El debate sobre la violencia: enseñar al oprimido a combatir la opresión
Ramzy Baroud
En una ocasión, una activista estadounidense me obsequió con un libro de su autoría con relatos sobre sus experiencias en Palestina, una obra de gran contenido visual que documenta su viaje a la Cisjordania ocupada, plagada de puestos de control, alambradas de púas, soldados y tanques. El libro destaca también cómo el pueblo palestino resiste a la ocupación de manera pacífica, en contraposición al mensaje que proyectan la mayoría de los medios de comunicación al vincular a la resistencia palestina con la violencia.
Más recientemente recibí un libro que enaltece la resistencia pacífica y se refiere a los autoproclamados combatientes palestinos que han renunciado a la violencia como “conversos”. El libro narra con gran detalle varios ejemplos de la forma en que se dieron estas “conversiones”; parece que un factor clave fue descubrir que no toda la población israelí apoya la ocupación militar. Los combatientes se dieron cuenta de que un entorno más propicio a la colaboración entre israelíes y palestinos sería más favorable para la búsqueda palestina de medios más eficaces para consolidar la liberación.
Un sacerdote estadounidense me habló de la escalada de la resistencia pacífica y me mostró los folletos que recogió al visitar a una organización en Belén dedicada a enseñar a la juventud los peligros de la violencia y la sabiduría de la no violencia. La organización y sus fundadores llevan a cabo seminarios y talleres e invitan a oradores europeos y estadounidenses a compartir sus conocimientos sobre el tema con el estudiantado (en su mayor parte conformado por personas refugiadas).
De vez en cuando un artículo, video o libro aparece con un mensaje de ese estilo: se está formando al pueblo palestino en la no violencia, el pueblo palestino reacciona positivamente a las enseñanzas de la no violencia.
En lo que respecta a los medios y los públicos progresistas y de izquierda, los relatos que ensalzan la no violencia resultan apasionantes, pues encienden una luz de esperanza al insinuar que la vía pacífica es posible, que las enseñanzas de Gandhi no sólo son relevantes para la India en un momento y lugar concretos de la historia, sino a lo largo y ancho del mundo, siempre.
Estas historias plantean una y otra vez la pregunta ¿Dónde está el Gandhi palestino? Y también sugieren la respuesta: Ya existe un Gandhi palestino en muchas poblaciones cisjordanas que colindan con el Muro del Apartheid Israelí, personas que confrontan sin violencia el apetito carnívoro de las excavadoras israelíes que tragan sin parar tierras palestinas.
En una declaración con motivo del reciente anuncio de una visita del grupo The Elders a Medio Oriente, Ela Bhatt, india y ‘defensora de la filosofía de la no violencia según Gandhi’, explicó su papel dentro de la misión de The Elders: “Con gusto volveré al Medio Oriente para hacer patente el apoyo de The Elders a quienes, israelíes o palestinos, se han comprometido con la resistencia creativa y pacífica ante la ocupación”.
Para algunas personas el énfasis en la resistencia no violenta constituye una exitosa estrategia mediática. Sin duda, hay más probabilidades de atraer la atención de Charlie Rose cuando se habla de cómo palestinos e israelíes organizan sentadas conjuntas que cuando el tema es la resistencia armada de algunos grupos militantes que combaten encarnizadamente al ejército de Israel.
Para otras, las convicciones ideológicas y espirituales son el motor que impulsa su compromiso con la campaña por la no violencia que, según se informa, está al máximo en Cisjordania. Estas ideas parecen partir fundamentalmente de intercesores occidentales.
Del lado palestino la etiqueta de la no violencia también resulta útil: ha ofrecido una salida a mucha gente implicada en la resistencia armada, sobre todo durante la segunda Intifada. Algunos combatientes afiliados, por ejemplo, al movimiento Fatah, han incursionado en expresiones artísticas o grupos de teatro después de haber portado fusiles automáticos y encabezado la lista de los más buscados por Israel durante años.
Políticamente, el gobierno cisjordano utiliza la no violencia como plataforma que permitiría el uso de la palabra moqawama (resistencia en árabe) sin enredarse en una costosa lucha armada que ciertamente no sentaría nada bien de convertirse en la estrategia del gobierno no elegido y visto como ‘moderado’ tanto por Israel como por Estados Unidos.
La resistencia en Palestina siempre se condena, ya sea discreta o abiertamente. El gobierno de Mahmoud Abbas, de Fatah, constantemente se refirió a ella como ‘fútil’. Hay quienes insisten en que la resistencia es una estrategia contraproducente; otros la encuentran moralmente indefendible.
