La mujer indí­ge­na: Un cua­dro de tris­te­za y realidad

Indu­da­ble­men­te en Colom­bia están aban­do­na­das nues­tras tri­bus indí­ge­nas. Se pue­de decir que en el currícu­lo de las escue­las y cole­gios, poco o nada se expli­ca y se cono­ce de nues­tros her­ma­nos o pai­sa­na­je como es común lla­mar a la san­gre de nues­tros abo­rí­ge­nes; pai­sano se dice, no por ser del mis­mo lugar, sino por tener san­gre de nues­tros antepasados.

En la región de la Ama­zo­nía colom­bia­na, exis­te aún una tri­bu cono­ci­da como Los Cara­ba­llos; tam­bién tie­nen asen­ta­mien­to otros pue­blos indí­ge­nas como los Core­gua­jes, los Hui­to­tos, los Embe­ra Katios, entre otros.

Los Cara­ba­llos son una tri­bu que tien­de a des­apa­re­cer, pues solo se les ha vis­to en el cen­tro del Ama­zo­nas, y su com­por­ta­mien­to es el de hom­bres y muje­res, que has­ta la actua­li­dad no han teni­do rela­cio­nes e inter­cam­bios con per­so­nas dife­ren­tes a su pro­pia comu­ni­dad. Una com­pa­ñía gue­rri­lle­ra de las FARC-EP, tuvo el pri­vi­le­gio duran­te una tra­ve­sía de encon­trar­se sobre la ruta a un gru­po apro­xi­ma­do de 100 indí­ge­nas Cara­ba­llos, encon­tran­do entre ellos a meno­res, hom­bres, muje­res y ancia­nos; nin­guno tenía pren­das sobre sus cuerpos.

Imagen de la región tomada en el año 2010. Fotos: Archivo particular
Ima­gen de la región de los Cara­ba­llo, toma­da en el año 2010. Fotos: Archi­vo particular

Una de las coin­ci­den­cias que se pudo cono­cer en el com­por­ta­mien­to y dis­tri­bu­ción del tra­ba­jo en esta comu­ni­dad de los Cara­ba­llos o Yurí, como se les cono­ce, es que la mujer cum­ple y rea­li­za los tra­ba­jos pro­pios del hom­bre indígena.

Esto nos da un refe­ren­te, por lo obser­va­do duran­te varios encuen­tros con esta tri­bu, que la mujer es la que cons­tru­ye rudi­men­ta­rios cam­bu­ches, siem­bra una varie­dad de plá­tano no cono­ci­do en el mer­ca­do, arre­gla la car­ne, el pes­ca­do y fru­tos que se reco­lec­tan, hace de comer, lava y atien­de a sus hijos; duran­te los reco­rri­dos o tra­ve­sías siem­pre lle­va a cues­ta­sa sus niños. El hom­bre solo caza y pes­ca, ese es su trabajo.

Los gue­rri­lle­ros que tuvie­ron esa gran opor­tu­ni­dad de encon­trar­se con los Cara­ba­llos, espe­cial­men­te en la cuen­ca del caño Puré y las cabe­ce­ras del río Ber­nar­do, en el depar­ta­men­to del Amazonas,entre los río Caque­tá y Putu­ma­yo, sos­tie­nen que las muje­res, son todas unas gran­des arqui­tec­tas. La razón de tal afir­ma­ción es por­que fue­ron esas valien­tes indí­ge­nas, las que cons­tru­ye­ron un sis­te­ma de baña­de­ro, que seme­ja a unas gra­de­rías talla­das a pie­dras por ellas, dejan­do mar­ca­do para siem­pre que allí, en ese sitio, hubo la mano de una artis­ta o una arqui­tec­ta, no blan­ca sino indí­ge­na Caraballo.

Cuen­tan los anti­guos habi­tan­tes de las ribe­ras del Río Caque­tá, que en el año de 1969, el Ejér­ci­to colom­biano, per­pe­tró una masa­cre de indí­ge­nas Cara­ba­llos que habi­ta­ban la región del río Puré, ade­más secues­tró a tres de ellos, dos hom­bres y una mujer. Todos tres fue­ron lle­va­dos bru­tal­men­te a una jau­la y pues­tos en exhi­bi­ción para que los habi­tan­tes de estos case­ríos, como la Pedre­ra, obser­va­ran el espec­tácu­lo sexual que estos en su nor­mal pro­ce­so humano rea­li­za­ban; por ham­bre uno de los dos hom­bres murió. Un aspec­to a resal­tar de este lamen­ta­ble y dolo­ro­so epi­so­dio, es que siem­pre que se acer­ca­ban a la jau­la, la mujer se enfren­ta­ba a los curio­sos y era quien ejer­cía la fuer­za y el valor para defen­der­se ella y al hom­bre que la acompañaba.

