Por la libe­ra­ción de cla­se, nacio­nal y de géne­ro- Manuel M. Navarrete

No es infre­cuen­te escu­char a mili­tan­tes mar­xis­tas decir que el nacio­na­lis­mo y el femi­nis­mo divi­den a la cla­se tra­ba­ja­do­ra, por lo que ambas temá­ti­cas deben disol­ver­se en un difu­so cos­mo­po­li­tis­mo pro­le­ta­rio cen­tra­do en “la úni­ca” con­tra­dic­ción real: la que divi­de al capi­tal y al trabajo.

En reali­dad, el mar­xis­mo superó hace mucho esta visión estre­cha, eco­no­mi­cis­ta y obre­ris­ta de la lucha por la eman­ci­pa­ción social. Por dos moti­vos fundamentales:

1) La con­tra­dic­ción entre capi­tal y tra­ba­jo es la más deter­mi­nan­te, pero no la úni­ca. La divi­sión entre los Esta­dos opre­so­res y las nacio­nes opri­mi­das, o entre el patriar­ca­do y las muje­res, exis­te de mane­ra pre­via a su enun­cia­ción cons­cien­te. Negar­la no es superarla.

2) El socia­lis­mo no sub­sa­na por sí mis­mo, de mane­ra mági­ca y auto­má­ti­ca, el res­to de con­tra­dic­cio­nes exis­ten­tes en el cuer­po social (exis­ten­tes, de hecho, mucho antes de la exis­ten­cia del capi­ta­lis­mo). Cada una de ellas ha de tener, pues, un tra­ta­mien­to específico.

El mar­xis­mo (que des­de su mis­ma fun­da­ción por Marx se enri­que­ció de los apor­tes de diver­sas dis­ci­pli­nas) es por tan­to para noso­tros la teo­ría y pra­xis de la eman­ci­pa­ción de cla­se, nacio­nal y de géne­ro por par­te de la huma­ni­dad. Eso no sig­ni­fi­ca que estas tres con­tra­dic­cio­nes estén situa­das al mis­mo nivel teó­ri­co (aun­que sus efec­tos se cons­ta­ten casi siem­pre de mane­ra inter­re­la­cio­na­da y trans­ver­sal). Real­men­te, la con­tra­dic­ción de cla­se es la más deter­mi­nan­te, pero no por­que lo diga una con­cep­ción eco­no­mi­cis­ta de la exis­ten­cia, sino por moti­vos de otra índo­le. Por ejem­plo, no debe des­de­ñar­se el hecho de que sea la que incum­be y abar­ca a más seres humanos.

Un 20% de los seres huma­nos pue­de per­te­ne­cer a pue­blos sin Esta­do o colo­ni­za­dos, un 50% per­te­ne­ce al géne­ro feme­nino, opri­mi­do por el patriar­ca­do. Pero al menos un 80% de la huma­ni­dad per­te­ne­ce a aque­llos que, en las más diver­sas áreas pro­duc­ti­vas, cuen­tan tan solo con su fuer­za de tra­ba­jo, la cual han de ven­der a la oli­gar­quía o los capi­ta­lis­tas (o bien dedi­car­se al tra­ba­jo domés­ti­co sin per­ci­bir sala­rio alguno) para poder subsistir.

Bien es cier­to que, para Marx, hay algo más que hace que la con­tra­dic­ción capital/​trabajo sea la más deter­mi­nan­te, la que mar­ca de mane­ra más inde­le­ble y trans­ver­sal el fun­cio­na­mien­to de todo el edi­fi­cio social, sub­su­mien­do de for­ma real al res­to de estruc­tu­ras socia­les, ponién­do­las a su ser­vi­cio. Aho­ra bien, dado que el socia­lis­mo no sub­sa­na de mane­ra auto­má­ti­ca todos los pro­ble­mas, pues no todos los pro­ble­mas tie­nen su ori­gen en la estruc­tu­ra de la pro­pie­dad de los medios de pro­duc­ción, estas diver­sas con­tra­dic­cio­nes han de tener, como decía­mos, su pro­pio tra­ta­mien­to espe­cí­fi­co y diferenciado.

En reali­dad, el mar­xis­mo (excep­tuan­do qui­zá al mar­xis­mo vul­gar, si se me per­mi­te el oxí­mo­ron) com­pren­dió todo esto hace muchí­si­mo tiem­po. Lenin se negó a equi­pa­rar el nacio­na­lis­mo impe­ria­lis­ta de las nacio­nes opre­so­ras y el nacio­na­lis­mo de libe­ra­ción de las nacio­nes opri­mi­das. Más recien­te­men­te, Car­lo Fra­bet­ti decía con acier­to que el orgu­llo sólo debe ser enar­bo­la­do como reac­ción fren­te a la domi­na­ción. Por eso no es lo mis­mo enor­gu­lle­cer­se de ser gay que enor­gu­lle­cer­se de ser hom­bre. Por eso tam­po­co es lo mis­mo enor­gu­lle­cer­se de ser vas­co o irlan­dés que enor­gu­lle­cer­se de ser espa­ñol o estadounidense.

