Una far­sa con cua­tro acto­res- Car­los Taibo

El acuer­do que los sin­di­ca­tos mayo­ri­ta­rios y el Gobierno aca­ban de alcan­zar esta­ba can­ta­do. Sólo los más cie­gos, o los más ilu­sos, con­ser­va­ban la espe­ran­za de que esos sin­di­ca­tos, con su tris­te tra­yec­to­ria de dece­nios, man­tu­vie­sen encen­di­da la lla­ma de la inde­pen­den­cia y de la con­tes­ta­ción. Asu­ma­mos de buen gra­do que al menos las cosas que­dan cla­ras, muy cla­ras, a los ojos de quie­nes han pre­fe­ri­do igno­rar la reali­dad duran­te meses. Si ya habían tira­do por la bor­da cual­quier ilu­sión en lo que hace a la voca­ción pro­gre­sis­ta –qué pala­bra más gas­ta­da– del Gobierno, aho­ra ya saben a qué ate­ner­se en lo que se refie­re a CCOO y UGT. No pare­ce, en fin, que la fan­fa­rria retó­ri­ca que nos aco­sa, con­ve­nien­te­men­te endul­za­da des­de los medios de inco­mu­ni­ca­ción, esté lla­ma­da a enga­ñar a nadie: los acuer­dos ulti­ma­dos res­pon­den pun­ti­llo­sa­men­te a los intere­ses y a las prác­ti­cas empre­sa­ria­les que nos han con­du­ci­do a un esce­na­rio de cri­sis sis­té­mi­ca. Sobran los moti­vos para ade­lan­tar, eso sí, que ante la obs­ce­na reapa­ri­ción de los mis­mos meca­nis­mos que nos han con­du­ci­do a la cri­sis, ven­drán nue­vas refor­mas desreguladoras.
Me intere­sa pres­tar aten­ción en estas líneas a cua­tro ins­tan­cias que han que­da­do mal para­das de resul­tas del acuer­do que hoy nos ocu­pa. La pri­me­ra de ellas no es otra, cla­ro, que los sin­di­ca­tos mayo­ri­ta­rios, al pare­cer más intere­sa­dos en man­te­ner sanea­das sus cuen­tas que en pre­ser­var una cre­di­bi­li­dad que está bajo míni­mos des­de hace mucho. No hay que ir muy lejos para expli­car por qué las cúpu­las diri­gen­tes de CCOO y UGT han aca­ta­do aque­llo que siem­pre han dicho que recha­za­rían. Si, por un lado, esos sin­di­ca­tos son pila­res fun­da­men­ta­les del sis­te­ma real­men­te exis­ten­te –qué poco sabe al res­pec­to, por cier­to, la dere­cha ultra­mon­ta­na – , por el otro su depen­den­cia finan­cie­ra con res­pec­to a las arcas públi­cas ha can­ce­la­do cual­quier hori­zon­te de con­tes­ta­ción y com­ba­te . Hay quien se sen­ti­rá ten­ta­do de agre­gar, con enco­mia­ble inge­nui­dad, que los sin­di­ca­tos han asu­mi­do, pese a todo, un ejer­ci­cio de res­pon­sa­bi­li­dad, no en vano han aca­ba­do por aca­tar lo que no les gus­ta­ba para evi­tar males mayo­res como los que se deri­va­rían de un res­ca­te exte­rior de la eco­no­mía espa­ño­la. Qué curio­sa mane­ra de razo­nar es ésta. Por un lado se esqui­va que quien pro­fie­re la ame­na­za –el Gobierno– es res­pon­sa­ble de una tole­ran­cia sin lími­tes con res­pec­to a intere­ses pri­va­dos que tie­nen en estas horas una cla­ra plas­ma­ción: un for­mi­da­ble retro­ce­so del gas­to social orien­ta­do a hacer fren­te a las secue­las de una espe­cu­la­ción des­bo­ca­da duran­te años. Por el otro se nos da a enten­der, frau­du­len­ta­men­te, que el acuer­do ulti­ma­do no impli­ca, a su mane­ra, lo mis­mo que lo que aca­rrea­rá un pro­gra­ma de res­ca­te de la eco­no­mía espa­ño­la, por aña­di­du­ra en modo alguno des­car­ta­ble. ¿Cuán­to dine­ro se apres­tan a reci­bir, bajo mesa, CCOO y UGT por los ser­vi­cios prestados?
