Fidel Cas­tro, Gue­rri­lle­ro del tiem­po- Miguel Barnet

Como dice Katius­ka Blan­co en la intro­duc­ción a Fidel Cas­tro Ruz: Gue­rri­lle­ro del Tiem­po, cuan­do ella se acer­có a él, ni su esta­tu­ra físi­ca ni su apa­rien­cia era lo que más le impre­sio­na­ba. “Pre­fie­ro el vie­jo reloj, los vie­jos espe­jue­los, las vie­jas botas, y en polí­ti­ca, todo lo nue­vo.” Habla­ba en susu­rro, tan­to, que daba la impre­sión de que todo era con­fi­den­cial. Y lo era.

Katius­ka ha teni­do el pri­vi­le­gio de com­par­tir par­te de esas con­fi­den­cias que cual­quier escri­tor, cual­quier perio­dis­ta hubie­ra que­ri­do poseer, aun­que fue­ra por unas horas.

¿Será ver­dad, se pre­gun­ta la escri­to­ra, que más de una sema­na des­pués del triun­fo de enero dor­mía con las botas pues­tas? Nadie pue­de cues­tio­nar lo inve­ro­sí­mil de tan­tas his­to­rias con­ta­das; tan­tas aven­tu­ras, tan­tas dis­qui­si­cio­nes filo­só­fi­cas y tan­tas y tan­tas esce­nas de inti­mi­dad en la vida del héroe. Este ha sido el des­ve­lo de la escri­to­ra quién nos ha entre­ga­do sen­dos volú­me­nes con entre­vis­tas que reve­lan al gue­rri­lle­ro en su más lumi­no­sa ima­gen, en su esta­tu­ra de hom­bre sen­ci­llo, fami­liar, ama­ble en la voz, y due­ño de un poder colo­quial que cam­bió el esti­lo del dis­cur­so polí­ti­co latinoamericano.

Su pen­sa­mien­to, como expre­sa la auto­ra con cer­te­za, es inte­gra­dor. Es una sim­bio­sis de expe­rien­cias vivi­das, sue­ños y refle­xio­nes de futu­ro que se con­ju­gan armónicamente.

Cues­ta mucho creer que el hom­bre que en poco más de medio siglo vió rea­li­za­da tan­tas qui­me­ras, ten­ga aun en su car­caj per­so­nal un arse­nal de ideas tan cau­da­lo­so y rico.

Fidel no des­can­sa. Su cabe­za no cesa en orga­ni­zar mun­dos, en hacer cre­cer en la ima­gi­na­ción de los otros his­to­rias vivi­das, sue­ños com­par­ti­dos, jui­cios cer­te­ros que reve­lan un pen­sa­mien­to joven y un carác­ter inmarcesible.

Un cues­tio­na­rio muy com­ple­to y abar­ca­dor pro­pi­cia el acer­ca­mien­to más pro­fun­do y sen­si­ble al jefe de la Revo­lu­ción. Dos tomos que con­tie­nen los temas más disí­mi­les de la vida de Fidel, de los ava­ta­res de la Revo­lu­ción Cuba­na, de la Amé­ri­ca Nues­tra pro­cla­ma­da por José Mar­tí, de héroes del pasa­do y del futu­ro de la isla sos­te­ni­dos sobre nobles cau­sas de jus­ti­cia y crea­ción. Un cues­tio­na­rio inte­li­gen­te y son­dea­dor, que cata­li­za las expe­rien­cias más con­tro­ver­ti­das, los acon­te­ci­mien­tos más extra­or­di­na­rios que haya podi­do expe­ri­men­tar un líder polí­ti­co y que al final reve­lan la sen­si­bi­li­dad cin­ce­la­da por los gol­pes de la vida.

Gala de una memo­ria pro­di­gio­sa, con deta­lles insó­li­tos que van des­de la edad de dos años cuan­do aún no tenía idea de la muer­te, y había pre­sen­cia­do el tris­te velo­rio de un tío has­ta los hechos más recien­tes con­ta­dos con pre­ci­sión y vue­lo imaginativo.

