De uni­la­te­ra­li­da­des- Jon Odriozola

De las varias opi­nio­nes que GARA ha reca­ba­do a per­so­nas rele­van­tes por sus ofi­cios, rela­ti­vas al «pro­ce­so», me que­do con la de Car­los Garai­koetxea. El ex lehen­da­ka­ri nava­rro recal­ca y aplau­de la deci­sión «uni­la­te­ral» adop­ta­da por la direc­ción de Bata­su­na de agru­par fuer­zas en sen­ti­do sobe­ra­nis­ta sin, que se sepa, con­tra­pres­ta­cio­nes, como si el Esta­do espa­ñol no exis­tie­ra. Garai­koetxea, un bur­gués inte­li­gen­te, ve como algo posi­ti­vo esta pos­tu­ra. Le pare­ce audaz. Es posi­ble. El tiem­po juz­ga­rá. Sin embar­go, a mí, un nada­dor con­tra­co­rrien­te, un pirró­ni­co, me inquie­ta no poco esa decla­ra­da volun­tad «uni­la­te­ral». Si con­ve­ni­mos en que exis­te eso que se ha dado en lla­mar «con­flic­to vas­co», pues nun­ca lo habría si le deja­ran ejer­cer al pue­blo vas­co el inalie­na­ble y muy demo­crá­ti­co dere­cho a la auto­de­ter­mi­na­ción, pie­dra de toque de quien se recla­me demó­cra­ta que no sea de paco­ti­lla o un char­la­tán. La cues­tión es que jamás ‑y yo soy independentista‑, sal­vo en tiem­pos de gue­rra don­de hay ven­ce­do­res y ven­ci­dos, se ha resuel­to un pro­ble­ma polí­ti­co uni­la­te­ral­men­te. No exis­te lo uni­la­te­ral. Todo es bila­te­ral o mul­ti­la­te­ral, mal­grè lui. Pura dia­léc­ti­ca de uni­dad y lucha de los con­tra­rios. Y en ese fra­gor, en la lucha de cla­ses, que en Eus­kal Herria se carac­te­ri­za por prio­ri­zar la libe­ra­ción nacio­nal, no hay que enga­ñar­se, los que hoy son ven­ci­dos maña­na serán ven­ce­do­res (éti­ca­men­te ya lo son). Y no la fal­sa paz y menos la «paci­fi­ca­ción» o «nor­ma­li­za­ción». El ya olvi­da­do «Plan Iba­rretxe» tam­bién era «uni­la­te­ral» y fue nin­gu­nea­do por el fas­cis­mo espa­ñol a la fuer­za, inclu­so sabo­tea­do por la bur­gue­sía vas­ca com­pra­do­ra y ven­de­pa­trias o su «alma» más espa­ño­lis­ta den­tro del PNV.

Insis­to: nada es uni­la­te­ral ni pue­de ser­lo. En sis­te­mas con­trac­tua­lis­tas y rous­so­nia­nos, como son los occi­den­ta­les, don­de pre­va­le­cen los pac­tos entre las diver­sas fac­cio­nes de la bur­gue­sía con el fin últi­mo de sofo­car y evi­tar revo­lu­cio­nes obre­ras, no que­da otra que nego­ciar con, vale decir, el enemi­go. Y ello, en la dia­léc­ti­ca «ami­go-enemi­go», si no se le pue­de derro­tar y menos hacer «entrar en razón». La uni­la­te­ra­li­dad ten­dría sen­ti­do siem­pre y cuan­do el «otro» se vea cons­tre­ñi­do a modi­fi­car su con­duc­ta y, sobre todo, en qué direc­ción. Es aquí don­de los hechos son amo­res y no las bue­nas razo­nes. Se dice que se tra­ta de «hacer polí­ti­ca» ‑como si lo ante­rior hubie­se sido tiem­po per­di­do- por vías «pací­fi­cas y demo­crá­ti­cas». ¿Quién, que no sea un demó­cra­ta, no sus­cri­bi­ría esto? Yo sí, des­de lue­go. Pero no depen­de de mí, sino tam­bién del «otro». Y en fun­ción de su obs­ti­na­ción, habrá mayor o menor resis­ten­cia. Al Esta­do espa­ñol no le impor­ta tan­to ETA como su pro­yec­to polí­ti­co inde­pen­den­tis­ta y, por exten­sión, de la Izquier­da Aber­tza­le: quie­re derro­tar­lo. El Esta­do sabe muy bien quié­nes son sus enemi­gos por­que entien­de de bila­te­ra­li­da­des. Es cons­cien­te de su rui­na moral y polí­ti­ca como tam­bién lo es de su fuer­za, la «razón de esta­do», como le lla­man aho­ra melio­ra­ti­va­men­te al fas­cis­mo. Yo podría pre­gun­tar: ¿decla­ra­rá el Esta­do espa­ñol un alto el fue­go per­ma­nen­te y veri­fi­ca­ble con­tra este pue­blo? ¿Deja­rá de dete­ner ‑ya se ve que no- a los jóve­nes vas­cos y tor­tu­rar­los? ¿Lo hará unilateralmente?

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