El Rey, el whisky, la Roja, Del Bos­que, el vino y Var­gas Llo­sa – Car­los Tena

Los títu­los nobi­lia­rios, son una dig­ni­dad otor­ga­da por los Reyes a una per­so­na, ya sea ciu­da­dano del país o extran­je­ro, como reco­no­ci­mien­to por una tra­yec­to­ria meri­to­ria en cual­quie­ra de los ámbi­tos de la vida. ¿Que­da claro?

Eso es al pare­cer lo que se ha inten­ta­do hacer con dos per­so­nas bas­tan­te dife­ren­tes entre sí. Uno, selec­cio­na­dor de fút­bol, el sal­man­tino Vicen­te del Bos­que, que juga­ra en el Real Madrid como defen­sa, y otro, el mul­ti­pa­trio­ta Mario Var­gas Llo­sa, escri­tor, cro­nis­ta y tam­bién defen­sa, pero de la extre­ma dere­cha, que aca­ban de ser ascen­di­dos a la cate­go­ría de mar­qués (siguien­do las órde­nes del actual monar­ca espa­ñol, que se supo­ne esta­ba en pose­sión de casi todas sus facul­ta­des físi­cas, cuan­do deci­dió los nom­bra­mien­tos), de lo que se dedu­ce que tan­to el pelo­te­ro como el edi­to­ria­lis­ta, son ilus­trí­si­mos seño­resa par­tir de ya mismo.

De resul­tas de tal deci­sión, el ex juga­dor madri­dis­ta, al ser entre­vis­ta­do, debe­ría ser tra­ta­do como corres­pon­de y man­da el pro­to­co­lo ofi­cial. Me ima­gino a Inies­ta o a Xavi, duran­te un entre­na­mien­to de la selec­ción espa­ño­la, pre­gun­tan­do a Del Bos­que: “¿Quie­re el ilus­trí­si­mo señor que me inter­ne por la izquier­da?” O a Iña­ki Gabi­lon­do, en su mejor reti­ro, char­lan­do ami­ga­ble­men­te con su ami­go peruano-bri­tá­ni­co-espa­ñol, des­he­cho en reve­ren­cias hacia el nue­vo mar­qués, lucien­do ambos sus mejo­res tra­jes, cami­sas y cor­ba­tas de seda, son­ri­sa per­ma­nen­te y den­ta­du­ra impo­lu­ta con refle­jo solar incor­po­ra­do al col­mi­llo dere­cho. En eso, el hábil perio­dis­ta pre­gun­ta al escri­tor: “¿Pesa ese títu­lo en tu con­cien­cia, que­ri­do Mario?” Y Var­gas Llo­sa simu­la serie­dad, casi tras­cen­den­te, para res­pon­der: “Reci­bir algo tan noble se hace lige­ro, como un soplo de aire andino”, mien­tras el mon­ta­dor musi­cal hace que sue­nen las que­nas, hábil­men­te mez­cla­das con un tema de Elton John y un aria de Wag­ner can­ta­da por Plá­ci­do Domin­go. Orgas­mo mediá­ti­co, alta defi­ni­ción y pan­ta­lla de plasma.

Con­ti­núo con la refle­xión. Según se des­pren­de de diver­sos docu­men­tos que obran en mi poder, estoy en con­di­cio­nes de deter­mi­nar que la con­ce­sión de títu­los nobi­lia­rios está basa­da en la sim­ple volun­tad del monar­ca. Esa facul­tad tie­ne su ori­gen en tres dere­chos: elIus Góna­dis, el Ius Volun­ta­tis Mea y el Ius per Coio­nis ad Hono­rum; este últi­mo es pre­ci­sa­men­te el que Juan Car­los ha uti­li­za­do con mayor fre­cuen­cia, ya que le per­mi­te pre­miar méri­tos con nom­bra­mien­tos nobi­lia­rios o caba­lle­res­cos, con carác­ter de inse­pa­ra­bles, impres­crip­ti­bles e inalie­na­bles. O sea, de talan­te democrático.

