Galeano: «Tris­te heren­cia del esta­li­nis­mo es el cri­te­rio de que la uni­dad es la unanimidad.»

«Amé­ri­ca Lati­na está exor­ci­zan­do la cul­tu­ra de la impotencia»

Escri­tor e inte­lec­tual uru­gua­yo. Elo­gia un redes­cu­bri­mien­to lati­no­ame­ri­cano que bus­ca recu­pe­rar la dig­ni­dad y la diversidad

ANA DELICADO – Bue­nos Aires

El escri­tor y perio­dis­ta uru­gua­yo Eduar­do Galeano se con­sa­gró hace casi 40 años con el libro Las venas abier­tas de Amé­ri­ca Lati­na, la obra que el pre­si­den­te vene­zo­lano, Hugo Chá­vez, esco­gió para rega­lar­le a su homó­lo­go esta­dou­ni­den­se, Barack Oba­ma. Pero la fas­ci­na­ción que Galeano des­pier­ta per­du­ra has­ta hoy. Un tes­ti­mo­nio coti­diano de esa admi­ra­ción: duran­te la entre­vis­ta, que se rea­li­za en un café de Bue­nos Aires, un hom­bre se acer­có con dis­cre­ción con su hija y se sen­tó en una mesa cer­ca­na para poder escu­char­le. Su últi­mo libro, Espe­jos, habla de un mun­do con­tra­dic­to­rio que tie­ne mie­do de mirar­se, y de reconocerse.

¿Cómo defi­ne Amé­ri­ca Latina?

Es una tie­rra de encuen­tros de muchas diver­si­da­des: de cul­tu­ra, reli­gio­nes, tra­di­cio­nes, y tam­bién de mie­dos e impo­ten­cia. Somos diver­sos en la espe­ran­za y en la desesperación.

¿Cómo inci­de esa varie­dad en el presente?

En estos últi­mos años hay un pro­ce­so de rena­ci­mien­to lati­no­ame­ri­cano en el que estas tie­rras del mun­do comien­zan a des­cu­brir­se a sí mis­mas en toda su diver­si­dad. El lla­ma­do des­cu­bri­mien­to de Amé­ri­ca fue, en reali­dad, un encu­bri­mien­to de la reali­dad diver­sa. Este es el arcoi­ris terres­tre, que ha sido muti­la­do por unos cuan­tos siglos de racis­mo, de machis­mo y de mili­ta­ris­mo. Nos han deja­do cie­gos de noso­tros mis­mos. Es nece­sa­rio recu­pe­rar la diver­si­dad para cele­brar el hecho de que somos más que lo que nos dije­ron que somos.

¿Esa diver­si­dad pue­de ser un impe­di­men­to para la integración?

Creo que no. Toda uni­dad fun­da­da en la una­ni­mi­dad es una fal­sa uni­dad que no tie­ne des­tino. La úni­ca uni­dad dig­na de fe es la uni­dad que exis­te en la diver­si­dad y en la con­tra­dic­ción de sus par­tes. Hay una tris­te heren­cia del esta­li­nis­mo y eso que lla­ma­ron socia­lis­mo real a lo lar­go del siglo XX que ha trai­cio­na­do la espe­ran­za de millo­nes de per­so­nas jus­ta­men­te por­que impu­so ese cri­te­rio, el de que la uni­dad es la una­ni­mi­dad. Se con­fun­dió así la polí­ti­ca con la reli­gión. Se apli­ca­ron cri­te­rios que eran habi­tua­les en los tiem­pos de la San­ta Inqui­si­ción, cuan­do toda diver­gen­cia era una here­jía dig­na de cas­ti­go. Eso es una nega­ción de la vida. Es una suer­te de cegue­ra que te impi­de mover­te por­que el motor de la his­to­ria huma­na es la contradicción.

¿La diver­si­dad pue­de esta­ble­cer cami­nos de vida irreconciliables?

No siem­pre. En cual­quier caso, no hay que tener­le mie­do a la ver­dad de la vida. Hay que cele­brar­la, por­que lo mejor que tie­ne la vida es su diver­si­dad. El sis­te­ma que domi­na el pla­ne­ta nos pro­po­ne una opción muy cla­ra. Hay que ele­gir, a ver si que­rés morir­te de ham­bre o de abu­rri­mien­to. Yo no me quie­ro morir de nin­gu­na de las dos. El sis­te­ma domi­nan­te de hoy nos impo­ne una ver­dad úni­ca, una úni­ca voz, la dic­ta­du­ra del pen­sa­mien­to úni­co que nie­ga la diver­si­dad de la vida y que por lo tan­to la enco­ge, la redu­ce a la casi nada. Lo mejor que el mun­do tie­ne está en la can­ti­dad de mun­dos que él alber­ga, y eso vale a su vez para Amé­ri­ca Lati­na. Lo mejor de ella es la can­ti­dad de Amé­ri­cas que contiene.

