“No renun­cio a la idea del comu­nis­mo” – Alain Badiou

La figu­ra esbel­ta, la fir­me­za juve­nil de la voz y el apre­tón de manos sóli­do ‑poco común en Fran­cia- intro­du­cen al per­so­na­je real de Alain Badiou. Este filó­so­fo ori­gi­nal es el pen­sa­dor fran­cés más cono­ci­do fue­ra de las fron­te­ras de su país. Su obra, exten­sa y sin con­ce­sio­nes, abar­ca una crí­ti­ca férrea a lo que Alain Badiou lla­ma “el mate­ria­lis­mo demo­crá­ti­co”, es decir, un sis­te­ma humano don­de todo tie­ne un valor mer­can­til. Badiou no ha renun­cia­do nun­ca a defen­der un con­cep­to al que muchos creen que­ma­do por la his­to­ria: el comunismo.

En su plu­ma, Badiou habla más bien de “la idea comu­nis­ta” o de la “hipó­te­sis comu­nis­ta” antes que del sis­te­ma comu­nis­ta en sí. Según el filó­so­fo fran­cés, todo lo que esta­ba en la idea comu­nis­ta, su visión igua­li­ta­ria del ser humano y de la socie­dad, mere­ce ser res­ca­ta­do. La idea comu­nis­ta “aún está, his­tó­ri­ca­men­te, en sus ini­cios”, dice Badiou.
El hori­zon­te de su filo­so­fía es poli­fó­ni­co: sus com­po­nen­tes no son la expo­si­ción de un sis­te­ma cerra­do sino un sis­te­ma meta­fí­si­co exi­gen­te que inclu­ye las teo­rías mate­má­ti­cas moder­nas ‑Gödel- y cua­tro dimen­sio­nes de la exis­ten­cia: el amor, el arte, la polí­ti­ca y la cien­cia. Pen­sa­dor crí­ti­co de la moder­ni­dad numé­ri­ca, Badiou ha defi­ni­do los pro­ce­sos polí­ti­cos actua­les como una “gue­rra de las demo­cra­cias con­tra los pobres”. El filó­so­fo fran­cés es un excel­so teó­ri­co de los pro­ce­sos de rup­tu­ra y no un mero pan­fle­tis­ta. Badiou con­vo­ca con méto­do a repen­sar el mun­do, a rede­fi­nir el papel del Esta­do, tra­za los lími­tes de la “per­fec­ción demo­crá­ti­ca”, rein­ter­pre­ta la idea de Repú­bli­ca, reac­tua­li­za las for­mas posi­bles y no acep­ta­das de opo­si­ción y pone en el cen­tro de la evo­lu­ción social la rele­gi­ti­mi­za­ción de las luchas sociales.
Alain Badiou pro­po­ne un prin­ci­pio de acción sin el cual, sugie­re, nin­gu­na vida tie­ne sen­ti­do: la idea. Sin ella toda exis­ten­cia es vacío. A sus más de 70 años, Badiou intro­du­jo en su refle­xión el tema del amor en un libro bri­llan­te y con­mo­ve­dor que aca­ba de salir en Fran­cia y en el cual el autor de El ser y el acon­te­ci­mien­to defi­ne al amor como una cate­go­ría de la ver­dad y al sen­ti­mien­to amo­ro­so como el pac­to más ele­va­do que los indi­vi­duos pue­dan plas­mar para vivir.