El problema del tópico de la no violencia es que tergiversa terriblemente la realidad in situ. Además deja fuera del debate la violencia propinada por las fuerzas de ocupación israelí en su manifestación cotidiana y letal en Cisjordania, y en el salvajismo inenarrable en Gaza, y deposita la carga de la violencia únicamente sobre los hombros palestinos.
En lo que toca a la terrible tergiversación de la realidad, lo cierto es que la población palestina ha recurrido masivamente a la resistencia pacífica generación tras generación, incluso desde la larga huelga de 1936. La resistencia no violenta ha sido y sigue siendo el elemento básico de la moqawama palestina, desde la época de la colonia británica hasta la ocupación israelí. Al mismo tiempo, algunos palestinos han tomado la vía de las armas, obligados por un sentido de urgencia y por la crudeza de la violencia de sus opresores, algo parecido a la lucha violenta de muchos indios, aun en los tiempos de mayor apogeo de las ideas de Mahatma Gandhi.
Quienes reducen y simplifican la historia de la lucha contra la colonia en la India cometen el mismo error con el pueblo palestino. La mala interpretación de la historia suele derivar en una equivocada evaluación del presente y, por ende, una prescripción errónea para el futuro. Según ciertas lecturas, los palestinos no tienen manera de quedar bien, no importa si reaccionan a la opresión de manera pacífica, violenta, con rebeldía política o total sumisión. En ellos recaerá siempre la carga de la responsabilidad de proponer una solución haciendo gala de creatividad y de manera que nuestras sensibilidades occidentales (y muchas veces nuestras interpretaciones selectivas de las enseñanzas de Gandhi) no se vean tocadas.
La violencia y la no violencia son, en gran parte, decisiones colectivas motivadas y moldeadas por condiciones y situaciones políticas y socioeconómicas concretas. Por desgracia, la violencia de la potencia ocupante desempeña un papel fundamental en la definición y manipulación de dichas condiciones. No es de extrañar que la segunda Intifada fuera mucho más violenta que la primera ni que la resistencia violenta en Palestina ganara un impresionante impulso después de la victoria de la resistencia libanesa en el año 2000 y de nuevo en 2006.
Es necesario analizar estos factores con seriedad y humildad, y tomar en cuenta su complejidad antes de emitir juicio alguno. Ningún pueblo oprimido debe enfrentar las exigencias a las que constantemente se somete al pueblo palestino. Bien podría haber mil Gandhis palestinos, bien podría haber ninguno. La verdad, eso no tendría por qué importar. Sólo la experiencia única del pueblo palestino y su auténtica lucha por la libertad pueden expresar lo que ellos, como colectivo, consideran pertinente para sí mismos. Así sucedió con el pueblo indio, el francés, el argelino, el sudafricano y muchos otros que lucharon y finalmente lograron ser libres.
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El pueblo palestino tiene el derecho de resistir a la ocupación por todos los medios, incluida la no violencia
Agustín Velloso
Una aportación al Debate sobre la violencia de Ramzy Baroud
Como defensor (no musulmán ni árabe) de la causa palestina, siempre me ha sido difícil hablar, ya no digamos propugnar, la mejor manera de resistir a la ocupación, en particular cuando dicha ocupación es extremadamente violenta y en ocasiones genocida.
La moderada crítica de Ramzy Baroud hacia Occidente y otros entusiastas pregoneros de la paz me ha motivado a plantear un punto de vista distinto, probablemente más común entre occidentales de lo que los propios palestinos podrían creer, aunque los medios dominantes, como sucede con tantas otras problemáticas, han conseguido mantenerlo en las sombras.
Las guerras en Iraq y en Afganistán son dos excelentes ejemplos. No importa cuántos occidentales levanten la voz y se manifiesten en contra de la intervención occidental (léase agresión) en esos países. No importa que el derecho internacional (no digamos un puro y humilde sentido común y de humanidad) prohíba las guerras de agresión y ocupación. El hecho es que los presidentes y parlamentos occidentales “democráticamente” invaden y retiran sus tropas según conviene, “democráticamente” no son llevados a rendir cuentas en los tribunales por dichos crímenes y sus víctimas están muertas o abandonadas a su propia suerte… “democráticamente”.
Ya que los occidentales están expuestos, prácticamente a diario y gracias a los medios, a noticias y “análisis” acerca de la violencia palestina, todo estudiante de bachillerato que tome clase de ciencias sociales y salga a las calles a preguntar a los peatones si están en contra de la violencia palestina verá que 90% de las respuestas es “sí”.
