Putas, votos y cobar­des en Bil­bo – Anjel Ordó­ñez (Perio­dis­ta)

30092007097

Azku­na será el can­di­da­to del PNV a la alcal­día de Bil­bo en las elec­cio­nes de la pró­xi­ma pri­ma­ve­ra. No des­cu­bro nada. No hace mucho que el pri­mer edil jel­ki­de, con­fir­ma­da su can­di­da­tu­ra, enfi­la­ba su pre­ma­tu­ra cam­pa­ña elec­to­ral pro­me­tien­do hacer de la capi­tal viz­cai­na una «ciu­dad moder­na, cos­mo­po­li­ta y pun­te­ra». Pun­te­ra, con ene. Y, como es natu­ral, en las calles de esa urbe moder­na no tie­ne cabi­da algu­na el ofi­cio más anti­guo del mun­do: el comer­cio car­nal, el leno­ci­nio. El pute­río, en una pala­bra. Fija­do este prin­ci­pio, sen­to­se el seve­ro pri­mer edil a pen­sar en su bri­llan­te sue­ño metro­po­li­tano y en cómo lim­piar las ace­ras de pros­ti­tu­tas, rame­ras, mere­tri­ces, bus­co­nas, fula­nas, fur­cias… de putas, vamos. Pron­to des­cu­brió que la cues­tión no era bala­dí, ni mucho menos. Esta­ban en jue­go pre­cep­tos mora­les, liber­ta­des y dere­chos, inclu­so leyes fun­da­men­ta­les. Dema­sia­do paño para tan poco sas­tre, ¿no creen?

Mas no se arre­dró el corre­gi­dor. Si la mon­ta­ña no va a Maho­ma, Maho­ma se fuma un puro y cue­la el asun­to de ron­dón en una orde­nan­za sobre lim­pie­za via­ria y uso cívi­co de los espa­cios públi­cos. La dere­cha, ya se sabe, es muy ami­ga de la higie­ne. Así que, lo mis­mo que se reti­ra la basu­ra, se barre la por­que­ría y se bal­dea el asfal­to, Azku­na ha resuel­to que los esfor­za­dos agen­tes de la Poli­cía Muni­ci­pal lim­pien las ave­ni­das de barra­ga­nas y gol­fas, desin­fec­ten las pla­zas de esqui­ne­ras y cual­quie­ras, y aseen las ala­me­das de gua­rras, mujer­zue­las y pendejas.

La pros­ti­tu­ción es un asun­to con muchas aris­tas, cada cual más afi­la­da. Cier­to es que para muchas muje­res supo­ne una for­ma más de un escla­vis­mo que hun­de sus raí­ces últi­mas en el machis­mo más agre­si­vo. Pero no lo es menos que, para otras, es la tabla de sal­va­ción que evi­ta su des­apa­ri­ción físi­ca. Y, en cual­quier caso, a todas les asis­te el dere­cho indi­vi­dual e inalie­na­ble de dis­po­ner, sin tute­las, de su pro­pio cuer­po. Si exis­ten mafias y pro­xe­ne­tas, chu­los y mato­nes, vio­la­do­res y malna­ci­dos, es deber de las ins­ti­tu­cio­nes man­te­ner­los a raya. Escon­der bajo la alfom­bra la reali­dad, por muy cru­da y com­pli­ca­da que sea, es sólo tan cómo­do como cobar­de. Aun­que repor­te votos.

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