La “idea” y el “mate­ria­lis­mo democrático”

-Usted defien­de un prin­ci­pio bási­co de nues­tra ins­crip­ción en la exis­ten­cia, del cual se des­pren­den tam­bién nues­tros com­pro­mi­sos polí­ti­cos: una vida sin ideas no es una vida.
‑La ver­da­de­ra pre­gun­ta de la filo­so­fía con­sis­te en saber qué es una vida ver­da­de­ra, qué es vivir, qué es el des­tino. Pero la filo­so­fía debe apor­tar res­pues­tas míni­mas a estas pre­gun­tas. Mi res­pues­ta, que es a la vez una hipó­te­sis y una con­clu­sión, es que la ver­da­de­ra vida es una vía que acep­ta estar bajo el signo de la idea. Dicho de otra mane­ra, una vida que acep­ta ser otra cosa que una vida ani­mal. En todas las situa­cio­nes siem­pre per­sis­te la volun­tad de que­rer algo y esa volun­tad sólo tie­ne sen­ti­do en rela­ción con una volun­tad de transformación.

-¿Cómo se ins­cri­be esa idea de la idea en ple­na dic­ta­du­ra de lo que usted lla­ma “el mate­ria­lis­mo demo­crá­ti­co”? En suma, ¿cómo exis­tir, con qué idea, en un mun­do don­de todo tie­ne for­ma de producto?
‑Ese es el prin­ci­pal pro­ble­ma de la vida con­tem­po­rá­nea. Se ha esta­ble­ci­do un régi­men de exis­ten­cia en el cual todo debe ser trans­for­ma­do en pro­duc­to, en mer­ca­de­ría, inclui­dos los tex­tos, las ideas, los pen­sa­mien­tos. Marx lo había anti­ci­pa­do muy bien: todo es medi­ble según su valor mone­ta­rio. ¿Qué es enton­ces una vida bajo el signo de la idea en un mun­do como éste? Hace fal­ta una dis­tan­cia con la cir­cu­la­ción gene­ral. Pero esa dis­tan­cia no pue­de ser crea­da sólo con la volun­tad, hace fal­ta que algo nos ocu­rra, un acon­te­ci­mien­to que nos lle­ve a tomar posi­ción fren­te a lo que pasó. Pue­de ser un amor, un levan­ta­mien­to polí­ti­co, una decep­ción, en fin, muchas cosas. Allí se pone en jue­go la volun­tad para crear un mun­do nue­vo que no esta­rá a la orden del mun­do tal como es, con su ley de cir­cu­la­ción mer­can­til, sino por un ele­men­to nue­vo de mi experiencia.

La “idea comunista”

-Usted es uno de los pocos pen­sa­do­res que aún defien­den eso que usted lla­ma “la idea comu­nis­ta”. Usted pone al comu­nis­mo como una ilu­sión actual.
‑Sé muy bien que algu­nas empre­sas que se rei­vin­di­ca­ron comu­nis­tas fra­ca­sa­ron por­que no logra­ron crear el mun­do nue­vo que pre­ten­dían y ter­mi­na­ron pro­vo­can­do daños con­si­de­ra­bles y situa­cio­nes terri­bles. Tene­mos dos opcio­nes: o deci­mos que esa hipó­te­sis comu­nis­ta de un mun­do que no esta­ría regu­la­do por la mer­ca­de­ría, el pro­duc­to, no pue­de ser rea­li­za­da, enton­ces nos resig­na­mos al mun­do tal como es; o man­te­ne­mos la hipó­te­sis comu­nis­ta. Si la man­te­ne­mos tam­bién hay que con­ser­var la pala­bra. Si de la expe­rien­cia his­tó­ri­ca saca­mos la con­clu­sión de que hay que aban­do­nar la pala­bra, eso sería un retro­ce­so no nece­sa­rio. Pode­mos hacer nues­tro pro­pio balan­ce de lo que ocu­rrió en el siglo XX a par­tir de la posi­bi­li­dad de rede­fi­nir qué es el comu­nis­mo como por­ve­nir posi­ble. Esa es mi elec­ción. Sé que se tra­ta de un tra­ba­jo lar­go, que requie­re mucha refle­xión y que será más mun­dial que antes. La pri­me­ra bata­lla con­sis­te en man­te­ner la fuer­za y el sig­ni­fi­ca­do de esa palabra.