Son muchos los ami­gos que me repro­chan que siga pres­tan­do aten­ción a lo que suce­de en IU cuan­do –dicen– lo mejor sería pasar pági­na. Casi tan­tos como los que, en IU, con­si­de­ran que ten­go una inqui­na pato­ló­gi­ca con­tra su orga­ni­za­ción. Si a estas altu­ras toda­vía me intere­sa lo que suce­de en la coa­li­ción de izquier­das, ello es así por una razón sen­ci­lla y con­fe­sa­ble: creo que en ella hay muchas per­so­nas muy valio­sas que mere­cen otra cosa. A esas per­so­nas debo seña­lar­les lo que en esta hora resul­ta evi­den­te: IU ha que­da­do con el culo al aire. Somos muchos los que avi­sa­mos de que CCOO y UGT eran malos com­pa­ñe­ros de via­je. Hoy el argu­men­to sale mani­fies­ta­men­te for­ta­le­ci­do, y no pue­den pro­du­cir sino estu­por los inten­tos de la direc­ción de IU en el sen­ti­do de excul­par de lo ocu­rri­do a esos dos sin­di­ca­tos. En un esce­na­rio en el que los cam­bios, apa­ren­te­men­te radi­ca­les, regis­tra­dos en la coa­li­ción en los últi­mos años anun­cia­ban algo nue­vo, no cabe sino cer­ti­fi­car la quie­bra téc­ni­ca de un pro­yec­to paté­ti­co: el enca­mi­na­do a mode­rar el dis­cur­so pro­pio con la vis­ta pues­ta en atraer, des­de pers­pec­ti­vas estric­ta­men­te social­de­mó­cra­tas y vía una escue­ta defen­sa de nues­tro mal­tre­cho Esta­do del bien­es­tar, a seg­men­tos impor­tan­tes del elec­to­ra­do socia­lis­ta con el res­pal­do más o menos obvio de CCOO y UGT (en la jer­ga de Izquier­da Uni­da siguen pre­sen­tán­do­se, inopi­na­da­men­te, como “los sin­di­ca­tos de cla­se“). Hace unas sema­nas escu­ché cómo una diri­gen­te de IU seña­la­ba que el acce­so de Fer­nán­dez Toxo a la direc­ción de CCOO era un pro­ce­so para­le­lo al repre­sen­ta­do por la irrup­ción de Lara en la de Izquier­da Uni­da. La fra­se tie­ne hoy un sig­ni­fi­ca­do bien dis­tin­to de aquel que invo­ca­ba quien la enun­cia­ba… ¿Para cuán­do la rebe­lión de una mili­tan­cia de base que con cer­te­za ha vis­to con estu­por cómo IU no con­vo­ca­ba las mani­fes­ta­cio­nes de los últi­mos días con­tra el pen­sio­na­zo, por enten­der que aca­rrea­ban crí­ti­cas a CCOO y UGT, y en estas horas se ve en la obli­ga­ción de dar mar­cha atrás para de mirar de reo­jo a quie­nes con­tem­plá­ba­mos ató­ni­tos la futi­li­dad del empe­ño de una direc­ción que en los hechos, y si la razón más ele­men­tal se impo­ne, se ha autoinmolado?
Tam­po­co está en sus mejo­res horas la plé­ya­de de “eco­no­mis­tas anti­neo­li­be­ra­les” –qué curio­so len­gua­je éste, tan sagaz como encu­bri­dor– que han defen­di­do pro­yec­tos dife­ren­tes de los ava­la­dos por nues­tros gober­nan­tes. No se tra­ta de dis­cu­tir la hon­ra­dez ni el talen­to de estas gen­tes. Se tra­ta de pre­gun­tar­se, eso sí, si no harían bien en vol­car una y otro en pro­ve­cho de cau­sas más jus­tas. Inca­pa­ces de trans­cen­der los con­cep­tos míti­cos que nacen de su dis­ci­pli­na –y entre ellos, en lugar sin­gu­lar, el cre­ci­mien­to y la pro­duc­ti­vi­dad – , su res­pe­ta­bi­lí­si­ma defen­sa de los Esta­dos del bien­es­tar no pare­ce tomar nota en gra­do alguno de una cri­sis eco­ló­gi­ca que des­pun­ta por todas par­tes y que –me temo– sitúa en el vacío bue­na par­te de sus refle­xio­nes. No es eso, sin embar­go, lo que hoy hace que estos ami­gos se encuen­tren en situa­ción deli­ca­da, sino su gene­ral res­pal­do de los últi­mos meses –algu­na excep­ción hay, por for­tu­na– a las cúpu­las de CCOO y UGT, común­men­te acom­pa­ña­da de sesu­das des­ca­li­fi­ca­cio­nes de quie­nes, qué menos, invi­ta­ban a la cau­te­la. Com­pues­tos y sin novia.
Vaya mi últi­mo comen­ta­rio para dejar cons­tan­cia de un inte­rés per­so­nal: el de obser­var cómo algún que otro medio pro­gre­sis­ta va a lidiar con los esco­llos que ha colo­ca­do delan­te de sí mis­mo. Estoy pen­san­do, en sin­gu­lar, en el dia­rio Públi­co, que de siem­pre ha igno­ra­do que exis­tían otras fuer­zas sin­di­ca­les, y otros dis­cur­sos, al mar­gen de CCOO y de UGT (“los sin­di­ca­tos”, en la jer­ga uti­li­za­da por ese perió­di­co). Aho­ra que las crí­ti­cas ver­ti­das por esos medios con­tra algu­nos ele­men­tos de los pla­nes eco­nó­mi­cos del Gobierno, siem­pre muy pon­de­ra­das, ya no cuen­tan con el civi­li­za­do aval de los sin­di­ca­tos mayo­ri­ta­rios, ¿se abre en esos cir­cui­tos algún hori­zon­te que no sea la loa uná­ni­me de la bon­dad de nues­tros gobernantes?

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