Argenpress – Claudia N. Laudano
La tapa de la Revista Noticias del pasado 16 de enero resultó perturbadora. Imposible no asociar de inmediato con la imagen de una “mujer golpeada” ese primer plano del rostro de la presienta Cristina Fernández con el ojo negro y la lastimadura en el maxilar cubierta con dos “curitas” en cruz.
Al costado, por si quedaran dudas, el título de la nota ancla cualquier posibilidad de un sentido disperso: “EL NEGOCIO DE PEGARLE A CRISTINA”, y la diferencia tipográfica (entre las mayúsculas destacadas en color de “PEGARLE” a las minúsculas del nombre de pila de la presidenta) exime, por obvio, cualquier análisis de dónde se recargaron las tintas. Ante el gesto serio de la presidenta y su mirada perdida (no nos mira a los ojos), que podrían sugerir que “se la banca” (¿sola?), al pie de la foto se inserta una imagen minúscula de su esposo con gesto activo y la leyenda: “Kirchner: furia en Olivos y desplantes a su esposa”. ¿Una composición periodística redonda de un cuadro de desavenencias en el matrimonio presidencial que deviene en violencia hacia ella?
Por Paula Torricella* /Artemisa
Buena parte de los afectos antikirchneristas encuentran en la gramática de la misoginia un soporte muy efectivo para expresarse contra el gobierno de una presidenta mujer. Y esto ha venido sucediendo desde el primer día en que Cristina Fernández de Kirchner comenzó a ejercer el cargo.
Primero fue una campaña que recorrió diarios, revistas y sets de televisión. La presidenta, nos decían, padece una moderna patología psiquiátrica: el TAB, “Transtorno Afectivo Bipolar”. Desconozco el impacto que ha tenido esta afirmación cientificista repetida hasta el cansancio, y tampoco sabría cómo mensurarlo. Pero no es descabellado imaginar que ha encontrado resonancias importantes en una sociedad que poco cuestiona los prejuicios que pesan sobre las mujeres, de las que se ha dicho infinidad de veces y de los más diversos modos, que les escasea la razón.
A aquella le siguieron otras campañas orientadas en la misma dirección. Es decir, orientadas a minar la legitimidad de la palabra de una mujer elegida por el voto popular. ¿No es la palabra, al igual que la razón, uno de los flancos débiles del género? ¿No es la palabra, junto a la razón, uno de los derechos que más nos ha costado defender? Allí se apunta, entonces. Es que la misoginia como ideología es un reservorio de consenso, un lenguaje con el que se pueden hacer muchas cosas además de inferiorizar a una mujer. La misoginia es un instrumento con el que se pueden perseguir fines partidarios.
Con lucidez nos lo advirtió la misma legisladora feminista Diana Maffía (Coalición Cívica) al admitir que las críticas realizadas al gobierno kirchnerista cosechan con frecuencia respuestas misóginas y pueden convertir a cualquiera, incluso a ella misma, en un “vehículo involuntario de la legitimación de posturas retrógadas y machistas” (Diana Maffía, La agenda de género en el gobierno de Cristina Kirchner, abril de 2009).
El debate virtual generado en la Red Informativa de Mujeres de Argentina (RIMA) a propósito de la tapa de la revista Noticias del pasado 16 de enero terminó de confirmar estas intuiciones. La imagen de la presidenta retratada como una mujer golpeada, con moretones artificialmente dibujados en su rostro, fue por momentos muy difícil de pensar. ¿Cuáles son las implicancias para el colectivo de mujeres de estos usos de la imagen? ¿Tenemos algo que decir desde el feminismo, desde los estudios de género? ¿O tememos que los argumentos contra el sexismo sean leídos en estas ocasiones como guiños a favor de un gobierno ejercido por una presidenta mujer? Quizás encontremos en estas preguntas un buen estímulo para continuar el debate y reflexionar sobre los desafíos que nos plantea la praxis feminista en el actual contexto.
Por otra parte, si no queremos privarnos de ejercer la crítica frente a un gobierno que las necesita (la legalización del aborto sigue siendo una demanda a la que no estamos dispuestas a renunciar) tendremos que meditar cuidadosamente el modo de hacerlo. No podemos controlar los usos que se harán de nuestras intervenciones feministas, aunque inevitablemente seamos responsables por ellos.
*Licenciada en Letras, becaria del Conicet y militante feminista.