Asi de gélido y cortante como puñal de hielo fue la reacción de uno de los responsables políticos de los indiscriminados bombardeos de la OTAN sobre poblaciones libias, que esta vez con toda evidencia de selectividad se teledirigieron hacia el núcleo familiar del líder Gadafi. Ni siquiera un ápice de humana consideración, aunque fuera por británica formalidad, vertió en sus pronunciamientos. En su lugar tendió la caparazón justificativa de una resolución de la ONU, instrumentada a conveniencia, hasta llegar al paradójico extremo cínico de apuntar que “tiene que ver con la prevención de pérdidas de vidas civiles”.
¿Será posible?
Y en tanto, ¿que informan al respecto los grandes medios concominantes con la agresión contra Libia? Casi nada, apenas fragmentos de un comunicado oficial libio estructurados de tal forma que puedan sembrar duda sobre la veracidad del hecho, o se hacen eco de fuentes rebeldes apoyadas por la OTAN que intentan desmentir lo ocurrido. Sin embargo, el vicario apostólico de Trípoli, el obispo Giovanni Innocenzo Martinelli confirmó la muerte deSaif al Arab, el hijo menor de Gadafi y vio los féretros de los menores y al igual que los enviados de la prensa con verguenza, las viviendas familialres pulverizadas.
Martinelli ha pedido al bloque belicista que muestre un gesto de civismo para demostrar que no sólo provoca barbarie y dé una tregua a los dolientes. Vale mucho su humano y cristiano intento en estas circunstancias. Pero ¿acaso le quedará algún hálito a esa prepotente maquinaria de muerte para el calculado saqueo?