- Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, y Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal estadounidense: los intereses de las élites capitalistas coinciden, ahora en detrimento de los pueblos europeos.
Una frase que se atribuye a Marx nos enseñó que si la historia no se repite, por lo menos tiene tendencia a tartamudear. Ese diagnóstico ilustra a la perfección el nuevo ataque contra el euro. Ante la crisis irlandesa, los mercados financieros han puesto en escena un guión similar al de la ofensiva contra Grecia [1]. Se trata del desplazamiento de una causa externa: la política monetaria expansionista de la FED (Federal Reserve). De la misma manera, la ofensiva de los mercados tendrá también el apoyo de Alemania.
Al igual que durante los meses de abril y mayo de 2010, el anuncio de una futura inyección masiva de liquidez por parte de la Reserva Federal estadounidense no ha hecho bajar el valor del dólar sino que ha reactivado el asalto especulativo contra la eurozona. Alemania también ha dado origen, en parte, al acelerado incremento de las tasas de interés de las obligaciones irlandesas, así como de las portuguesas y las españolas.
Las recientes declaraciones, pese a todo puramente formales, de Angela Merkel sobre la necesidad de obligar a los acreedores privados a tomar parte, en caso de reestructuración de la deuda de ciertos países de la eurozona, ha acentuado la desconfianza de los mercados hacia los países más débiles.
El objetivo de la FED: una creación ininterrumpida de burbujas financieras
La frase de John Connally, secretario del Tesoro de la administración Nixon en 1971, de que «El dólar es nuestra moneda, pero es problema de ustedes», cobra hoy más actualidad que nunca. Hasta ahora la monetización de la deuda estadounidense le crea menos problemas a Estados Unidos que a sus satélites. El arbusto de la degradación financiera de Grecia ya había bastado para disimular el bosque deficitario estadounidense.
De la misma manera, durante este fin de año la deuda irlandesa eclipsó el anuncio de un nuevo programa de compra masiva de bonos del Tesoro por parte de la Reserva Federal estadounidense. Esta maniobra de «quantitative easing» consiste en hacer bajar las tasas de interés sobre las obligaciones del Estado y debe permitir, a razón de 75 000 millones de dólares, una inyección de 600 000 millones a la economía estadounidense.
La FED ya había introducido una suma de 1 700 millardos [1 millardo = 1 000 millones] de dólares en el circuito económico estadounidense. Este nuevo programa de inyección de liquidez nos demuestra que esa política ha fracasado, puesto que ahora hay que recurrir a una nueva serie de compras. Pero lo más importante es que nos indica que el «quantitative easing» ha dejado de ser una política de carácter excepcional. Ahora parece destinada a mantenerse y se convierte en un procedimiento normal [2].
Contrariamente a lo que declara el Departamento del Tesoro, el objetivo de la creación de moneda a la que recurre Estados Unidos no es permitir que los bancos concedan créditos a los particulares y a las empresas. Dada la coyuntura económica, esa demanda es actualmente reducida y las instituciones financieras disponen de importantes reservas.
Ya hay abundancia de liquidez. Agregar más no resolverá el problema actual, que en realidad reside en la desconfianza de los bancos ante la falta de solvencia de los posibles candidatos a recibir nuevos préstamos, o sea en cuanto a la rentabilidad de sus inversiones.
¿De qué puede servir entonces esta inyección permanente de liquidez en un mercado ya saturado? Para responder a esa pregunta basta con observar los efectos de esa política: formación de burbujas especulativas y alza desmesurada del valor de los activos, afluencia de capitales hacia los países de fuerte crecimiento, como China o la India, y ataques especulativos, sobre todo contra la eurozona.
La política estadounidense de monetización de su deuda pública resulta actualmente poco inflacionista porque gran parte de los capitales está saliendo de Estados Unidos para ir a situarse en los mercados emergentes, razón por la cual no está alimentando la demanda interna en Estados Unidos.
Tampoco provoca una fuerte caída del dólar porque las compras adicionales de activos –oro, materias primas y petróleo– que esa medida está provocando se están efectuando con dólares estadounidenses, lo cual sostiene la cotización de esa moneda. Los especuladores estadounidenses hacen sus compras con su propia moneda, mientras que los «inversionistas» extranjeros, incitados a seguir el movimiento de alza inducido por esa política, están cambiando sus monedas nacionales por dólares para comprar «activos».
El objetivo del BCE: transferir a los bancos los ingresos de los trabajadores
En lo tocante a la Unión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) anunció la continuación de su política de compra de obligaciones soberanas. También ha decidido prolongar su dispositivo de refinanciamiento de los bancos, ilimitado y con una tasa fija, por un nuevo periodo de al menos 4 meses.
Aquí también se hace patente un cambio de actitud: ya no se presenta esa política como un hecho excepcional sino con carácter permanente [3].