A des­pe­cho de cier­tos obre­ris­tas, Fidel Cas­tro com­pren­dió tam­bién todo esto hace mucho, al hacer del “Patria o muer­te” el lema fun­da­men­tal de la revo­lu­ción cuba­na. Tam­bién Hugo Chá­vez, con su “Patria, socia­lis­mo o muer­te”, es un ejem­plo de patrio­tis­mo revo­lu­cio­na­rio. Sin embar­go, el nacio­na­lis­mo de Fidel o de Chá­vez no ha sido en abso­lu­to con­tra­dic­to­rio con el inter­na­cio­na­lis­mo (aun­que sí con el cos­mo­po­li­tis­mo bur­gués que algu­nos se empe­ñan en con­fun­dir con el internacionalismo).

Cuba ha sido siem­pre una nación soli­da­ria, que man­dó tro­pas gue­rri­lle­ras a Ango­la y que orga­ni­zó los coman­dos del Che Gue­va­ra en el Con­go y Boli­via, en bus­ca de la revo­lu­ción mun­dial. Fidel cla­mó siem­pre por una alian­za del Ter­cer Mun­do para hacer valer sus dere­chos y sus ansias de sobe­ra­nía. Su nacio­na­lis­mo inter­na­cio­na­lis­ta cubano será siem­pre un ejem­plo para todos los revo­lu­cio­na­rios del mun­do. Pero ya mucho antes, des­de Lenin, la auto­de­ter­mi­na­ción de los pue­blos sin Esta­do era una máxi­ma defen­di­da por los mar­xis­tas de todo el planeta.

Defen­der el dere­cho a la libre sepa­ra­ción esta­tal y, a la vez, el inter­na­cio­na­lis­mo pro­le­ta­rio sólo pue­de sonar­le con­tra­dic­to­rio a quien no haya com­pren­di­do una sola pala­bra del mar­xis­mo (y a quien no haya sufri­do nun­ca una ocu­pa­ción extran­je­ra o la nega­ción for­zo­sa de su len­gua madre como len­gua vehi­cu­lar). Por otro lado, en la prác­ti­ca, no fue el mono­azu­lis­mo cos­mo­po­li­ta y abs­trac­to el que reali­zó revo­lu­cio­nes por todo el pla­ne­ta, des­de la Amé­ri­ca Lati­na has­ta el Asia pro­fun­da: fue­ron los movi­mien­tos anti­co­lo­nia­les y de libe­ra­ción nacional.

Lo mis­mo cabe decir del femi­nis­mo socia­lis­ta. Ale­xan­dra Kollon­tai no fue jamás una hem­bris­ta (el antó­ni­mo de machis­ta, por más que algu­nos, en su igno­ran­cia, se empe­ñen en pata­lear el dic­cio­na­rio, es hem­bris­ta, no femi­nis­ta), no fue jamás una mujer que defen­die­ra la supre­ma­cía de las muje­res o que ansia­ra “eli­mi­nar al otro”, al hom­bre. Kollon­tai com­ba­te una ideo­lo­gía, el machis­mo, que com­par­ten muchos hom­bres y muje­res y a la cual se opo­nen otros muchos hom­bres y mujeres.

No toda afir­ma­ción iden­ti­ta­ria supo­ne la nega­ción de la otre­dad. Los Black Panthers jamás plan­tea­ron la nega­ción o la eli­mi­na­ción del hom­bre blan­co. Por otro lado, si recha­zá­ra­mos la con­ve­nien­cia de tener rei­vin­di­ca­cio­nes espe­cí­fi­cas de las muje­res (o de los negros, o de los vas­cos, kur­dos e irlan­de­ses), sólo esta­ría­mos impi­dien­do o difi­cul­tan­do la supera­ción de pro­ble­má­ti­cas socia­les que no deben “pos­po­ner­se has­ta des­pués de la revo­lu­ción”. Tra­tar de pos­po­ner esas pro­ble­má­ti­cas es, de nue­vo, negar­se a com­pren­der la dia­léc­ti­ca entre refor­ma y revo­lu­ción. Ser revo­lu­cio­na­rio no impli­ca recha­zar las refor­mas, sino con­tex­tua­li­zar­las como pasos hacia la revo­lu­ción. Por otro lado, tra­tar de negar la nece­si­dad de un tra­ta­mien­to espe­cí­fi­co, des­de la fe en que el socia­lis­mo o el “lais­sez fai­re” sub­sa­na­rán por sí solos el asun­to, es direc­ta­men­te antimarxista.

