Fue el actual inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, el que impulsó el llamado eje “Afg-Pak” como un intento de añadir una impronta propia a la estrategia intervencionista de Estados Unidos, para intentar diferenciarla de la de su predecesor en el cargo, George Bush.
Sin embargo, las diferencias entre ambas políticas son mínimas, y en cambio el actual presidente norteamericano ha introducido a Pakistán en el centro de la peligrosa situación que vive la región. Los ataques con aviones no pilotados estadounidenses sobre las regiones tribales en Pakistán, que causan decenas de víctimas civiles bajo el pretexto de combatir a los militantes islamistas afganos y locales; la muerte de Osama Ben Laden, y sobre todo la incapacidad manifiesta de encontrar una salida a la laberíntica situación generada por la ocupación extranjera en Afganistán, son elementos que actúan como la gasolina con el fuego.
Las últimas semanas hemos asistido a una sucesión de ataques de la resistencia afgana por todo el país. Y a partir de mayo, tras lanzar la operación al Badar, la campaña militar contra la ocupación se muestra más sofisticada y más agresiva, con un considerable aumento en el número y la complejidad de los ataques . Con esta ofensiva de primavera, la resistencia entra en una nueva fase, y desde el uno de mayo, ha fijado como objetivos de sus ataques a las fuerzas ocupantes, a parlamentarios y otros representantes del gobierno de Karzai, a los colaboradores (incluidos la policía y el ejercito afganos), las bases militares, los convoyes y otras instalaciones. Al mismo tiempo han remarcado su voluntad de evitar la muerte de civiles, para mostrar sus esfuerzos en pos de una protección hacia la población civil.
La ofensiva rebelde se percibió en marzo, con la toma de un distrito de la provincia de Nuristán (este del país), seguida del ataque contra el ministerio de defensa en Kabul y la fuga masiva de la cárcel de Kandahar en el mes de abril. Esta acción ha mostrado el importante apoyo de la insurgencia entre la población local (necesario para realizar una acción de esa envergadura), al tiempo que ha supuesto un fuerte impacto psicológico, ya que con esa demostración de fuerza la gente se retrae de colaborar con la ocupación (todo ello se refuerza a demás con la muerte del jefe de policía de la ciudad unas semanas antes).
Pero sin duda a partir de la ofensiva al Badar, la ocupación está asistiendo a una ofensiva por todo el país. En mayo han tenido lugar los ataques suicidas coordinados en Kandahar (7 de mayo), la muerte de trece civiles que protestaban contra una operación de la OTAN en la capital de Tahar (día 18), la muerte de 35 trabajadores de la carretera entre Patkia y Jost, en el sureste del país (día 20), el asalto del hospital militar de Kabul (día 21), la toma en el este del país de un distrito en Khost (día 22), la muerte de siete soldados de la OTAN en la provincia de Kandahar (día 26), y más recientemente la muerte en atentado de Mohammad Daud Daud, un alto responsable policial y algunos de sus colaboradores en la ciudad norteña de Takhar, donde además escapó ileso el máximos responsable de la OTAN en la zona, o la toma del distrito de Doab en el noreste de Afganistán.
Frente a esa ofensiva, la ocupación muestra otra cara. La ausencia del estado en la mayor parte del país, la corrupción, la crisis económica, son realidades que la mayoría de la población liga a la situación creada por la ocupación. Además, los continuos bombardeos aliados dejan tras de sí decenas de muertos civiles, como los de esta semana en Helmand, entre ellos generalmente mujeres y niños, que lejos de “ganarse la simpatía de la población” hace que ésta cada vez se sume en mayor número a la resistencia.
Por otro lado, en el panorama afgano está muy presenta la estrategia de EEUU, donde el factor electoral empieza a pesar cada día más (las elecciones a ala Casa Blanca del próximo año ya han puesto en marcha las maquinarias de los partidos). Así mismo, algunos congresistas quieren acelerar la salida de Afganistán, sobre todo tras la muerte de Bin Laden, y sin olvidar la difícil situación económica que atraviesa la economía estadounidense.
Al hilo del nombramiento del general Davis Petraus (hasta ahora máximo responsable militar en Afganistán) como director de la CIA se han sucedido las incógnitas sobre la estrategia que pondrá Washington sobre el escenario afgano. Algunos apuntan a la posibilidad de un cambio, apostando por un mayor peso de las “operaciones especiales” y de los “mercenarios”, junto a una reducción de las tropas estadounidenses.
En esta situación planea la decisión de Obama de traspasar los poderes a las fuerzas militares y policiales afganas en siete zonas del país en próximo mes de julio. Y como señala un reputado analista, “en este contexto la transferencia de las operaciones de seguridad y su responsabilidad al ejercito afgano antes del 2014 es una fantasía. Cualquier salida de las tropas ocupante sin negociar previamente con la resistencia es algo imposible”.
En Pakistán las cosas tampoco siguen el guión estadounidense. Tras la muerte de Bin Laden a manos de un comando de EEUU, las tensiones internas entre los focos de poder del país asiático se han sucedido estas semanas. El reciente ataque contra una importante base naval por parte de los talibanes locales muestra un nuevo giro en la situación local. Por un lado se ha atacado ala marina, que no participa directamente en la ofensiva gubernamental contra los rebeldes pakistaníes, y por otra parte muestra la capacidad operativa de éstos (tenían un completo conocimiento del lugar, actuaron con calma, bien equipados militarmente y con abundantes provisiones).
Con esta acción, los atacantes intentan buscar y profundizar las contradicciones que existen a día de hoy dentro del todopoderosos ejército paquistaní, sobre todo entre algunos mandos y los servicios secretos del ISI, y entre los oficiales de lato rango de tendencia lacia y liberal y los cuadros medios más ligados a sectores islamistas. En Pakistán circulan estos días rumores que apuntan a que tal vez estas operaciones estén buscando un motín dentro del ejército, sin olvidar que la alianza entre militares e islamistas busca contrarrestar el peso de Irán e India en la región.
El apoyo que las fuerzas islamistas reciben por parte de los cuadros militares medios o por parte de militares retirados, así como la posibilidad de que en un momento determinado se busque desviar la atención con operaciones como la que tuvo lugar en 2008 en Munbai, son factores que a día de hoy están muy presentes en el rumbo que está tomando Pakistán.
El nerviosismo se hace presente en la administración norteamericana ante esta situación, y el viaje de Clinton a Islamabad estos días busca retomar la compleja relación entre ambos estados. Washington es consciente de la necesidad que tiene del apoyo pakistaní, pero al mismo tiempo asiste a deterioro de la situación en el país y la impotencia de las autoridades locales para hacer frente a los continuos ataques a los convoyes de la OTAN, o para el creciente peso de los talibanes locales en zonas muy amplias de la región tribal y con capacidad de atacar por todo el país, como hemos visto estos días.
Obama puso sobre la mesa el término “Afg-Pak”, y su futuro presidencial puede estar en buena medida ligado al desarrollo de los acontecimientos en esa región.
. * TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)