Paci­fi­ca­ción – José Luis Orella

Paci­fi­ca­ción es la res­tau­ra­ción del orden per­di­do en el reco­no­ci­mien­to de la per­so­na­li­dad físi­ca, terri­to­rial y social del inter­lo­cu­tor, jun­ta­men­te con todos sus dere­chos. Has­ta aho­ra se habla­ba de paci­fi­ca­ción tras una gue­rra o una huel­ga como el con­jun­to de acti­vi­da­des diplo­má­ti­cas, huma­ni­ta­rias o mili­ta­res, que se lle­va­ban a cabo con el fin de lograr el final de un con­flic­to béli­co o social. Aho­ra tene­mos que hablar de paci­fi­ca­ción tras medio siglo de enfren­ta­mien­tos terro­ris­tas o rei­vin­di­ca­ti­vos de identidad.

Ni toda gue­rra es neu­tra, como si sólo los otros hubie­ran sido los cau­san­tes de la rup­tu­ra del orden indi­vi­dual o social, ni toda paci­fi­ca­ción es uni­la­te­ral con exi­gen­cia a los ven­ci­dos del reco­no­ci­mien­to de su error y la vuel­ta al redil de la ver­dad absoluta.

Toda paci­fi­ca­ción recla­ma de las par­tes enfren­ta­das una con­ver­sión, un arre­pen­ti­mien­to y un pro­yec­to de nue­va vida. Y esto tan­to a nivel indi­vi­dual como social. Y no habrá ver­da­de­ra paci­fi­ca­ción si algu­na de las par­tes actúa de for­ma auto­ri­ta­ria y des­pó­ti­ca, como si toda la ver­dad estu­vie­ra de su parte.

La con­ver­sión recla­ma un cam­bio radi­cal de direc­ción admi­tien­do la trans­for­ma­ción del pen­sa­mien­to, del len­gua­je y de la acción. Con­lle­va una renun­cia de la vida ante­rior y un some­ti­mien­to a las leyes legí­ti­mas y al dere­cho universal.

La con­ver­sión, según el brah­ma­nis­mo, recla­ma la exis­ten­cia de una ilu­mi­na­ción que impli­que el aban­dono del camino lle­va­do has­ta el momen­to para empren­der una nue­va vida. Según la filo­so­fía grie­ga, la con­ver­sión recla­ma una pro­fun­di­za­ción en el cono­ci­mien­to del pro­pio yo y de su ínti­mo ser. Tam­bién los grie­gos exi­gían en la con­ver­sión una reve­la­ción sin­gu­lar por la que se alcan­za­ba una más cla­ra visión de futu­ro. La con­ver­sión igual­men­te recla­ma el decai­mien­to del esta­do de sober­bia o indi­fe­ren­cia en unos, o de rebe­lión en otros, para pasar a una más cla­ra con­cien­cia de con­fra­ter­ni­dad y de la colaboración.

La con­ver­sión no sólo ata­ñe a los indi­vi­duos, sino que tam­bién las socie­da­des deben entrar en un pro­ce­so de refle­xión. Y cuan­do ha habi­do una gue­rra sola­pa­da secu­lar de enfren­ta­mien­to social, ambas socie­da­des deben entrar en un pro­ce­so de puri­fi­ca­ción y con­ver­sión. La con­ver­sión debe ser un pro­ce­so no sólo indi­vi­dual, sino que es un revi­val en el que debe entrar toda una generación.

Toda con­ver­sión recla­ma el arre­pen­ti­mien­to, que con­sis­te en el abo­rre­ci­mien­to de las injus­ti­cias come­ti­das y el empren­di­mien­to de una nue­va vida. El arre­pen­ti­mien­to debe ser inte­rior, gene­ral y debe ser toma­do por razo­nes supe­rio­res, si bien no es nece­sa­rio para reci­bir el perdón.

El arre­pen­ti­mien­to no se ha exi­gi­do has­ta este momen­to nun­ca para par­ti­ci­par en polí­ti­ca ni euro­pea ni espa­ño­la, ni para asu­mir car­gos de res­pon­sa­bi­li­dad. Dígan­se­lo, si no, a los anti­guos miem­bros del par­ti­do comu­nis­ta euro­peo y en Espa­ña a car­gos como Adol­fo Suá­rez y otros miem­bros de su par­ti­do, o actual­men­te a los afi­lia­dos a Falan­ge Española.

El per­dón se pue­de con­ce­der por cada una de las par­tes aun cuan­do no haya arre­pen­ti­mien­to en la par­te con­tra­ria por la cor­te­dad o la cerra­zón del cul­pa­ble de bue­na fe. Pero para empe­zar una nue­va con­vi­ven­cia, el per­dón debe recla­mar­se mutua­men­te a las par­tes enfrentadas.

Si el arre­pen­ti­mien­to no es obli­ga­to­rio, ya que se rela­cio­na con la pro­pia idio­sin­cra­sia, el per­dón sí es pie­za fun­da­men­tal de la paci­fi­ca­ción, ya que es con­di­ción indis­pen­sa­ble para enta­blar un nue­vo camino.

