Admiro por su capacidad de síntesis al profesor universitario “mexicano” de origen alemán Heinz Dieterich Steffan. Ha realizado un extraordinario trabajo en sus libros sobre el Socialismo del Siglo XXI. Lo más interesante de sus aportes y los que hacen sus amigos economistas de “nuevo tipo”, es el trabajo sobre la “Economía de las Equivalencias”. También su visión globalizada, moderna, cibernética y “cuántica” del mundo. Todo eso lo “conecta” con la juventud.
Una vez los trabajadores construyamos hegemonía política en nuestras revoluciones democráticas americanas, podremos avanzar hacia la aplicación de esa teoría-práctica de las “equivalencias de valor”. Para hacerlo en forma sostenida se requiere mayor autonomía de nuestros pueblos en lo económico, la integración regional, y la profundización de la democracia-nacionalista con tendencia hacia lo “popular”.
Desgraciadamente, sus valiosos aportes teóricos parecieran diluirse cuando plasma su visión estratégica en la política real y concreta de la región. Cae, seguramente sin proponérselo, en muchos de los errores que cuestiona en sus libros, como es la unilateralidad y el dogmatismo.
Ello lo lleva, a veces, a anunciar – al estilo de una especie de “Casandra” -, las posibles y futuras derrotas políticas de nuestras luchas, proponiendo salidas que incomodan a más de un “revolucionario práctico”, que odia a quienes desde una cátedra universitaria se atreven a pontificar sobre esta vida y la otra.
Yo sí valoro, no sólo los esfuerzos del profesor Heinz, sino de todos aquellos académicos que estudian y “le echan cabeza” a nuestros problemas. Lo bueno que tiene Dieterich es que “pone a pensar” y provoca reacciones.
El “error” de Dieterich
Con todo respeto por tan eminente catedrático, desde las briosas montañas del Cauca, una lejana provincia de Colombia, planteo que en su penúltimo artículo “Bolívar, Lenin y Hugo Chávez en la Revolución bolivariana”1, no solo está equivocado sino que desconoce algunos aspectos centrales de las luchas que se desarrollan en nuestra región. Veo una intencionalidad sana en su propuesta, pero creo, que no acierta.
Antes de avanzar, aclaro que hago este llamado de atención, desde la sencillez y la desprevención de quien no está interesado en ganar debates sino en promover la discusión. Quiero que se clarifique la idea, y que ella nos sirva a los trabajadores y pueblos para orientar nuestras luchas.
El profesor alemán llama a “dar un salto cualitativo hacia el Socialismo del Siglo XXI”, lo que significa romper una alianza tácita que en este momento es el motor de las revoluciones nacionalistas-democráticas. Esa alianza la encabezan los pueblos originarios, los campesinos y las masas populares (proletariado disperso) de nuestros países, pero también hacen parte de ella los trabajadores estatales, el escaso proletariado industrial que sobrevive a la avalancha “post-fordista”, la pequeña burguesía golpeada por las políticas neoliberales, y algunos sectores empresariales capitalistas no-monopólicos.
De llevarse a la práctica su consejo se debilitaría el frente anti-imperialista, que ya es bastante precario.
Marx decía que los pueblos se proponen metas que pueden lograr. La meta del socialismo es válida, pero ella no se consigue a punta de buena voluntad de las “vanguardias”. La gran ventaja que tenía Lenin, en el momento de formular sus famosas “Tesis de Abril”, a las que acude el connotado profesor de la Universidad Autónoma de México, era que desde 1905 existían los “Soviets” (órganos de poder popular que se pueden llamar comunas, comités revolucionarios, consejos comunales, que ejercen la democracia participativa directa). Lo más parecido que tenemos en América son las “Juntas de Buen Gobierno” de los Municipios Autónomos Rebeldes que impulsan los “zapatistas” en el sur de México o los Cabildos Indígenas Nasas, en algunas regiones del Cauca. No hay más, que yo sepa.
