Mientras el bipartidismo gemelo del imperio se encrespa en la polémica en torno a la galopante deuda, entre sucias maniobras y zancadillas de corte electoralista, y sólo se vislumbra con toda certeza un drástico recorte de gastos públicos, resurge con ímpetu la pregunta de siempre: ¿y qué con las cuantiosas partidas presupuestales dedicadas a guerras intervencionistas?
De eso no se oye hablar ni en la Casa Blanca ni en el Congreso y ninguno de los dos partidos muestra el menor interés en cuestionar que Estados Unidos ostenta el 42,8% del gasto militar del mundo. Nada de hacer cambios profundos en los que respecta a su poderío bélico, pese a que la desocupación laboral supera el 9 por ciento, la más alta en la historia del país. Tampoco aumentar los impuestos a las clases más pudientes y sus poderosos conglomerados para aliviar el déficit.
Por el contrario, cuando el poder adquisitivo de los estadounidenses se desploma, en mayo pasado Washington llevaba gastados 750 millones de dólares en la guerra de agresión contra Libia. Y de los impuestos recaudados, de cada dólar, dos centavos van destinados a educación, mientras que 26,5 hacia el gasto militar.
A simple vista parece cosa de locos y cuanto menos ha conducido al tan cercano Fondo Monetario Internacional (FMI) a reclamar seriedad en las negociaciones entre los tiburones políticos del Capitolio