A veces, las condiciones de debilidad política llevan a algunas fuerzas a intentar hacer de la necesidad una virtud. Es eso, en nuestra opinión, lo que explica el precipitado acuerdo entre varias fuerzas galegas de izquierda reformista con una idéntica naturaleza pero diferente nacionalidad, concreta y significativamente española.
Nos referimos, claro, al reciente pacto entre Anova (EI, FPG e MpB) e izquierda Unida, para entre todas intentar acceder al Parlamento autónomo en las elecciones del 21 de octubre.
Asistimos en las últimas semanas a diversas argumentaciones con las que defendieron la necesidad del pacto, confundiendo, como es habitual en muchas fuerzas políticas, las necesidades del País con las necesidades de dichas fuerzas.
Así, vimos como apelaban a las “circunstancias extraordinarias en que esta convocatoria se desarrolla”, a la “urgencia de derrotar al Partido Popular” o incluso el objetivo de “reventar el sistema galego de partidos” (sic). Los argumentos más elaborados se remontan incluso al Frente Popular de 1936, a la ferriniana Posición Soto de 1992 o, como no, al actual polo soberanista vasco, que parece ser incluye un grupo escindido de IU.
En síntesis, la suspensión del principio básico de la auto-organización galega respondería a la ansiada unidad de la izquierda, priorizando esa idea sobre lo que la propia IU definió como “el secundario debate identitario”. En realidad, algunos concluimos que la “contradicción principal” ha sido la establecida entre la coherencia y el oportunismo, siendo resuelta mediante la búsqueda, a cualquier precio, de un lugar en el Parlamento. Unos para recuperar el protagonismo perdido y otros para extraer provecho del escenario de crisis y recomposición del nacionalismo galego.
Yendo directo al asunto, y antes de que me acusen de esencialista y etnicista por defender la inevitable y permanente necesidad de fortalecer una efectiva auto-organización en todos los órdenes de la vida social en el caso de una nación oprimida como Galiza, diré que, coincidiendo en eso con IU, tanto yo como la organización política en que milito, NÓS-Unidade Popular, evitamos perder el tiempo en debates identitarios. Nuestra nacionalidad galega resulta de una voluntad consciente e irrevocable.
Por eso, y aún siendo conscientes de la extrema debilidad y dispersión de nuestra izquierda nacional, en ningún caso recurriríamos al atajo de un acuerdo subordinado a las fuerzas del régimen que niega nuestra nación. El PCE fue en su día, no lo olvidemos, uno de los agentes políticos que hicieron viable el actual régimen monárquico, unitario y capitalista español. Continúa formando parte de su arquitectura institucional y aspira, como tal, a recuperar el protagonismo perdido en el seno de la izquierda social galega.
Las elecciones autonómicas pasan y los problemas de fondo permanecen, además de la suerte de este apresurado experimento de articulación galego-española, uno más de tantos a los que hemos asistido.
Sin embargo, como no somos ajenos a los desafíos a los que el pueblo trabajador se enfrenta en plena crisis capitalista, ni pensamos que las soluciones a esos retos pasen por una renuncia a la autoconstrucción como comunidad nacional, deberemos extraer las correspondientes lecciones a este episodio para avanzar en una verdadera articulación galega, soberana y de izquierda.