No somos Ugan­da (II)- Jon Odriozola

Decía­mos hace 15 días que los blan­cos somos los putos amos y las demás razas son «infe­rio­res». Ya no se dice así por­que que­da feo, pero se pien­sa. Es un poco como si un vas­co que por­ta ocho ape­lli­dos vas­cos (como que­ría el insí­pi­do Sabino Ara­na), pero no bla­so­na de ello y, lo que tie­ne deli­to, ¡no sabe eus­ke­ra!, pues resul­ta que no hay lina­je ni cas­ta, no es vas­co de cojo­nes, vaya, es un erdi­vas­co, en fin, hay racis­mos de todos los colo­res y patrias y la igno­ran­cia es muy osa­da. Aun así, opino, hay que tener pacien­cia y tra­ba­jar para erra­di­car esta idea atá­vi­ca en cier­tos sec­to­res pedes­tres, si quie­ren, cla­ro. ¿O se quie­re otra cosa y nos vamos al Rh? Cui­da­do con estas vainas.

Tal vez no ven­ga a cuen­to pero, por ejem­plo, Char­les Dic­kens, que pasa por ser el autor por anto­no­ma­sia ‑y lo es- que refle­jó en sus nove­las las mise­rias y los efec­tos de la revo­lu­ción indus­trial en la Ingla­te­rra vic­to­ria­na del siglo XIX, se posi­cio­nó a favor de los sudis­tas en la Gue­rra de Sece­sión nor­te­ame­ri­ca­na y no era, por tan­to, anti­es­cla­vis­ta al igual que Carly­le ‑un tory furi­bun­do- o Cole­rid­ge o Tenny­son (la inte­lli­gen­tsia de la épo­ca pro­pia del domi­nan­te Bri­tish Empi­re). O Kipling. Y, sin embar­go, eran «anti­ca­pi­ta­lis­tas» pero en sen­ti­do reac­cio­na­rio, es decir, solo cri­ti­ca­ban las deso­la­do­ras con­se­cuen­cias de un capi­ta­lis­mo depre­da­dor, igual que un joven Una­muno abo­mi­na­ba de las «chi­me­neas» humean­tes que con­ta­mi­na­ban su entra­ña­ble botxo natal (y apren­dió eus­ke­ra, como Sabino). Otros tiempos…

Tam­bién diji­mos que no pro­po­nía­mos regre­sos a inexis­ten­tes eda­des idí­li­cas y vir­gi­lia­nas, por­que cree­mos en el pro­gre­so de la His­to­ria, mal­grè lui, y en el comu­nis­mo y la Revo­lu­ción, algo que se orga­ni­za, que envíe a esta cua­dri­lla de pará­si­tos bur­gue­ses al ester­co­le­ro de la his­to­ria. Los comu­nis­tas no somos reli­gio­sos ni cree­mos en la pro­vi­den­cia. No hay mesia­nis­mo ni ver­dad reve­la­da. No cree­mos en el Pan­tó­cra­tor ni en la cien­cia infu­sa y menos en el «fin de la His­to­ria» (¡qué más qui­sie­ran!). Tam­po­co somos utó­pi­cos ni dis­tó­pi­cos (uto­pía nega­ti­va, o sea, todo es una puta mier­da y vir­gen­ci­ta que me que­de como estoy). Solo vene­ra­mos un dios: el hom­bre, el úni­co capi­tal, pero no el hom­bre como lobo del hom­bre en la jun­gla capi­ta­lis­ta. No somos apo­ca­líp­ti­cos (ni inte­gra­dos, así nos va) ni mon­jes fran­cis­ca­nos (con todo el res­pe­to del mun­do al des­pren­di­do Fran­cis­co de Asís) ni cáta­ros ni ilu­mi­na­dos ni mile­na­ris­tas ni qui­lias­tas, gen­tes fetén que se juga­ron la vida por sus ideas y les par­tie­ron la cara los mis­mos que hoy día tra­tan a los comu­nis­tas como si fue­ran una «sec­ta», y de las peo­res. Su pre­ten­sión era vol­ver a una suer­te de cris­tia­nis­mo pri­mi­ti­vo, es decir, a sus fuen­tes comu­nis­tas, lejos del boa­to y enri­que­ci­mien­to obs­ceno de los obis­pos de Roma asen­ta­dos en el stablishment.

Los comu­nis­tas no envi­dia­mos nada, no con­ju­ga­mos ese ver­bo. Solo aspi­ra­mos a la feli­ci­dad del pue­blo, de las gran­des masas tra­ba­ja­do­ras. Somos unos in-feli­ces que luchan por la eude­mo­nía de todo bicho vivien­te menos los malos bichos. Y, por des­con­ta­do, a que el Ath­le­tic gane la Liga espa­ño­la (y el Lau­dio la vas­ca), (no sería yo si no die­ra la nota: uno es lo que es, lo que cree ser, lo que espe­ran que seas y lo que eres según te ven). Continuará…

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