Finalmente el tirano Mubarak ha sido derrocado. El pueblo, o por lo menos esa gigantesca parte del mismo que desbordó durante 17 días la Plaza Tahrir con sus gritos de “Fuera, Fuera” y sus cánticos, no cedieron en la embestida, y lograron hacer caer al otrora hombre fuerte de las castas gobernantes. Ahora, los millones de ciudadanos movilizados reclaman para sí el protagonismo principal de esto que algunos medios (que hasta ayer mimaban a Mubarak) califican de Revolución, pero que sin dudas tiene todas las características de una rebelión pot el hartazgo de un gobierno que siempre estuvo al lado del imperio yanqui y sirvió de felpudo a las políticas sionistas en la zona.
Lo dijimos al comienzo de este levantamiento popular: Mubarak puede irse o quedarse, pero indudablemente Egipto ya no será el mismo, sus jóvenes y sus trabajadores deberán ser la garantía de que ningún Suleimán o Baradhei intente quedarse con el rédito de la sangre derramada, de los cientos de encarcelados, de los torturados por ese Ejército que hoy, como si la gente no tuviera memoria, intenta en autoerigirse en custodio de la voluntad popular.
Recordemos: Omar Suleimán es el hombre que servía de garante a la CIA para las entregas de prisioneros acusados de “terrorismo” y que llegados desde otros confines en aviones de la Agencia norteamericana, iban a engrosar la fila de detenidos “ilegales” en las mazmorras del Guantánamo egipcio.
Suleimán es ahora el funcionario aplicado que no deja de consultar ninguno de sus pasos con sus tutores de Washington y que se mantiene al habla diariamente con el gobierno sionista de Tel Aviv.
Recordemos: este Ejército egipcio que a través de sus altos mandos trata de mostrar un rostro conciliador y que ayer mismo les expresaba a los manifestantes que “comprendía sus razones”, es el mismo que ha asesinado y torturado a miles de ciudadanos que a lo largo del poder de Mubarak se rebelaban contra sus injusticias. Ese Ejército es el que reprimió a sangre y fuego a los palestinos de Gaza que intentaban, desesperados, romper el cerco fronterizo que Mubarak les impuso en combinación con el premier sionista Netaniahu, para asfixiar a los rebeldes de Hamás.
O sea, los “herederos” que ahora continuarán a Mubarak son parte del mismo tinglado que hasta ayer ha gobernado con mano dura y que, ayudados por Obama y sus muchachos, intentarán hacer un recambio ordenado, para preservar que el Canal de Suez siga siendo un paso tutelado por EEUU y que las alianzas internacionales abreven en lo que dicta el Pentágono.
Que esto no ocurra, que las esperanzas de los que en estos días no han abandonado las calles de El Cairo o Alejandría, no sean traicionadas, depende de la fuerza que el pueblo tenga para revertir el actual panorama. Muchas veces se han visto en el mundo movilizaciones como las de Egipto, que con el correr de los días y en el marco de las triquiñuelas orquestadas por los poderosos, han sido derrotadas en las mesas de negociaciones o en las “transiciones” (vaya término que se inventan los de arriba para seguir esclavizando a los de abajo), y de esa manera se vieron frustrados procesos de indudable raiz revolucionaria.
Por ello, la movilización popular es la garantía para evitar cualquier tentación continuista y generar, poco a poco, la organización que, a través de una alianza de todos los sectores de la población (jóvenes, trabajadores, campesinos) puedan gestar un gobierno que les pertenezca. De esa manera, esos cientos de miles que hoy llenan la Plaza Tahrir convertirían sus deseos de cambio en realidad, y se sacudirían de una vez y para siempre los tutelajes pro imperialistas y pro sionistas que desde aquella tristemente célebre Guerra de los 6 Dias, vienen humillando y hambreando al pueblo egpicio.
Mientras se ganan fuerzas para seguir la lucha, no hay que escatimar alegría en el festejo: Mubarak ha caído y con él Israel y EEUU pierden una baza importante en la región. Lo que queda es impedir que la reemplacen con otros monigotes.
Carlos Aznarez, Resumen Latinoamericano.