Joven madre, Embera
Joven madre, Embera

En otros pue­blos indí­ge­nas, como los Kore­gua­jes, Hui­to­tos y un peque­ño núcleo de los Embe­ra Katios, el com­por­ta­mien­to de la mujer tie­ne simi­li­tu­des a las de los Cara­ba­llos. Sin embar­go, estas comu­ni­da­des que ya tie­nen un con­tac­to per­ma­nen­te con pobla­ción no indí­ge­na, en la mayo­ría de ellas, la mujer es la que más tra­ba­ja rea­li­zan­do labo­res pro­pias y cono­ci­das que deben rea­li­zar los hombres.

En estas comu­ni­da­des ya inva­di­das por la diver­si­dad de aspec­tos cul­tu­ra­les extra­ños a las tra­di­cio­nes más pro­fun­das que des­cri­bi­mos de los Cara­ba­llos, el hom­bre se desem­pe­ña un poco más en acti­vi­da­des agrí­co­las, y sigue impe­ran­do la acu­mu­la­ción del tra­ba­jo físi­co en la mujer, pero sin tener mucha con­si­de­ra­ción hacia éstas, algo que no ocu­rre entre los Cara­ba­llos, don­de la mujer es pro­ta­go­nis­ta principal.

Es evi­den­te, que de las tra­di­cio­nes más pro­fun­das que mues­tran los Cara­ba­llos a las que aho­ra des­cri­bi­mos, en los pue­blos indí­ge­nas influi­dos por el mes­ti­za­je se han pro­du­ci­do varia­cio­nes sus­tan­cia­les que de una u otra mane­ra se exte­rio­ri­zan en la exis­ten­cia de ten­den­cias machis­tas; no obs­tan­te, el res­pe­to a la mujer es una constante.

Entre ellos, gene­ral­men­te el hom­bre cuan­do sale a pes­ca lle­ga a eso de la media noche con el pro­duc­to de sus acti­vi­da­des de caza y de pes­ca, y es la mujer indí­ge­na la que se levan­ta, pren­de can­de­la, lava los peces, los coci­na y segui­da­men­te a esas horas, comen todos; des­pués hace el aseo per­ti­nen­te sien­do la ulti­ma en ir a su mere­ci­do des­can­so. De todas mane­ras, la vida con acen­to comu­ni­ta­rio es fun­da­men­tal y hay una divi­sión del trabajo.

Debe­mos resal­tar que la labo­rio­si­dad de la mujer indí­ge­na es extra­or­di­na­ria y prin­ci­pal en la per­ma­nen­cia y desa­rro­llo de las comu­ni­da­des. Sen­ci­lla­men­te es de admi­rar: rea­li­zan fae­nas con un tan­cho a sus espal­das, un niño en sus pechos, otro de la mano que cami­na jun­to a ella, y para rema­tar el cua­dro, va lle­van­do algu­nos pro­duc­tos agrí­co­las para el sos­te­ni­mien­to de su núcleo familiar.

Pero este cua­dro que nos gene­ra pro­fun­do res­pe­to y como ya diji­mos, admi­ra­ción, es al mis­mo tiem­po el refle­jo del aban­dono en que el Esta­do tie­ne a estos pue­blos, que por su situa­ción de mise­ria están pri­va­dos de la satis­fac­ción de sus nece­si­da­des más ele­men­ta­les y el ejer­ci­cio pleno de sus dere­chos. En con­se­cuen­cia, se pue­de obser­var enton­ces, que las niñas en estas tri­bus, des­de muy peque­ñas, ya empie­zan a lle­var sobre su ino­cen­cia, el peso de la res­pon­sa­bi­li­dad de una madre adulta.

En con­clu­sión: la mujer indí­ge­na, sufre des­de el mis­mo momen­to cuan­do nace.

Ima­gen del terri­to­rio de los Cara­ba­llo: Foto Archi­vo par­ti­cu­lar toma­da de: http://​www​.unpe​rio​di​co​.unal​.edu​.co/​d​p​e​r​/​a​r​t​i​c​l​e​/​i​n​d​i​g​e​n​a​s​-​y​u​r​i​-​s​e​-​r​e​s​i​s​t​e​n​-​a​l​-​m​u​n​d​o​-​b​l​a​n​c​o​.​h​tml

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