-¿Qué se pue­de recu­pe­rar, qué se pue­de vol­ver a leer, de lo que fue con todo un nau­fra­gio real en la prác­ti­ca del comu­nis­mo? ¿Qué men­sa­je hay aún en la idea comunista?
‑Creo que pode­mos vol­ver a lo que el comu­nis­mo que­ría decir no sólo para Marx sino para muchos revo­lu­cio­na­rios del siglo XIX. Para ellos, el comu­nis­mo tenía un sen­ti­do común que era la idea de una socie­dad extraí­da del prin­ci­pio del inte­rés, es decir, una socie­dad que no está gober­na­da por el hecho de que un hom­bre per­si­gue su inte­rés sino por la idea de la aso­cia­ción de los hom­bres. Es esa aso­cia­ción la que defi­ne los pro­yec­tos o las metas colec­ti­vas. En el siglo XX esa idea se con­vir­tió en la de un Esta­do todo­po­de­ro­so que resuel­ve todos los pro­ble­mas plan­tea­dos a la socie­dad. Entre la defi­ni­ción del siglo XIX y la del XX hay una enor­me distancia.

-¿Qué ocu­rrió entre las dos?
‑La obse­sión del poder. Las orga­ni­za­cio­nes obre­ras, mili­tan­tes, revo­lu­cio­na­rias, que habían sido aplas­ta­das varias veces en el siglo XIX, se obse­sio­na­ron con la idea del poder y la pre­gun­ta “¿cómo ven­cer?”. Hubo dos alter­na­ti­vas a esa con­vic­ción: están los que se unie­ron a la demo­cra­cia par­la­men­ta­ria ordi­na­ria con la idea de ven­cer hacién­do­se ele­gir. Pero cla­ro, fue­ron elec­tos y no cam­bia­ron nada, el mun­do siguió sien­do el mis­mo. Del otro lado, están quie­nes se lan­za­ron en la orga­ni­za­ción de la suble­va­ción arma­da. Pero, lamen­ta­ble­men­te, lo hicie­ron median­te la mili­ta­ri­za­ción vio­len­ta de la acción polí­ti­ca que des­em­bo­có en Esta­dos mili­ta­ri­za­dos que resol­vían los pro­ble­mas con la vio­len­cia. Hemos lle­ga­do de algu­na mane­ra a un final por­que ni la hipó­te­sis de la vía pací­fi­ca y elec­to­ral, ni la hipó­te­sis de un apa­ra­to estric­ta­men­te mili­tar encar­ga­do de resol­ver los pro­ble­mas polí­ti­cos con­du­je­ron al comu­nis­mo según el sen­ti­do ori­gi­nal del tér­mino. Y el pro­ble­ma de la acción polí­ti­ca actual es total­men­te oscu­ro. Asis­ti­mos a una mun­dia­li­za­ción capi­ta­lis­ta sin freno y, en ella, las fuer­zas polí­ti­cas dan mues­tras de más debi­li­dad que de fuerza.