Fuer­za de carác­ter, espí­ri­tu aler­ta, com­pren­sión hacia aque­llos fami­lia­res que, imbui­dos de ideas con­tra­rias, no pen­sa­ban como él; todo eso nos lo mues­tra Katius­ka en un pron­tua­rio que reve­la, ade­más, el ínti­mo y pro­fun­do diá­lo­go entre la escri­to­ra y Fidel. Ella supo inci­tar­lo a con­tar, él se sin­tió moti­va­do por la inte­li­gen­cia y pers­pi­ca­cia de ella. Cuan­do fal­ta­ba un dato ella lo pro­por­cio­na­ba, cuan­do un moti­vo no era sufi­cien­te para esti­mu­lar­lo ella uti­li­za­ba el recur­so psi­co­ló­gi­co y la habi­li­dad perio­dís­ti­ca para que él reac­cio­na­ra al momento.

Una luci­dez des­lum­bran­te y una pro­yec­ción diri­gi­da a la colec­ti­vi­dad, a los cam­bios socia­les y al futu­ro. Una pupi­la que ve al ser humano en su deve­nir, sin menos­ca­bo del pasa­do y sus leyes; esa mane­ra de enfo­car a la socie­dad des­de un huma­nis­mo pro­fun­do sin­gu­la­ri­za su filo­so­fía y los pos­tu­la­dos mar­tia­nos des­de los cua­les per­ci­bió el mundo.

El tomo 2 de esta obra tan abar­ca­do­ra, cubre un dia­pa­són muy amplio que va, des­de el gol­pe de esta­do de Batis­ta, has­ta la ofen­si­va, la con­tra­ofen­si­va y el triun­fo revolucionario.

Cada uno de estos capí­tu­los va deve­lan­do el desa­rro­llo cre­cien­te de una men­ta­li­dad que en medio del fra­gor de los hechos polí­ti­cos y las con­tra­dic­cio­nes va incu­ban­do el más sóli­do pen­sa­mien­to revo­lu­cio­na­rio; el que daría al tras­te con la dic­ta­du­ra y el capi­ta­lis­mo depen­dien­te que vivía Cuba.

La uni­ver­si­dad y la fra­gua de ideas revo­lu­cio­na­rias que cho­ca­ron fren­te al dog­ma­tis­mo o la impro­vi­sa­ción, la géne­sis del Par­ti­do Orto­do­xo, la deca­den­cia del Par­ti­do Auten­ti­co de Grau; en fín, las tur­bu­len­cias carac­te­rís­ti­cas de un mun­do al revés; don­de mos­tra­ban su ore­ja pelu­da el opor­tu­nis­mo y la corrup­ción republicana.

A todas esas situa­cio­nes ape­la Katius­ka Blan­co para pro­vo­car la memo­ria de Fidel y hacer­lo juz­gar la his­to­ria de Cuba antes del triun­fo revo­lu­cio­na­rio que él propició.

Par­ti­cu­lar­men­te dra­má­ti­cas son las decla­ra­cio­nes de Fidel, un joven enton­ces de poco más de vein­te años, cuan­do tie­ne lugar la muer­te de Eduar­do Chi­bás, pre­ce­di­da por un cúmu­lo de calum­nias a su per­so­na que con­tri­buían a debi­li­tar al Par­ti­do Orto­do­xo, úni­co fren­te enton­ces que cla­ma­ba por la hon­ra­dez y las vir­tu­des martianas.

¨El ges­to heroi­co de Chi­bás, sacri­fi­cán­do­se volun­ta­ria­men­te en la cruz, es un inmen­so honor entre espi­nas de infa­mia e insul­tos fari­seos… expre­so Fidel des­pués de la muer­te del can­di­da­to a Pre­si­den­te por la Orto­do­xia y pro­si­guió citan­do a José Mar­tí: “Si hay muchos hom­bre sin deco­ro, hay otros que lle­van en sí el deco­ro de muchos hom­bres¨. Hacia mucho rato ya que Fidel soña­ba con la con­se­cu­ción de los gran­des des­ti­nos y los idea­les de una Cuba soberana.

