duramente a los representantes de la burguesía germana. En una ocasión, tras haber tenido una brillante intervención en el hemiciclo, fue sorpresivamente aplaudido por los sectores más reaccionarios de la cámara. Bebel, ante la imprevista aprobación por parte de sus enemigos políticos se quedó meditabundo y, rascándose la cabeza se preguntó: «¿Ah, viejo Bebel! ¡Qué tontería habrás cometido para que esta gentuza te aplauda!»
La anécdota viene a cuento porque el pasado diciembre se cumplieron nada menos que cuatro lustros desde que la Unión Soviética desapareció del mapa político del planeta. Posiblemente este fuera el más impactante acontecimiento de todo el convulso siglo XX. Sin embargo, los comunistas, tan prolijos en otra época en el análisis de los eventos mundiales, apenas han hecho públicas en estos últimos veinte años sus reflexiones en torno a unos acontecimientos que no solo acabaron con la primera revolución proletaria de la Historia, sino que están, además, determinando dramáticamente los avatares políticos de nuestros días. Ese silencio, sin duda, no es una casualidad. Obedece a factores que ahora no vienen al caso.
Tampoco parecen haber suscitado el interés de los militantes comunistas el recorrido de las trayectorias políticas de los dirigentes que desempeñaron un papel decisivo en aquellos sucesos. Conocerlas habría aportado importantes explicaciones a aquellos devastadores eventos. Uno de esos hombres fue Mijaíl Gorbachov, un dirigente del PCUS que encandiló a todo el mundo occidental y, también, a no pocos militantes comunistas de la segunda mitad de la década de los ochenta. En apenas un par de años, el Secretario General de los comunistas soviéticos fue convertido por el aparato mediático occidental en la primera estrella de los grandes titulares de prensa, de los informativos de la radio y de la televisión. Su «popularidad» creció como la espuma, hasta el punto que empezó a ser conocido universalmente con el apelativo cariñoso de «Gorby». Simultáneamente, sin embargo, mientras en Occidente crecía a velocidad de vértigo el prestigio de Gorbachov, en su propio país el pueblo soviético comenzaba a odiarlo.
Personajes tan reaccionarios como el presidente norteamericano Ronald Reagan y la primera ministra británica Margaret Thatcher ‑ambos coetáneos de Gorbachov- mostraron su «admiración» y «respeto» por el controvertido personaje. La ex primera ministra británica recordaría años más tarde en sus memorias, que tras haber mantenido su primer encuentro con el político ruso en Londres se dijo así misma: «¡Este es nuestro hombre!». ¡Todo un presagio!
Posiblemente ningún dirigente comunista – con la notoria excepción del desaparecido Santiago Carrillo – haya gozado de una aceptación tan entusiasta de los medios de la burguesía como Mijaíl Gorbachov. ¿A qué podía responder el tsunami de adhesiones hacia un comunista que aspiraba, precisamente, a acabar con el poder político y económico de quienes le aplaudían enfervorizadamente? Lo que para muchos en aquellos momentos resultaba un inexplicable misterio, el paso de los años se encargaría, no obstante, en despejar aquella radical paradoja.
No es nuestro propósito en este artículo hacer un análisis ni del personaje ni de las circunstancias que rodearon la desaparición de la Unión Soviética. Esa nebulosa histórica, cada dia que transcurre más transparente, ya se ha empezado a investigar por prestigiosos científicos de la historia, la sociología y la economía. Queremos solamente, en esta ocasión, traer aquí el testimonio de Vitali I. Vorotnikov, miembro del Buró Político del Comité Central del PCUS y estrecho colaborador de Mijaíl Gorbachov durante la etapa de la glasnot y de la perestroika. Vorotnikov anotó minuciosa y disciplinadamente la cadena de incidencias que acontecieron en el máximo órgano de dirección política del PCUS durante el periodo comprendido entre 1982 – 1990. Esas anotaciones dieron lugar a un voluminoso libro, de casi 500 páginas, titulado «Mi verdad», prácticamente desconocido en Occidente. De él hemos extraído un resumen de los pasajes que nos han parecido más relevantes en los que Vitali Vorotnikov traza un perfil del comportamiento del flamante Secretario General del PCUS, Mijaíl Gorbachov.
«Este hombre [Gorbachov] siempre se consideró a sí mismo – y esto lo subrayo -, un comunista de principios y por consiguiente, un seguidor de la opción socialista, fiel a las ideas leninistas, un patriota, un internacionalista. Su lema principal, y pudiera decir que su concepción del mundo, era la letra de una canción famosa que a él le gustaba mucho, esa maravillosa canción de Pajmutova y esa frase profunda de Dobronravov: «Si vive mi país natal, ya no me preocupa nada más…». Voy a intentar dilucidar hasta dónde estos principios que él proclamaba se correspondieron en la práctica con sus convicciones ideológicas y más aún, con sus acciones.