Si la pregunta fuera la siguiente: Suponga que usted vive bajo la más violenta ocupación militar. ¿Defendería a su familia y a sus compatriotas con una resistencia acorde a dicha violencia? Si la encuesta se hiciera en Francia o Yugoslavia podría preguntarse: En su opinión, ¿quienes resistieron a la ocupación nazi fueron delincuentes o héroes? En España: ¿Cree que los integrantes de las guerrillas españolas que combatieron al ejército invasor de Napoleón merecen la categoría de héroes nacionales o fueron unos bandidos? Desde luego, no hay que preguntar a vietnamitas, argelinos ni libaneses por sus propios héroes a menos que se quiera sacar cero.
Quienes agonizan bajo la bota de la potencia ocupante conocen mejor el tema de cómo sobrevivir y superar una ocupación criminal que cualquier occidental, sea una figura política, miembro de una ONG, viajero que pasa por Palestina, amante de la paz o, por supuesto, agente secreto israelí/estadounidense disfrazado de negociador en conversaciones para la paz.
Únicamente el pueblo palestino (igual que cualquier víctima de una agresión como la que padece) tiene derecho de decidir la forma de resistir y liberarse de Israel (o de cualquier otra potencia ocupante).
El papel de quienes apoyan a Palestina, y en realidad de toda persona que crea en los derechos humanos y la democracia, es tomar partido con el oprimido y repudiar al opresor. Cualquier otra postura equivale a tomar partido con el opresor en contra del oprimido y, por ende, hacerse cómplice del crimen en cuestión.
Apoyar a Palestina implica no caer nunca en las trampas sionistas que gozan de respaldo en Occidente. Una de esas trampas es la denominada “violencia” palestina. No hay violencia palestina después de más de 60 años de limpieza étnica y apropiación de tierras palestinas, 40 años de ocupación militar, casi 20 de conversaciones para la paz cuyo resultado no ha sido otro que la muerte, la mutilación, el despojo o el encarcelamiento de miles de palestinos mientras la comunidad internacional sigue condonando al agresor y presionando al pueblo palestino para que acepte, sumiso, y se prepare para continuar viviendo de la caridad hasta abandonar de una vez por todas su causa.
Lo que hacen los palestinos es defenderse. Lo que debemos hacer los demás es apoyar su derecho a defenderse de manera acorde y cónsona con la magnitud de la agresión a la que han sido sometidos por generaciones, una agresión cuyo fin no se vislumbra.
Desde luego, ese derecho asiste a todo pueblo bajo agresión y ocupación en este criminal y cruel sistema político internacional del siglo XXI.
¿Y qué hay del derecho internacional? ¿Habríamos de alentar al pueblo palestino a hacer caso omiso del derecho internacional?
Primero que nada, resulta indignante ver que ONG, think-tanks y otros colectivos con reconocimiento internacional adopten una postura estricta y exijan de los palestinos el cumplimiento con las pautas del derecho internacional, las normas de las conversaciones para la paz, las treguas y un largo etcétera. Por supuesto, exigen lo mismo de Israel, ¿qué otra cosa podrían hacer mientras lidian de manera “equilibrada” con el lado que goza, por mucho, de mayor poder?
Es indignante porque ni una sola resolución de la ONU, ningún convenio, tratado, acuerdo, proceso de paz o cualquier otro instrumento internacional ha sido capaz de evitar que un soldado israelí se sienta libre de disparar contra un pequeño o una pequeña palestina, demoler su hogar, expulsar a su familia o robar su tierra… en los últimos 63 años. Si quienes se pronuncian a favor del cumplimiento de la ley y demás fuesen el padre o la madre de uno de esos niños, ¿serían igualmente entusiastas del derecho internacional? Tengo mis dudas.
El problema para quienes abogan por la justicia en Medio Oriente (y, de hecho, en el mundo) no ha de radicar en que los palestinos podrían estar pasando por alto el derecho internacional al defenderse de la ocupación israelí, sino que el derecho internacional ha demostrado no sólo que es inútil para las víctimas, sino mortalmente perjudicial.
De ahí la total injusticia al pretender sujetar al pueblo palestino a tal derecho: ese afán equivale a colocar una soga al cuello del negro que trata de escapar del linchamiento a manos de una turba de blancos.
Hace mucho que llegó la hora de que los occidentales se sacudan la propaganda sionista y llamen a las cosas por su nombre. Hay violencia en Palestina: violencia sionista. El pueblo palestino tiene pleno derecho a combatir esa violencia valiéndose de todos los medios acordes con la agresión de la que es objeto y sin interferencia de los amantes de la paz (que obviamente son amantes de la justicia).
** He tomado prestada la frase “el pueblo palestino tiene el derecho de resistir a la ocupación por todos los medios, incluso aquéllos no violentos” de mi amigo Santiago Alba. Muestra la trampa en la que han caído los occidentales al tratar el conflicto palestino.
Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Atenea Acevedo.