Hacía mucho rato que esbo­za­ba des­de sus cuar­te­les de refle­xión, una estra­te­gia para la toma del poder, que no podría con­tar en lo abso­lu­to con los res­tos, que como hilos des­hi­la­cha­dos, que­da­ban del Par­ti­do Orto­do­xo; como eran Rober­to Agra­mon­te y José Par­do Llada.

La expe­rien­cia de lo vivi­do lo ayu­dó siem­pre como expre­sa en el segun­do tomo a una com­pren­sión pre­coz de la reali­dad social y polí­ti­ca de la isla. Cono­cía bien al pue­blo, su psi­co­lo­gía y sus más puras aspiraciones.

Y no tenía com­pro­mi­sos con el pasa­do. He ahí la dife­ren­cia con los polí­ti­cos de turno en los pro­mis­cuos y con­vul­sos años que pre­ce­die­ron al triun­fo de la Revolución.

Con pocos recur­sos mediá­ti­cos, sin dine­ro, pero con la habi­li­dad de un polí­ti­co de san­gre se sumer­gió en lo más genuino de la cla­se tra­ba­ja­do­ra y lle­vó a cabo una vio­len­ta cam­pa­ña con­tra todas las ban­de­ras de la seu­do­re­pú­bli­ca, el gobierno de Car­los Prio, pri­me­ro y su fran­ca­che­la de sobor­nos, latro­ci­nio y vicios polí­ti­cos. Y más tar­de la dic­ta­du­ra de Ful­gen­cio Batis­ta a la cual a par­tir del gol­pe de esta­do de 1952, que vis­lum­bró sagaz­men­te, le hizo una radio­gra­fía que deja­ba sin alien­to al más agu­do de los ana­lis­tas de la época.

Con­mo­ve­do­ras las pági­nas en que se cuen­tan las horas de sobre­sal­to que siguie­ron al gol­pe de esta­do de Batis­ta, total­men­te iné­di­tas y reve­la­do­ras de la valen­tía de Fidel, en momen­tos de caos, cuan­do denun­cia el zar­pa­zo, con un pri­mer mani­fies­to públi­co que enca­be­zó con la fra­se ¨Revo­lu­ción no, zar­pa­zo¨ y lo fir­ma­ba con su nom­bre. Fue, a mi jui­cio, como una luz que alum­bra­ba un nue­vo des­tino para Cuba y el naci­mien­to de un guía indiscutible.

A lo lar­go de estas pági­nas de his­to­ria viva de Cuba, ancla­da en lo más hon­do de sus raí­ces y latien­do con el pul­so de los tiem­pos, Fidel Cas­tro va des­gra­nan­do hechos y acon­te­ci­mien­tos vis­tos des­de una ópti­ca cón­ca­va y obje­ti­va. Nos da una visión que invi­ta a una rees­cri­tu­ra de la his­to­ria a par­tir de pun­tos de vis­ta per­so­na­les que ponen en sol­fa esque­mas tra­di­cio­na­les y enfo­ques par­cia­les que la han distorsionado.

Abun­dan tam­bién en estas pagi­nas los cho­ques y las con­se­cuen­tes decep­cio­nes de Fidel y los ver­da­de­ros revo­lu­cio­na­rios que le siguie­ron en los pri­me­ros momen­tos como Abel San­ta­ma­ría y Jesús Mon­ta­né Oro­pe­sa, entre otros, fren­te a figu­ras de res­pe­to que no esta­ban dis­pues­tas a tomar las armas.