Su largo y constante bregar en el aparato del Komsomol y del partido en todos los niveles, que le sucedió inmediatamente después de concluir la Universidad Estatal de Moscú, crearon en él magníficas cualidades de maestro en el trabajo dentro de la dirección partidista. Por cierto, no sólo se le desarrolló la capacidad de organizar de .forma eficiente y precisa el trabajo colectivo de los especialistas, es decir, de los verdaderos conocedores de su trabajo, y de preparar con ayuda de ellos los documentos necesarios, sino que también adquirió cualidades de dirigente astuto, que a tiempo e intuitivamente era capaz de presentir una situación y utilizarla hábilmente para lograr sus fines personales. Su carácter sociable, comunicativo, afable, incluso yo diría: su peculiar fascinación, siempre causaban un efecto positivo sobre los que lo rodeaban. La habilidad de acceder en el lugar y el momento oportunos a la opinión de la jefatura, de destacarse sin llegar a la impertinencia y de manifestar iniciativas…
Gorbachov comenzó a trabajar como Secretario General del Comité Central del PCUS de forma democrática, sin demasiada lentitud ni excesiva prisa, acentuando constantemente el carácter colegiado de la dirección, aconsejándose confidencialmente con el reducido grupo de sus verdaderos compañeros. Dirigía los debates en el Buró Político sin presiones, escuchaba atentamente a todo el que quería expresar su opinión y analizaba los problemas sin apresurarse. En conclusión: manifestaba satisfacción por los resultados de los debates, valoraba favorablemente las propuestas presentadas y los señalamientos realizados. Por principio, no rechazaba nada a primera vista, sugería volver a estudiar el asunto; pero al mismo tiempo, sin suspender las opiniones contrarias, eludiendo con habilidad los escollos, buscaba arreglos, así como los posibles puntos de convergencia entre las diferentes posiciones.
Gorbachov poseía la capacidad de – en medio de un torrente de palabras difíciles, y confusas formaciones de frases, así como de todo tipo de fundamentaciones, y referencias al prestigio y a su experiencia – ganarse a sus interlocutores como aliados, y como resultado confundía de tal forma la cuestión que cada una de las partes podía considerar que era precisamente su posición la que él apoyaba.
Los ayudantes y autores que elaboraban los textos de los discursos de Gorbachov consentían sus ambiciones e intentaban crear lemas y consignas nuevos, que fueran llamativos y de mucha significación. Así surgió no sólo la palabra perestroika, que aunque idiomáticamente harto conocida para el ruso común le fue dada un sentido nuevo más profundo y universal. De igual forma, fueron apareciendo nuevos conceptos: «democratización» y «glasnost», «pluralismo de opiniones», «nueva mentalidad», «más democracia», «más socialismo», «transformaciones revolucionarias» y, al mismo tiempo, «estado de derecho». Después de la «sociedad civilizada» le siguieron «los valores universales», «la casa europea», «la desideologización», «el socialismo humanitario y democrático», etcétera..
Si seguimos los años de la perestroika, los primeros éxitos en la economía, aunque pequeños, fueron alcanzados en 1985, 1986 y 1987; después tuvo lugar un estancamiento en los años 1988 y 1989, y una caída en 1990 y 1991. Es en estos momentos que se pudo observar con claridad la transformación que coincidentemente sufrió Gorbachov ante la opinión pública, no sólo como político y estadista, sino también como hombre y como personalidad. De la admiración apasionada transitó por la indiferencia, la reprobación y hasta el odio.
Ya como presidente, investido con poderes adicionales, firmó decretos, solicitó ayuda a sus benefactores extranjeros e intimidó con el desmoronamiento del mundo si se desplomaba la URSS; pero nadie tomaba ya en serio sus amenazas. El país se venía abajo, crecía la crisis económica, se ampliaban los conflictos militares por razones étnicas y religiosas, crecían la mafia y las acciones extremistas.
Cuando leo las entrevistas que Gorbachov ha venido concediendo desde mediados de 1992, no hago más que preguntarme hasta qué punto él dice la verdad cuando plantea que todo lo que ocurre ahora en la Rusia democrática fue concebido por él desde el principio, es decir, desde los primeros pasos de la perestroika, pero lo ocultaba e iba avanzando por etapas, paso a paso, por la vía de las reformas democráticas: «De yo haber proclamado entonces el objetivo final ‑ha dicho Gorbachov‑, me hubieran derrocado inmediatamente…».
¿Será que está tratando de justificar su fracaso bajo la apariencia inteligente y perspicaz de quien premeditadamente llevó al país con consignas renovadoras del socialismo a un capitalismo salvaje? Francamente, yo no creo en esa confesión. Si pensáramos que él desde el principio hizo esto a conciencia entonces: ¡qué cinismo más monstruoso demostró hacia su país y hacia su pueblo! ¡¿Qué clase de hombre es este?!».