La impu­ni­dad y la violencia

-Sea cual fue­re la situa­ción mun­dial en la que nos encon­tre­mos, en Afri­ca, en Medio Orien­te, en Asia, en Amé­ri­ca lati­na o en las demo­cra­cias occi­den­ta­les, nos enfren­ta­mos a la mis­ma indo­len­cia, al mis­mo sal­va­jis­mo, a la mis­ma impu­ni­dad, a la mis­ma asi­me­tría por par­te de los pode­res, la mis­ma violencia.
‑Estoy pro­fun­da­men­te con­ven­ci­do de que la for­ma en que la socie­dad está orga­ni­za­da a esca­la pla­ne­ta­ria alien­ta y crea lla­ma­dos a la vio­len­cia. La razón prin­ci­pal radi­ca en que, para el sis­te­ma, la reali­dad huma­na es la com­pe­ten­cia. La idea de Hob­bes según la cual el hom­bre es un lobo para el hom­bre cons­ti­tu­ye la con­vic­ción pro­fun­da de nues­tra socie­dad. Por esa razón gene­ra vio­len­cia cons­tan­te: la socie­dad da el dere­cho gene­ral para que, en su pro­pio inte­rés, se piso­tee a los demás. La pren­sa más ordi­na­ria hace el elo­gio de esa vio­len­cia. Los dia­rios hablan de cómo tal ban­co aplas­tó al otro, de cómo la gen­te fue expul­sa­da, etc., etc. Eso, dicen, es la vida, la com­pe­ten­cia. Pero hay que pagar el pre­cio. Mien­tras no enun­cie­mos que las socie­da­des deben cons­truir­se en base a la aso­cia­ción y no a la com­pe­ten­cia per­ma­ne­ce­re­mos en el ele­men­to pri­mor­dial de la vio­len­cia. No digo que la vio­len­cia va a des­apa­re­cer. La socie­dad alien­ta sis­te­má­ti­ca­men­te la vio­len­cia y lue­go se ve obli­ga­da a com­ba­tir­la con una repre­sión terri­ble. Como la vio­len­cia está cons­tan­te­men­te inci­ta­da, hace fal­ta un apa­ra­to poli­cial para con­tro­lar­la. El resul­ta­do es que ter­mi­na­mos agre­gán­do­le a la vio­len­cia social la vio­len­cia del Esta­do. Debe­mos cam­biar los pila­res de la exis­ten­cia colec­ti­va. Pero el ser humano es capaz de otra cosa que toda esa vio­len­cia: es capaz de entre­ga, de amor. Tie­ne una doble capa­ci­dad. Pue­de ser un ani­mal de com­pe­ten­cia pero tam­bién un ani­mal altruis­ta, intere­sa­do en la acción colec­ti­va, capaz de encar­nar idea­les, pue­de ser un ena­mo­ra­do o un cien­tí­fi­co desin­te­re­sa­do. Saber qué aspec­to del ser humano alen­ta­mos es una deci­sión fundamental.

-En el seno de los sis­te­mas polí­ti­cos occi­den­ta­les hay algo que se degra­dó pro­fun­da­men­te en el últi­mo cuar­to de siglo. Esa evo­lu­ción drás­ti­ca está per­fec­ta­men­te retra­ta­da en dos libros suyos: El Pri­mer Mani­fies­to por la filo­so­fía, de los años ‘80, y el Segun­do Mani­fies­to, publi­ca­do el año pasado.
‑El Pri­mer Mani­fies­to reco­ge las últi­mas espe­ran­zas del mun­do de antes. Pero en los últi­mos vein­te años hubo cosas esen­cia­les que cam­bia­ron, entre ellas, la hege­mo­nía del capi­ta­lis­mo libe­ral com­pe­ti­ti­vo y vio­len­to. Inter­vino tam­bién otra cosa: una suer­te de cla­ra com­pli­ci­dad con ese sis­te­ma por par­te de los inte­lec­tua­les, inclui­dos los fran­ce­ses. Ha sido una for­ma de decir que no se pue­de hacer ni espe­rar otra cosa, que el mun­do natu­ral es así. Esto se ace­le­ró con la des­apa­ri­ción de la Unión Sovié­ti­ca y de los Esta­dos Socia­lis­tas. En mi opi­nión éstos ya se habían muer­to des­de hacía mucho. Su expe­rien­cia ya no tenía más fuer­za, ya no pro­po­nía nada nue­vo a la huma­ni­dad. Lo cier­to es que la des­apa­ri­ción com­ple­ta de todo eso fue vivi­da por el capi­ta­lis­mo libe­ral como una vic­to­ria que le abría el espa­cio del mun­do ente­ro para des­ple­gar­se. Las for­mas de vio­len­cia y de com­pli­ci­dad inte­lec­tual con esa vio­len­cia se desa­rro­lla­ron mucho. Creo que esto se ini­ció a fina­les de los años ‘70. La nue­va figu­ra fun­da­men­tal es que la opi­nión, en vez de estar drás­ti­ca­men­te divi­di­da, es masi­va­men­te con­sen­sual. Este resul­ta­do cam­bia el hori­zon­te, la pers­pec­ti­va, de un filó­so­fo. El filó­so­fo es aquel que siem­pre lucha con­tra las opi­nio­nes domi­nan­tes, es decir, las opi­nio­nes del poder. Hoy el com­ba­te es mucho más com­ple­jo y sin­gu­lar que el de los años ‘60. En esos años los filó­so­fos crí­ti­cos y com­pro­me­ti­dos polí­ti­ca­men­te domi­na­ban el esce­na­rio inte­lec­tual. Eso se dio vuel­ta. Hoy son los perros guar­dia­nes de quie­nes man­dan. Hemos esta­do, con los años Bush, en una com­bi­na­ción extra­or­di­na­ria de vio­len­cia y de men­ti­ras. En el fon­do, los occi­den­ta­les, la pobla­ción inclui­da, fue­ron cul­pa­bles por­que acep­ta­ron todo eso. Hay que salir de todo esto. La huma­ni­dad no podrá con­ti­nuar en este camino, si no irá hacia su eli­mi­na­ción. Se tra­ta de recons­truir una visión del mun­do y de la acción ale­ja­da de este horror.

