La tor­tu­ra como estra­te­gia polí­ti­ca- Car­lo Frabetti

(Resu­men de la ponen­cia pre­sen­ta­da en la mesa redon­da La tor­tu­ra, ¿deli­to o arma de gue­rra? en la Sema­na Negra de Gijón)

Si entráis en la web de la Coor­di­na­do­ra para la Pre­ven­ción y Denun­cia de la Tor­tu­ra (www​.pre​ven​cion​tor​tu​ra​.org), inte­gra­da por más de cua­ren­ta orga­ni­za­cio­nes de todo el Esta­do espa­ñol, encon­tra­réis, entre otras cosas, el últi­mo infor­me de la CPDT, que reve­la que, en 2013, 527 per­so­nas denun­cia­ron haber sido tor­tu­ra­das por fun­cio­na­rios de los cuer­pos de segu­ri­dad del Esta­do. Tenien­do en cuen­ta que denun­ciar tor­tu­ras es tan difí­cil como arries­ga­do, pues la poli­cía ame­na­za sis­te­má­ti­ca­men­te con con­tra­de­nun­ciar a las víc­ti­mas por supues­tas agre­sio­nes, y con­si­de­ran­do, ade­más, que la con­fian­za de la pobla­ción en las ins­ti­tu­cio­nes que debe­rían cas­ti­gar estos deli­tos es cada vez menor, pode­mos afir­mar que los casos reales son muchos más que los denun­cia­dos, lo que sig­ni­fi­ca que varias per­so­nas son tor­tu­ra­das impu­ne­men­te cada día en comi­sa­rías, cuar­te­li­llos y pri­sio­nes. Y a este dato esca­lo­frian­te hay que aña­dir otro aún más terri­ble: en 2013 se pro­du­je­ron 47 muer­tes bajo cus­to­dia poli­cial, muer­tes que en lo que va de siglo ascien­den a 583.

La tor­tu­ra, la más repug­nan­te for­ma de repre­sión y de abu­so de poder, es obvia­men­te incom­pa­ti­ble con el Esta­do de dere­cho, y por eso su prác­ti­ca sis­te­má­ti­ca nun­ca es reco­no­ci­da. Pero negar la evi­den­cia de la tor­tu­ra es cada vez más difí­cil. Cada vez requie­re mayor cinis­mo por par­te del poder y mayor nece­dad por par­te de quie­nes se creen sus men­ti­ras y omi­sio­nes, pues el cono­ci­mien­to de los hechos obje­ti­vos ‑los obs­ti­na­dos hechos- está, cada vez más, al alcan­ce de cual­quie­ra que ten­ga acce­so a un orde­na­dor. Hoy día, negar la tor­tu­ra es como negar el Holo­caus­to: requie­re el mis­mo gra­do de obce­ca­ción o perversidad.

Hace tan solo quin­ce o vein­te años, para com­pro­bar que la tor­tu­ra es una prác­ti­ca sis­te­má­ti­ca e impu­ne (lo que equi­va­le a decir que es una estra­te­gia polí­ti­ca), había que empren­der una difí­cil labor de inves­ti­ga­ción. Pero en la actua­li­dad las evi­den­cias son tan abru­ma­do­ras como fácil­men­te acce­si­bles, y negar­se a ver­las o a sacar las con­clu­sio­nes per­ti­nen­tes equi­va­le a ser cóm­pli­ce de la mayor de las infa­mias. Bas­ta con leer los infor­mes de orga­ni­za­cio­nes tan poco sos­pe­cho­sas de radi­ca­lis­mo como Amnis­tía Inter­na­cio­nal o la pro­pia ONU para dar­se cuen­ta de que algo hue­le a podri­do en nues­tra supues­ta democracia.

Por eso en un futu­ro inme­dia­to asis­ti­re­mos, con res­pec­to a la tor­tu­ra, a un cam­bio de estra­te­gia. Cuan­do ya no sea posi­ble negar­la ‑y ya no lo es‑, se inten­ta­rá mini­mi­zar­la. No es casual que en los últi­mos tiem­pos empie­cen a ver­se en la tele­vi­sión igno­mi­nio­sas esce­nas de malos tra­tos gra­ba­das por las cáma­ras ins­ta­la­das en comi­sa­rías y cuar­te­li­llos, y tam­po­co es casual que algu­nos casos de corrup­ción y abu­sos poli­cia­les sean airea­dos insis­ten­te­men­te por los medios de comu­ni­ca­ción. Cuan­do los sín­to­mas ya no pue­den ocul­tar­se, se inten­ta fal­sear el diag­nós­ti­co. Aho­ra pre­ten­de­rán hacer­nos creer que los casos de bru­ta­li­dad poli­cial son ais­la­das excep­cio­nes que con­fir­man la regla demo­crá­ti­ca, y que la ley los per­si­gue con el mayor rigor.