En la práctica no existen, y donde se están queriendo organizar – según se aprecia – no pasan de ser ejercicios burocráticos de los funcionarios de los gobiernos “progresistas”, y no el resultado de una acción consciente “desde abajo” y/o de una estrategia de los partidos revolucionarios que están al lado de esos gobiernos.
Me dirán, allí están las organizaciones sociales. No las niego, existen y son importantes, pero no son expresiones de poder político. No tienen la connotación que deben tener comités elegidos por las masas, con poder real, que trascienda la lucha reivindicativa. Ellos surgen en medio de las insurrecciones, ante el vacío de poder. En nuestro caso, toca inventarlos, crearlos, construirlos, es posible que ya existan gérmenes, pero no hacen parte de un movimiento real.
Pero nuestro amigo Dieterich también olvida que Lenin, evaluando años después ese momento de “viraje estratégico”, de “golpe de timón”, al formular las líneas gruesas de la Nueva Política Económica NEP, planteaba que si él hubiera sabido que la guerra lo iba a dejar sin la vanguardia real, habría diseñado una estrategia dirigida a “rodear la fortaleza”, para que esta cayera por sí misma. Ello porque la mayoría de los trabajadores que encabezaban los Soviets murieron en los frentes de batalla (1917−1921). Es decir, habría protegido sus fuerzas: “no quemaría las velas”.
Al evaluar todo ese proceso, Lenin veía con preocupación que la “vanguardia política” (la cúpula partidaria) se había quedado sin vanguardia real (lo más avanzado de los trabajadores, campesinos y soldados revolucionarios), y centraba allí sus preocupaciones sobre el futuro de la revolución, previendo la burocratización que se venía en ciernes. Preocupación que lo enfrentaba tanto a Trotsky como a Stalin.
Un nuevo tipo de Soviets que no compita (por ahora) con la democracia representativa
En América Latina no tenemos las formas organizativas (poder real) de los trabajadores que nos permita realizar el viraje que pide el profesor Heinz. Ojalá las hubiera. Hay que construir desde la base esos órganos de poder, ejercicio de la democracia directa, pero – dada las particularidades de nuestras revoluciones democrático-nacionalistas -, debemos no sólo mantener la democracia representativa sino mejorarla, combinarle los ejercicios de democracia participativa (consultas populares, referendos, revocatorias del mandato), pero no acelerarnos a destruirla.
Se requiere que las clases subordinadas (trabajadores, campesinos, indígenas) ganen peso en la alianza nacionalista actual. Se necesita una etapa de “desarrollismo” que nos permita reconstruir las fuerzas económicas y sociales que sean el soporte real de la fuerza hegemónica de los trabajadores. Un “salto cualitativo” como el que propone Dieterich es un salto al vacío, que nos lleva inevitablemente a profundizar el “bonapartismo” que ya asoma su nariz, en el caso de Venezuela, Ecuador y Bolivia, al no estarse construyendo una “vanguardia colectiva democrático-nacionalista”, y centrar todas las decisiones en cabeza de “caudillos”.
Los partidos comunistas, los núcleos de revolucionarios dispersos existentes, deberíamos unificar la acción en la construcción de esos nuevos órganos de poder. Desde la base, presionar para que los gobiernos nacionalistas hagan bien su tarea, consoliden la independencia frente imperio, estrechen lazos entre los pueblos y naciones de la región, y hasta donde sea posible – empujarlos desde abajo – para ir construyendo nuevas formas de acción política y de ética administrativa.
Fortalecer el aparato productivo, apoyar los procesos de economías de resistencia (“propia”, solidaria, comunitaria, cooperativa, alterna, agroecológica, etc.), es una obligación de esos gobiernos, sin caer en extremos “indigenistas” o “andinos” que nos aíslen del mundo globalizado.
Si aclaramos el rumbo y acumulamos fuerza real, el viraje que pide el compañero Dieterich no va a quedar en cabeza de Chávez, Correa o de Evo, sino de un nuevo tipo de vanguardia revolucionaria consciente de los trabajadores y los pueblos indo-afro-euro-americanos. Hoy no existe esa vanguardia, y así existiera, la estrategia debe ser la de la NEP y no la de las “Tesis de Abril”.