La ilu­sión tecnológica

-La tec­no­lo­gía for­ma par­te tam­bién de esta socie­dad, de esta vio­len­cia. Las nue­vas tec­no­lo­gías ins­tau­ra­ron una suer­te de ilu­sión igua­li­ta­ria, que es muy moles­ta, que pare­ce decir en fili­gra­na: pues­to que esta­mos conec­ta­dos, todos somos igua­les. Aho­ra bien, no hay nada más vir­tual que esa igual­dad. La reali­dad está pre­sen­te, las dife­ren­cia­cio­nes son paten­tes, el pen­sa­mien­to tec­no­ló­gi­co con­ta­mi­nó el pen­sa­mien­to humano.
‑La tec­no­lo­gía es la rea­li­za­ción de una ideo­lo­gía que exis­tía antes. Creo que es la ideo­lo­gía la que crea la tec­no­lo­gía, y no al revés. Esta fal­sa con­cep­ción de la igual­dad es muy anti­gua. La des­igual­dad actual con­si­de­ra de for­ma abs­trac­ta que los dife­ren­tes indi­vi­duos son igua­les. Se pre­ten­de creer que los indi­vi­duos tie­nen a su alcan­ce el mis­mo sis­te­ma de posi­bi­li­da­des. La gen­te no tie­ne la mis­ma reali­dad, pero se argu­men­ta que cuen­ta con las mis­mas posi­bi­li­da­des. Es la mito­lo­gía con la cual se decía que en Esta­dos Uni­dos el ven­de­dor de dia­rios pue­de con­ver­tir­se en millo­na­rio y, por con­si­guien­te, es igual a cual­quier millo­na­rio. Con ese argu­men­to, la úni­ca dife­ren­cia radi­ca en que uno reali­zó la posi­bi­li­dad de ser millo­na­rio y el otro no. Hay enton­ces una con­cep­ción tra­di­cio­nal y falaz de la igual­dad pro­pia al mun­do bur­gués y com­pe­ti­ti­vo. ¡Todos pode­mos com­pe­tir! Esa es la igual­dad com­pe­ti­ti­va. Pero pien­so que la tec­no­lo­gía de Inter­net y la cone­xión uni­ver­sal son la rea­li­za­ción mate­rial y tec­no­ló­gi­ca de esa ilu­sión igua­li­ta­ria. Esa ilu­sión está muy liga­da al mate­ria­lis­mo demo­crá­ti­co por­que inclu­ye la idea de que todas las opi­nio­nes valen y son igua­les. ¡Esta­mos conec­ta­dos y lo que yo digo vale tan­to como lo que dice otro! Con tal de que las cosas cir­cu­len, tie­nen valor. Eso es fal­so. Lo real sigue sien­do vio­len­ta­men­te des­igual, com­pe­ti­ti­vo, bru­tal, indo­len­te. No bas­ta con tener una máqui­na en la que poda­mos decir lo que pen­sa­mos para acce­der a la igual­dad. En reali­dad, cuan­to más se expan­de ese tipo de igual­dad ilu­so­ria, menos poder tie­ne la gen­te. Obser­ve la cri­sis que vivi­mos: está­ba­mos todos conec­ta­dos y de pron­to irrum­pió la reali­dad para decir­nos: ¡Aten­ción, de pron­to todo se pue­de derrum­bar! La cri­sis vino a recor­dar que esta suer­te de eufo­ria igua­li­ta­ria en la cual está­ba­mos era arti­fi­cial. En el mun­do com­pe­ti­ti­vo la igual­dad es siem­pre arti­fi­cial. Y esa igual­dad arti­fi­cial pue­de ser una igual­dad tec­no­ló­gi­ca jus­ta­men­te por­que la tec­no­lo­gía es un artificio.

