La his­to­ria comien­za así…

Había una vez un paja­ri­to que se hizo ami­go de un pre­so. Ambos esta­ban encar­ce­la­dos en Esta­dos Uni­dos, ambos com­par­tían injus­ta pri­sión por defen­der a Cuba de accio­nes terroristas…
La his­to­ria comien­za así. El 4 de junio de 2009, el mis­mo día de su cum­plea­ños, Gerar­do Her­nán­dez tuvo noti­cias de aque­lla cria­tu­ra. Se ente­ró por un pre­so de ape­lli­do Lira, que tra­ba­ja en la fábri­ca que está den­tro de la pri­sión. Lira y un guar­dia lim­pia­ban los techos con una poten­te man­gue­ra y sin que­rer o sin saber, des­tru­ye­ron un nido que pro­te­gía a tres picho­nes. Dos de ellos murie­ron tras el gol­pe, pero uno que­dó vivo. Eran tan peque­ños que ni plu­mas tenían. Posi­ble­men­te esta­ban recién sali­dos del cascarón.
El guar­dia se con­mo­vió y sin­tién­do­se res­pon­sa­ble, le per­mi­tió a Lira que se lo lle­va­ra escon­di­do al inte­rior de la pri­sión e inten­ta­ra sal­var­lo. El pre­so lle­gó con el paja­ri­to en la pal­ma de su mano y sin saber qué hacer con él, comen­zó a pre­gun­tar a otros pre­sos. Alguien sugi­rió: “Pre­gun­té­mos­le a Cuba [como lla­man a Gerar­do los otros pre­sos], que a él le gus­tan los ani­ma­les y segu­ro sabe de eso”. Así fue que lla­ma­ron a Gerar­do y él vino a la cel­da don­de tenían al animalito.
La pri­me­ra reac­ción de Gerar­do fue sil­bar, imi­tan­do lo que él supo­nía hicie­ra la madre del pichón. Movió los dedos de las manos, como si fue­ran peque­ñas alas. Mila­gro­sa­men­te, el paja­ri­to abrió su pico. Gerar­do comen­zó a dar­le migas de pan y lue­go, intro­du­jo sus dedos en el agua y dejó correr las gotas caye­ran sua­ve­men­te en el pico del pajarito.
Gerar­do no qui­so lle­vár­se­lo a su cel­da, pero todos los días pasa­ba para ali­men­tar­lo. El pro­ble­ma era que al prin­ci­pio el peque­ño no que­ría comer con nadie, sal­vo con Gerar­do. Un día se le ocu­rrió ofre­cer­le al paja­ri­to unas hila­chas de pes­ca­do y des­pués el bri­bón igno­ra­ba las migas del pan. Comen­za­ron a cre­cer sus plu­mas y Gerar­do le ense­ñó enton­ces a comer solo. Le ponía los tro­ci­tos de ali­men­to en la pal­ma de su mano y el paja­ri­to venía con toda confianza.
Sin embar­go, los pre­sos esta­ban preo­cu­pa­dos. En caso de ins­pec­ción, el peque­ño sería un problema.Como ya esta­ba más gran­de, lo saca­ron la patio para que vola­ra libre. El paja­ri­to vola­ba un poco y regre­sa­ba al hom­bro de Gerar­do. Cada vez que inten­ta­ba volar con otros pája­ros, lo recha­za­ban a pico­ta­zos. Poco a poco ganó con­fian­za. Gerar­do entra­ba solo al pabe­llón don­de vive, pero cuan­do salía otra vez al patio, el paja­ri­to se aso­ma­ba tam­bién para verlo.
En una oca­sión esta­ban muchos pre­sos en el patio. Alguien le dijo a Gerar­do que por ahí anda­ba el paja­ri­to posa­do en los alam­bres de púas. Gerar­do sil­bó y fren­te a todos los pre­sos, el peque­ño apa­re­ció de la nada y se posó en su hom­bro. Increí­ble. Todos habla­ban de esta historia.
Al paja­ri­to lo lla­ma­ban Car­de­nal, por­que Gerar­do le pin­tó las plu­mas de la cola con un mar­ca­dor rojo, para dis­tin­guir­lo de los demás. La pin­tu­ra lo afec­tó un poco. El paja­ri­to per­dió las plu­mas de la cola, pero por bre­ve tiem­po. Des­pués las recu­pe­ró, con su color natu­ral. Sin embar­go, el nom­bre se que­dó: Cardenal.
En una oca­sión otro pre­so encon­tró al paja­ri­to en el patio con el pico abier­to. Hacía mucho calor, tenía sed. Lo tomó y se lo dio a Gerar­do. Él lo ocul­tó den­tro de su gorra para entrar­lo sin que lo vie­ran. Por supues­to, se die­ron cuen­ta de que algo extra­ño tenía en la cabe­za. “¿Qué tie­nes deba­jo de la gorra?”, y él dijo: “Nada”. Car­de­nal tam­bién res­pon­dió pian­do como loco. “No me digas que lo estás entre­nan­do para lle­var­le men­sa­jes a Fidel”, reac­cio­nó uno de los guar­dias riéndose.
