Más allá del dere­cho inter­na­cio­nal, cabal­gar el tigre «huma­ni­ta­rio»

El que te habla de huma­ni­dad te quie­re engañar»
Carl Schmitt
El maes­tro Dani­lo Zolo, uno de los más pro­fun­dos y rigu­ro­sos crí­ti­cos de la supues­ta «obli­ga­ción de inge­ren­cia» y de los con­si­guien­tes bom­bar­deos huma­ni­ta­rios, se opo­ne hoy, en una entre­vis­ta publi­ca­da en Rebe­lión a la inter­ven­ción alia­da en Libia des­de el pun­to de vis­ta del dere­cho inter­na­cio­nal. Su razo­na­mien­to es cla­ro e impe­ca­ble: la inter­ven­ción vio­la prin­ci­pios bási­cos del orde­na­mien­to inter­na­cio­nal como el res­pe­to a la sobe­ra­nía de los Esta­dos o la no agre­sión. Por otra, la Reso­lu­ción del Con­se­jo de Segu­ri­dad en que se basa la inter­ven­ción «alia­da» en Libia con­cul­ca abier­ta­men­te la pro­pia Car­ta de las Nacio­nes Uni­das, en con­cre­to, su artícu­lo 2, apar­ta­do 7 que afir­ma lo siguien­te: «7. Nin­gu­na dis­po­si­ción de esta Car­ta auto­ri­za­rá a las Nacio­nes Uni­das a inter­ve­nir en los asun­tos que son esen­cial­men­te de la juris­dic­ción inter­na de los Esta­dos, ni obli­ga­rá; a los Miem­bros a some­ter dichos asun­tos a pro­ce­di­mien­tos de arre­glo con­for­me a la pre­sen­te Car­ta; pero este prin­ci­pio no se opo­ne a la apli­ca­ción de las medi­das coer­ci­ti­vas pres­cri­tas en el Capí­tu­lo VII.» Las medi­das coer­ci­ti­vas del Capí­tu­lo VII son algu­nas excep­cio­nes al prin­ci­pio de intan­gi­bi­li­dad de la sobe­ra­nía esta­tal apli­ca­bles en caso de que un Esta­do incu­rra en una «ame­na­za a la paz, que­bran­ta­mien­to de la paz o acto de agre­sion» (VII, art.39). Natu­ral­men­te, este últi­mo supues­to no es en modo alguno apli­ca­ble al caso libio en que una insu­rrec­ción popu­lar ha dege­ne­ra­do en gue­rra civil. Des­de el pun­to de vis­ta del dere­cho inter­na­cio­nal, la inter­ven­ción, es, como afir­ma Zolo, una «autén­ti­ca impos­tu­ra». En cuan­to a las acu­sa­cio­nes con­tra Gada­fi por crí­me­nes con­tra la huma­ni­dad, son tam­bién una far­sa. Como sigue expli­can­do Zolo, en el caso de Libia no se da nin­guno de los supues­tos de «geno­ci­dio» o «cri­men con­tra la huma­ni­dad» que con­tem­pla el esta­tu­to de Roma de la Cor­te Penal Internacional.

La lógi­ca de la inter­ven­ción «huma­ni­ta­ria» des­ti­na­da a «pro­te­ger» a la pobla­ción libia, no tie­ne, pues nada que ver con los gran­des tex­tos que rigen el orde­na­mien­to inter­na­cio­nal. Estos tex­tos se basan en la coexis­ten­cia de Esta­dos sobe­ra­nos bajo una nor­mas comu­nes que se apli­can a sus rela­cio­nes, den­tro del abso­lu­to res­pe­to por su polí­ti­ca inter­na. El úni­co moti­vo que pue­den esgri­mir las poten­cias occi­den­ta­les que ata­can hoy al régi­men de Gada­fi es un «moti­vo huma­ni­ta­rio». Esta defen­sa de la «huma­ni­dad» es, como se sabe, bien fle­xi­ble, pues se apli­ca según el arbi­trio de las poten­cias. Así, se con­si­de­ró nece­sa­ria una inter­ven­ción en Koso­vo o aho­ra en Libia, pero no así en el Con­go don­de ya han muer­to más de 6 millo­nes de per­so­nas en una gue­rra inter­mi­na­ble o en Pales­ti­na don­de se pro­du­cen ase­si­na­tos coti­dia­nos de civi­les pales­ti­nos y de vez en cuan­do autén­ti­cas car­ni­ce­rías como la de Gaza duran­te la ope­ra­ción «Plo­mo Fun­di­do». La ape­la­ción a la huma­ni­dad sir­ve para defen­der intere­ses de las dis­tin­tas poten­cias sal­tán­do­se, en nom­bre de un prin­ci­pio «supe­rior», el mar­co del dere­cho inter­na­cio­nal y la sobe­ra­nía de los Esta­dos. De ahí el razo­na­ble temor de algu­nos diri­gen­tes de gobier­nos o par­ti­dos de izquier­da lati­no­ame­ri­ca­nos como Hugo Chá­vez, Fidel Cas­tro o Evo Mora­les, a que, con esta ope­ra­ción en Libia que­de ente­ra­men­te liqui­da­do el mar­co jurí­di­co inter­na­cio­nal. El pro­ble­ma es que quie­nes como ellos cri­ti­can este tipo de inter­ven­cio­nes son dema­sia­do opti­mis­tas: hace tiem­po que el mar­co jurí­di­co de los Esta­dos sobe­ra­nos ha sal­ta­do por los aires. Lo hizo con las dos gue­rras de Iraq, con la gue­rra de Yugos­la­via, la inter­ven­ción en Hai­tí, Afga­nis­tán etc. En este momen­to, es per­fec­ta­men­te inú­til invo­car un mar­co legal que es sis­te­má­ti­ca­men­te vio­la­do por la pro­pia ins­ti­tu­ción que debe­ría apli­car­lo y pro­te­ger­lo: las Nacio­nes Unidas.