Habla­ba de un redes­cu­bri­mien­to lati­no­me­ri­cano. ¿Un ejemplo?

Boli­via, con Evo Mora­les, ha redes­cu­bier­to su diver­si­dad con mucha dig­ni­dad y con el orgu­llo de decir: «Somos diver­sos, y somos indí­ge­nas. Pero no sólo indí­ge­nas. Somos diver­sos». Cla­ro que Boli­via es un país como Para­guay, y has­ta cier­to pun­to Uru­guay, some­ti­do en cier­ta medi­da al peso ava­sa­llan­te de los veci­nos gran­des, y sobre todo de Bra­sil, que hoy por hoy se opo­ne a que en el Ban­co del Sur cada país ten­ga un voto.

¿Cuál es la fuer­za de ese proyecto?

El Ban­co del Sur es la base finan­cie­ra de la uni­dad lati­no­ame­ri­ca­na, un pro­yec­to de Chá­vez, por cier­to. Nace como una res­pues­ta a la dic­ta­du­ra finan­cie­ra del Fon­do Mone­ta­rio Inter­na­cio­nal y del Ban­co Mun­dial, en don­de no rige el sis­te­ma de «un país, un voto». Los votos depen­den del capi­tal inver­ti­do: tan­to dine­ro, tan­tos votos, de modo que el Fon­do está diri­gi­do por cin­co paí­ses, y el Ban­co por ocho, aun­que uno se lla­me Mun­dial y el otro Internacional.

¿Se pue­de recu­pe­rar un fun­cio­na­mien­to democrático?

Es muy difí­cil, por la sen­ci­lla razón de que la demo­cra­cia ha sido más for­mal que real en los pro­ce­sos his­tó­ri­cos lati­no­ame­ri­ca­nos; y en las demo­cra­cias, para que lo sean de ver­dad, no tie­nen que regir rela­cio­nes ver­ti­ca­les o jerár­qui­cas, don­de hay un man­dón y un man­da­do. Tie­nen que ser hori­zon­ta­les, soli­da­rias, entre igua­les capa­ces de res­pe­tar­se y reco­no­cer­se, por­que la ver­dad es que no nos cono­ce­mos. Tene­mos que cono­cer­nos para empe­zar a reco­no­cer­nos, para saber todo lo que pode­mos apren­der del otro. Des­de la con­quis­ta espa­ño­la hemos sido entre­na­dos por impe­rios suce­si­vos para la igno­ran­cia mutua, para el divor­cio y el odio mutuo. La espe­cia­li­dad lati­no­ame­ri­ca­na es la gue­rra de vecinos.

Bra­sil pue­de argu­men­tar que, pues­to que es más gran­de, debe tener más voz.

Eso par­te de la base de que la gran­de­za coin­ci­de con lo gran­do­te. Mi expe­rien­cia me ense­ña­do que la gran­de­za no habi­ta lo gran­do­te. Está escon­di­da en la gen­te anó­ni­ma, en el día a día que pare­ce insig­ni­fi­can­te e indigno de aten­ción. Lo gran­do­te sue­le ser muy mez­quino y de alma chi­qui­ta. No quie­ro decir que Bra­sil ten­ga alma chi­qui­ta, pero no hay que con­fun­dir dón­de está la gran­de­za bra­si­le­ña, que resi­de en algu­na de sus gen­tes peor tratadas.

¿Héroes anó­ni­mos?

En una char­la me pre­gun­ta­ron cuál era mi héroe pre­fe­ri­do. Yo dije: «El día que me iba al aero­puer­to para ini­ciar este via­je tomé un taxi, y estu­ve con­ver­san­do con el con­duc­tor. El taxis­ta tra­ba­ja­ba en el taxi entre 10 y 12 horas, pero des­pués tenía otro empleo. Dor­mía entre tres y cua­tro horas por día para dar de comer a sus hijos. Para él no exis­tían los domin­gos, ni se acor­da­ba de qué eran». Ese es mi héroe preferido.

Decía antes que el motor de la his­to­ria huma­na es la con­tra­dic­ción. ¿Cree que hay con­tra­dic­cio­nes dañinas?

No tie­ne por qué ser así. Toda con­tra­dic­ción es una señal de movi­mien­to. Lo que sí hay son injus­ti­cias obje­ti­va­men­te dañi­nas. En Amé­ri­ca Lati­na, el abis­mo que sepa­ra a los que tie­nen de los que nece­si­tan, a la mino­ría domi­nan­te de la mayo­ría domi­na­da, es cada vez mayor. Esta es una región des­igual en un mun­do cada vez más injus­to, don­de los ham­brien­tos supe­ran los 1.000 millo­nes de personas.