Embrión del asal­to al cuar­tel Mon­ca­da y al de Baya­mo, los pri­me­ros meses de 1953 con­so­li­da­ron a un gru­po de revo­lu­cio­na­rios supe­rior a todos los otros y mar­ca­ron el ini­cio de una eta­pa don­de la gene­ra­ción his­tó­ri­ca se iba fra­guan­do. Fidel Cas­tro en el cen­tro de los acon­te­ci­mien­tos es la úni­ca fuer­za, con sus hom­bres, que hará algo que cam­bie la his­to­ria defi­ni­ti­va­men­te. El Mon­ca­da, en su pro­pia voz, resur­ge con nue­vos des­te­llos ante los ojos del lector.

Aun sin las lla­ma­das con­di­cio­nes obje­ti­vas o sub­je­ti­vas pero sí con un ejer­ci­to del pue­blo y como expre­sa Fidel a par­tir del patrio­tis­mo, la dig­ni­dad, las tra­di­cio­nes y las rebel­días de las masas y des­de lue­go el odio a la tira­nía se pudo ini­ciar la ver­da­de­ra lucha que lle­vó final­men­te a la victoria.

He aquí un Fidel Cas­tro sin ama­rras y des­inhi­bi­do que a par­tir de pre­gun­tas inte­li­gen­tes y opor­tu­nas emi­te jui­cios de valor sobre momen­tos cru­cia­les de su vida, y sobre per­so­na­jes de la polí­ti­ca de Cuba que nun­ca como aho­ra se ven some­ti­dos al tri­bu­nal de la historia.

Haber teni­do el pri­vi­le­gio de una lar­ga vida y de una memo­ria impe­ca­ble, así como el de con­tar con un inter­lo­cu­tor de la talla de Katius­ka Blan­co hacen de este libro un docu­men­to úni­co por su valor testimonial.

No voy a rela­tar los inci­den­tes del asal­to al Mon­ca­da. Lo dejo a la dis­cre­ción y sus­pen­so de los lec­to­res pero sin dudas es uno de los capí­tu­los más inten­sos níti­dos y estre­me­ce­do­res de aque­lla heroi­ca acción.

Mere­ce, sin embar­go, des­ta­car el papel no sólo de Fidel y Raúl en la mis­ma si no el de todos y cada uno de los asal­tan­tes ya que, sin dudas, aque­lla ges­ta fue una de las pági­nas más dra­má­ti­cas de la epo­pe­ya revolucionaria.

“Sen­tía­mos infi­ni­ta amar­gu­ra e irri­ta­ción, lue­go del duro revés”, con­fie­sa Fidel, pero la deci­sión de seguir luchan­do era inquebrantable.

El ejer­ci­to mam­bí resur­gía, enton­ces, con nue­vos bríos e ideas liber­ta­rias. Fidel recuer­da la inte­gri­dad del tenien­te Pedro Sarría cuan­do le dice a los sol­da­dos batis­tia­nos ¨Las ideas no se matan¨ como quien enar­bo­la un prin­ci­pio o una ban­de­ra. Sarría fue un ángel de la guar­da baja­do del cie­lo. Capi­tu­lo estre­me­ce­dor digno de un fil­me que espe­ra su realización.

La ínti­ma corres­pon­den­cia que el Coman­dan­te en Jefe, enton­ces sen­ci­lla­men­te el joven abo­ga­do Fidel Cas­tro, le envía a sus padres ya en la pri­sión es tam­bién una prue­ba de su ente­re­za moral y sus con­vic­cio­nes filosóficas.

¨Ten­go la más com­ple­ta segu­ri­dad, escri­be, de que sabrán com­pren­der­me y ten­drán pre­sen­te que en la tran­qui­li­dad y con­for­mi­dad de uste­des está siem­pre nues­tro mejor consuelo¨.

Y refi­rién­do­se a la idea de la patria, aña­de: ¨Cuan­do nos trae en el pre­sen­te horas de amar­gu­ra, es por­que nos reser­va para el futu­ro sus mejo­res dones¨.