Para un juris­ta o un mora­lis­ta, la vio­la­ción sis­te­má­ti­ca de las nor­mas a la que esta­mos asis­tien­do es un cri­men que hay que juz­gar; para un mate­ria­lis­ta, es un hecho que hay que expli­car. Este hecho obe­de­ce a la nue­va reali­dad de la ges­tión inter­na­cio­nal del capi­tal en el mar­co de la glo­ba­li­za­ción. Los teó­ri­cos del nue­vo orden inter­na­cio­nal de la glo­ba­li­za­ción como Robert Cooper no enga­ñan a nadie. Afir­ma Cooper en un céle­bre artícu­lo que hay tres tipos de Esta­dos: los post­mo­der­nos que apli­can el prin­ci­pio de trans­pa­ren­cia recí­pro­ca y renun­cian en gran par­te a sus pre­rro­ga­ti­vas sobe­ra­nas, los moder­nos que se man­tie­nen afe­rra­dos al prin­ci­pio de sobe­ra­nía y los Esta­dos falli­dos que ni siquie­ra lle­gan a apli­car el prin­ci­pio de sobe­ra­nía en su pro­pio terri­to­rio (Soma­lia, Afga­nis­tán etc.). En esta situa­ción sólo un blo­que de paí­ses «post­mo­der­nos» que coin­ci­de con los gran­des paí­ses del «Cen­tro» del sis­te­ma capi­ta­lis­ta mun­dial redu­cen su sobe­ra­nía para apli­car «volun­ta­ria­men­te» nor­mas comer­cia­les, mone­ta­rias, de segu­ri­dad, de defen­sa etc. com­par­ti­das. Entre estos paí­ses se apli­ca un prin­ci­pio de lega­li­dad que igno­ra las fron­te­ras de los Esta­dos. A los demás no se les apli­ca el mis­mo rase­ro y para ellos se con­si­de­ra legí­ti­mo el recur­so a la vio­len­cia. Como sos­tie­ne Cooper:

«El mun­do post­mo­derno tie­ne que empe­zar a acos­tum­brar­se a los dobles rase­ros. Entre noso­tros, ope­ra­mos sobre la base de leyes y de una segu­ri­dad abier­ta y coope­ra­ti­va. Sin embar­go, cuan­do tra­ta­mos con Esta­dos anti­cua­dos fue­ra del con­ti­nen­te post­mo­derno de Euro­pa, tene­mos que vol­ver a los méto­dos más rudos que se apli­ca­ban en otra era: la fuer­za, el ata­que pre­ven­ti­vo, el enga­ño, todo lo que sea nece­sa­rio para tra­tar con quie­nes viven toda­vía en el siglo die­ci­nue­ve del «cada Esta­do por sí mismo».