¿Obser­va hoy día un cam­bio sig­ni­fi­ca­ti­vo en Amé­ri­ca Latina?

Sí. Está ocu­rrien­do algo muy lin­do, que es una suer­te de exor­cis­mo colec­ti­vo de los vie­jos demo­nios. Y de algu­nos nue­vos tam­bién. Uno de los que dejó la heren­cia colo­nial fue la cul­tu­ra de la impo­ten­cia, que te mete la idea en la cabe­za de que «no se pue­de». Y eso vale para los paí­ses pobres y para los ricos. Por­que Vene­zue­la es un país obje­ti­va­men­te rico, tie­ne petró­leo, pero tie­ne meti­do aden­tro ese con­cep­to de la impo­ten­cia con­tra el que aho­ra se inten­ta luchar. Es difí­cil, por­que la cul­tu­ra del petró­leo te entre­na para com­prar y no para crear.

¿Qué quie­re decir?

Te entre­nan con la idea de que no hay que tomar­se el tra­ba­jo de crear las cosas si se las pue­de con­su­mir com­pran­do. Es la cul­tu­ra de con­su­mo, no de crea­ción. Nace de la cul­tu­ra de la impo­ten­cia, que es la peor de las heren­cias colo­nia­les. Te ense­ña a no pen­sar con tu cabe­za, a no sen­tir con tu pro­pio cora­zón, y a no mover­te con tus pro­pias pier­nas. Te entre­na para andar en silla de rue­das, para repe­tir ideas aje­nas y para expe­ri­men­tar emo­cio­nes que no son las tuyas.

¿Son dife­ren­tes las izquier­das de Amé­ri­ca Latina?

Hay de todo, por suer­te, jus­ta­men­te por­que somos diver­sos. Por eso es muy injus­to gene­ra­li­zar, sobre todo cuan­do la gene­ra­li­za­ción pro­vie­ne de mira­das aje­nas, que miran juz­gán­do­te, y juz­gán­do­te te con­de­nan. Hay un com­ple­jo de supe­rio­ri­dad que tie­nen los paí­ses domi­nan­tes en el mun­do, que se sien­ten en con­di­cio­nes de obli­gar a los demás a ren­dir exá­me­nes de la demo­cra­cia, que son los gran­des maes­tros para deci­dir quién es demó­cra­ta y quién no, qué pro­ce­sos están bien y cuá­les están mal. Y cuan­do esos pro­fe­so­res de demo­cra­cia vie­nen a juz­gar­nos, a mirar­nos des­de afue­ra y a con­de­nar­nos de ante­mano, están ejer­cien­do un dere­cho de pro­pie­dad que es uno de los dere­chos más repug­nan­tes de todos.

¿Qué dife­ren­cia hay entre los pre­si­den­tes de Vene­zue­la, Ecua­dor y Bolivia?

Muchas, por­que son expre­sio­nes de tres paí­ses dife­ren­tes. La lis­ta de dife­ren­cias es inter­mi­na­ble. Pero no es tan inter­mi­na­ble la lis­ta de las coin­ci­den­cias de paí­ses que están bus­can­do cami­nos de libe­ra­ción des­pués de siglos de opre­sión y de nega­ción de sí mis­mos. Son expe­rien­cias dife­ren­tes de tres paí­ses que deci­den dejar de escu­pir­se al espe­jo, dejar de odiar su pro­pia ima­gen, dejar­se de mirar con los ojos de los que los desprecian.

¿Qué papel cum­ple Bra­sil en esto?

Uno muy impor­tan­te, pero el pro­ble­ma es la ten­ta­ción de una pala­bra abo­mi­na­ble: el lide­raz­go. Todos los paí­ses se atri­bu­yen la inten­ción de ejer­cer­lo y esto gene­ra rela­cio­nes con­ta­mi­na­das por el orden jerár­qui­co que nie­ga la igual­dad de dere­chos. Yo no quie­ro que nadie sea mi líder. No quie­ro man­dar ni ser man­da­do. No nací para obe­de­cer. Nací para ejer­cer mi liber­tad de con­cien­cia. No pue­do acep­tar la idea de que entre las per­so­nas o entre los paí­ses haya con­duc­to­res o con­du­ci­dos. Hay que ir hacia una socie­dad de veras libre.

¿Qué opi­na de la reelec­ción presidencial?

No me gus­ta mucho, por­que impli­ca cier­to ape­go al poder y eso no es acon­se­ja­ble en nin­gún ámbi­to. El poder en sí, aun­que sea un pode­ri­to, enve­ne­na bas­tan­te el alma. Sé que hay que ejer­cer­lo, pero sabien­do que es peli­gro­so. El poder gene­ra monar­quías, pode­res abso­lu­tos, voces que sólo escu­chan sus pro­pios ecos inca­pa­ces de escu­char otras voces.