Poder sen­tir la vibra­ción del rela­to del jui­cio del Mon­ca­da, con todos sus mati­ces y cali­brar el cora­je de Fidel y su intran­si­gen­cia que lo hacían desa­fiar todos los obs­tácu­los, es otro pri­vi­le­gio que nos da este segun­do tomo de Gue­rri­lle­ro del Tiempo.

“La jus­ti­cia está enfer­ma”, expre­só el Coman­dan­te aquel 16 de octu­bre de 1953 en una sala peque­ñi­ta, casi sin públi­co, don­de pro­nun­ció su ale­ga­to ¨La his­to­ria me absol­ve­rᨠajeno a dog­mas y doc­tri­nas abs­trac­tas. El jui­cio pare­cía algo irreal. Quin­ce años de pri­va­ción de liber­tad pero la con­vic­ción de que su lucha abri­ría nue­vos cami­nos lo lle­vó a pro­nun­ciar aque­llas pala­bras ins­cri­tas en las pági­nas más glo­rio­sas de nues­tra historia.

A la sazón escri­be: en cuan­to a mí, se que la cár­cel será dura como no la sido nun­ca para nadie, pre­ña­da de ame­na­zas, de ruin y cobar­de ensa­ña­mien­to, pero no le temo, como no temo la furia del tirano mise­ra­ble que arran­có la vida a 70 her­ma­nos míos. Con­de­nad­me, no impor­ta, la his­to­ria me absolverá¨.

La cár­cel en Bonia­to, en noches sin luz, en una cama estre­cha, escri­bien­do con zumo de limón, negán­do­se a comer, desa­fian­do a los car­ce­le­ros… y lue­go el tras­la­do a Isla de Pinos pla­ga­do tam­bién de humi­lla­cio­nes, vic­ti­ma de baje­zas y mez­quin­da­des como aque­lla de las car­tas de amor con des­ti­na­ta­rios equí­vo­cos para crear un con­flic­to que tuvo serias con­se­cuen­cias. Car­tas de amor que encie­rran una espi­ri­tua­li­dad que lejos de que­bran­tar­se se hacia más fuer­te en la medi­da en que afron­ta­ba todo tipo de contingencias.

Gue­rri­lle­ro del Tiem­po, tomo dos, mues­tra la esta­tu­ra moral de un ser humano cuya dimen­sión como ha dicho Wil­fre­do Lames impo­si­ble de medir. En la últi­ma car­ta que escri­bió a su her­ma­na Lidia en mayo de 1955, des­de la cár­cel, con­fie­sa “Val­dré menos cada vez que me vaya acos­tum­bran­do a nece­si­tar más cosas para vivir, cuan­do olvi­de que es posi­ble estar pri­va­do de todo sin sen­tir­se infe­liz. Así he apren­di­do a vivir, y eso me hace tan­to más temi­ble como apa­sio­na­do defen­sor de un ideal que se ha reafir­ma­do y for­ta­le­ci­do en el sacri­fi­cio. Podré pre­di­car con el ejem­plo que es la mejor elocuencia”…

Libros solo he nece­si­ta­do y los libros los ten­go con­si­de­ra­dos como bie­nes espirituales…”

La auto­ra de esta lar­ga entre­vis­ta al Coman­dan­te lue­go de esta con­fe­sión expre­sa “sien­to her­mo­sa y espar­ta­na la acti­tud que guió sus luchas has­ta hoy”. Noso­tros, des­de lue­go, com­par­ti­mos ese sentimiento.

Des­de la pri­sión Fidel y sus com­pa­ñe­ros diri­gían la bata­lla y el movi­mien­to cre­ció. Men­sa­jes, denun­cias, ins­truc­cio­nes ema­na­ban des­de lo más sór­di­do de la cár­cel y el apo­yo a la cau­sa se hizo mayor, a pesar del con­fi­na­mien­to y el velo de silen­cio impues­to por Batis­ta a los mon­ca­dis­tas. Final­men­te el tirano se vió obli­ga­do a decre­tar la amnis­tía para nor­ma­li­zar el país e ir segu­ro a las elec­cio­nes convocadas.