La rein­ven­ción del amor

-Usted es uno de los pocos filó­so­fos con­tem­po­rá­neos que ha intro­du­ci­do en su refle­xión algo úni­co, es decir, el amor. Usted repi­te a menu­do que es pre­ci­so rein­ven­tar el amor. ¿Cómo se hace eso?
‑El amor es un ges­to muy fuer­te por­que sig­ni­fi­ca que hay que acep­tar que la exis­ten­cia de otra per­so­na se con­vier­ta en nues­tra preo­cu­pa­ción. Mi idea sobre la rein­ven­ción del amor quie­re decir lo siguien­te: pues­to que el amor se refie­re a esa par­te de la huma­ni­dad que no está entre­ga­da a la com­pe­ten­cia, al sal­va­jis­mo; pues­to que, en su inti­mi­dad más pode­ro­sa, el amor exi­ge una suer­te de con­fian­za abso­lu­ta en el otro; pues­to que vamos a acep­tar que ese otro esté total­men­te pre­sen­te en nues­tra pro­pia vida, que nues­tra vida esté liga­da de mane­ra inter­na a ese otro, pues bien, ya que todo esto es posi­ble ello nos prue­ba que no es ver­dad que la com­pe­ti­ti­vi­dad, el odio, la vio­len­cia, la riva­li­dad y la sepa­ra­ción sean la ley del mun­do. El amor está ame­na­za­do por la socie­dad con­tem­po­rá­nea. Esa socie­dad bien qui­sie­ra sus­ti­tuir el amor por una suer­te de régi­men comer­cial de pura satis­fac­ción sexual, eró­ti­ca, etc. Enton­ces, el amor debe ser rein­ven­ta­do para defen­der­lo. El amor debe reafir­mar su valor de rup­tu­ra, su valor de casi locu­ra, su valor revo­lu­cio­na­rio como nun­ca lo hizo antes. No hay que dejar que el amor sea domes­ti­ca­do por la socie­dad actual ‑que siem­pre bus­ca domes­ti­car­lo-. En otros tiem­pos, las socie­da­des cle­ri­ca­les y tra­di­cio­na­les bus­ca­ron domes­ti­car­lo por el matri­mo­nio y la fami­lia. Hoy se bus­ca domes­ti­car al amor con una mez­cla de por­no­gra­fía libre y de con­tra­to finan­cie­ro. Pero debe­mos pre­ser­var la poten­cia sub­ver­si­va del amor y apar­tar­lo de esas ame­na­zas. Y ello es exten­si­vo a otras cosas: el arte debe tam­bién apar­tar­se de la poten­cia del mer­ca­do, la cien­cia igual­men­te. Allí don­de hay un pen­sa­mien­to humano acti­vo y desin­te­re­sa­do hay un com­ba­te para libe­rar­lo de los intereses.

