El año pasado el Ayuntamiento de Riga prohibió la ya tradicional marcha del 16 de marzo, en la que algunos supervivientes de la legión letona de las SS en la Segunda Guerra Mundial desfilan acompañados por decenas de nacionalistas letones, mientras otros tantos “antifascistas” protestan contra el acto. Desde el Ayuntamiento, en aquella ocasión gobernado por la coalición entre liberales y nacionalistas, se prohibió alegando que había peligro de altercados. A pesar de ello, se celebraron los actos y las protestas, y como ya es tradición durante todo el día se detuvieron a varios antifascistas. Un año después, el nuevo gobierno municipal, liderado por la izquierda próxima a la comunidad étnica rusa, ha vuelto a prohibir el desfile argumentando motivos similares.
La prohibición del desfile del año pasado fue recurrida por los convocantes. En primera instancia un tribunal respaldó la decisión municipal, pero la sentencia fue recurrida en el Tribunal Supremo. Lo curioso es que el TS ha esperado casi un año para emitir una sentencia que ha estimado la demanda e invalidado la prohibición del año 2009. De esta manera, ha salpicado a la discusión sobre la convocatoria del 2010, también prohibida y recurrida. La situación es sumamente embarazosa para el gobierno municipal que ha visto como por activa y por pasiva el Ministro de interior ha repetido que no supone ningún problema de seguridad la marcha y que por lo tanto no ve motivo alguno para su prohibición. Finalmente, como era de esperar, los tribunales han permitido el homenaje a la legión letona de las SS y hoy, entre grandes medidas de seguridad, se volverán a celebrar la marcha y las concentraciones de los antifascistas.
Esta conmemoración, por los muertos de la legión letona de las SS, se celebra desde 1994 cuando varios grupos de jóvenes nacionalistas y/o de extrema derecha la pusieron en marcha. Desde entonces, se ha ido convirtiendo en una tradición y en un intento bastante efectivo de reescribir la historia. Una historia que es complicada y difícil. Cuando se inició la Segunda Guerra Mundial Letonia era un país autoritario que estaba gobernado por el dictador golpista Karlis Ulmanis. Por otra parte, la Unión Soviética y las Alemania Nazi habían firmado ya su pacto de no agresión que acordaba que los Países Bálticos pasarán a ser “el patio trasero” de la Unión Soviética. En virtud de aquél pacto, la URSS presionó a estos para firmar “un pacto de ayuda mutua militar” que permitió que el Ejército rojo instalara bases militares en Letonia. Primero llegaron las bases, y poco después, a través de un proceso electoral amañado la Unión Soviética pasó a ocupar el país con el acuerdo de su gobierno colaboracionista. Durante la breve ocupación soviética hubo bastante represión contra los nacionalistas letones y las fuerzas que sostuvieron la dictadura anterior (alrededor de 15.000 personas fueron deportadas a Siberia). Finalmente, el 1 de julio de 1941 la Alemania nazi ocupó Letonia.
Con la entrada de los alemanes se creo una legión letona que luchó contra los soviéticos en el Frente del ruso. Fueron alrededor de 140.000 los letones que participaron y colaboraron en la invasión de la Unión Soviética, entre estos, algunos habían sido movilizados de forma forzosa y otros muchos eran voluntarios ultraderechistas y nacionalistas. Bastantes de ellos, sin tener demasiada sintonía ideológica con el nazismo, lo apoyaron pensando que luchando contra los soviéticos luchaban por la nación letona y su libertad. Por aquél entonces los nazis tenían la afición de prometer estados vasallos a muchas naciones sin estado o a los estados de reciente creación.
Dentro del país, la Alemania nazi y sus aliados letones desataron una gran represión contra las minorías étnicas y los izquierdistas. Es de aquella época el campo de concentración de Salaspils que en más de una ocasión hemos citado aquí. La persecución de judíos y gitanos fue tan violenta como en el resto de territorios ocupados por los nazis. Mientras, dos grupos luchaban contra el régimen. Uno de carácter nacionalista que buscaba la independencia del país, y otro, de partisanos comunistas prosoviéticos.
El tema de las prohibiciones de manifestaciones y actos es muy peliagudo, por regla general prefiero que no se prohíban. a no ser que sean obscenos y agresivos. Esta libertad de expresión solamente puede ser limitada cuando es utilizada para agredir verbalmente o físicamente a alguien por razón de género, etnia, religión, cultura etc. No vale manifestarse por la superioridad de la raza blanca o por el exterminio de los judíos. Y claro, los defensores de la marcha argumentan que no se pretende nada por el estilo, si no simplemente homenajear a aquellos que “lucharon por la libertad de Letonia”. Esta última afirmación es contradictoria porque luchaban a favor de los ocupantes alemanes, pero además, defendía un régimen que, entre otras lindezas, pregonaba la superioridad racial aria y el exterminio de minorías étnicas.
De toda esta historia lo que se hace difícil de digerir es el doble rasero que se aplica en el país. Por poner un ejemplo, ningún tribunal tumbó la prohibición de la manifestación del día del orgullo gay en el 2007. Pero tampoco es de extrañar, la catadura moral del Estado letón no es para echar cohetes. Entre sus habitantes, muchos de ellos nacidos en el país, son cientos de miles los despojados de derechos políticos y tratados como “aliens”, es decir, son apátridas. Se persigue todo tipo de simbología soviética y comunista pero se construyen monumentos que homenajean a los combatientes en las filas aliadas de los nazis o se permite la construcción de memoriales a los soldados nazis que custodiaban campos de concentración…
Pero a pesar de ello, ¿ha de prohibirse el acto? No lo creo porque no se hace una reivindicación nazi. Otra cosa es el recorrido que hacen y la ofrenda floral al Monumento de la libertad. No puede ser que en este monumento pongan flores por los muertos que luchaban a favor de los ocupantes del país. Es una contradicción. Pero además de cambiar el recorrido, se puede hacer mucho más, el Estado y el nacionalismo letón podrían participar activamente de la deslegitimación de este nacionalismo ultra y antiruso en vez de alimentarlo, por varios motivos, pero sobre todo por ayudar a una mejor comprensión entre las dos comunidades lingüísticas. Y es que por encima de la historia y por encima de los ancianos utilizados para este teatrillo nacionalista letón, los convocantes desde el inicio buscaban crear un acto que resultase agresivo y provocador para la comunidad ruso hablante. Querían humillarles. Y es que no es un acto nazi, es sobre todo un acto ultranacionalista y antiruso.