Men­tir para matar de ham­bre- Gus­ta­vo Duch

Gente buscando comida a las puertas del supermercado de Barcelona.

Has­ta aho­ra tres son los “cuar­te­les de la men­ti­ra” des­de don­de se diri­ge la glo­ba­li­za­ción [o la tira­nía de cómo hacer de los bie­nes y recur­sos colec­ti­vos del pla­ne­ta una male­tín de bene­fi­cios pri­va­dos para unos muy pocos]. A saber. El Fon­do Mone­ta­rio Inter­na­cio­nal, que nació para impul­sar la coope­ra­ción eco­nó­mi­ca y evi­tar otra gran depre­sión como la de los años 30 y que, dic­tan­do polí­ti­cas para des­po­li­ti­zar, ha hecho de las depre­sio­nes hoyos pro­fun­dos. Y en cada hoyo hay una sepul­tu­ra. En segun­do lugar, el Ban­co Mun­dial, que dice en su eslo­gan tra­ba­ja­mos por un mun­do sin pobre­za, y tan mal tra­ba­ja, con­di­cio­nan­do pres­ta­mos sí o pres­ta­mos no, que la pobre­za se extien­de por el mun­do ente­ro. Y, por últi­mo, la Orga­ni­za­ción Mun­dial de Comer­cio que, para hacer un comer­cio más abier­to –dice su pági­na web – , prohí­be pro­te­ger al peque­ño y prohí­be no defen­der al grande.

Bien, pues des­de el pasa­do 6 de sep­tiem­bre, aña­da­mos a la FAO, Orga­ni­za­ción de Nacio­nes Uni­das para la Ali­men­ta­ción y la Agri­cul­tu­ra. Como su fun­ción es luchar por un mun­do sin ham­bre, ha decla­ra­do que­rer hacer de la agri­cul­tu­ra una arma de ham­brear. No pue­de ser otra la con­clu­sión des­pués de leer el artícu­lo que su direc­tor gene­ral, José Gra­ziano da Sil­va, y Suma Cha­kra­bar­ti, pre­si­den­te del Ban­co Euro­peo para la Recons­truc­ción y el Desa­rro­llo, publi­ca­ron en el Wall Street Jour­nal. Una ris­tra de men­ti­ras que ala­ba y pro­mue­ve las inver­sio­nes para el aca­pa­ra­mien­to de tie­rras cam­pe­si­nas a favor de los agro­ne­go­cios de expor­ta­ción y especulación.

La men­ti­ra que defien­den para lle­gar a tan amar­ga con­clu­sión es tan sobra­da­men­te cono­ci­da que sor­pren­de la fal­ta de inge­nio: el ham­bre es resul­ta­do de la esca­sez de ali­men­tos, por lo que se requie­re aumen­tar la pro­duc­ti­vi­dad, y eso sólo sabe hacer­lo la indus­tria agrí­co­la, efi­cien­te y diná­mi­ca, no la peque­ña agri­cul­tu­ra, las­tre del desa­rro­llo. Lo con­tra­rio de decir ver­da­des es decir mentiras.

Si por algo se carac­te­ri­za el sis­te­ma agro­ali­men­ta­rio indus­trial es por su inefi­ca­cia a la hora de pro­du­cir ali­men­tos y com­ba­tir el ham­bre: en la agri­cul­tu­ra y gana­de­ría indus­trial se aca­ba des­pil­fa­rran­do la mitad de lo que se pro­du­ce; en la pes­ca indus­trial se des­car­ta casi 40 por cien­to de lo que se pes­ca y –si habla­mos de comer– ¿de qué nos sir­ve un mode­lo que des­ti­na las mayo­res plan­ta­cio­nes del pla­ne­ta para mate­rias pri­mas que no con­su­me direc­ta­men­te el ser humano?: gra­nos para com­bus­ti­bles y pien­sos, árbo­les para celu­lo­sa, soya para cual­quier cosa, etcé­te­ra. Final­men­te, cuan­do la indus­tria ali­men­ta­ria de los mono­cul­ti­vos pro­du­ce ali­men­tos para las per­so­nas, éstos siguen siem­pre la mis­ma ruta: de las áreas de pobre­za y ham­bre a las áreas de dine­ro y abundancia.