La glo­ba­li­za­ción no se gobier­na pues median­te el dere­cho inter­na­cio­nal que rige o regía las rela­cio­nes entre Esta­dos sobe­ra­nos: en un caso, el dere­cho inter­na­cio­nal es inne­ce­sa­rio, pues los Esta­dos post­mo­der­nos com­par­ten orde­na­mien­tos simi­la­res. En los demás casos, como el dere­cho inter­na­cio­nal y el prin­ci­pio de sobe­ra­nía entran en con­flic­to con la ges­tión del capi­tal glo­ba­li­za­do, las poten­cias renun­cian abier­ta­men­te a apli­car­lo y recu­rren a la vio­len­cia, por supues­to en nom­bre de la huma­ni­dad y del uni­ver­sa­lis­mo post­mo­derno. El dere­cho inter­na­cio­nal ha muerto.

En el caso de la revo­lu­ción libia y de la inter­ven­ción de las poten­cias occi­den­ta­les con­tra Gada­fi, esta­mos ante un ejem­plo prác­ti­co del prin­ci­pio de doble rase­ro de Cooper. Libia pre­ten­de ser un Esta­do sobe­rano. Es por con­si­guien­te un Esta­do que no com­par­te el orde­na­mien­to bási­co de la glo­ba­li­za­ción. Por con­si­guien­te, las poten­cias pue­den apli­car en las rela­cio­nes con él la vio­len­cia y no el dere­cho. La vio­len­cia con­tra el régi­men de Gada­fi es un hecho del nue­vo orden capi­ta­lis­ta glo­ba­li­za­do. Inde­pen­dien­te­men­te de los intere­ses con­cre­tos que la hayan des­en­ca­de­na­do, a pesar de su mani­fies­ta ile­ga­li­dad e inclu­so de la doc­tri­na abier­ta­men­te racis­ta de la teo­ría del «doble rase­ro», más vale enten­der­la que con­de­nar­la. Enten­dién­do­la, situán­do­la en el nue­vo mar­co geo­po­lí­ti­co mun­dial, se pue­den apro­ve­char sus efec­tos, con­de­nán­do­la, sólo que­da la impo­ten­cia y la nos­tal­gia de un orden de Esta­dos sobe­ra­nos que ha des­apa­re­ci­do. En este caso, no se está ata­can­do a nin­gún régi­men anti­im­pe­ria­lis­ta, sino a un tirano ami­go de Ber­lus­co­ni y car­ce­le­ro de inmi­gran­tes a suel­do de las poten­cias euro­peas. Derri­bán­do­lo, o con­tri­bu­yen­do a que la insur­gen­cia libia lo haga, las poten­cias capi­ta­lis­tas no gana­rán ni una sola gota de petró­leo libio que ya no ten­gan. La ofen­si­va con­tra Gada­fi tie­ne otra fun­ción fun­da­men­tal, pero que sólo pue­de enten­der­se en el mar­co de la glo­ba­li­za­ción y del fin del dere­cho inter­na­cio­nal: divi­dir Túnez de Egip­to y sepa­rar el nor­te de Áfri­ca de la ori­lla euro­pea del medi­te­rrá­neo. Se tra­ta, ante todo de impe­dir que se extien­da la revo­lu­ción al con­jun­to del mun­do ára­be y al espa­cio euro­me­di­te­rrá­neo. Para ello, como afir­ma Tony Blair, hay que cana­li­zar­la, recon­du­cir­la, domar­la. Un pun­to de apo­yo en el nor­te de Áfri­ca como el que supo­ne Libia sería geo­es­tra­té­gi­ca­men­te valio­sí­si­mo. La inter­ven­ción de la OTAN en Libia inten­ta cabal­gar una revo­lu­ción con­tra un tirano ára­be tan ami­go de Occi­den­te ‑al menos últi­ma­men­te- y tan cri­mi­nal como pudie­ran ser­lo Muba­rak o Ben Alí. Al mis­mo tiem­po, y con­tra­dic­to­ria­men­te, esta mis­ma inter­ven­ción per­mi­te sobre­vi­vir a una rebe­lión que, por su esca­sí­si­ma e impro­vi­sa­da fuer­za mili­tar esta­ba a pun­to de sucum­bir a la repre­sión del ejér­ci­to de Gada­fi. Hoy, gra­cias a que las cir­cuns­tan­cias geo­po­lí­ti­cas ins­tau­ra­das por la inter­ven­ción le per­mi­ten sobre­vi­vir, la rebe­lión pue­de ven­cer. Si ven­ce rápi­da­men­te, si liqui­da en los pró­xi­mos días el régi­men de Gada­fi, será impro­ba­ble una ocu­pa­ción del país por par­te de una OTAN que ape­nas pue­de ya man­te­ner­se en Afga­nis­tán. Jugar con la bes­tia huma­ni­ta­ria es una juga­da arries­ga­da, pero, para la revo­lu­ción libia es la úni­ca posible.

Iohan­nes Maurus

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