En toda paci­fi­ca­ción lo que es obli­ga­to­rio es el cam­bio de vida de las par­tes enfren­ta­das. Aun­que la con­ver­sión, el per­dón y el cam­bio de vida no impli­can el desis­ti­mien­to de la pro­pia idiosincrasia.

En efec­to, la paci­fi­ca­ción no exi­ge el cam­bio de idio­sin­cra­sia. El mun­do de los vivos está com­pues­to de afi­ni­da­des y de recha­zos. Afi­ni­da­des de todo nivel que no sólo son ins­tin­ti­vas, sino que tam­bién las hay cons­cien­tes. Afi­ni­da­des de gus­tos, de ten­den­cias afec­ti­vas, de con­fi­gu­ra­ción, de sexo, de pre­fe­ren­cias. Por estas afi­ni­da­des de géne­ro las plan­tas se fecun­dan, los ani­ma­les se apa­rean y for­man cama­das, reba­ños y orga­ni­zan migra­cio­nes, los hom­bres con­fi­gu­ran sus for­mas de vida en dis­tin­tos pai­sa­jes y en varia­das orga­ni­za­cio­nes. Aun­que todas las espe­cies vivas tie­nen su hábi­tat que defien­den de for­ma enér­gi­ca y aun béli­ca, sin embar­go, se per­mi­ten las migra­cio­nes y la con­vi­ven­cia y adap­ta­ción de especies.

Sólo los huma­nos recla­man con razo­nes iló­gi­cas la terri­to­ria­li­dad de su pai­sa­je, impi­dien­do por razo­nes varia­das de eco­no­mía, de len­gua o de sim­ple volun­tad, la exclu­si­vi­dad de su asen­ta­mien­to. Sin embar­go, ni los vas­cos tie­nen un títu­lo de pro­pie­dad exclu­si­va sobre el terri­to­rio vas­co ni los espa­ño­les de la patria Espa­ña, ni los euro­peos de Euro­pa. En toda la his­to­ria cono­ci­da de la huma­ni­dad las migra­cio­nes han sido nor­ma­les y enriquecedoras.

La izquier­da aber­tza­le ha hecho su pro­ce­so de con­ver­sión que no impli­ca el desis­ti­mien­to de su idio­sin­cra­sia. En sen­ti­do opues­to a este camino reco­rri­do, debe acom­pa­ñar otro pro­ce­so igual­men­te de con­ver­sión de la socie­dad vas­ca y de la socie­dad espa­ño­la. En todos debe gene­rar­se la con­ver­sión y el arre­pen­ti­mien­to que no impli­ca la trans­for­ma­ción de idio­sin­cra­sia. Sin embar­go, a cada una de las par­tes enfren­ta­das se le debe recla­mar el arre­pen­ti­mien­to y la rec­ti­fi­ca­ción de las injus­ti­cias cometidas.

¿O es que aca­so la vio­len­cia de ETA, el posi­cio­na­mien­to de la izquier­da aber­tza­le, el acom­pa­ña­mien­to de los par­ti­dos demo­crá­ti­cos vas­cos, la pos­tu­ra de fuer­za legal y judi­cial de la mayo­ría espa­ño­la no han teni­do unas raí­ces socia­les y polí­ti­cas y unas actua­cio­nes mani­fies­ta­men­te vin­di­ca­ti­vas, de fuer­za y aun dictatoriales?

Des­de cuán­do y por qué cau­sas nació y sub­sis­te el con­flic­to vas­co que ha sido el espan­ta­jo que ha sus­ten­ta­do y el leiv motiv de la actua­ción con­flic­ti­va terro­ris­ta des­de la transición?

¿Qué cam­bios socia­les y polí­ti­cos recla­ma la des­apa­ri­ción de ETA para que no haya nun­ca ten­ta­ción algu­na que jus­ti­fi­que el resur­gir de un nue­vo movi­mien­to parecido?

La paci­fi­ca­ción impli­ca la pre­pa­ra­ción de un nue­vo camino en el que se satis­fa­gan las recla­ma­cio­nes de las par­tes, de modo que se coac­ten las sos­pe­chas y se cie­rren las posi­bi­li­da­des de una repe­ti­ción del enfrentamiento.

La paci­fi­ca­ción recla­ma la res­tau­ra­ción del orden per­di­do, el reco­no­ci­mien­to de la per­so­na­li­dad y la acep­ta­ción de los dere­chos del adver­sa­rio o inter­lo­cu­tor, es decir, los dere­chos huma­nos como per­so­na y como ciu­da­dano, los dere­chos socia­les, labo­ra­les y eco­nó­mi­cos, los dere­chos de raza, len­gua y terri­to­rio, los dere­chos como tri­bu, pue­blo, nación, sin­di­ca­to o aso­cia­ción. Es decir, se exi­ge el reco­no­ci­mien­to de la idio­sin­cra­sia del inter­lo­cu­tor, como indi­vi­duo, como ciu­da­dano o como comu­ni­dad libre­men­te organizada.

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