Por el con­tra­rio, y uti­li­zan­do ejem­plos de los mis­mos paí­ses a los que el artícu­lo se refie­re, en Rusia, Ucra­nia y Kazajs­tán “la pro­duc­ti­vi­dad es muchí­si­mo más alta en las tie­rras en manos cam­pe­si­nas que en aque­llas en manos del agro­ne­go­cio”, como expli­ca el docu­men­to com­pa­ra­ti­vo ela­bo­ra­do por La Vía Cam­pe­si­na, Grain, ETC Group, entre otros. “Las y los peque­ños agri­cul­to­res de Rusia –con­ti­núa el docu­men­to– pro­du­cen más de la mitad del pro­duc­to agrí­co­la con sólo un cuar­to del área agrí­co­la; en Ucra­nia son la fuen­te de 55 por cien­to de la pro­duc­ción con sólo 16 por cien­to de la tie­rra, mien­tras en Kazajs­tán entre­gan 73 por cien­to con ape­nas la mitad de la superficie”.

Es fácil de enten­der: una fin­ca agro­in­dus­trial se dise­ña para un mono­cul­ti­vo que cre­ce a base de fer­ti­li­zan­tes, maqui­na­ria, pes­ti­ci­das… dan­do por resul­ta­do un buen núme­ro de “uni­da­des ali­men­ta­rias” por hec­tá­rea pero cas­ti­gan­do tan­to el sue­lo que pro­gre­si­va­men­te sus cose­chas van dis­mi­nu­yen­do. La agri­cul­tu­ra cam­pe­si­na, en la mis­ma super­fi­cie, pro­du­ce varia­dos cul­ti­vos que hacen una ces­ta final mayor, cui­dan­do –como pre­mi­sa fun­da­men­tal– el sue­lo, que cuan­do sólo se man­tie­nen o mejo­ran sus rendimientos.

No es la capa­ci­dad pro­duc­ti­va cam­pe­si­na la razón de la cri­sis ali­men­ta­ria, sino las difi­cul­ta­des con las que la pobla­ción cam­pe­si­na debe con­vi­vir para poner­la en prác­ti­ca: las mejo­res tie­rras (lo hemos vis­to) en manos aje­nas; nor­ma­ti­vas que favo­re­cen los nego­cios de impor­ta­ción y expor­ta­ción, arrin­co­nan­do a las peque­ñas agri­cul­tu­ras nacio­na­les; la indus­tria ali­men­ta­ria sub­ven­cio­na­da, jun­to con las des­re­gu­la­cio­nes, hace que se paguen los ali­men­tos a las y los pro­duc­to­res por deba­jo de sus cos­tos, mien­tras que el pre­cio final en el mer­ca­do lo mar­ca la espe­cu­la­ción en las bol­sas de Chica­go o Nue­va York; la expan­sión de los mono­cul­ti­vos expul­sa a millo­nes de per­so­nas cam­pe­si­nas de sus tie­rras o se hace con sus aguas de rie­go, y hay muchas más razo­nes. Si el ham­bre cam­pe­si­na –no hay duda– nace de la vora­ci­dad de la indus­tria agra­ria, es inacep­ta­ble que la FAO, orga­nis­mo de Nacio­nes Uni­das, olvi­de a los seres huma­nos y sus dere­chos para poner­se al ser­vi­cio de los agro­ne­go­cios de espe­cu­la­do­res finan­cie­ros, ban­cos o mul­ti­na­cio­na­les y de sus cajas de caudales.

Si ver­da­de­ra­men­te la FAO quie­re com­ba­tir el ham­bre debe mejo­rar su aná­li­sis. La pobla­ción cam­pe­si­na (más de la mitad de la pobla­ción mun­dial), aun des­po­seí­da de los recur­sos pro­duc­ti­vos, es capaz de pro­du­cir 70 por cien­to de los ali­men­tos del pla­ne­ta, pero son ellas y ellos tam­bién el colec­ti­vo con mayor por­cen­ta­je de pobre­za y cares­tías. No pien­sen en pro­du­cir más ali­men­tos; pien­sen en cómo repro­du­cir medios de vida para la pobla­ción pro­duc­to­ra de ali­men­tos, las y los cam­pe­si­nos: seres huma­nos con los pies en la tierra.

* Gus­ta­vo Duch es autor de Sin lavar­se las manos. Coor­di­na­dor de la revis­ta Sobe­ra­nía Ali­men­ta­ria, Bio­di­ver­si­dad y Culturas
La Jornada

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