Fidel ven­ce­dor de múl­ti­ples reve­ses, tuvo pacien­cia pero no acep­tó la con­di­ción impues­ta de aban­do­nar la lucha. Por el con­tra­rio se opu­so a la amnis­tía y en una car­ta públi­ca reve­la­do­ra tam­bién del carác­ter que iba a impri­mir­le a la revo­lu­ción triun­fan­te escri­bió “! No que­re­mos amnis­tía al pre­cio de la des­hon­ra. “Mil años de cár­cel antes que la humi­lla­ción” . Prin­ci­pio indo­ble­ga­ble que ha mar­ca­do los más de 50 años de revo­lu­ción fren­te al blo­queo nor­te­ame­ri­cano. “De todas las bar­ba­ri­da­des huma­nas, escri­bió tam­bién des­de la cár­cel, lo que menos con­ci­bo es el absurdo”

Y es pre­ci­sa­men­te el absur­do de la polí­ti­ca nor­te­ame­ri­ca­na hacia Cuba el que ha inten­ta­do demo­ni­zar a su per­so­na y sub­es­ti­mar las con­di­cio­nes mora­les de nues­tro pueblo.

Fidel jamás se ame­dren­tó, jamás tuvo siquie­ra un ins­tan­te de vaci­la­ción o pesi­mis­mo. Ese tem­ple de estoi­cis­mo y con­fian­za lo ha impreg­na­do a su pue­blo y estoy segu­ro que ha sido un baluar­te de moral y espi­ri­tua­li­dad que nos ha sos­te­ni­do fren­te al opro­bio de las cam­pa­ñas más deni­gran­tes y el ais­la­mien­to mayor.

El mun­do podrá juz­gar­lo por acti­tu­des que no alcan­cen una cabal com­pren­sión, o por erro­res que él mis­mo se ha seña­la­do, pero nadie ten­drá el valor de dudar sobre su inte­li­gen­cia huma­na y su pro­ba­do cora­je ante todo los ries­gos que le ha toca­do com­par­tir con sus contemporáneos.

La lucha en Cuba no ofre­ce garan­tía algu­na para sus pla­nes. Y al pri­me­ro que envió a Méxi­co fue a su her­mano Raúl. Méxi­co era el país don­de siem­pre se habían refu­gia­do los revo­lu­cio­na­rios cuba­nos y Katius­ka recor­da­ba que José Mar­tí escri­bió, “Méxi­co es la tie­rra de refu­gio don­de todo pere­grino ha halla­do hermano”.

Y allí tuvo que via­jar pero antes decla­ró a la pren­sa “De via­jes como este no se regre­sa, o se regre­sa con la tira­nía des­ca­be­za­da a los pies”

Y el ocho de enero de 1959 entró en La Haba­na como lo había anun­cia­do, con la tira­nía des­ca­be­za­da y con el pue­blo de Cuba jun­to a él.

Vic­tor Hugo habló una vez de una tem­pes­tad bajo el crá­neo, “noso­tros con­fie­sa el Coman­dan­te en Jefe, cuan­do lle­ga­mos a Méxi­co lle­vá­ba­mos la revo­lu­ción bajo el crá­neo”. Méxi­co reci­bió a los com­ba­tien­tes con sim­pa­tía y ellos actua­ban con cau­te­la en la ciu­dad azte­ca. Des­cri­be aquí el Coman­dan­te las difi­cul­ta­des y penu­rias que atra­ve­sa­ron en la ciu­dad capi­tal, los luga­res don­de se hos­pe­da­ron, la míti­ca casa de María Anto­nia y otras no menos hos­pi­ta­la­rias, el encuen­tro con el Che de carác­ter afa­ble, modes­to y noble, “nadie sabía enton­ces que iba a hacer des­pués lo que hizo y con­ver­tir­se en lo que es hoy: un sím­bo­lo uni­ver­sal”, la cuen­ta a su entrevistadora.