La modificación de la política del BCE reside en su compromiso en cuanto a la duración. «En tiempos normales, el BCE compra títulos a corto plazo: 3 semanas, un mes, más raramente 3 meses. Pero, desde la crisis, el BCE se puso a comprar títulos a un año de plazo, algo nunca visto.» [4]
Ese cambio invierte el papel del BCE, que de ser el prestamista a quien se recurre como último recurso pasa a convertirse en un prestamista de primera línea. El Banco Central Europeo funciona así como una institución crediticia.
El BCE ha adquirido hasta ahora bonos sobre la deuda pública por un monto de 67 000 millones de euros [5], esencialmente en títulos de Estados que vienen afrontando dificultades, como Grecia e Irlanda. Estamos por lo tanto muy lejos aún de la compra de 600 000 millones de dólares que hizo la FED.
La política del Banco Central Europeo es diferente, no sólo en el plano cuantitativo sino también en el aspecto cualitativo, ya que esta institución ha decidido esterilizar su inyección de liquidez, disminuyendo en la misma medida los préstamos que efectúa a los bancos privados.
El objetivo del Banco Central Europeo es tratar de retrasar lo más posible una reestructuración de la deuda griega, de la irlandesa y de la portuguesa… porque los grandes bancos europeos están seriamente enfrascados en su propio financiamiento. Se trata, ante todo, de salvar las instituciones financieras y de tratar de que la factura la paguen los trabajadores y los ahorristas.
Para lograrlo, la Unión Europea y los Estados miembros han entregado a los mercados financieros la llave del financiamiento de los déficits. Los Estados tienen que obtener préstamos a través de las instituciones financieras privadas, que a su vez obtienen fondos a bajo precio del Banco Central Europeo.
Aunque la media de los déficits de los Estados miembros de la Unión Europea es del 7%, o sea muy inferior al 11% que déficit de Estados Unidos [6], la Unión Europea ha emprendido una brutal reducción de los gastos públicos.
La Comisión Europea quiere imponer a los países un largo tratamiento basado en la austeridad para volver a una deuda pública inferior al 60% del PIB y ha abierto procedimientos por déficit excesivo contra los Estados miembros. A mediados de 2010 prácticamente todos los Estados de la eurozona estaban sometidos a ese tipo de procedimientos.
La Comisión les ha pedido incluso que se comprometan a volver a situarse por debajo del límite del 3% antes de 2014, sin importar cuál sea la evolución de la situación económica. Los medios previstos para alcanzar esos objetivos no consisten en la imposición de un gravamen a los altos ingresos o las transacciones financieras sino más bien en una disminución del salario directo e indirecto, o sea en aplicar políticas salariales restrictivas y reducir o eliminar sistemas públicos de retiro y de salud.
Complementación entre las políticas de la FED y del BCE
La política monetaria fuertemente expansionista de Estados Unidos consiste en comprar en el mercado secundario obligaciones soberanas a mediano y largo plazo, de 2 a 10 años, para que las nuevas emisiones que debe hacer la FED encuentren quien las adquiera a una tasa de interés relativamente poco elevada, o sea soportable para las finanzas públicas estadounidenses.
Esa política no sólo es la que conviene a los intereses del capital estadounidense sino que corresponde además a los intereses del capitalismo multinacional. Es el principal instrumento de una práctica de tasas de interés muy bajas, por debajo del nivel real de la inflación. Se trata de permitir, no sólo a Estados Unidos sino también a Europa y Japón, que puedan enfrentar su montaña de deudas aplicando tasas mínimas.
Todo aumento del rendimiento de las obligaciones llevaría a esos Estados a la bancarrota. Además, a mediano plazo, esa práctica laxista tendrá un efecto inflacionista que reducirá el valor de esas deudas públicas y disminuirá, en términos reales, la carga que representan.
Dado el lugar tan especial que ocupa el dólar en la economía mundial, la Reserva Federal estadounidense es el único banco central que puede darse el lujo de adoptar ese tipo de política, y sobre todo que puede aplicarla a tan gran escala. Cualquier otra moneda nacional se vería inmediatamente bajo el fuego de los mercados y fuertemente devaluada. La FED es el único banco central que puede darse el lujo de fabricar dinero y lograr que los agentes económicos extranjeros lo acepten.
La monetización de la deuda estadounidense permite, al proporcionar municiones a los mercados financieros, emprender ventajosamente operaciones de especulación contra la eurozona. Esto coincide con los objetivos de la Unión Europea, ya que permite movilizar los mercados y presionar a los pueblos europeos para obligarlos a aceptar una drástica disminución de su nivel de vida.
El efecto de las políticas presupuestarias que los Estados miembros han puesto en marcha no será otro que impedir el redespegue económico, fragilizando aún más las finanzas públicas y reclamando nuevas transferencias de los ingresos de los trabajadores a los bancos y las empresas. La crisis del euro continuará prolongándose. Y la voluntad ya expresada por la agencia estadounidense Moody’s de reducir nuevamente la nota de las obligaciones del Estado español, debido a sus «elevadas necesidades de refinanciamiento para 2011» [7], confirma este diagnóstico.