El reco­no­ci­mien­to de un títu­lo impli­ca reco­no­cer la dig­ni­dad res­pec­ti­va; y aun­que algu­nos no poseen esa vir­tud, es común la acep­ta­ción de tal volun­tad en los regí­me­nes nobi­lia­rios, lo que sig­ni­fi­ca que la mayor par­te de los mis­mos, son res­pe­ta­dos por la noble­za de todos aque­llos paí­ses que se rigen por un sis­te­ma eco­nó­mi­co capitalista.

Entre los títu­los de mayor renom­bre inter­na­cio­nal, pode­mos encon­trar los de Empe­ra­dor, Prín­ci­pe, Gran Duque, etc.; y entre los reco­no­ci­dos a nivel nacio­nal, por orden de impor­tan­cia, figu­ran los de Duque, Mar­qués, Con­de, Viz­con­de, Barón, a los que el pue­blo espa­ñol aña­de otros, como Sin­ver­güen­za, Ladrón, Esta­fa­dor, Vio­la­dor, Ase­sino, Delin­cuen­te o Vago, en la mayor par­te de los casos. En otras nacio­nes, ade­más de los seña­la­dos, exis­ten los de Señor, Caba­lle­ro Archi­du­que, este últi­mo muy habi­tual en la casa de los Austrias.

Per­so­nal­men­te, estoy en total des­acuer­do con tales nom­bra­mien­tos, seña­lan­do la impru­den­cia real ante tal deci­sión, basán­do­me en la tra­yec­to­ria y pecu­lia­res carac­te­rís­ti­cas físi­cas y espi­ri­tua­les de ambos galar­do­na­dos. Me explico.

Habién­do­se dado a lo lar­go de la his­to­ria el caso de que un monar­ca, en el ejer­ci­cio de su real volun­tad, pudie­ra aña­dir a esa lis­ta otra serie de títu­los más ori­gi­na­les, pero sobre todo más en boga, más acor­des con los tiem­pos que corren, sugie­ro a Don Juan Car­los que en una de esas raras tar­des en las que la sobrie­dad rei­na en su des­pa­cho, tra­te de rec­ti­fi­car sobre el asun­to en cues­tión, dete­nién­do­se en la belle­za de hono­res de idén­ti­co o supe­rior ran­go, como es, por ejem­plo, Cali­fa. Un títu­lo que acos­tum­bra­ban a reci­bir los prín­ci­pes sarra­ce­nos y que cua­dra con la enor­me per­so­na­li­dad de Del Bos­que, con su sere­na mira­da, con ese noble mos­ta­cho a lo Sadam Hus­sein, que podría lucir con más encan­to si el selec­cio­na­dor vis­tie­ra kan­du­ras blan­cas y gutras suje­tas con aga­les de oro, como los gran­des jeques de los paí­ses que en medio orien­te con­tro­lan el petróleo.

De la mis­ma for­ma, entien­do que tam­bién el de Faraón, como Curro Rome­ro, sería cohe­ren­te con el por­te del Gran Padre de la Roja, una de las con­quis­tas más impor­tan­tes de la his­to­ria recien­te espa­ño­la. Al fin y al cabo, la medi­te­rra­nei­dad de ambos títu­los, resul­ta idó­nea en el pri­me­ro de los casos, por­que evo­ca luz, calor, sudor, lágri­mas, bai­le, cas­ta­ñue­las, vien­tres en movi­mien­to, cró­ta­los y amor por los obje­tos esfé­ri­cos, sobre todo en su esta­do más sólido.

Aban­dono, aun­que no sin pena, la idea de nom­brar­le Khan, tra­ta­mien­to que aun­que de ori­gen tur­co se uti­li­za­ba igual­men­te entre los tár­ta­ros. Pien­so en un Del Bos­que, con su ges­to más oto­mano, encar­nan­do el papel de un jerar­ca de tal gra­do en una pelí­cu­la sobreAta­turk, por ejem­plo, diri­gi­do por San­tia­go Segu­ra. ¿No resul­ta­ría genial, como el de Sha? Tomen una ima­gen del dic­ta­dor per­sa Reza Pha­le­vi (aquel ami­go de Fran­co que repu­dió a ladul­ce Sora­ya por otra más fér­til lla­ma­da Farah Diba), y com­pa­ren su ros­tro con el de Vicen­te. Asombroso.