Afian­za los lazos entra­ña­bles con Mon­ta­né, “jefe de vete­ra­nos” como lo lla­mó, con Mel­ba Her­nán­dez, con Cán­di­do Gon­zá­lez y Chu­chú Reyes, con todos los que iban de Cuba a la gran haza­ña del Gran­ma deno­mi­na­da por el Che como la Aven­tu­ra del Siglo.

Entre­na­mien­to dia­rio baja la direc­ción del legen­da­rio Alber­to Bayo, com­ba­tien­te de la repú­bli­ca espa­ño­la, la inapre­cia­ble ayu­da de Anto­nio Con­de, el Con­de, due­ño de una arme­ría y exper­to en muni­cio­nes y armas de miri­llas telescópicas.

Lue­go, el aco­so de los espías de Batis­ta radi­ca­dos en Méxi­co y de la poli­cía secre­ta, la pri­sión tem­po­ral y los aza­res y con­tin­gen­cias pro­pias de un gru­po de hom­bres que vivían clan­des­ti­nos en un país que no era el suyo.

Admi­ra­ble la con­duc­ta del expre­si­den­te Láza­ro Cár­de­nas quien sin vaci­la­ción inter­ce­dió por los futu­ros expe­di­cio­na­rios y ayu­dó a neu­tra­li­zar la hos­ti­li­dad hacia ellos.

Pero el Gran­ma esta­ba a pun­to de poner proa hacia Cuba y nada iba a dete­ner a los com­ba­tien­tes. En su casa de Birán, cuen­ta Katius­ka, no exis­tía nin­gu­na duda de que el retorno del hijo pró­di­go era inmi­nen­te. Fidel se cre­ce como un gigan­te cuan­do hacien­do un des­co­mu­nal esfuer­zo acu­de a Car­los Prío en bus­ca de fon­dos para la cau­sa revo­lu­cio­na­ria por enci­ma de pro­fun­das dife­ren­cias polí­ti­cas y mora­les con el expre­si­den­te derro­ca­do por el más arte­ro gol­pe de esta­do de la his­to­ria cuba­na. Cru­za a nado el río Bra­vo para lle­gar a la otra ori­lla don­de se encuen­tra con Prío, tras ven­cer obs­tácu­los per­so­na­les, para cum­plir con la pro­me­sa de seguir ade­lan­te. Aquel dine­ro, cuen­ta “nos per­mi­tió cum­plir con nues­tra con­sig­na, lo que for­ta­le­ció la con­fian­za del pue­blo en la nue­va gene­ra­ción revo­lu­cio­na­ria”. ” Prío, aña­de, no corría nin­gún ries­go, me esta­ba espe­ran­do en un motel y era feliz de reu­nir­se con aquel jaco­bino que no que­ría tra­tos de nin­gu­na cla­se con el gobierno anterior”.

Final­men­te zar­pa des­de Tux­pan en medio de una adver­si­dad sin lími­tes. Por un lado el des­con­cier­to ante el des­am­pa­ro en que podría que­dar su hijo y lo tris­te de la muer­te de su padre en Birán dos meses antes.

El Gran­ma se con­vier­te en una ban­de­ra de lucha des­de la mis­ma madru­ga­da del 25 de noviem­bre en que los futu­ros héroes de Ale­gría de Pío se embar­can en él. Se cru­zan los des­ti­nos de la clan­des­ti­ni­dad y el peli­gro en un yate para 10 o 12 hom­bres que tras­la­dó a 82. Lue­go de ven­cer múl­ti­ples obs­tácu­los y bur­lar la guar­dia mari­na el Gran­ma entró en el mar. La tem­pes­tad levan­ta­ba olas gigan­tes­cas, pero la ale­gría de los tri­pu­lan­tes fue mayor. Can­ta­ron el Himno Nacio­nal, aun ven­cien­do el mareo. La tra­ve­sía fue infer­nal. El rui­do de los moto­res tala­dra­ba los oídos de los 82 hom­bres. El Jefe de la Revo­lu­ción con­ver­ti­do en mecá­ni­co se ocu­pa­ba de arre­glar los des­per­fec­tos de una nave, cali­fi­ca­da por él mis­mo como una cás­ca­ra de nuez.