-Usted tam­bién dice que el amor es un pro­ce­so de verdad.
‑El amor saca a la luz lo que es una dife­ren­cia. En el amor acep­ta­mos poner­nos de a dos para explo­rar no ya lo que creían los román­ti­cos, es decir, la fusión, sino lo que es acep­tar la dife­ren­cia del otro, acep­tar­la apa­sio­na­da­men­te. El amor es todo lo con­tra­rio del indi­vi­dua­lis­mo que nos pro­po­nen. Se nos pro­po­ne una sobe­ra­nía del indi­vi­duo, pero en reali­dad el indi­vi­duo sólo es sobe­rano de sus pro­pios intere­ses. En cuan­to hace­mos algo intere­san­te deja­mos de ser sobe­ra­nos. Si rea­li­za­mos una demos­tra­ción mate­má­ti­ca los otros mate­má­ti­cos ven­drán a veri­fi­car que es cier­ta, depen­de­mos de ellos. En el amor ocu­rre lo mis­mo. La sobe­ra­nía es com­par­ti­da con la pre­sen­cia del otro. La idea de la sobe­ra­nía indi­vi­dual es pobre por­que exclu­ye las acti­vi­da­des intere­san­tes de la vida huma­na. El indi­vi­duo se vuel­ve crea­dor cuan­do acep­ta dejar de ser soberano.

-¿Qué le que­da a una pare­ja ena­mo­ra­da en un mun­do como éste? ¿La revuel­ta, la músi­ca, la poe­sía, el sexo, la indi­fe­ren­cia, la vio­len­cia, la sabi­du­ría? ¿Cuá­les son los ejes de una eman­ci­pa­ción posi­ti­va fren­te a esta máqui­na infer­nal que es el mundo?
‑En la situa­ción de cri­sis y de des­orien­ta­ción actual lo más impor­tan­te es guar­dar las manos sobre el timón de la expe­rien­cia que esta­mos lle­van­do a cabo, sea en el amor, en el arte, en la orga­ni­za­ción colec­ti­va, en el com­ba­te polí­ti­co. Hoy, lo más impor­tan­te es la fide­li­dad: en un pun­to, aun­que sea en uno solo, hay que tra­tar de no ceder. Y para no ceder debe­mos ser fie­les a lo que pasó, al acon­te­ci­mien­to. En el amor hay que ser fiel al encuen­tro con el otro por­que vamos a crear un mun­do a par­tir de ese encuen­tro. Cla­ro, el mun­do ejer­ce una pre­sión con­tra­ria y nos dice “cui­da­do, defién­da­se, no se deje abu­sar por el otro”. Con eso se nos está dicien­do “vuel­van al comer­cio ordi­na­rio”. Enton­ces, como esa pre­sión es muy fuer­te, el hecho de man­te­ner el timón hacia el rum­bo, de man­te­ner vivo un ele­men­to de excep­ción, es ya extra­or­di­na­rio. Hay que pelear por con­ser­var lo excep­cio­nal que nos ocu­rre. Des­pués vere­mos. De esa for­ma sal­va­re­mos la idea y sabre­mos qué es exac­ta­men­te la feli­ci­dad. No soy un asce­ta. No estoy por el sacri­fi­cio. Estoy con­ven­ci­do de que si logra­mos orga­ni­zar una reu­nión con obre­ros y pone­mos en mar­cha una diná­mi­ca, si pode­mos supe­rar una difi­cul­tad en el amor y nos reen­con­tra­mos con la per­so­na que ama­mos, si hace­mos un des­cu­bri­mien­to cien­tí­fi­co, ahí empe­za­mos a com­pren­der qué es la feli­ci­dad. La feli­ci­dad es una idea fundamental.

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