«Wiki­leaks in Spain» – Jon Odriozola

Me man­dan una car­ta por el correo tem­prano, en esa car­ta me dicen que cayó pre­so mi her­mano o hermana.

«Cuan­do entré ‑otra vez- en pri­sión en junio de 2007, con 53 años, mis pro­ble­mas físi­cos eran artro­sis en los pies, sinu­si­tis gra­ve cró­ni­ca y haber sufri­do una fle­bi­tis. Mi situa­ción hoy, octu­bre de 2010, ha cam­bia­do: la artro­sis defor­ma­ti­va (pies y manos) avan­za, la sinu­si­tis se ha agra­va­do y no me per­mi­te des­can­sar ni dor­mir ni una sola noche con ata­ques de tos insis­ten­tes segui­do de asfixia.

Toda la aten­ción que he reci­bi­do ha sido sue­ro y dos sali­das al oto­rrino. Me die­ron un nebu­li­za­dor. El oto­rrino apun­ta que regre­se “en tres meses”, algo que supe mucho des­pués, una negli­gen­cia más de la que, enci­ma, debí de tener yo la cul­pa por no avi­sar de algo que igno­ra­ba y, para col­mo, ten­go que oír que mis pul­mo­nes deben de estar “bue­nos” des­pués de “tres años y pico así”».

La car­ta sigue: «como con­se­cuen­cia de la extir­pa­ción de los ova­rios en 2008, con 54 años, y la con­se­cuen­te ausen­cia de hor­mo­nas, ha apa­re­ci­do la osteo­po­ro­sis. No me han dado un tra­ta­mien­to pre­ven­ti­vo. Tam­bién padez­co cata­ra­tas en un ojo por el que ya casi ni veo y que me ten­drían que ope­rar, pero ni se sabe cuán­do. Me han dado unas gafas que no se corres­pon­den con mi gra­dua­ción actual. Lo más gra­ve son las vér­te­bras lum­ba­res. Me dan pas­ti­llas de Ibu­pro­feno e inyec­cio­nes que pue­de que me dañen los riño­nes ‑cálcu­los- y el pán­creas. La úni­ca solu­ción es la ciru­gía, pero aquí, en Ávi­la, no la rea­li­zan y hace un año que espe­ro que me la reali­cen en la Uni­dad de Neu­ro­ci­ru­gía de Sala­man­ca, el tiem­po de que ter­mi­ne en una silla de rue­das, como­me dijo una doctora.

El artícu­lo 36.1 del Regla­men­to Peni­ten­cia­rio dice que los médi­cos tie­nen potes­tad para pedir una ambu­lan­cia para el des­pla­za­mien­to al hos­pi­tal dejan­do cla­ro que a la hora de la con­duc­ción pri­ma­rían los cri­te­rios médi­co-sani­ta­rios a los poli­cia­les. Sin embar­go, la reali­dad car­ce­la­ria es muy dife­ren­te. Ya ves que estoy hecha un cris­to (o una mag­da­le­na), “gra­cias” al plan de exter­mi­nio con­tra la disi­den­cia polí­ti­ca de un Esta­do, el espa­ñol, que se dedi­ca a dar lec­cio­nes de “dere­chos huma­nos” y otras monsergas.

Un abra­zo, Isabel».

Ya hace algu­nos años escri­bí en esta mis­ma sec­ción que la eti­que­ta «dere­chos huma­nos», ese lábel, o el «dere­cho a la vida», es una de las últi­mas coar­ta­das o ali­bís de una bur­gue­sía y una oli­gar­quía con­de­na­das a des­apa­re­cer pero que, cla­ro, no se dejan si no las empujas.

El capi­ta­lis­mo ‑según Marx y Engels- vino al mun­do cho­rrean­do san­gre. Gui­llo­ti­nan­do monar­cas y, des­pués, vam­pi­ri­zan­do hemo­glo­bi­na obre­ra. Es aho­ra que, mori­bun­do, sin idea­les, caqué­xi­co, enar­bo­la la ban­de­ra del «dere­cho a la vida». Por des­con­ta­do, a la suya. Un eude­mo­nis­mo bur­gués que no tole­ra que ata­quen lo más sagra­do para él, por enci­ma de su hipó­cri­ta dere­cho a la vida: el dere­cho a la pro­pie­dad. Todo arran­ca de aquí. Vale.

Fuen­te: Gara

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