Aho­ra que la nega­ción ya no es posi­ble, los cua­tro pode­res (el legis­la­ti­vo, el eje­cu­ti­vo, el judi­cial y el mediá­ti­co) inten­ta­rán rela­ti­vi­zar la tor­tu­ra y los malos tra­tos cen­tran­do la aten­ción en algu­nos casos cui­da­do­sa­men­te ele­gi­dos, con la espe­ran­za de que los árbo­les nos impi­dan ver el bos­que. Pero no lo con­se­gui­rán: se pue­de enga­ñar una vez a todo el mun­do y todas las veces a una per­so­na; pero no se pue­de enga­ñar todas las veces a todo el mun­do. Hay dema­sia­das pre­gun­tas sin res­pues­ta, dema­sia­das acu­sa­cio­nes no des­men­ti­das, dema­sia­das imá­ge­nes imbo­rra­bles de ros­tros des­fi­gu­ra­dos y cuer­pos ultra­ja­dos, dema­sia­dos tes­ti­mo­nios tan estre­me­ce­do­res como el de Amaia Uri­zar, vio­la­da por un guar­dia civil con una pis­to­la (1). Y hoy, gra­cias a inter­net, arti­cu­lar en un cua­dro cohe­ren­te y sig­ni­fi­ca­ti­vo los datos que el poder inten­ta dis­per­sar está al alcan­ce de cual­quie­ra. Para no ente­rar­se de lo que suce­de, ya no bas­ta con mirar hacia otro lado: hay que tapar­se los ojos y las ore­jas, como los monos de Con­fu­cio. Y hay que tapar­se la boca con ambas manos para no gri­tar pidien­do la cabe­za de los culpables.

Para ter­mi­nar, lee­ré un resu­men de mi inter­ven­ción en las Jor­na­das sobre la Pre­ven­ción de la Tor­tu­ra cele­bra­das en Bar­ce­lo­na en 2006, cuyos argu­men­tos, por des­gra­cia, siguen ple­na­men­te vigentes:

La impu­ni­dad de la tor­tu­ra la con­vier­te en una cues­tión polí­ti­ca. Si la tor­tu­ra no que­da­ra sis­te­má­ti­ca­men­te impu­ne, esta­ría­mos fren­te a un pro­ble­ma fun­da­men­tal­men­te legal: se tra­ta­ría, en el mar­co de un Esta­do de dere­cho, de velar por la ade­cua­da apli­ca­ción de las leyes que per­mi­tie­ran com­ba­tir­la efi­caz­men­te. Pero los tor­tu­ra­do­res casi nun­ca son con­de­na­dos, y las pocas veces que lo son, no cum­plen las penas (que, ade­más, sue­len ser ridí­cu­las). Y esta impu­ni­dad sis­te­má­ti­ca (o sis­té­mi­ca, pues­to que es una estra­te­gia del sis­te­ma ten­den­te a que­brar toda for­ma de disi­den­cia) solo es posi­ble con la com­pli­ci­dad de los tres pode­res ‑el legis­la­ti­vo, el eje­cu­ti­vo y el judicial‑, jun­to con la del lla­ma­do “cuar­to poder”: los medios de comu­ni­ca­ción, que con su silen­cio y sus ter­gi­ver­sa­cio­nes con­tri­bu­yen de for­ma deci­si­va a ocul­tar esta gra­ví­si­ma lacra social (y polí­ti­ca, sobre todo polí­ti­ca) a los ojos de la opi­nión pública.

Por lo tan­to, quie­nes pre­ten­de­mos erra­di­car la tor­tu­ra no esta­mos tra­ba­jan­do por mejo­rar una demo­cra­cia imper­fec­ta, pero demo­cra­cia al fin y al cabo, como creen algu­nos: esta­mos luchan­do, sim­ple y lla­na­men­te, con­tra el terro­ris­mo de Esta­do, y nues­tra lucha solo pue­de adqui­rir pleno sig­ni­fi­ca­do y ple­na efi­ca­cia en el mar­co de una bata­lla polí­ti­ca que, en últi­ma ins­tan­cia, es una gue­rra sin cuar­tel con­tra la bar­ba­rie capitalista.

Esta bata­lla se libra en varios fren­tes, y uno de los más impor­tan­tes es el de las ideas, es decir, el de las pala­bras. El mero hecho de hablar de “demo­cra­cia” en un país en el que se tor­tu­ra impu­ne­men­te, es un insul­to a los miles de víc­ti­mas direc­tas del terro­ris­mo de Esta­do. El mero hecho de apli­car el tér­mino “terro­ris­ta” exclu­si­va­men­te a quie­nes se defien­den del terro­ris­mo de Esta­do, es un insul­to a la razón (e inclu­so al dic­cio­na­rio, don­de se dice cla­ra­men­te que terro­ris­mo es la domi­na­ción median­te el terror, no cual­quier acción que cau­se dolor o alar­ma social des­de la clan­des­ti­ni­dad). Esto no sig­ni­fi­ca, ni mucho menos, que todas las reac­cio­nes con­tra el terro­ris­mo de Esta­do sean jus­ti­fi­ca­bles; pero lla­mar, por ejem­plo, “terro­ris­tas islá­mi­cos” a quie­nes se defien­den como pue­den del terro­ris­mo judeo­cris­tiano, es una for­ma de terro­ris­mo lin­güís­ti­co. Por no hablar de la demo­ni­za­ción de ETA y de su supues­to “entorno”. Como dice Alfon­so Sas­tre, se lla­ma “terro­ris­mo” a la gue­rra de los pobres y “gue­rra” al terro­ris­mo de los ricos.

En un momen­to en el que la domi­na­ción se ejer­ce con las pala­bras tan­to como con las armas, tene­mos la obli­ga­ción moral y polí­ti­ca de desa­rro­llar, arti­cu­lar y difun­dir un dis­cur­so alter­na­ti­vo. Y de no per­mi­tir que se demo­ni­ce a quie­nes, víc­ti­mas de las pala­bras y de las armas del poder, no se resig­nan a defen­der­se solo con las palabras.

(1) Cf. Si yo fue­ra guar­dia civil: http://​www​.rebe​lion​.org/​n​o​t​i​c​i​a​.​p​h​p​?​i​d​=​9​537

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