De Ylla­nes a Mikel Ote­gi y Mainar

El jura­do está de nue­vo en el dis­pa­ra­de­ro tras la sen­ten­cia con­tra José Die­go Ylla­nes. La madre de Nago­re Laf­fa­ge admi­tía ayer mis­mo que nun­ca vio con bue­nos ojos que este caso se sen­ten­cia­ra a tra­vés de un tri­bu­nal popu­lar. La polé­mi­ca no sólo afec­ta a la defi­ni­ción de los deli­tos que pue­den ser juz­ga­dos de este modo, sino al modo en que se eli­gen los jura­dos ‑con recu­sa­cio­nes previas‑, y sobre todo al «mar­ca­je» de sus dic­tá­me­nes y la «corre­ción» pos­te­rior. Muchos recuer­dan estos días que la deci­sión del jura­da que absol­vió en 1997 a Mikel Ote­gi del «ase­si­na­to» de dos ertzai­nas fue anu­la­da inme­dia­ta­men­te. Las dudas sobre este ente, en suma, se mul­ti­pli­can tras el «caso Laffage»:

¿Por qué a Ylla­nes le juz­gó un jura­do popu­lar y a otros no?

El «homi­ci­dio» o «ase­si­na­to» es uno de los deli­tos sus­cep­ti­bles de juz­gar­se con jura­do, jun­to a «deli­tos con­tra el honor», «deli­tos con­tra la liber­tad» o «deli­tos con­tra el medio ambien­te». Pero hay dos excep­cio­nes. Los acu­sa­dos por «terro­ris­mo» no pue­den aco­ger­se a esta opción. Y tam­bién se exclu­ye a quie­nes tie­nen otras impu­tacio­nes aña­di­das a la de cau­sar muer­te. En el caso del cri­men de Fago que se juz­ga des­de ayer, por ejem­plo, se des­car­tó el empleo de jura­do con el argu­men­to de que al acu­sa­do, San­tia­go Mai­nar, se le impu­ta tam­bién «tenen­cia ilí­ci­ta de armas». A Jai­me Gimé­nez Arbe, El Soli­ta­rio, se le dene­gó por la mis­ma razón cuan­do fue juz­ga­do en Iru­ñea por la muer­te de dos guar­dias civi­les en Cas­te­jón. En el caso de José Die­go Ylla­nes, se le impu­taba tam­bién otro deli­to ajeno al de «homi­ci­dio» o «ase­si­na­to» («pro­fa­na­ción de cadá­ver»), pero sí se auto­ri­zó el jui­cio con jurado.

¿Es más bené­vo­lo el jurado?

La mayo­ría de los exper­tos entien­de que no, que nor­mal­men­te es más duro que un tri­bu­nal pro­fe­sio­nal, pero en oca­sio­nes como ésta este cri­te­rio bási­co se des­mien­te. En gene­ral, se obser­va que un tri­bu­nal popu­lar es más «permea­ble» ante los dis­cur­sos escu­cha­dos en la sala. Y obvia­men­te, esto tie­ne nota­ble influen­cia cuan­do la víc­ti­ma no pue­de con­tra­po­ner su tes­ti­mo­nio al del acu­sa­do. Duran­te sie­te días de vis­ta oral, el jura­do vio y escu­chó a José Die­go Ylla­nes, pero no a Nago­re Laffage.

La Ley del Jura­do ‑de 1995- otor­ga tam­bién algu­nas peque­ñas «ven­ta­jas» aña­di­das al acu­sa­do, como la posi­bi­li­dad de situar­se jun­to a su letra­do para reci­bir con­se­jos. Ylla­nes lo apro­ve­chó. Nada que ver, por ejem­plo, con la sole­dad de la «pece­ra» de la Audien­cia Nacional.

¿Cómo se con­for­ma el jurado?

La per­cep­ción gene­ral de que el tri­bu­nal se eli­ge al azar no es muy ajus­ta­da a la reali­dad, ya que las par­tes per­so­na­das en el caso tie­nen la capa­ci­dad de «recu­sar» a deter­mi­na­dos com­po­nen­tes en fun­ción de sus intere­ses y per­cep­cio­nes. La Ley del Jura­do pre­vé que al menos un mes antes del ini­cio del jui­cio se haga una selec­ción de 36 can­di­da­tos por cada cau­sa, median­te sor­teo puro. De todos ellos, sólo nue­ve ter­mi­na­ron con­for­man­do el jura­do del «caso Laf­fa­ge», seis muje­res y tres hombres.