La ansie­dad por lle­gar a las cos­tas cuba­nas hizo que le excla­ma­ra a Faus­tino Pérez “qui­sie­ra tener la facul­tad de volar” Tal era la ansie­dad de todos en lle­gar. Aque­lla excla­ma­ción de ale­gría, pese al tor­tuo­so des­em­bar­co cali­fi­ca­do por el Che como un ver­da­de­ro nau­fra­gio me recuer­da las emo­ti­vas pala­bras escri­tas en el dia­rio de José Mar­tí cuan­do lle­gó a Pla­yi­tas de Caja­gua­bo: Sal­to, dicha grande.

El 2 de diciem­bre la ale­gría de lle­gar a la isla, se empa­ña­ba con la infer­nal avia­ción sobre­vo­lan­do el bar­co. Pero la suer­te esta­ba echa­da. En el tomo dos de este Gue­rri­lle­ro del Tiem­po, como en los dia­rios de Raúl y del Che se pal­pa la his­to­ria que due­le en la piel y agi­ta el cora­zón con emo­cio­nes encontradas.

Arse­nal de anéc­do­tas dra­má­ti­cas y fes­ti­vas, de ava­ta­res cer­ca­nos a la mís­ti­ca, de recuer­dos per­so­na­les y hechos que mos­tra­ban en las peo­res cir­cuns­tan­cias la pro­fun­da con­cien­cia de los com­ba­tien­tes, este tomo es no sólo un cua­derno de bitá­co­ra de la gue­rra, sino un idea­rio de los valo­res más altos que acom­pa­ña­ron a cada uno de ellos en los días más difí­ci­les de la gue­rra en las mon­ta­ñas. Y una mues­tra de un con­jun­to de injus­ti­cias exor­ci­za­das que le dan un sig­ni­fi­ca­do váli­do a la vida.

Frag­men­tos con­mo­ve­do­res del dia­rio de Raúl, men­sa­jes del llano, sig­nos de acción de Frank País y Celia Sán­chez, de Vil­ma, Mel­ba y Hay­dée; la pre­sen­cia opor­tu­na de Gui­ller­mo Gar­cía, en la Sie­rra, en fin, un docu­men­to úni­co ava­la­do por el tes­ti­mo­nio del Jefe de la Revo­lu­ción. Una chis­pa que encen­dió una lla­ma­ra­da inven­ci­ble exten­di­da, en el llano y en la Sie­rra Maes­tra, la Sie­rra Cris­tal, el Escam­bray y toda Cuba.

Esta saga está acom­pa­ña­do de un plie­go de foto­gra­fías que van des­de la déca­da del 50 has­ta el mis­mo triun­fo de la Revo­lu­ción y la entra­da vic­to­rio­sa a La Haba­na el 8 de enero de 1959.

Los sue­ños impo­si­bles se con­ver­tían en reali­dad. Y como dice el pro­pio Fidel “La his­to­ria abría sus puer­tas para siem­pre a una vida nue­va y dig­na para el pue­blo de Cuba”.

Todo lo demás, aña­de, depen­de­rá de noso­tros mis­mos. La vida nos otor­gó el pri­vi­le­gio de que el pro­ta­go­nis­ta de estos hechos, con su pro­ver­bial luci­dez y su memo­ria esté aún entre noso­tros. Sea­mos dig­nos de él. Gra­cias Fidel por haber deja­do el teso­ro de tu vida en estas pági­nas que son una lec­ción para futu­ras gene­ra­cio­nes. Y la cer­ti­dum­bre de que un mun­do nue­vo es posible

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