Entre muchos com­pa­ñe­ros obser­vo un gran recha­zo hacia las polí­ti­cas de cuo­tas y otras medi­das de dis­cri­mi­na­ción posi­ti­va. No com­par­to ese recha­zo. Las cuo­tas son medi­das refor­mis­tas que no sir­ven para supe­rar el patriar­ca­do, de igual modo que ven­cer en una huel­ga sala­rial no sir­ve para supe­rar el capi­ta­lis­mo. Pero las cuo­tas pue­den dig­ni­fi­car a muchas muje­res que están tan capa­ci­ta­das como los hom­bres para desem­pe­ñar deter­mi­na­das tareas.

La fe en el lais­sez fai­re, en los con­cur­sos pura­men­te meri­to­crá­ti­cos, encie­rra un radi­cal anti­mar­xis­mo, al no com­pren­der los meca­nis­mos ocul­tos de per­pe­tua­ción del poder por par­te de los gru­pos socia­les domi­nan­tes, que en tan “igua­li­ta­ria” y “libre” carre­ra par­ten en una situa­ción de pri­vi­le­gio, muchos metros por delan­te. Marx era con­tra­rio a la idea del igua­li­ta­ris­mo bur­gués, según el cual, si con­ce­de­mos legal­men­te la “igual­dad de opor­tu­ni­da­des”, enton­ces las con­tra­dic­cio­nes des­apa­re­ce­rán por sí solas. ¿Des­de cuán­do es mar­xis­mo, y no libe­ra­lis­mo, defen­der que diri­jan “los mejo­res”, en lugar de tra­tar de ele­var el nivel for­ma­ti­vo de todo el cuer­po social? ¿Es para el mar­xis­mo casua­li­dad que esos “mejo­res” sue­lan ser en su mayo­ría hom­bres, o qui­zá es con­se­cuen­cia de una gené­ti­ca supe­rior, y no de deter­mi­na­das con­di­cio­nes socia­les que deben ser com­ba­ti­das des­de el poder institucional?

Sin ir más lejos, en la Crí­ti­ca del Pro­gra­ma de Gotha, Marx nos recuer­da que, dado que unos indi­vi­duos son físi­ca­men­te más pode­ro­sos que otros (por ejem­plo, aña­di­ría yo, los hom­bres son de media físi­ca­men­te más fuer­tes que las muje­res), “el dere­cho igual es un dere­cho des­igual para tra­ba­jo des­igual. No reco­no­ce nin­gu­na dis­tin­ción de cla­se, por­que aquí cada indi­vi­duo no es más que un tra­ba­ja­dor como los demás; pero reco­no­ce, táci­ta­men­te, como otros tan­tos pri­vi­le­gios natu­ra­les, las des­igua­les apti­tu­des indi­vi­dua­les y, por con­si­guien­te, la des­igual capa­ci­dad de ren­di­mien­to. En el fon­do es, por tan­to, como todo dere­cho, el dere­cho de la desigualdad”.

Nues­tro mar­xis­mo (como el de Marx) no es, pues, un eco­no­mi­cis­mo vul­ga­ris, que con­fíe (negan­do, por cier­to, toda la his­to­ria del siglo XX) en que, una vez colec­ti­vi­za­dos los medios de pro­duc­ción, el res­to de pro­ble­má­ti­cas socia­les des­apa­re­ce­rán como por arte de magia, de mane­ra auto­má­ti­ca o mer­ced a un “lais­sez fai­re socia­lis­ta”. El nacio­na­lis­mo y el femi­nis­mo no divi­den a la cla­se obre­ra, sino que cons­ta­tan la nece­si­dad de afron­tar de una mane­ra sana divi­sio­nes que, de hecho, ya exis­ten en el cuer­po social y que no pue­den ser supe­ra­das median­te la nega­ción o la imposición.

Sí, todos deben com­par­tir las rei­vin­di­ca­cio­nes anti­ca­pi­ta­lis­tas… pero tam­bién todos (hom­bres y muje­res, en la metró­po­li y en la colo­nia) deben com­par­tir las rei­vin­di­ca­cio­nes anti­pa­triar­ca­les y anti­im­pe­ria­lis­tas. Sólo sobre esta base será posi­ble la uni­dad y la cons­truc­ción del ser humano nue­vo, ya que la uni­dad de cla­se jamás podrá venir de una nega­ción idea­lis­ta de la diver­si­dad exis­ten­te en la cla­se obre­ra real (a menos que pre­fi­ra­mos olvi­dar­nos de la reali­dad y basar nues­tro aná­li­sis en aquel obre­ro for­ni­do que por­ta­ba una ban­de­ra en los car­te­les de la Unión Soviética).

Nues­tro mar­xis­mo es una teo­ría de la eman­ci­pa­ción huma­na: de cla­se, nacio­nal y de géne­ro. Esa es, ade­más, mal que le pese a algu­nos, nues­tra his­to­ria: los comu­nis­tas siem­pre fui­mos la van­guar­dia de los movi­mien­tos anti­co­lo­nia­les y femi­nis­tas, y no úni­ca­men­te del movi­mien­to obrero.

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