Tras el polé­mi­co fallo, sus nom­bres han segui­do al menos en el ano­ni­ma­to, con­tra­ria­men­te a lo que ocu­rrió tras la sen­ten­cia sobre las dos muer­tes de Itsa­son­do. En aque­lla oca­sión, dia­rios espa­ño­les publi­ca­ron su iden­ti­dad e inclu­so espe­cu­la­ron sobre sus ideas políticas.

¿Sobre qué dic­ta­mi­na exac­ta­men­te el jurado?

El tri­bu­nal popu­lar no hace una cali­fi­ca­ción jurí­di­ca, sino que se limi­ta a res­pon­der a una serie de pre­gun­tas rela­ti­vas a los hechos pro­du­ci­dos. El juez es quien las deci­de, lógi­ca­men­te sin indu­cir una res­pues­ta deter­mi­na­da. Sin embar­go, pue­de enten­der­se que en este caso algu­nas de ellas bene­fi­cia­ban a Ylla­nes al repro­du­cir su ver­sión (por poner un ejem­plo, cuan­do se plan­tea si el acu­sa­do malin­ter­pre­tó las inten­cio­nes de la joven, a lo que el jura­do res­pon­dió que sí). Por con­tra, ese tri- bunal esti­mó «no pro­ba­do» que la víc­ti­ma repro­cha­ra a Ylla­nes su acti­tud, con lo que vuel­ve a que­dar de relie­ve la des­igual­dad de con­di­cio­nes cuan­do una par­te pue­de expo­ner su ver­sión y la otra no, por­que está muerta.

En el capí­tu­lo de cir­cuns­tan­cias que modi­fi­can la res­pon­sa­bi­li­dad del acu­sa­do, el juez plan­teó al jura­do una posi­ble agra­van­te fren­te a ocho posi­bles ate­nuan­tes. Una de las pre­gun­tas era ésta: «¿José Die­go reco­no­ció la auto­ría de los hechos que había rea­li­za­do y ha pedi­do per­dón des­de el pri­mer momen­to?». El jura­do popu­lar res­pon­dió que sí. Pero para­dó­ji­ca­men­te, al mis­mo tiem­po sus com­po­nen­tes han decla­ra­do pro­ba­do que inten­tó ocul­tar el cadá­ver, que pidió ayu­da a un ami­go, que lim­pió el piso…

¿Qué mar­gen tie­ne aho­ra el juez para esta­ble­cer la pena?

La Ley del Jura­do esta­ble­ce que no pue­de cam­biar la tipi­fi­ca­ción del deli­to sal­vo en cir­cuns­tan­cias muy excep­cio­na­les, por lo que se da por segu­ro que Ylla­nes será con­de­na­do sólo por «homi­ci­dio». Pero el juez sí pue­de des­es­ti­mar las ate­nuan­tes apre­cia­das por el jura­do. Algu­nas han pro­vo­ca­do autén­ti­ca alar­ma en ins­tan­cias que luchan con­tra la vio­len­cia de géne­ro, por las con­se­cuen­cias que pudie­ran aca­rrear. Por ejem­plo, ocho de sus nue­ve miem­bros die­ron por bueno que Ylla­nes «vio alte­ra­da su per­cep­ción de la reali­dad, su con­cien­cia y su volun­tad como con­se­cuen­cia de inter­pre­tar erró­nea­men­te Nago­re que inten­ta­ba agre­dir­la sexual­men­te y reac­cio­nar ésta ame­na­zán­do­le con des­truir su carre­ra y denun­ciar­le». Que fue un arre­ba­to, en suma.

¿Qué tipos de recur­so caben ante los fallos del jurado?

Los mis­mos que en los casos vis­tos por tri­bu­na­les pro­fe­sio­na­les. Todas las par­tes pue­den recu­rrir el «caso Laf­fa­ge», pri­me­ro ante el Tri­bu­nal Supe­rior de Jus­ti­cia de Nafa­rroa y lue­go ante el Supre­mo, en un pla­zo de diez días des­de la últi­ma noti­fi­ca­ción. En el pri­mer paso, el recur­so de ape­la­ción, se pue­de cues­tio­nar «si la sen­ten­cia ha incu­rri­do en infrac­ción de pre­cep­to cons­ti­tu­cio­nal o legal en la cali­fi­ca­ción de los hechos o en la deter­mi­na­ción de la pena».

www.

Ramón SOLA

gara​.net

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