Los aficionados al fútbol saben que en los últimos 25 años el número de selecciones nacionales que disputan competiciones oficiales en Europa ha crecido considerablemente. Conocen también que muchos de esos partidos clasificatorios para la Eurocopa o el Mundial se juegan en campos infinitamente más pequeños que San Mamés. Y que muchos no se llenan. Además, son conscientes de que en los últimos años en la geografía estatal se han multiplicado las convocatorias de partidos navideños de «selecciones autonómicas» desangelados y con las gradas vacías, entre ellos el experimento de la selección navarra lanzado por el Gobierno de UPN y enterrado a las primeras de cambio dada la falta de calor popular. En Catalunya, con tres campeones del mundo en el once inicial de la selección, también han admitido dificultades para lograr una entrada importante en el partido de anteayer contra Honduras, aunque al final se logró reunir a 28.000 espectadores en Montjuic.
Todos estos datos permiten poner en su dimensión exacta el llenazo de anoche en San Mamés. Las casi 40.000 entradas agotadas a las primeras de cambio, y ante un rival con poco tirón futbolístico como Venezuela, constituyen un fenómeno de nivel mundial. Son un golazo por la escuadra en la portería de las actuales legislaciones que impiden a la selección vasca competir oficialmente con el resto de las naciones.
Evidentemente, una asistencia así no se puede explicar únicamente desde un fenómeno de afición al deporte del fútbol, y menos en un país que ya está satisfecho a ese nivel porque cuenta con tres equipos que compiten cada domingo en la mejor liga del mundo. En San Mamés hubo hinchas de este deporte, pero junto a ellos miles de personas que muy pocas veces pisan un estadio de fútbol pero que se identifican con lo que representa la camiseta verde y saben que la oficialidad es un derecho que merece la pena apoyar.
Euskal Herria merece tener una selección porque es una nación, con su historia y su lengua. Pero también porque tiene más que una afición detrás: tiene toda una sociedad. Ése es precisamente su mejor jugador.