La his­to­ria no ter­mi­nó toda­vía. Gerar­do se lo lle­vó a su cel­da y le pre­pa­ró un lugar para que se que­da­ra allí. Juga­ba con él, se le posa­ba en el hom­bro, en la cabe­za. Cuan­do Gerar­do esta­ba escri­bien­do, venía a entre­te­ner­lo y el cubano le daba una pal­ma­di­ta cari­ño­sa, para que lo deja­ra tran­qui­lo. Enton­ces Car­de­nal se escu­rría por la espal­da has­ta don­de la mano ami­ga no podía alcan­zar­lo. A veces se acu­rru­ca­ba en el cue­llo de la cami­sa del pre­so y allí se dor­mía. O pico­tea­ba la ore­ja del ami­go y cuan­do Gerar­do sacu­día la cabe­za, Car­de­nal se muda­ba a la otra oreja.
En una oca­sión en que Gerar­do había sol­ta­do a Car­de­nal, este voló has­ta el come­dor y ate­rri­zó en el pla­to de un pre­so gran­de y fuer­te que esta­ba comien­do un peda­zo de pollo. El pre­so aga­rró al paja­ri­to en sus manos para apre­tar­lo y alguien le gri­tó: “No lo mates. Es de Cuba”. El gri­to lo tomó des­pre­ve­ni­do. El hom­bre sol­tó a Car­de­nal y pre­gun­tó asom­bra­do: “¿Y quién coño es Cuba?”
Gerar­do en reali­dad esta­ba muy preo­cu­pa­do. A cier­to guar­dia no le hacía nin­gu­na gra­cia el paja­ri­to. Duran­te una ins­pec­ción, el guar­dia había obli­ga­do al pre­so a sol­tar a Car­de­nal y cerrar la puer­ta des­pués. El paja­ri­to regre­só lue­go estro­pea­do. Gerar­do lo dejó unos días más en su cel­da para que se recu­pe­ra­ra. Y en eso hubo un lock­down (inco­mu­ni­ca­ción apli­ca­da a todos los pri­sio­ne­ros) y siem­pre que hay lock­down hay registros.
Cuan­do Gerar­do escu­chó que esta­ban regis­tran­do por espa­cio que que­da entre el piso y la puer­ta, lo empu­jó hacia afue­ra. Car­de­nal salió volan­do, den­tro del pabe­llón don­de está la cel­da de Gerar­do. Al lle­gar el guar­dia, vio la caja don­de vivía Car­de­nal. Gerar­do le dijo que ahí vivía su ami­go, por volun­tad pro­pia: “El pro­ble­ma es que yo lo saco para afue­ra, pero el paja­ri­to vuel­ve; yo no ten­go la cul­pa”. “Mira si te voy a creer que el paja­ri­to va a vol­ver”, le con­tes­tó el guar­dia, que hace el ade­mán de irse como dicien­do: “estás loco”. Gerar­do sil­bó den­tro de su cel­da y el guar­dia se que­dó frío vien­do como regre­sa­ba el ani­ma­li­to. Sin equi­vo­car­se, Car­de­nal iden­ti­fi­có el lugar de su ami­go en la enor­me gale­ría de cel­das del pri­mer y segun­do piso, todas exac­ta­men­te iguales.
Car­de­nal lle­gó a la cel­da de Gerar­do. Miró por la ren­di­ja, pero no pudo entrar (esto suce­de duran­te lock­down). Allí se que­dó quie­to has­ta que el mis­mo Gerar­do, con­mo­vi­do, abrió la ven­ta­ni­lla por don­de meten la comi­da y Car­de­nó entró. Unos días des­pués hubo otro regis­tro. Cuan­do los guar­dias lle­ga­ron a la cel­da de Gerar­do éste les dijo que tenía un paja­ri­to, para que no se fue­ran a asus­tar si les vola­ba enci­ma. Le dije­ron que tenía que sol­tar­lo, pero como nin­guno de ellos lo podía aga­rrar, lle­va­ron a Gerar­do has­ta la puer­ta del pabe­llón para que el mis­mo lo sol­ta­ra. Como esta­ban en lock­down, Gerar­do y el paja­ri­to salie­ron por el pasi­llo escol­ta­dos por los guar­dias. Todos los pre­sos los vie­ron a tra­vés de la ren­di­ja de sus cel­das, y comen­za­ron a gri­tar: “Se lle­van a Cuba y al paja­ri­to al hue­co” y comen­za­ron a gol­pear las puer­tas en pro­tes­ta. El guar­dia gri­tó: “¡Cál­men­se! No lo lle­vo al hue­co; solo vamos a dejar libre al pájaro.”
Esa fue la últi­ma vez que Gerar­do vio a Car­de­nal. El lock­donw duró un mes sin que el pabe­llón se abrie­ra. El cubano no pudo salir y Car­de­nal no pudo entrar. El paja­ri­to había esta­do den­tro de aque­lla dura pri­sión de alta segu­ri­dad des­de el cum­plea­ños de Gerar­do, el 4 de junio has­ta el 16 de julio, un día des­pués del ani­ver­sa­rio de bodas Gerar­do y Adriana.
Y colo­rín colo­ra­do este cuen­to (que no es cuen­to) se ha acabado.
(Ali­cia escri­bió esta his­to­ria de memo­ria dos horas des­pués de escu­chár­se­la a Gerar­do en una visi­ta que ella le hicie­ra a la cár­cel de máxi­ma segu­ri­dad de Vic­tor­vi­lle, Cali­for­nia. Él des­pués revi­só y corri­gió el tex­to, que Ali­cia quie­re entre­gar a la Casa Edi­to­ra Abril para que sea publi­ca­do para los niños. Gerar­do cum­ple una con­de­na de dos cade­nas per­pe­tuas más 15 años, por car­gos que no fue­ron pro­ba­dos duran­te un jucio suma­men­te pre­jui­cia­do en Miami.)

Cuba­de­ba­te

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