¿De dón­de pro­ce­de ese inten­to de per­pe­tuar­se en el liderazgo?

En Euro­pa esto lo atri­bu­yen a la heren­cia del cau­di­llis­mo en Amé­ri­ca Lati­na, al sub­de­sa­rro­llo, a la igno­ran­cia, a nues­tra ten­den­cia al popu­lis­mo y a la dema­go­gia. Pero hay que aso­mar­se a la his­to­ria de los paí­ses domi­nan­tes para ver has­ta qué pun­to ellos han esta­do some­ti­dos a la volun­tad, por ejem­plo, de un tipo com­ple­men­te loco como Hitler. Es inve­ro­sí­mil: en el país más cul­to de Euro­pa, millo­nes de per­so­nas lo acla­ma­ban. Y los líde­res de aho­ra, ¿qué tie­nen que venir a ense­ñar­nos? Uru­guay tie­ne una demo­cra­cia más anti­gua que la mayo­ría de los paí­ses euro­peos. Y en mate­ria de dere­chos huma­nos, con­quis­tó antes que Esta­dos Uni­dos y que muchos paí­ses euro­peos la jor­na­da labo­ral de ocho horas, el dere­cho al divor­cio, y la edu­ca­ción gra­tui­ta y obligatoria.

¿Por qué no hay ape­nas rela­ción entre Amé­ri­ca Lati­na y África?

Es un escán­da­lo. Eso pro­vie­ne del sis­te­ma edu­ca­ti­vo y de los medios de la comu­ni­ca­ción. En la mayo­ría de paí­ses de Amé­ri­ca Lati­na hay una influen­cia afri­ca­na enor­me: en la coci­na, el depor­te, el len­gua­je, el arte. Y sin embar­go noso­tros, de Áfri­ca, no sabe­mos nada.

¿Por qué?

Por racis­mo. Sabe­mos lo que nues­tros amos de siglo en siglo han que­ri­do que supié­ra­mos, y de noso­tros igno­ra­mos casi todo por­que a ellos les con­ve­nía. Por ejem­plo, no les con­ve­nía que supié­ra­mos que aque­llos escla­vos que lle­ga­ron de Áfri­ca car­ga­dos como cosas traían sus dio­ses, sus cul­tu­ras. De todos modos, el des­víncu­lo con Áfri­ca que nació del racis­mo y la explo­ta­ción escla­va no es lati­no­ame­ri­cano, sino de todas las Amé­ri­cas. Por eso me pare­ció dig­na de cele­bra­ción la elec­ción de Oba­ma, aun­que lue­go lo que ha hecho no me con­ven­ce demasiado.

¿Qué repre­sen­ta Obama?

Uno de mis maes­tros, don Car­los Qui­jano, solía decir: «Todos los peca­dos tie­nen reden­ción. Todos menos uno. Es imper­do­na­ble pecar con­tra la espe­ran­za». Con el tiem­po apren­dí cuán­ta razón tenía. Lamen­ta­ble­men­te, Oba­ma está pecan­do con­tra la espe­ran­za que él mis­mo supo des­per­tar, en su país y en el mun­do. Aumen­tó los gas­tos de gue­rra, que aho­ra devo­ran la mitad de su pre­su­pues­to. ¿Defen­sa con­tra quién, en un país inva­di­do por nadie, que ha inva­di­do y sigue inva­dien­do a casi todos los demás? Y, para col­mo, ese chis­te de mal gus­to de reci­bir el Nobel de la Paz pro­nun­cian­do un elo­gio de la guerra.

¿Cuá­les son, en su opi­nión, los mie­dos del siglo XXI?

El arte de narrar nació del mie­do de morir. Está en Las mil y una noches. Cada noche, She­re­za­de iba cam­bian­do un cuen­to por un nue­vo día de vida. Pero tam­bién creo que el mie­do de vivir es peor que el mie­do de morir. Y me pare­ce que el asun­to, en este mun­do y en este tiem­po, es ese: el mie­do de recor­dar, el mie­do de ser, el mie­do de cam­biar. O sea: el mie­do de vivir.

¿Ve un ejem­plo de ese mie­do en la Cum­bre de Copenhague?

Los ase­si­nos del pla­ne­ta derra­man de vez en cuan­do algu­na lágri­ma, para que la pla­tea sepa que tam­bién tie­nen su cora­zon­ci­to. Pero es puro tea­tro. Bien saben que los mode­los de vida de hoy, que ellos impo­nen, son mode­los de muer­te. Me pre­gun­to a qué pla­ne­ta se muda­rán estos ele­gi­dos del Señor cuan­do ter­mi­nen de expri­mir la Tie­rra has­ta la últi­ma gota.

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