Para Var­gas Llo­sa, como en el caso ante­rior, el títu­lo otor­ga­do por el Bor­bón no coin­ci­de ni con el enor­me patrio­tis­mo del pre­mia­do (Don Mario pue­de ser espa­ño­lis­ta, angló­fi­lo o muy peruano, según le con­ven­ga), ni con su espí­ri­tu siem­pre ancla­do en la pure­za, con­se­cuen­cia de un pro­fun­do amor por la depu­ra­ción de las razas, la inva­sión de paí­ses here­jes, el exter­mi­nio de socie­da­des peca­do­ras, la con­de­na de los no cre­yen­tes y un espe­cial mimo para dotar a los indí­ge­nas de zoo­ló­gi­cos y cho­zas, don­de pue­dan desa­rro­llar sus cos­tum­bres ancestrales.

Ante este Pre­mio Nobel me inclino por el títu­lo de César, un pre­cio­so sobre­nom­bre que lle­va­ron jun­ta­men­te con el de Augus­to los empe­ra­do­res roma­nos, el cual fue tam­bién dis­tin­ti­vo espe­cial de la per­so­na desig­na­da para coman­dar aquel Impe­rio. Podría inclu­so pres­tár­se­lo a su ami­go Geor­ge W. Bush para algún ága­pe orga­ni­za­do por Aznar yBer­lus­co­ni. Opino humil­de­men­te que la viri­li­dad de la mira­da de Var­gas Llo­sa no pre­ci­sa de un mar­que­sa­do, como ha deci­di­do Juan Car­los de Bor­bón, sino de Tetrar­ca­do, habi­da cuen­ta del don de gen­tes que el escri­tor mues­tra, así como por su debi­li­dad hacia la noble figu­ra de los seño­res due­ños de terri­to­rios tan gran­des como la pro­vin­cia de Jaén.

Por su men­tón, nariz y boca, Var­gas Llo­sa osten­ta­ría sin pro­ble­mas el títu­lo de Del­fín, sin que ello pre­su­pon­ga com­pa­ra­ción algu­na con el cetá­ceo, dada la admi­ra­ción que el autor deCon­ver­sa­cio­nes en la Cate­dral pro­fe­sa hacia los reyes de Fran­cia, aun­que en oca­sio­nes en las que se ha mos­tra­do más locuaz que de cos­tum­bre, con­fe­sa­ba su deseo de haber cre­ci­do, como her­mano o hijo, jun­to al Kai­ser ale­mán o al lado del Zar de todas las Rusias. Tan­to mon­ta, mon­ta tanto.

Pro­pon­go pues al rey de Espa­ña que rec­ti­fi­que de inme­dia­to. Lo de mar­qués no enno­ble­ce la labor de ambos galar­do­na­dos; más bien al con­tra­rio, Don Vicen­te y Don Mario han reve­la­do su males­tar y des­pis­te ante el títu­lo otor­ga­do, decan­tán­do­se con más cari­ño por los que he cita­do en los párra­fos anteriores.

Y advier­to al monar­ca que, de seguir en esa línea, podría aca­bar cau­san­do una revuel­ta de con­se­cuen­cias impre­vi­si­bles en la alta socie­dad espa­ño­la, cuya reac­ción ante la noti­cia ha sido reci­bi­da, según mis círcu­los alle­ga­dos, con tre­men­do pas­mo y rece­lo. La noble­za patria se ha sen­ti­do agre­di­da en lo más íntimo.

Y a nin­gún repu­bli­cano le con­vie­ne una monar­quía en la que duques, mar­que­ses y viz­con­des hablen pes­tes de la Casa Real. Has­ta ahí podía­mos llegar.

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